martes, 21 de marzo de 2023

«Amigos apasionados», de David Lean o la compleja elegancia del melodrama.

El amor imposible en la edad adulta: un apasionado melodrama a la altura de Breve encuentro. 

Título original:  The Passionate Friends

Año: 1949

Duración: 87 min.

País:Reino Unido

Dirección: David Lean

Guion: Eric Ambler. Novela: H.G. Wells

Música: Richard Addinsell

Fotografía: Guy Green (B&W)

Reparto: :Ann Todd; Claude Rains; Trevor Howard; Betty Ann Davies; Isabel Dean; Arthur Howard; Guido Lorraine; Marcel Poncin; Natasha Sokolova; Hélène Burls; Jean Serret; Frances Waring; Wenda Rogerson; Helen Piers; Ina Pelly; John Huson; John Unwin; Max Earle; Wilfrid Hyde-White.

 

         ¡Cómo nos atraen, queridos seguidores de este Ojo, los amores imposibles! Hay algo en ellos que despiertan en nosotros una simpatía profunda, una comprensión absoluta, una solidaridad sin límites, un interés inagotable. A través de un encuentro que se sospecha alimento de pavesas no extinguidas, como la letra de un bolero apasionado que nos habla de esos amores en los que ni contigo ni sin ti tienen los males ni los bienes remedio; un encuentro casual en dos habitaciones contiguas de un hotel con encanto junto a los Alpes suizos, a orillas de un lago plácido por el que los amantes imposibles navegarán contra el viento, sin poderse oír, pero felices, antes de la tormenta; un encuentro que reanuda la historia de esos amores imposibles en un estadio muy diferentes para ambos amantes; a través de ese encuentro retrocedemos en el tiempo y se despliega ante nosotros otro, en la nochevieja de 1939, en la que, disfrazados, los jóvenes amantes se encuentran cuando sus destinos han cambiado lo suficiente como para que se haga muy cuesta arriba «torcerlos» sin terrible quebranto.

         Pero ellos aún siguen enamorados, en el 39 y en el 48, en Londres y en Suiza. El joven estudiante de química no pudo vencer, con su modestia y su ilusión, la tentación poderosa de una vida lujosa, estable, sólida, y hasta cierto punto independiente, según el pacto con un marido bastantes años mayor que ella y dedicado a la banca en una posición socialmente inalcanzable para el joven enamorado. El primer encuentro, aquí más dilatados que breves, se produce cuando, en esa nochevieja del 39 él parece prometerle una «sólida sociedad matrimonial» y el profesor desdeñado en su día una «entusiasta relación apasionada». Los viajes de trabajo del marido la dejan a ella en manos de escribir su propio destino, acercándose terrible y peligrosamente a la idea de reiniciar su vida con él, de renunciar a su estabilidad matrimonial y de lanzarse a la aventura de ese amor apasionado que siempre sintió por el joven. Pero cuando todo parece encauzarse hacia ese destino: abandonar los fríos brazos del hombre maduro para seguir el camino de los ardientes del joven profesor —entiéndase toda esta pasión con la contención anglosajona propia de los personajes, por supuesto; nadie vaya a creer que corre por las venas del trío la sangre ardiente de un adulterio de otras latitudes meridionales…— se produce otro encuentro fortuito en que el banquero descubre la mentira de los amantes no adúlteros y asistimos a una entrevista en la que las florituras de la educación se mantienen lo justo para asistir a uno de los pocos momentos en que el marido pierde los nervios y le grita que desaparezca de su casa. Posteriormente… ¿De verdad quieren saber lo que ocurre inmediatamente después? Es sencillo. Váyanse a YouTube y lo descubrirán. Porque van a asistir a una decisión que forzosamente va a sorprenderles, y les incitará a contemplar el resto de la película en su presente, 1948, como si fuera un argumento de Hitchcock.

La reanudación de la historia se produce, además, al margen de los interiores rodados en Pinewood, en Londres, en los Alpes Suizos, en los que el director y su director de fotografía, el también excelente director Guy Green [El amargo silencio, Secretos de una esposa, El señor de Hawái y The Snorkel, todas ellas criticadas elogiosamente en este Ojo] consiguen encuadres de inolvidable belleza, ¡un pícnic de altura, ciertamente!, el de la imposible pareja que reanuda su relación nueve años más tarde. No son solo las tomas desde el teleférico hacia la niebla de las alturas, o las propias de ellos en las altas cimas de las montañas, sino, sobre todo, las espectaculares de la lanza en el lago, al irse y al volver, aunque, a la vuelta, la presencia inesperada del marido nos brinde la oportunidad de un suspense tan bien llevado como en la mejor de las películas de don Alfredo.

En una película de solo tres personajes, está claro que el nivel de las interpretaciones va a determinar la calidad de la cinta, sin mayores consideraciones técnicas, porque está en su mano hacernos creer en el amor apasionado, en la celosa propiedad del amor pactado y en la desorientación de una mujer que se enfrenta a decisiones trascendentales para su futuro desde la mayor de las incertidumbres. Y aquí, David Lean ha contado con dos actores, Claude Rains y Trevor Howard, y una actriz, Ann Todd, que brillan esplendorosamente. Trevor Howard repite papel, por así decirlo, y sabe cómo encarnar a la perfección el amante que pone en peligro un matrimonio y que respira amor apasionado y sincero en cada mirada, ¡desde el mismo comienzo de la película, y aun cuando confiesa estar casado, tener dos hijos y ser feliz! Claude Rains, a su manera, también repite el papel de esposo desconfiado de Encadenados, de Hitchcock, y tiene auténticos momentos memorables, como el diálogo con su esposa cuando esta vuelve a casa tras haber desistido él de presentar una demanda de divorcio contra ella, las razones de la cual verá oportunamente en el desarrollo quien decida, con el mejor de los criterios, no perderse esta película tan emocionante y hermosa, porque son innumerables los planos planificados hasta el más mínimo detalle, y en la que abundan unos primeros planos de los tres intérpretes capaces de satisfacer la mayor vanidad del mundo. Ann Todd brilla especialmente en ellos, y el rostro del amor, como el de la vergüenza o la desesperación, nos encogen el ánimo a todos. Bien está recordar que, después de haberla filmado con tanto amor, el director se casó con la actriz, una de las seis esposas que tuvo a lo largo de su vida.

Hay una elegancia innata en las maneras fílmicas de Lean, sobre todo en sus obras intimistas, que lo acercan sobremanera a otro exigente director: Max Ophüls. El melodrama, desde su perspectiva, adquiere una dimensión de cine para adultos con tramas llenas de pasiones complejas y no siempre fáciles de comprender. Me ha sorprendido que la novela sea de H.G. Wells, e imagino que los guionistas habrán hecho y deshecho a su antojo, pero lo cierto es que esta película invita a una próxima lectura.

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