lunes, 27 de marzo de 2023

«Un pequeño caos», de Alan Rickmann y «María Antonieta», de Sofia Coppola.

 

Título original: A Little Chaos

Año: 2014

Duración: 116 min.

País: Reino Unido

Dirección: Alan Rickman

Guion: Alison Deegan

Música: Peter Gregson

Fotografía: Ellen Kuras

Reparto: Kate Winslet; Matthias Schoenaerts; Jennifer Ehle; Alan Rickman; Stanley Tucci;

Helen McCrory; Adam James; Danny Webb; Steven Waddington; Adrian Scarborough; Phyllida Law; Adrian Schiller; Alistair Petrie; Andrew Crayford; Henry Garrett; Morgan Watkins; Cathy Belton: Paulina Boneva; Christian Wolf-La'Moy; Mia Threapleton.

 






Título original: Marie-Antoinette

Año: 2006

Duración: 124 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Sofia Coppola

Guion: Sofia Coppola

Música: Jean-Benoît Dunckel, Nicolas Godin, Jean-Philippe Rameau, Dustin O'Halloran

Fotografía: Lance Acord

Reparto : Kirsten Dunst; Jason Schwartzman; Rose Byrne; Judy Davis; Rip Torn; Asia Argento; Marianne Faithfull; Aurore Clément; Guillaume Gallienne; Clémentine Poidatz; Molly Shannon; Steve Coogan; Jamie Dornan; Shirley Henderson; Tom Hardy; Mary Nighy; Danny Huston; Sebastian Armesto; Al Weaver; James Lance; Céline Sallette; Natasha Fraser-Cavassoni; Alexia Landeau.

 

De la corte de Luis XIV, el «Rey Sol», a la de Luis XVI, el guillotinado: el cine de «Producción», hermoso y pomposo, sin sólida narración que lo sustente, pero magnificente descripción.

         Confieso que la revisión ayer de la película de Rickman, por acompañar a mi Conjunta, me ha incitado a recuperar otra a la que no pensaba dedicarle una crítica, pero al coincidir temáticamente ambas en dos Luises de la corte real francesa, el antepenúltimo y el último, me ha parecido oportuno hacerles llegar a los espectadores que buscan informarse sobre las películas antes de ir a verlas, un hábito más extendido de lo que parece…, mis impresiones sobre lo que en el título ya he definido como cine de «producción», es decir, ese en el que los efectos especiales, el vestuario, el maquillaje o los magnificentes decorados o localizaciones exteriores adquieren un protagonismo que se «come» la historia, los personajes y, hasta cierto punto, condiciona, no siempre para bien, las actuaciones de los intérpretes.

         La corte borbónica, cuya máxima expresión de poder será Versalles y sus famosos jardines dan pie para dos películas de muy distinta naturaleza. La de Rickman, intimista y con un trasfondo dramático que la acerca, si bien en su última parte, al melodrama,  busca centrarse en un asunto marginal, la creación de una parte de los famosos jardines y, para ello, la trama se desarrolla en torno a una mujer que, sin otra cualificación que su buen gusto y su duro trabajo en dicha área persuade al diseñador del mismo, André Le Notre, quien, como ella, era, también, un simple jardinero elevado a maestro diseñador por el monarca, para desarrollar unas ideas que brillan por su originalidad. Reconozco que no soy nada afín al trabajo de Kate Winslet, la protagonista, que en muy contadas ocasiones me ha convencido; no así su oponente, Matthias Schoenaerts, con escaso papel para desarrollar su extraordinario potencial. El rey, el propio Alan Rickman, «luce lindo» en el interior de la pompa aristocrática, y convincente, tanto como cuando, de forma anónima, entra en contacto con la jardinera y tienen una conversación sin mediación del protocolo distante en cuya burbuja vive instalado el rey. Fijarse en esa anécdota ornamental le da a la película una entidad propia, porque se presta atención a labores que no suelen alcanzar el estrellato de las temáticas cinematográficas. Pero todo transcurre, hay que reconocerlo, con una notable ausencia de vida lo suficientemente atractiva como para cautivar a los espectadores, excepto a los profesionales de la jardinería, imagino, o sus devotos, entre los que los ingleses se cuentan por millones. Esta fue la segunda y última película de Rickman, cuya primera, El invitado de invierno, tengo, por lo leído acerca de ella, mucho interés en ver. Rickman, poderoso actor, rompió con esta segunda película suya, esa rara y corta nómina de actores que solo han dirigido una película, una excelente película, como Charles Laughton y su fantástica La noche del cazador. Con todo, si la primera es tan excelente como he leído, bien podría figurar en ella. Ni que decir hay que la película tiene un diseño de producción espectacular, con esa fina sensibilidad inglesa para las recreaciones de época. La secuencia del conocimiento oficia de la jardinera y el rey es sencillamente magnífica, del mismo modo que, a su manera, lo es el retrato de la protagonista, ajena a sutilezas estéticas y encarnando del modo más popular posible lo más parecido a una robusta horticultora, en este caso jardinera.

         La película de Sofia Coppola tiene una vertiente temática poco tratada, el trasplante de la infanta austriaca a Francia para convertirse en esposa del último Borbón antes de la Revolución Francesa. Narrada como una suerte de entrega de espías en el Charlie Checkpoint de Berlín…, María Antonieta es entregada a la corte francesa y, nada más caer «en sus manos»…, se inicia un proceso de afrancesamiento que la lleva a perderlo todo y ganar otro todo, porque, desde ese momento de la entrega a Luis XV para convertirla en la esposa de Luis XVI, la protagonista asistirá a una suerte de introducción detallada en los usos y costumbre de una monarquía en la que ha de reinar junto a su esposo tras la muerte del aun monarca reinante Luis XV. La entrada de María Antonieta en la sofisticada corte supondrá la salida de a célebre cortesana Madame Du Barry, cuando el rey ya ha enfermado de viruela y tras haber chocado ambas damas que acabarían corriendo, paradojas del destino, la misma suerte: ser guillotinadas.

         La parte, llamémosla «documental», de la película sobre las costumbres palaciegas de la monarquía está rodada con gracia y amplia documentación, o cual, unido al despliegue de medios para la reconstrucción de la época, nos depara un espectáculo visual notabilísimo. Coppola sabe cómo sacar partido de esa inversión y sus planos y secuencias sirven para impresionarnos como si propiamente estuviéramos en primera fila de todos esos fastos. Respecto de la joven edad de la protagonista, cabe recordar que Maria Antonieta fue entregada a Luis XVI con 14 años, aunque, tras la temprana boda, la consumación del matrimonio aún tardaría algunos años.

         Se habla a veces de las «jaulas de oro» para referirse al lujo en que viven quienes, acaso por ello mismo, viven privados casi de total libertad. La opción musical de la directora para la banda sonora, mezclando composiciones de época y canciones del pop-rock contemporáneo, lleva pronto, al menos a este espectador, a la consideración de que la existencia de María Antonieta en la jaula de Versalles, con el séquito inacabable de cortesanos que la acompaña, equivale a un programa de estos de telerrealidad en que los personajes se confinan en un espacio bien definido y en él realizan su vida con toda suerte de pruebas que permiten a los seguidores ir expulsando uno ras otro hasta quedarse con el vencedor. Las fiestas, los amoríos adúlteros, la franca prostitución, la pasión por el juego, la gula, la avaricia, la mentira, la diversión constante…, los bailes, los chismorreos —en uno de ellos la propia reina desmiente haber dicho la célebre frase que se le atribuyo durante tanto tiempo de que si los pobres no tenían pan, pues que comieran pasteles…—, todo se une para, día tras día, dar la impresión e que todos los participantes en la corte viven en un mundo de excepción, dominados por sus caprichos y sin contacto ninguno con la verdadera realidad, que solo aparece al final de la película con la irrupción justiciera de las turbas que asaltan el palacio y ponen fin al «programa» mantenido económicamente por quienes han sido exprimidos con los tributos hasta casi la consunción.

         La interesante de la película, desde esta perspectiva de la telerrealidad, sigue siendo el increíbe y deslumbrante poder de la descripción de aquella sociedad decadente y lujosa. No hay secuencia en la que no se manifieste el esplendor de esa riqueza insultante. Y Coppola sabe sacar un extraordinario rendimiento de la puesta en escena para transmitirnos el poder material de aquella corte tan fastuosa como poco dada a la higiene, al decir de muchas crónicas, algo que debió de chocarle a la joven austriaca, educada en otra tradición. Si recordamos películas como Barry Lyndon, de Kubrick, y aún atesoramos aquellas imágenes virtuosas rodadas con la simple iluminación de las velas, en Maria Antonieta hay una explosión de luz, de color y de belleza en los decorados, los trajes, los peinados y el maquillaje que convierten la película en una continua exclamación de admiración y sorpresa por parte de los espectadores. Sí, en parte se hace un retrato más o menos fiel de la adaptación de la reina a su entorno francés, y de su pasión absorbente por el juego, nada más descubrirlo, entre otras aficiones a las que su propio esposo, más amante de la caza que de su esposa, parece invitarla. Se echa de menos una versión más compleja de la protagonista, pero esta suerte de Lost in Translation  de la niña austriaca en la corte francesa, tiene sus propios alicientes, aunque menores, por supuesto.

        

2 comentarios:

  1. ¡Qué alegría es pasar por aquí y asistir a tus doctas reflexiones cinematográficas! Un abrazo.

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    1. La vida da para lo que da... De momento, hacer estas críticas tienen algo de "consolador"... Si encima son bien recibidas, la clásica miel sobre las hojuelas (en cuyo tiempo ritual entramos...). Gracias, Francisco.

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