miércoles, 15 de marzo de 2023

«Semilla de maldad», de Richard Brooks, el origen…

Las escuelas conflictivas y los profesores redentores…

Título original:  The Blackboard Jungle

Año: 1955

Duración: 101 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Richard Brooks

Guion: Richard Brooks. Novela: Evan Hunter

Música: Scott Bradley, Charles Wolcott

Fotografía: Russell Harlan (B&W)

Reparto: Glenn Ford; Sidney Poitier; Anne Francis; Vic Morrow; Louis Calhern; Richard Kiley; Margaret Hayes, Paul Mazursky.

 

         En mi adolescencia vi Rebelión en las aulas, de James Clavell, pero en modo alguno marcó mi futuro destino como profesor de Secundaria; por aquel entonces ni siquiera debía de conocer la palabra sino…, y menos aún interesarme por él; pero me dejó impactado el gancho en la boca del estómago con que Poitier redujo a su agresivo estudiante en el gimnasio. Luego vinieron otras películas sobre profesores, Adiós, Mr. Chips, de Sam Wood, entre ellas y, cuando ya era profesor, alguna tan irritante como El club de los poetas muertos, de Peter Weir, por ejemplo, o la fantástica Los mejores años de Miss Brodie, de Ronald Neame. Incluso Sidney Lumet se metió en el subgénero y dirigió Perversión en las aulas, pero ya en 1972, y recién vista y criticada.

         Estamos, pues, ante un subgénero de películas que tienen a los profesores como protagonistas, y en él destacan obras maestras como Esta tierra es mía, de Jean Renoir, por ejemplo, rodada con posterioridad a esta de Richard Brooks, y obras tan recientes como desafiantes: La academia de las musas, de José Luis Guerín, un cine con decidida vocación minoritaria, desde luego; Whiplash, de Damien Chazelle, con métodos didácticos muy particulares…, y Una razón brillante, de Yvan Attal, elocuente y entretenida, por referirme a las que yo he visto y criticado en este Ojo.

La película de Brooks estuvo a punto de prohibirla, la censura,  en Inglaterra. Los productores añadieron para otros países la «justificación» previa con la expresión inequívoca de su confianza en el sistema educativo. En el capítulo de las curiosidades, del anecdotario, cabe reseñar las apariciones de tres «jóvenes», luego personajes muy destacados: Sideny Poitier, en su ya sexta película, Vic Morrow, debutante, y Paul Mazursky, en su segunda película. Y mayor aún la de hacer pasar por teenagers a tres tiarrones de 28, 27 y 25, respectivamente, pero eso cae ya del lado de nuestra credibilidad, sostenida en la verosimilitud de los hechos narrados y las actuaciones de los tres «angelitos».

Pero si hay alguna curiosidad fundamental, ella es que una secuela de esta película, Rebelión en las aulas, catapultó a Poitier a la fama universal, sobre todo porque ese mismo año rodó otros dos exitazos: En el calor de la noche, de Norman Jewison y Adivina quién viene a cenar esta noche, de Stanley Kramer. Del mismo modo que en esta de Brooks Sidney Poitier es el único alumno negro en el Instituto; en Rebelión en las aulas es el único profesor negro y para una clase enteramente de alumnos blancos.

Glenn Ford, a punto de su cuarentena, es el profesor que, tras su dedicación militar, quiere buscarse la vida en esa profesión. Llega a un instituto de barrio conflictivo en el que los talluditos alumnos tienen más de delincuentes organizados que de jóvenes deseosos de aprender lo que sea. Hubo muchas películas en los años 50 que se filmaron expresamente para alertar a la sociedad del peligro de la delincuencia juvenil, con o sin profesores de por medio, lo cual casi las convierte en «películas de tesis» que no escamotean, sin embargo, las tensas situaciones a las que los profesores han de enfrentarse para «domar» a un alumnado tan conflictivo. A algunos espectadores de 2023 puede parecerles exagerado la aparición de una navaja en una clase y su uso contra un profesor, pero compañera he tenido yo a quien se la sacaron en un instituto en El Prat de Llobregat, sin ir más lejos. Años después, en el Emperador Carles, de BCN, alumnos he tenido yo mismo que, con 14 años, confesaban ser chaperos, miembros de bandas violentas o alumnas que se dedicaban a pintarse en clase (¡Pero si yo no te molesto, profe…!), o sea, que cualquier exageración que se pretenda ver en la pantalla no se aleja del realismo más estricto y objetivo.

El tormentoso paso del profesor por ese instituto en que algunos alumnos le hacen la vida imposible, llevándolo al punto de querer abandonar (Yeah, I've been beaten up, but I'm not beaten. I'm not beaten, and I'm not quittin’, dice Richard Dadier, el profesor, tras haber sufrido una agresión física en un callejón, tras tomar unas copas con otro profesor con quien hay una escena terrible en la película), algo que su mujer, embarazada, le pide insistentemente que haga, para buscar un sitio más tranquilo. El amor propio del profesor (¡ese pecado vanidoso que tanto puede sobre nosotros!) se arma de argumentos para buscar el «método» que le permita acercase a ellos, para que lo vean como una ayuda en su vida, no como una autoridad punitiva… Es decir, lo esencial de una carrera docente: desarrollar métodos efectivos `y persuasivos para atraer a los díscolos discentes al amor de la sabiduría. Para ello es bien cierto que el personaje despliega una estrategia psicológica, más que lectiva, lo que vendría a abonar el terreno, en nuestros días, de la tan traída y llevada «educación emocional», el mindfulness, el uso de la respiración como terapia, etc.

En la medida en que la delincuencia juvenil que se describe en la película supone una violencia explícita, y Vic Morrow hace un papelazo de joven rebelde y canalla que, por esas artes psicológicas que ha desplegado el profesor Dadier, se va quedando sin apoyos de sus compañeros, hasta que, finalmente, es «reducido» y sancionado, la tensión dramática está presente de forma permanente, porque es a todo el claustro de profesores al que afecta el tener ese tipo de alumnos, y la película también describe los diferentes abordajes a la problemática de la educación en función de la ingenuidad o el cinismo de sus componentes. De todos modos, la tajante declaración del Director, de que en «su» escuela no hay ningún problema de disciplina, hecha cuando el recién contratado profesor le pregunta al respecto, nos muestra a la perfección una posición, más frecuente de lo que nos gustaría, de las autoridades académicas que no quieren reconocer los verdaderos problemas que se producen en el día a día de las escuelas y los alumnos, tal y como lo leemos habitualmente en la prensa: abusos, suicidios, violencia física y psicológica, violaciones…, un panorama que, como vemos en Semilla de maldad ni son de ayer ni de hoy, sino, acaso, de siempre…, mutatis mutandis.

No hay comentarios:

Publicar un comentario