Entre la aventura de espionaje, la guerra y la responsabilidad científica, pero, al cabo, y sobre todo, «una de Lang»…
Título original: Cloak and Dagger
Año: 1946
Duración: 106 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Fritz Lang
Guion: Ring Lardner Jr., Albert Maltz. Historia: Boris Ingster, John
Larkin. Libro: Alastair MacBain, Corey
Ford
Reparto: Gary Cooper; Robert Alda; Lilli Palmer; Vladimir Sokoloff; J.
Edward Bromberg;
Marjorie Hoshelle; Ludwig Stössel; Helen Thimig; Dan Seymour; Marc
Lawrence; James Flavin; Patrick O'Moore; Charles Marsh.
Música: Max Steiner
Fotografía: Sol Polito
(B&W).
Fritz Lang es
uno de los grandísimos directores de la Historia del Cine y no necesita ni
presentación ni elogios que convenzan a los espectadores: es un hecho, sin más.
De ahí que no se pueda considerar su ciclo de películas antinazis como cine de
propaganda, sino como la expresión de una íntima convicción democrática, porque
no hemos de olvidar que huyó a Usamérica tras romper su matrimonio con la
guionista de éxito Thea von Harbou, quien incluso acabó perteneciendo al propio
Partido Nazi. Imagino que el hecho de aceptar dirigir tramas que implicaba un
posicionamiento antinazi, siendo él un vienés del poderoso ámbito cultural germanohablante,
debía de parecerle de «obligado cumplimiento», pero no por ello menos «deseoso»,
fundamentalmente porque cierta veta del cine de acción y suspense forma parte
de su propia tradición. Ahí están sus dos hermosas y magníficas películas al
final de su carrera, El tigre de Esnapur y La tumba india, sobre
textos de su exmujer, por cierto, para demostrarlo.
Gary Cooper,
que interpreta a un científico que trabaja en el Proyecto Manhattan de creación
de la bomba atómica, es «reclutado» por los servicios de inteligencia para
intentar evitar que dos científicos europeos reconocidísimos trabajen para los
nazis en esa dirección destructora, con
lo que ello supondría para el devenir de la humanidad. Es curiosa la paradoja
de estos tiempos trumpianos: en aquel momento se reclutaba a los mejores
científicos para favorecer el desarrollo usamericano, mientras que hoy muchos
de ellos se plantean irse a trabajar fuera de Usamérica, como si el «mal» hubiera
cambiado de continente…
El caso es que
la película de Lang sigue fielmente el esquema del agente secreto improvisado
que ha de cumplir una misión para la que, en principio, no se le considera lo
suficientemente competente, o preparado. Desde que desembarca en las costas de
Italia —déjenme los espectadores que les chafe la ilusión que con tanta
habilidad, ¡y mérito!, es capaz de crear el cine: todos los exteriores son
creación de estudio, porque la película se rodó íntegramente en Usamérica—, una
hermosa escena nocturna, el protagonista irá dando tumbos hasta que, tras
contactar con la primera científica que, asustada, se ha refugiado en Suiza, esta
es secuestrada de la noche a la mañana. Tras haber averiguado donde está
retenida, el rescate fracasa, y la científica es asesinada. No les queda,
entonces, sino tratar de contactar con el científico italiano que, por temor de
lo que le pueda pasar a él mismo, ha decidido trabajar para los nazis en la
búsqueda de esa bomba que confiera poco menos que el poder absoluto a quien lo
poseyera, o poco menos, porque los espectadores que veían la película sabían
perfectamente cuáles eran los efectos destructores de esas bombas, pues ya habían
sido lanzadas las de Hiroshima y Nagasaki.
La presencia en las filas de la resistencia italiana de una partisana tan enérgica como eficaz y hermosa, interpretada con mucha convicción por Lili Palmer, introduce la variante del desencuentro y paulatina aproximación entre los protagonistas, que culminan una historia de amor con una despedida acaso muy influida por Casablanca, de Curtiz, rodada en 1942. El científico usamericano, a quien se debe una proclama sobre la necesidad de la libertad para el ejercicio de la ciencia en provecho de la humanidad, ha de refugiarse en el piso de la partisana, y al buen espectador no le pasará por alto que una de las paredes cuelga un cuadro de Käthe Kollwitz que fue usado para una campaña de recogida de dinero para los niños en 1930 en Alemania, antes de que Hitler llegara al poder. No cuesta trabajo imaginar lo que poner ese grabado en la pared del piso de la partisana supuso para el director, quien, como residente del Berlín anterior a la llegada de Hitler conocía a la perfección la obra de profundo sentido social de la pintora.
A pesar de
cierta deriva tópica en la situación creada, he de confesar que la realización
de Lang siempre es capaz de crear atmósferas y planos muy poderosos
cinematográficamente, y solo hemos de atender a esos encuadres en los que el
reflejo en un espejo permite mantener a los dos protagonistas en el plano, el
recurso de la cerilla que ilumina, de repente, como creada de la nada, la
figura provocativa y desafiante de Lili Palmer, los ojos del gato en un plano
negro o la estupenda lucha entre el científico y un nazi, de forma sorda en un
portal mientras, fuera de plano, una banda recorre las calles pidiendo una
ayuda, algo que debe de ser recuerdo de los mismos trovadores que, tras la
Primera Guerra Mundial, recorrían los patios de las calles cantando sus
canciones populares para poder sobrevivir en un país sin fondos, sin trabajo y
sin bienes con que subvenir a las muchas necesidades de amplísimas capas de población.
La lucha, tan silenciosa como emocionante y a cara de perro supone una especie
de bautismo de guerra del científico que acaba conociendo en carne propia lo
que supone luchar por sobrevivir frente a quien está dispuesto a acabar contigo
sin el menor escrúpulo. Todo eso lo traduce en sus gestos, sus riadas y sus
palabras un actor que, aquí, se mueve como pez en el agua en un papel que le
viene como un guante, porque a su condición científica añade una capacidad
defensiva que se va incrementando a lo largo de la película.
Particularmente,
me ha llamado la atención, cuando la pareja protagonista ha de cambiar de residencia
para evitar ser detectados por los nazis, que se refugien en la caseta central
de un tiovivo. Me ha recordado otra película, pero no logro dar con el título. En todo caso, lo
que sí he descubierto, al poco de iniciada la película, que ya la había visto
hace muchos años y me alegro, porque se deja ver como la primera vez, lo cual
es el mejor elogio que de ella puede hacerse. Al buen cine no le pasan los años
por encima sino para mejorarlo…