La vida sórdida en la cuesta abajo de la vida…
Título original: Come Back, Little Sheba
Año: 1952
Duración: 92 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Daniel Mann
Guion: Ketti Frings. Obra: William Inge
Reparto: Burt Lancaster; Shirley
Booth; Terry Moore; Richard Jaeckel; Philip Ober; Edwin Max; Lisa Golm; Walter
Kelley.
Música: Franz Waxman
Fotografía: James Wong Howe
(B&W).
El cine es, a
efectos artísticos, omnívoro: consume cualquier contenido, adapte la forma que
adapte, desde una canción o un artículo o noticia periodísticos hasta otra
película, una ópera o una representación teatral. El teatro lo ha abastecido
durante mucho tiempo, sobre todo en Usamérica, donde no se concebía que un
éxito de Broadway no acabara teniendo su versión cinematográfica. Es el caso de
esta triste película, un punto sórdida y excelentemente ambientada e
interpretada. De su autor, William Inge, se han hecho dos adaptaciones que han
de entenderse como obras mayores: Picnic y Bus Stop, ambas de
Joshua Logan, con cuatro intérpretes en estado de gracia: William Holden. Kim Novak, Marilyn Monroe y Don Murray.
Se dice que, a
pesar de la diferencia de edad, que tanto afecta a la verosimilitud de la
historia, Burt Lancaster peleó por que le adjudicaran el papel de esposo
alcohólico que lleva un año sin beber y que, tras la llegada a su casa de una
joven que busca piso para asistir a la universidad, inicia una deriva del
desengaño, la decepción y la desolación que alimenta una situación imposible,
patética y muy dolorosa, tanto para él mismo como para la auténtica intérprete
de la película: la mujer, Lola, con quien se casó muy joven, tras dejarla
embarazada, aunque luego perdieran la criatura. Los espectadores intuyen que no
fue, precisamente, una decisión libre, la de casarse, de ahí que Doc no solo
arrastre ese pasado, sino que también lo sufra hasta la perdida total de la
ilusión y la esperanza, y de ahí ese pasado alcohólico sobre el que no se nos dan demasiadas explicaciones.
La película se abre con la llegada de la joven a la casa, la exploración de la misma y su decisión de quedarse con la habitación, pero la de la planta baja. Es Lola quien le enseña a casa; pero es Doc quien la acepta y le coge el dinero del anticipo, ante su sorpresa. La posterior vida de amistad y coqueteo de la joven, desde el punto de vista puritano de Doc, afectará notablemente a su comportamiento no solo para con la joven, sino también para con su esposa. El otro episodio inicial que nos avisa de por dónde pueden ir los tiros es la celebración, en Alcohólicos Anónimos, de su primer año entero sin probar una gota de alcohol, aunque en la casa del matrimonio haya siempre una botella en un armario de la cocina, para afianzar el compromiso con su lucha para erradicar la drogadicción; algo que, sin embargo, nos inquieta, como viejos zorros de la narrativa.
Doc, y de ahí
el apodo con que se refiere a él la esposa, es quiropráctico, y se nos dice que
ha conseguido recuperar la clientela que perdió cuando se sumergió en la densa
niebla de la adicción. Todo parece fluir normalmente, pero cuando vamos
conociendo la relación que mantienen ambos esposos, de total frialdad y
distanciamiento, como si Doc le reprochara constantemente su radical
infelicidad presente a la mujer que cedió, en la juventud, a sus requerimientos
sexuales, se nos va ensombreciendo la historia hasta unos niveles que se ven
acrecentados por lo que parece un trastorno mental de la mujer, dado su
comportamiento, el modo infantiloide como trata a su marido, su incapacidad
para levantarse de la cama y arreglar la casa, su indumentaria desaliñada, su
ausencia de la más mínima preocupación por realzar la mucha o poca belleza que
le queda… Estamos en presencia, pues, de dos supervivientes en una relación
insatisfactoria que les ha pasado la más gravosa de las facturas.
El modo como
ambos esposos contemplan los coqueteos de su inquilina con un joven deportista
de la universidad, y la escena en que lo pinta en pantalones cortos y camiseta
de tirantes es uno de los grandes momentos de la película, determina la evolución
de la trama hacia una tensión suscitada por ella, del mismo modo que su fallida
estancia nocturna en la casa la vive Doc como un fracaso que le hace rememorar
el suyo de juventud y le anima, para salir de la tensión, a refugiarse de nuevo
en la bebida. La mezcla de solicitud, admiración y complicidad con que la mujer
vive esos escarceos venatorios de la joven, lo que
la lleva a revivir su juventud como el gran momento de su vida, deshecho tras
la perdida, los revive Doc como una imposible relación con la joven, dado que es
algo que salta a la vista la gran diferencia de edad entre ambos esposos.
Tras la
terrible recaída de Doc, hay otra escena crucial en la película: una mujer de
más de cincuenta años que llama a su casa para saber si sus padres, dado que no
sabe cómo evolucionará el estado de su marido, pueden acogerla en ella. La respuesta
es un no rotundo. A pesar de la inhumanidad aparente de la decisión, se nos
dice que fue el padre quien echó de casa a la hija tras quedarse embarazada y,
por otro lado, cuando los hijos dejan la casa familiar, se entiende que es para
ya no volver, algo que en Europa, ¡y más aún en España!, nos parece inconcebible.
Esa escena telefónica le rompe el alma a cualquiera. Y en ella la actriz, Shirley
Booth, eximia actriz de teatro, y con solo cuatro películas en su haber, tiene muchísimo
que ver, porque es a través de ella que vemos cuanto la rodea y cómo sabe ella
tratar de sobrevivir en ese declive emocional que es la frágil relación con su
esposo, a quien siempre teme perder, como perdió a su perrita, Sheba, por la
que no deja de preguntar durante toda la película, hasta el final.
Esta adaptación al cine supuso el debut de Daniel Mann, un director irregular, pero curioso, con filmes en su haber como La rosa tatuada, acaso más logrado que esta, y con una película que me metió el miedo en el cuerpo hasta donde no está escrito: La revolución de las ratas, que vi en un cine de la Gran Vía de Madrid, al poco de ser estrenada, allá por mis quince años...
El prodigio
narrativo de la película, que apenas rueda en exteriores, porque todo o casi
todo ocurre en los pocos espacios de la casa, ¡hasta el cartero es invitado a
entrar, aunque no tenga correspondencia para ella!, y sale de la casa, prometiéndole a Lola que le escribirá él mismo para tener un pretexto para volver a visitarla,
aunque se sienta incómodo, en parte, por la excesiva obsequiosidad de la mujer.
La película,
de 1952, sugiere ya un cambio de comportamiento en la juventud que se opone a
la rigidez puritana de las generaciones anteriores, y ahí la joven Terry Moore juega
un papel extraordinario, lleno de naturalidad y encanto, lo mismo que Richard
Jaeckel, cuya muerte en Casta invencible, de Paul Newman es de las que
no se olvidan…