La proyección social de lo íntimo: una vieja comedia de los 80.
Título original: Volveréis
Año: 2024
Duración: 114 min.
País: España
Dirección: Jonás Trueba
Guion: Jonás Trueba, Itsaso
Arana, Vito Sanz
Reparto: Itsaso Arana; Vito
Sanz; Fernando Trueba; Jon Viar; Andrés Gertrudix; Ana Risueño; Francesco
Carril; Isabelle Stoffel; Sigfrid Monleón.
Música: Iman Amar, Ana
Valladares, Guillermo Briales
Fotografía: Santiago Racaj.
Ignoro cuándo nació
la alergia al cine español como una reacción extendida entre los espectadores españoles,
pero es bien cierto que para muchos es una veta despreciable de la amplia mina
de la producción cinematográfica mundial. Sé que ello afecta, sobre todo, a
espectadores muy aficionados a los superhéroes, a las películas de supuesta
acción trepidante y, en general, a cualquier artefacto que signifique una «distracción»,
como si el cine fuera algo así como el rincón del olvidar, gracias a las cien
mil imágenes por segundo que parecen sucederse en esas sesiones.
Primera
película que veo del benjamín de los Trueba, y me pilla el final con
sentimientos encontrados. Veo cierta naturalidad en su estupendo arranque, como
si estuviera viendo películas de los 80, no sé, Tigres de papel, La
línea del cielo, ambas de Colomo, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del
montón, de Almodóvar y Ópera prima, de Fernando Trueba, y, al mismo
tiempo, percibo que la anécdota que da pie a la película apenas da para un
mediometraje bien llevado. Se alarga en exceso, y eso supone una carga onerosa
para el espectador, que no sale de esa «repetición» tan sutilmente detectada por
el padre de la protagonista al sugerirle la lectura de La repetición, de
Kierkegaard a su hija: «Es mejor celebrar las separaciones que las uniones», es,
al parecer, un motto del padre, aunque él no lo recuerde o, ante la revelación separación
real de su hija, medio se avergüence de que haya sido así.
El caso es que, siguiendo tal consejo, un
par de cineastas llega a la conclusión de que se ha agotado su vida en común y
que deberían oficializarlo ante su círculo familiar y de amistades con la
celebración de una gran fiesta en la que se anuncie dicha separación. Toda su
vida, además de acabar el montaje de una película que ha realizado ella, gira
desde ese momento en torno a la fiesta y a la labor de pasmar a cuantos reciben
la noticia como si se estuvieran quedando con ellos o haciéndolos objeto de una
broma desconsiderada.
Los diferentes encuentros, presenciales o telefónicos,
como el de la madre de él, que se echa a llorar y ha de ser calmada por su
nuera, trata de darle carta de naturaleza a la extravagancia de la que parte la
historia, lo que va creando una red de relaciones generacionales que solo en
contadas ocasiones se aparta de esa cuarentena
escasa en la que se incluyen los personajes del relato. La película pasa
por esas vidas con cierto aire de espontaneidad que solo advierto romperse en el
visionado privado de lo que puede ser el montaje definitivo de la película que
ella rueda, que no es otra que lo que ella y su pareja están viviendo. Abierto
el turno de las críticas, lo mejor de la película es, sin duda, la intervención
del crítico, interpretado por Jon Viar, cuando habla del carácter circular (esto
es, umbilical) de la novela y su escasa capacidad para «fluir», para
convertirse en una travesía en que se habla de la existencia. Se escoge un
momento, el de la ruptura y la consiguiente fiesta de celebración, y de ahí no
salimos. Variante no deseada de El día de la marmota, de Harold Ramis,
la película aspira a referencias de otro orden, como la Nouvelle Vague o la
sorprendente (por no decir irreverente…) aparición de un Tarot cuyas cartas son
planos de las películas de Bergman. Dispuestas en tres montones, pasado,
presente y futuro, habrían de permitir a quien las eche conocer esa línea
existencial que tales planos perfilan… Como chascarrillo tiene un pase, pero entre
cuarentones, por cinéfilos que sean…
Esos desniveles se compensan por la excelente
actuación de Vito Sanz, coguionista, como Itsaso Arana, lo que da pie a pensar
en que la técnica de la improvisación habrá nutrido las páginas del guion,
quien comienza algo inseguro, pero no tarda en conseguir un dominio del
personaje que, como le pasa a ella, Itsaso Arana, se debatirá constantemente
entre la aceptación del presente y la idealización del pasado, de tal manera
que, en el desenlace, no puede estar muy seguro el espectador de qué están
celebrando, si la separación o la renovación de su unión, como es tradicional
en algunas parejas que celebran la reiteración (la «repetición» que no existe,
al decir de Kierkegaard) de sus votos matrimoniales, fiestorro incluido.
Lo llamativo del estancamiento de la
película es que solo admite un flujo que aparece y desaparece de forma guadianesca:
la inseguridad que se apodera de ambos a medida que se acerca la fecha de la
celebración, y que los lleva incluso a suspenderla, a tal grado de inseguridad
en la decisión inicial llega el hecho de comunicarles a los demás el hecho y
organizar la fiesta correspondiente, en la que ambas partes de la pareja
aparecen vestidos tan elegantemente que inducen a confusión. No estamos aquí ante
algo tan ridículo fílmicamente como aquella boda consigo misma de Candela Peña
en La boda de Rosa, de Icíar Bollaín, pero se roza.
La película, rodada en Madrid, sí que
aprovecha el ejemplo neoyorquino de Woody Allen (la imitación del cual se
percibe como un eco atenuado) y consigue auténticos planos espectaculares de la
ciudad, del mismo modo que resulta muy «auténtica» la vida comunitaria en la
finca en que viven los protagonistas.
Podría, de no haberse empecinado en la
circularidad que denunciaba el crítico dentro de la película, haber construido
una interesante reflexión sobre las postrimerías del amor, pero la «sublime
decisión» opaca el desarrollo de ambos protagonistas y las razones, seguro que
interesantes, de su desamor, sobre el que seguimos tan ayunos cuando acaba la película
que cuando empieza… Los mimbres están, quién lo duda, y hasta la breve intervención
de Fernando Trueba tiene un aire a lo Fernando Fernán Gómez que resulta muy
convincente. Aguardo la próxima con
interés.