viernes, 25 de julio de 2025

«8», de Julio Medem, o las vidas cruzadas.

Un apretado repaso a nuestra historia, sus demonios, sus azares y sus amores.

 

Título original: 8

Año: 2025

Duración: 126 min.

País: España

Dirección: Julio Medem

Guion: Julio Medem

Reparto: Ana Rujas; Javier Rey; Álvaro Morte; Tamar Novas; Loreto Mauleón; Carla Díaz;

María Isasi; Mateo Medina; Oriol Riera; Asier Burguete; Andoni Agirregomezkorta; Kandido Uranga; Javier Morgade; Asier Hernández; Irene Aragón; Jordi Catalán; Jacobo Girón; Gabriel Álvarez; Eduardo Arregui; Sophia Garitano; Sergio M Villar; Asier Tartás.

Música: Lucas Vidal

Fotografía: Rafael Reparaz.

 

          Oí hablar de 8 en la televisión, no recuerdo si durante el rodaje o al acabar este. Después esperé en vano el estreno, porque, de haberlo, me pasó desapercibido, y la película, al parecer, no duró mucho en cartelera. A posteriori me llegan noticias de una fría recepción por parte del público y una tristísima recaudación que, imagino, no cubrirá ni un 20% del presupuesto total. Y vista en Movistar+ la verdad es que, sin ser una maravilla, está muy por encima, en calidad, de tantísimos estrenos que, dicho sea de paso, tampoco duran mucho en los cines.

          La película de Medem es ambiciosa, porque recrea la vida de España desde el 14 de abril del 31, a través del nacimiento de dos seres a los que el azar de la vida, un poco a la manera de las Vidas cruzadas de Robert Altman, irá uniendo y alejando, todo ello en el marco del desarrollo de la sociedad española, quizás «demasiado» al estilo de Cuéntame, la serie de televisión de  Miguel Ángel Bernardeau. Ese afán documental de la evolución de la vida española desde aquella fecha mítica de la izquierda, ¡nada menos que el advenimiento de la Segunda República!, y que tan desoladoramente acabó. La película, al menos, mantiene una cierta objetividad al respecto, porque los dos seres que nacen en esa fecha tienen dos padres que militan en cada uno de los bandos enfrentados en la Guerra Civil. Esa época, perfectamente recreada en la puesta en escena y en el trajín de los dos partos, permite intuir, en parte, y conociendo alguna película del autor, como Los amantes del círculo polar, con aquellos protagonistas palindromáticos: Otto y Ana, algo del desarrollo posterior, en el que el azar dictará no pocos de los acontecimientos que veremos en pantalla. El hecho de que los encuentros fortuitos de los protagonistas vayan seguidos de elipsis muy intensas, en las que la vida de cada uno de ellos por separado pierde relieve dramático y no colabora en el desarrollo narrativo, porque, en algunas ocasiones, dichos encuentros recurren a un pretexto muy forzado e incluso, la muerte del hijo extramatrimonial de ambos, al melodrama más riguroso, no exento, además, de una repentina «irrupción» del catalán metido con calzador y sin previa ni posterior explicación. Ese es el peligro de la ambición: buscar episodios con mucha carga simbólica para tratar de hacernos llegar realidades que no admiten reducciones narrativas tan tremendas. Lo mismo sucede con algunos momentos de la vida de los personajes, como los que preceden a la separación de la protagonista de un marido que representa el antiguo régimen. Cuando entra en plano la protagonista parece que se está preparando para una escena erótica, pero lo hace, sin embargo, para ir a la iglesia. Que se haya refugiado en el alcohol y que luego tenga una aventura, con la consecuencia del segundo hijo del matrimonio que no es del padre, como el primero, nos lleva directamente a una discusión, porque estamos en los comienzos de la Transición democrática, sobre la independencia de la mujer frente a esa clase de hombres y la decisión de divorciarse, aunque la ley que lo permitía tendría que esperar hasta 1981.

          Los personajes, con ciertos reparos, no están mal dibujados, y permite cierta empatía del espectador con algunos episodios de sus vidas. En la medida en que esos protagonistas representan la generación que permite la reconciliación del llamado Régimen del 78, la película es políticamente muy atrevida, e incluso me atrevería a decir que políticamente incorrecta, dado el ejercicio de polarización interesada y apuesta por el guerracivilismo que nos ha traído el último gobierno del más que rarísimo frente popular que va desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha nacionalista, aquellos extraños compañeros de cama política de los que hablaba Carrillo. Pero frente a esa visión política, la película opta por la vía psicológica y sentimental, dado que la unión de quienes nacieron el mismo día en casas tan diferentes implica una apuesta por el valor metafórico de esa unión.

          La producción de la película, barajando tantas épocas, ha supuesto un brillante ejercicio de puesta en escena, de selección de exteriores, interiores perfectamente adecuados a cada época y del vestuario. Como el marco temporal es tan extenso, ha de destacarse la labor de maquillaje, si no se han utilizado los recursos digitales en sentido inverso de como se usaron en El irlandés, de Scorsese. Y es en esa fase última de la relación de los personajes cuando la película alcanza los momentos más emotivos, aunque tampoco se han de perder de vista las ejecuciones de los dos padres de los protagonistas, por supuesto. El final, por otro lado, me parece muy conseguido y logra poner un broche final al largo proceso vital de los personajes. Sentimos con ellos el peso del paso del tiempo y el vínculo tan especial que se genera en las parejas de mucha edad, las que llegan juntas hasta los noventa años e incluso más allá.

          Teniendo en cuenta el éxito televisivo de Cuéntame, no acabo de entender que una película como 8 no haya gozado del favor del público, porque no solo hace un idéntico recorrido, pero más sintético, sino que las interpretaciones rayan a gran altura. Salvo Álvaro Morte, que tiene un papel breve, pero magníficamente desempeñado, los protagonistas —soy poco aficionado a las series—, me eran totalmente desconocidos, lo que ha contribuido lo suyo a aceptar la verosimilitud de sus interpretaciones, salvo algunas escenas, como ya he indicado, algo forzadas, aunque, incluso en esas, la dirección de Medem lograba salir airosa, con planos como el del padre del hijo muerto entre él y la madre sedada, arrodillado, de enorme valor plástico. En conjunto ya digo, me parece una película digna de ser vista, una muestra de cine español muy por encima de muchísimos estrenos usamericanos tan llenos de acción como carentes del más mínimo interés humano.

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