Título original: Experiment
Perilous
Año: 1944
Duración: 91 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Jacques Tourneur
Guion: Warren Duff. Novela:
Margaret Carpenter
Reparto: Hedy Lamarr: George Brent; Paul Lukas; Albert Dekker; Carl
Esmond; Olive Blakeney; George N. Neise; Margaret Wycherly; Stephanie Bachelor;
Mary Servoss; Julia Dean; William Post Jr.
Música: Roy Webb
Fotografía: Tony Gaudio
(B&W).
Año: 1951
Duración: 86 min.
País: Reino Unido
Dirección: Jacques Tourneur
Guion: Philip
MacDonald
Reparto: Ray Milland; Patricia Roc; Marius
Goring; Hugh Sinclair; Naunton Wayne: Edward Rigby; Marjorie Fielding; John
Bailey; Colin Gordon; Dora Bryan; David Hutcheson; Michael Brennan; Philip Dale;
Archie Duncan.
Música: Robert Farnon
Fotografía: Oswald Morris, Gilbert Taylor (B&W).
Dos muestras serenas
de un cineasta singular: Jacques Tourneur. De la siniestra «luz de gas» a la investigación
sobre la inexplicable muerte de un hermano alistado en el ejército británico.
He aquí dos películas poco conocidas y
aún menos vistas en las programaciones de cine de las cadenas televisivas,
porque todo lo que se aparte de los grandes títulos o de los casi estrenos que
saltan enseguida a las plataformas como Netflix, Movistar+, Disney, etc, ni
siquiera existe para el espectador, dado el lento declive, por no decir agonía,
de la contemplación del cine en las viejas salas sobre las que, además de la
nostalgia personal de cada cual, el propio cine ya ha entrado con no pocas
películas, como El imperio de la luz, de Sam Mendes, por ejemplo. No
excluyo, sin embargo, que esas mismas salas vuelvan a resurgir y a atraer a los
millones de espectadores que solo veíamos el cine en ellas. Ignoro con qué tipo
de películas sucedería tal cosa, esa es la gran cuestión. Puestos a imaginar,
se me ocurre que nuevas generaciones de cinéfilos podrían reclamar la existencia
de salas donde ver el cine que jamás han visto, ni en ellas ni en las pantallas
caseras, porque hay todo un mundo de películas poderosas, magníficas, que
esperan ser descubiertas.
Jacques Tourneur es considerado un
padre del cine fantástico por obras como La mujer pantera, Yo anduve
con un zombie o El hombre leopardo, pero también un maestro del cine
negro por Retorno al pasado, una de las cumbres del género. Sin embargo,
su buen hacer le permitió abordar otros géneros con no menor arte y eficacia. Noche
en el alma y Círculo peligroso (solo estrenada en España en televisión)
son dos excelentes muestras de un cine de extraordinaria calidad por el que el
tiempo pasa como pasa por los vinos y otras realidades, las personas o los
árboles, sin ir más lejos.
Noche en el alma es un intento
de la RKO de competir con Luz que agoniza, el remake de George Cukor de la
película británica Luz de gas, de Thorold Dickinson, rodada cuatro años
antes, y que dio nombre a la siniestra técnica conyugal de hacer creer a todo
el mundo que la propia esposa está loca y, en consecuencia, ha de ser internada
en un manicomio o apartada del mundo. Si por el medio hay una gran diferencia
de edad y la existencia de un hijo del que el padre quiere tener la posesión
exclusiva, están servidos los ingredientes para servir al publico un melodrama
enmarcado en una película gótica, y a ese fin contribuyen, desde luego, los
magníficos decorados de la gran mansión en la que vive el matrimonio, una de
las poderosas familias de la vieja ciudad de Nueva York, en cuyos salones se da
cita lo más destacado de esa sociedad que comienza a abrirse a la modernidad.
La película se abre con la extraña
relación que se inicia en un vagón de tren entre la hermana del marido protagonista de la historia y un
doctor que regresa a casa. Digamos que en las medias palabras de la vieja,
durante la comida que ambos comparten en el tren, se siembran tantas intrigas misteriosas
que nos consume el interés por saber cómo van a resolverse, máxime cuando el
doctor, a los dos días de haber llegado se entera por la prensa de la muerte de
la anciana mujer a quien conoció en el tren. La mujer había salido de una
institución mental, donde había permanecido algunos años, y volvía con cierto
temor y rechazando la posibilidad de hospedarse en la casa familiar, aunque
ella había sido quien, de niños, tras la muerte de los padres, había cuidado de
su hermano y, cuando este se casó, se
había encargado de su cuñada. Todo ello, le revela al desconocido, la verdadera
historia de la familia Bederaux, la ha escrito en un diario que por nada del
mundo puede ser leído por su hermano. El azar, que escribe a nuestra espalda
nuestro destino, quiere que se produzca un intercambio de maletas entre el
doctor y la vieja señora, lo que le permite al doctor leer ciertas revelaciones
sobre el señor Bederaux y su familia que lo inducen a buscar a alguien que lo
introduzca en alguna de las reuniones sociales en las que la mujer de Bederaux,
Allida, hermosa más allá de lo imaginable —y ahí está la inteligentísima Hedy
Lamarr para dar la mayor de las verosimilitudes a ese extremo del guion—, ocupa
un lugar de honor: el de una diosa a la que todos los hombres rinden veneración,
con el consentimiento cómplice del marido. Antes de conocerla personalmente, y
por sugerencia del amigo artista que lo va a introducir en la casa, el doctor
ha ido a un museo donde se exhibe el imponente retrato de la dama, pero la
impresión que e produce queda en nada cuando le presentan a Allida en persona y
ha de tratar de ocultar la profunda conmoción que experimenta, algo que al
intérprete del doctor Bailey, George
Brent, no le cuesta nada, dada su inexpresividad habitual. La trama comienza a
complicarse cuando el marido requiere sus servicios profesionales para tratar
de establecer un diagnóstico sobre el preocupante y desconcertante comportamiento
de su mujer. Y más se complica cuando Nick Bederaux le da pleno acceso a ella y
poco menos que la empuja a sus brazos… profesionales…; pero que la belleza se
impone sobre el conocimiento no es algo que le pille a los espectadores de
nuevo, ¿o me equivoco?
La desaparición definitiva de un
admirador de Allida, un poeta sin oficio ni beneficio que vive dedicado a
amarla y a exigirle que renuncie a su matrimonio y una su destino con el suyo,
es una señal elocuente de lo que a él mismo le puede pasar cuando comience a
insinuarle a Allida que ha de abandonar a su marido, algo a lo que no se
prestará mientras Nick tenga poco menos que secuestrado al hijo de ambos.
Como se advierte, la historia gira al
género del thriller, porque el psicópata que nos fue presentado por la hermana
en el tren con medias palabras, se las calza enteras en el último tercio de la
película y está dispuesto incluso al asesinato para conseguir sus fines. Se ha
de reconocer que mientras Paul Lukas brilla a la altura de siempre, George
Brent se «desmelena» y se convierte en un convincente enamorado que estará a la
altura de su rival. La puesta en escena revelará entonces, en un final de
tragedia, el porqué de su magnificencia, y eso que los espectadores saldrán
ganando. Como la tengo aún muy fresca en la memoria, no quiero dejar de señalar
el perfecto paralelismo que hay entre el final de esta película y el de La
felicidad, de Agnès Varda.
Círculo peligroso es una producción británica mucho más austera que la anterior, pero, a mi entender, bastante más interesante, no solo por la presencia casi totémica de Ray Milland, uno de esos actores que levantan una película con su sola presencia, sino por a originalidad de la historia, una novela del guionista Philip MasDonald— autor, por cierto de La patrulla perdida, llevada al cine magistralmente por Ford, también de A 23 pasos de Baker Street, filmada por Henry Hathaway, y de ese divertimento modesto que fue El último de la lista, dirigida por John Huston— que arranca de un planteamiento aparentemente sencillo y que irá creciendo a medida que la investigación del protagonista vaya quemando etapas de una inquisición en la que trata de averiguar quién mató a su hermano con «fuego amigo» que él intuye auténticamente envenenado. La presencia de un usamericano en Gran Bretaña —aunque se dé la curiosa circunstancia de que Ray Milland es originario de Gales…— siempre permite jugar con ese choque cultural de los dos pueblos «separados por una misma lengua», y aunque aquí aparezca como aspecto muy marginal, a lo largo del desarrollo va a crecer hasta proporciones insospechadas, porque el indagador va a interponerse entre un miembro de la bajísima aristocracia, un baronet escocés, y su prometida, una escritora de libros para niños, y ahí sí que las diferencias culturales, además del muy diferente atractivo personal y físico de ambos personajes, van a jugar un papel importantísimo. Lo curioso del caso, sin embargo, es cómo la investigación a la que se libra el hermano mayor para averiguar quién mató a su hermano y por qué en el seno de batallón de que formaba parte, va provocando un sinfín de desencuentros entre los enamorados, y ello hasta tal punto que ella decide volver a las Highlands y prometerse en firme con el baronet.
La intriga de la película, como todo
buen Whodunit, se forja en las reticencias de los investigados para
hablar sobre el caso o darle al hermano alguna pista sólida y fiable de quién
pudo haber sido el «ejecutor» de su idealista hermano pequeño, pues que tal
paree que así fueron las cosas, una venganza o algo parecido. Sin llegar a
convertirse en unas road movie, el protagonista recorre no pocos lugares de Inglaterra, pues ha de ir buscando
a los componentes que queden vivos de la patrulla de la que su hermano formaba
parte. Y se encuentra de todo y de todas las profesiones y condiciones
sociales, aunque la palma del interés se la llevan un coreógrafo y un pícaro
vendedor de coches, Marius Goring y el genial Naunton Wayne, respectivamente.
La parte dedicada a la pesquisa del vendedor se convierte en un estupendo
vodevil en el que hasta aparece la novia, instantes antes de renegar de tan «selecto»
ambiente y salir escopeteada hacia su casa. Como el personaje, Clay Douglas, se
embebe en su investigación, de la que confiesa a la esritora, Elspeth Graham,
que no puede revelarle nada, son muchas las ocasiones en las que su relación
sentimental ve alterados sus planes por obra y poca gracia de dicha investigación,
capaz de anteponerse a la felicidad de la pareja.
Está claro que no puedo ni siquiera
insinuar hacia dónde van los tiros del desenlace, pero les garantizo a los
espectadores que les va a sorprender, no tanto el desenlace como el estupendo
desarrollo de la historia, llena de encuentros en los que Milland sobresale
como el actorazo superlativo que siempre fue.
En fin, acaso la película «británica» más británica de Tourneur, muy en la línea, por cierto, por ambientación, personajes y localización de exteriores, de las películas de «Los Arqueros». Disfrute total.
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