viernes, 1 de agosto de 2025

«Morlaix», de Jaime Rosales, espléndidamente rohmerizado…

 

Una brillante película sobre la juventud que, me temo, pocos jóvenes verán.

 

 

Título original: Morlaix

Año: 2025

Duración: 124 min.

País:  Francia

Dirección: Jaime Rosales

Guion: Jaime Rosales, Fanny Burdino, Samuel Doux, Delphine Gleize

Reparto: Aminthe Audiard; Alex Brendemühl: Samuel Kircher; Mélanie Thierry;

Jeanne Trinité.

Música: Leonor Rosales March

Fotografía: Javier Ruiz Gómez.

 

          El escueto plantel de actores y actrices profesionales deja claro que Rosales, muy al estilo de su maestro, Bresson, ha escogido trabajar también con actores no profesionales, lo cual contribuye a dotar a la película de esa frescura de la vida cotidiana, tan necesaria para esta historia, solo aparentemente alambicada, aunque llena de recursos que pueden sorprender a los espectadores no habituados a ciertas estructuras narrativas cuyo interés en modo alguno es hacerle la vida imposible a los espectadores, sino jugar con perspectivas que permitan un abordaje más completo de temas tan espinosos como los de esta película, que gira en torno al amor y a la muerte, al duelo y a la pérdida.

          Lo primero, el marco, Morlaix. Un pueblo de costa en la Bretaña, con un imponente viaducto que formará parte esencial de la trama. Lo segundo, los adolescentes en su último año del Liceo y las relaciones que se establecen entre ellos, sobre todo a partir de a llegada de un «parisino», muy distinto de los «nativos». Lo tercero, el arranque con la muerte de la madre de la protagonista, Gwen, interpretada por la sobrina nieta de Jacques Audiard, Aminthe Audiard, que a los fieles espectadores de la obra de Rosales nos recuerda, con menos encanto, a la Ingrid García Jonsson de Hermosa juventud, una de las mejores películas de Rosales.

          No tardamos en saber, después de una breve presentación de los jóvenes, y de cómo Gwen y Thomas son pareja sexualmente plena, que ese grupo de jóvenes ha formado parte del rodaje de una película que todos ellos van a ver al cine, de manera que buena parte de la trama que se nos ha contado hasta esa proyección jugaba con la apariencia de realidad, cuando se trataba de una ficción y ello justifica el cambio del color al blanco y negro, si bien, en las partes en color, son frecuentes las irrupciones de las fotos fijas en blanco y negro que detienen en el transcurrir de la historia a los protagonistas de la misma, anclándolos a unas reacciones no exentas de cierta exploración psicológica por parte del autor.

          La presencia de Jean Luc, interpretado por Samuel Kircher, hijo de la inolvidable Irène Jacob en La doble vida de Verónica, de Kiewsloski, va a desatar la dialéctica Centro vs. Periferia, porque mientras que a él le encanta la vida tranquila de Morlaix, a la protagonista la asfixia y busca horizontes con mayor atractivo para realizarse, como París. Lo «terrible» es que ambos jóvenes vivirán una doble historia de amor, dentro y fuera de la pantalla, y no en dos versiones de la misma historia, sino muy distintas, aunque andando la historia nos percataremos de que la filmada tiene dos finales, uno en tiempo presente, sobre el que veremos hablar, como en un cine-forum a los actores, y otro en el pasado de un presente en el que la protagonista está casada, tiene dos hijos y está embarazada de un tercero y trabaja en París como farmacéutica. A este presente llegamos tras un violentísimo fundido en negro, que dura lo suficiente como para hacernos dudar de que nos haya fallado el televisor… Porque está claro que debió durar días en la cartelera. Y no me lo explico. O sí, pero quiero mentirme. Lo he dicho en el título, esta deslumbrante película de Rosales, que tanto me ha recordado a Cerrar los ojos, de Erice, por el juego metacinematográfico, está protagonizada por jóvenes, pero me temo que serán muy pocos los jóvenes que se asomen a los temas trascendentales que en ella se tratan: el amor, la muerte, el desarraigo, la religión, el duelo, la amistad, ¡y no digamos ya los «influencers» y su nutrida corte de alienados…

          Rosales confiesa que fue invitado a presentar Petra en Morlaix y que quedó tan impresionado por la población costera y sus alrededores, que enseguida  supo que algún día rodaría allí una película. No se si rodar en el terreno mítico de Eric Rohmer le ha inducido a rodar esta hermosa y locuaz historia sobre cómo se enfrentan los jóvenes al amor y cómo, en el curso de sus reflexiones, enseguida acaban asociándolo con la muerte, pero está claro que hay un flujo dialéctico nada forzado que lleva, en algunos momentos, incluso a la improvisación, como cuando el protagonista, Jean Luc deja atónitos a sus interlocutores al recalcar que a él «le da más miedo el amor que la muerte», una idea felizmente improvisada y que va a vertebrar de algún modo la película rodada en la que han participado los jóvenes.

          Una película de Rosales nunca cede a la narrativa convencional, y mucho menos a los encuadres habituales y a la técnica del plano contraplano, por ejemplo, a pesar de los muchos diálogos que hay en la historia, tanto en el pasado como en el presente, en el que la actriz que encarna a Gwen es Mélanie Thierry, a quien admiramos, aunque físicamente no diera mucho el papel en la obra de  Emmanuel Finkiel Marguerite Duras. Paris, 1944. Buena parte de esos diálogos se producen en escenarios naturales de exquisita belleza como la costa, los bosques adyacentes, o los cementerios. De todos ellos extrae Rosales una perfecta puesta en escena que acentúa el lirismo de la doble historia de amor, la de dos seres que han sufrido una pérdida familiar traumática, Jean Luc un hermano y Gwen la madre, y la descripción de la pérdida de la madre es uno de los momentos cumbre de la película, del mismo modo que nos arrastra la emoción cuando, desde el presente, embarazada, Gwen regresa al pasado, viaje que quiere hacer sola, sin la compañía de su marido, y acomete el duelo por lo que pudo haber sido o por lo que fugazmente fue; en todo caso, por una de las vidas posibles que se les abren a los adolescentes camino de la madurez, cuando eligen y aún no saben si su elección tiene fundamento o son juguetes del Azar.

          Es cierto que la primera parte de la película todo gira en torno al amor romántico, y nadie mejor que Jean Luc para encarnarlo, por eso el brusco corte del fundido en negro que nos traslada a muchos años después, esos en los que los adultos parecen tener «la vida resuelta», pero en la que tanto pesa la juventud en la que todo se vivía con el arrebato de la pasión exaltada, y de ahí el doble, ¡o triple!, desenlace de Morlaix, admirable se tome como se tome, se mire como se mire, pero en la sala de butacas de un cine…

 

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