domingo, 9 de marzo de 2025

«Anora», de Sean Baker o ¡qué lejos quedan «Las noches de Cabiria»!

 

La vigencia de los tópicos en una película partida por la mitad: una parte tediosa y otra animadísima: empate (sin posible empatía).

 

 

Título original: Anora

Año; 2024

Duración: 138 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Sean Baker

Guion: Sean Baker

Reparto: Mikey Madison; Mark Eydelshteyn; Yuriy Borisov; Karren Karagulian; Vache Tovmasyan; Ivy Wolk; Aleksey Serebryakov; Lindsey Normington; Ross Brodar; Paul Weissman; Luna Sofía Miranda, Charlton Lamar; Masha Zhak; Darya Ekamasova; Emily Weider; Alena Gurevich.

Música: Matthew Hearon-Smith

Fotografía: Drew Daniels.

 

          Debo remitirme, para empezar, a la crítica que le dedique en este Ojo a una película maldita en su tiempo, pero mucho más incisiva y valiosa que esta Anora de Sean Baker, me refiero a Showgirls, de Paul Verhoeven, porque ambas protagonistas se dedican a lo mismo, aunque son muy diferentes sus destinos y de muy distinto planteamiento ambas historias. Anora se desliza durante cierto tiempo por aquella almibarada e insufrible Pretty Woman, de Garry Marshall (en cuyo haber hay otras joyas como Princesa por sorpresa y su secuela…), quizás demasiado, hasta que la película da un giro de 180º y nos sumergimos en una suerte de thriller cómico estupendamente llevado y mejor interpretado. No quiero pasar más tiempo antes de destacar que uno de los protagonistas, Yury Borisov, me impresionó poderosamente en la única película en que lo he visto: La fuga del capitán Volkonogov, de Aleksey Chupov y Natalya Merkulova, una película extraordinaria que no ha debido de pasarle desapercibida a Sean Baker, quien enseguida debe de haber pensado en el actor para un papel bien complejo y en el que cumple a la perfección.

          La historia de Anora es la del príncipe azul, un mimado hijo de oligarcas rusos que vive su primera juventud sin freno de orgía en orgía como lo que es, un consentido hijo de multimillonarios, que se le aparece a la protagonista, y de quien se encapricha hasta llegar a casarse en Las Vegas, adonde ha ido de juerga con sus amigos, no precisamente de la jet, y todo ello hasta que se entera el armenio encargado de atender a sus necesidades y vigilarlo en Usamérica, quien, cuando sabe, foto del acta de boda de por medio,  que se ha casado y teme que se enteren los padres del «angelito»,  ve peligrar su posición y su fuente de ingresos. La primera parte de la película, tediosa e insulsa, con un ritmo musical que aturde y unas excelentes interpretaciones de ambos protagonistas, pero muy especialmente del joven ricachón ruso colgado del sexo, de los videojuegos y de las fiestas, todo lo cual se sucede sin tregua en la pantalla hasta que la película, habiéndose enterado los padres de la boda, da un giro total para conseguir, por las buenas o por las malas, que ambos cónyuges se divorcien, aunque el reto no parece estar a la altura de los tres mediomafiosillos que acompañan al armenio en la empresa. Para más INRI, el joven logra zafarse de la vigilancia de los matones, quienes solo logran retener a Ani, aunque a costa del severo daño personal sufrido por uno de ellos en el forcejeo con la chica, quien no está dispuesta a perder su condición de «casada» sin ejercer toda la resistencia posible, la imaginable y la inimaginable.

          Una vez que el armenio y ella llegan a un acuerdo, sobre la base de recibir 10.000 $ en cuanto se haya consumado el divorcio, la película inicia una suerte de road movie, parecida en parte a ¡Jo, qué noche!, de Scorsese, que va a llevar a los cuatro protagonistas a recorrer toda la ciudad para tratar de encontrar al joven, quien va soberanamente colocado, esto es, borracho perdido y no recuerda ni tan siquiera que se ha casado con Ani, por supuesto, ya que esta lo descubre cuando su rival en el club donde ambas  trabajan, quien había pronosticado que no durarían más de dos semanas, hace cuanto sabe para seducir al joven hijo de los oligarcas, presa fácil de escasos encantos.

          Ya en el título he dejado claro el abismo que hay entre Las noches de Cabiria, de Fellini, por ejemplo, y esta Anora tan desigual, pero con una segunda parte que compensa al espectador de la tediosa primera en la que perfectamente puede uno tomar la decisión de dejar de verla o de salirse del cine. Ni siquiera, por respeto,  se me ocurre ahondar en el recuerdo de  Mamma Roma, de Pasolini. Ambas películas italianas se mueven en una esfera del cine muy lejana del incomprensible Oscar a la mejor película, aunque Sean Baker sea un excelente director, de eso no cabe duda. Quien haya visto The Florida Project lo sabe de coro.

          Se habla mucho de la «banalización» de la prostitución que supone esta película, pero me parece más interesante la visión que nos da de una juventud viciada, derrotada por el bienestar, sin necesidad de cultivarse intelectualmente y que invita a dudar de que sea el recambio de la generación de los padres que ha conseguido la riqueza familiar, porque todo da a entender, y las escenas de la familia rusa, con la madre dominante y castradora en primer lugar, así lo confirman; todo da a entender, decía, que esos hijos auguran un desastre sin paliativos, el desmoronamiento de una oligarquía que, mafiosa o no, ha construido «algo».

          La puesta en escena obligaba a un cierto «derroche» de medios, pero todo parece indicar que han sacado un excepcional rendimiento de una casa de esas que dicen las agencias «de ensueño», un lujo de apariencia por el que el protagonista masculino se mueve con una propiedad absoluta, imbuido del poder absoluto que da el dinero absoluto del que es usufructuario. En ese mismo espacio, ¡con qué diferencia se mueven los mafosillos que acaban haciendo un estropicio descomunal! Hemos de pasar a la segunda parte, esa noche eterna de la búsqueda del primogénito/unigénito de los oligarcas rusos, para, casi cámara en mano, nerviosa y veraz, bajar a los infiernos donde el joven se mueve con idéntica desenvoltura que en el privilegiado espacio familiar.

          No es la gran película que podría haber sido, de no haber extendido tanto la primera parte y haberle dado más cancha a todos los extremos del relato: familia, armenios y la pareja. El desequilibrio lastra el interés, del mismo modo que el tibio romanticismo de las postrimerías, pero la búsqueda del hijo no prodigo es un thriller cómico magnífico que invita a sonreír e incluso, en algún momento, reír de buena gana.

1 comentario:

  1. Yo me lo pasé muy bien, y es bien cierto que esa larga primera parte, en que parece real el cuento de hadas entre Vanya y Ani, no tiene tensión y el espectador espera que surja algo que rompa esa ilusión y equilibrio que no puede permanecer, que ocurra algo, y ocurre brillantemente, pero se hace esperar.

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