miércoles, 21 de abril de 2021

«Ciudad sin piedad», de Gottfried Reinhardt, con guion de Trumbo y un Kirk Douglas en la cima de su arte.


 Una violación en “manada” y un juicio que revela las miserias de una ciudad de provincias. 

Título original: Town Without Pity

Año: 1961

Duración: 105 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Gottfried Reinhardt

Guion: Silvia Reinhardt , George Hurdalek, Jan Lustig , Dalton Trumbo. Novela: Manfred Gregor

Música: Dimitri Tiomkin

Fotografía: Kurt Hasse

Reparto: Kirk Douglas, Barbara Rutting, Christine Kaufmann, E.G. Marshall, Hans Nielsen, Ingrid van Bergen, Robert Blake, Richard Jaeckel, Frank Sutton, Karin Hardt, Gerhart Lippert, Mal Sondock, Alan Gifford, Max Haufler, Rose Renée Roth.

 

         Gottfried Reinhardt, ahora me entero, al hacer la crítica de esta película suya, fue hijo de Max Reinhardt, el gran innovador de la dramaturgia en el siglo XX en Alemania, y se avanzó a su padre, con 19 años al viajar a Usamérica para estudiar -allí un año, donde sus padres se reunirían con él, tras la toma del poder por Hitler. Empezó en la industria como ayudante de Lubitsch, se ejercitó, después como guionista y productor y llegó, finalmente a la dirección. Esta es la primera película suya que veo y he de confesar que tiene todo el empaque del mejor cine clásico de drama social  hecho en Usamérica en los años 40 y 50, del cual puede verse a esta película como una suerte de síntesis lograda.

         La historia, crudísima, no puede ser de más actualidad: una joven que pasa la tarde en el río con su novio algo puritano, cruza el río, tras un desencuentro con él, llega a la otra orilla, se quita la parte superior del biquini y cuatro soldados, ¡una manada!, en su día libre,  la descubren y la violan. El alto mando militar organiza enseguida, de forma ejemplar, un juicio, con todas las formalidades de rigor, para castigar a los culpables. El padre y las autoridades no se contentan con menos de la pena de muerte. Pero llega el abogado defensor de los acusados, un papel ingrato para un actor, pero desempeñado en toda su complejidad moral con la excelencia de un actorazo como Kirk Douglas, y la cosa comienza a cambiar. Tras la inquisición previa a la joven y la confirmación in situ, en el hospital, por parte de ella, de los implicados en el delito, los abogados, se reúnen con la autoridad y el padre e intentan negociar la petición de pena que pudiera «satisfacer» a la parte agraviada y proponen la expulsión del ejército y veinte años de cárcel. El padre y la autoridad municipal exigen, sin embargo, una ejemplar condena a muerte. El abogado defensor lanza, entonces, un aviso: el interrogatorio que él haga a la víctima, en el estrado, no será tan complaciente como el del fiscal ni tan considerado, si de lo que se trata es de salvar a sus clientes de morir ahorcados.

         Estamos, pues, ante un drama judicial clásico, en el que el abogado defensor ha de buscar una línea de exculpación de sus defendidos que, en dura pugna con sus principios morales, pasa por tratar de presentar a la acusada como una joven «ligera de cascos» y propensa al placer del cuerpo y específicamente del sexo, lo que, poco a poco, a través de los diferentes testimonios que consigue reunir, acaba destruyendo la reputación de la chica y confirmando, en la convicción de sus vecinos, la existencia de una cierta «provocación» a los soldados, por más que los hechos con los que se inicia la película dejan bien a las claras que se trata de una salvaje violación en grupo. No sucede como en Una joven prometedora, en donde la violación se da a entender mediante las voces de la grabación, pero el espectador no ve nada ni puede juzgar por sí mismo; del mismo modo que en el juicio célebre sobre la «manada» primigenia, la de Pamplona, solo el tribunal pudo ver lo que se grabó de los hechos y, a partir de ahí, se llegó al polémico fallo judicial.

         La película tiene un blanco y negro tan especial como el de los grandes clásicos, y el guion nos lleva de la evidencia del mal absoluto a la degradación social de la malicia conciudadana, a la envidia, al puritanismo mal entendido y al machismo militante que exculpa a cualquiera de la todopoderosa e irrefrenable tentación de la carne… La salida de los soldados de una base polvorienta en su día libre de servicio, abre la película con un retrato de su aburrimiento fuera del servicio en un bar de la localidad alemana donde está instalada la base de posguerra, pero esa misma banda sonora de Tiomkin, un consumado especialista, se vuelve insufrible en otras partes de la película, y especialmente en el supuesto subrayado dramático del interrogatorio de la joven. Al margen de esa inadecuación, la película se sustenta en la poderosa interpretación de Kirk Douglas, quien lleva el peso de la película en su tarea de investigación en los entresijos de la pequeña localidad para buscar el lado menos favorable de la víctima que pueda suspender la pena de muerte contra sus defendidos. La poderosa mitología de la familia unida bajo la autoridad del patriarca se resquebraja de un modo inapelable ante los ojos cómplices de quienes incluso defienden a los soldados, como las prostitutas del burdel de la localidad. Entre los soldados culpables hay, sin embargo, no pocas diferencias, y eso anima también el juicio, porque en la declaración inicial de si se consideran culpables o inocentes, uno de ellos insiste en declararse culpable, el único que, al contemplar el cuerpo yacente y violado de la joven desnuda, le puso su camisa sobre él, como si quisiera paliar el daño perpetrado, antes de alejarse del lugar para no ser reconocidos ni asociados con su delito.

         Ciudad sin piedad es una película polémica, pero poco vista, por lo que indican las críticas y votaciones en FilmAffinity, y la presencia de una periodista de un medio sensacionalista que sigue muy de cerca el caso y al abogado defensor, con quien coquetea sin mayor trascendencia, nos indica que un caso así se convierte enseguida en una materia colectiva sobre la que nadie deja de tener o expresar su opinión.

         Es muy interesante observar la reacción cruel y sin compasión alguna de los jóvenes de la localidad, lo que, en cierto modo, prefigura un final que aún aumenta de forma considerable la polémica sobre el caso, y de ello tenemos una prueba fehaciente en el tratamiento mediático del caso de la «manada» de los Sanfermines. Así mismo, cuesta aceptar que a 60 años vista de este rodaje, hayan sido tan tímidos los pasos que las sociedades han dado respecto de delitos tan atroces y escalofriantes como el de una violación en grupo.

         Que Dalton Trumbo rehiciera el guion original fue una imposición de Kirk Douglas, uno de sus valedores en los duros tiempos de las represalias de McCarthy, y a fe que se nota en muchos tramos de la película, porque el desarrollo del juicio tiene un ritmo perfecto, y los golpes de efecto indispensables para el progreso del caso hacia la sorpresa y el arrepentimiento incluso del propio abogado defensor, que antepone el beneficio de sus clientes a sus propias inclinaciones morales y a su instinto compasivo ante la barbarie del delito cometido.

         Cine de emociones fuertes, pero también de ideas sobre lo que es la Justicia, el cometido y las exigencias de la misma. No deja buen sabor de boca, pero ensancha el campo de las ideas y remacha ciertas convicciones democráticas irrenunciables…

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