lunes, 6 de octubre de 2025

«Chernóbil», de Craig Mazin, o el ocaso de la URSS.

 

Entre el patético estado de la razón (soviética) y  la delirante Razón de Estado.

 

Título original: Chernobyl

Año: 2019

Duración: 60 min.

País: Estados Unidos

Dirección:Craig Mazin (Creador), Johan Renck

Guion: Craig Mazin

;Reparto: Jared Harris; Stellan Skarsgård; Emily Watson; Paul Ritter; Jessie Buckley; Robert Emms; Adam Nagaitis; Sam Troughton; Adrian Rawlins; Con O'Neill; Joshua Leese; Ross Armstrong; Philip Barantini; James Cosmo; Karl Davies; David Dencik; Caoilfhionn Dunne; Fares Fares; Alex Ferns; Peter Guinness; Ralph Ineson; Mark Lewis Jones; Gerard  Kearns; Donald Sumpter; Barry Keoghan; James Kermack; Hilton McRae; Diarmaid Murtagh; Kieran O'Brien; Ian Pirie; William Postlethwaite; Lucy Russell; Michael Shaeffer; Jay Simpson; Jamie Sives; Michael Socha; Lucy Speed; Laurence Spellman; Sam Strike; Joe Tucker; Sakalas Uzdavinys; Laura Elphinstone.

Música: Hildur Guðnadóttir

Fotografía: Jakob Ihre.

 

          Debo de contarme entre los pocos televidentes que no habían visto aún una serie que ha sido constantemente aclamada desde que se estrenó, y con razón (de la buena). Se ha dado la circunstancia de que las producciones de HBO pueden verse ahora en Movistar y ahí que me he lanzado enseguida a verla, para reparar aquella desatención de entonces.

          Al margen de que empezar por el final, el suicidio de Valery Legasov, el ingeniero que será el hilo conductor de la serie,  te marca el contexto de la tragedia que fue la explosión del reactor nuclear y la amenaza sobre Europa, la serie es una magnífica recreación de un sistema político basado en una ideología con más carencias que un ayuno radical. Sorprende la puesta en escena de unos espacios, interiores y exteriores, pero sobre todo los primeros, que reflejan a la perfección las enormes dificultades para construir una sociedad viva, dinámica y emprendedora, desde una ideología que, en vez de alas, le pone cadena a los individuos y, lo que es peor, al libre desarrollo del conocimiento, fuera de lo permitido por el sacrosanto «Partido», dueño y señor de las vidas y haciendas de todos los súbditos a los que supuestamente «ampara».

          El mundo de las relaciones humanas que se nos ofrece, comenzando por el tirano encargado de la planta nuclear que trata despóticamente a sus subordinados, implica una carencia de valores sociales muy curiosa, teniendo en cuenta que hablamos del país donde se «materializa» el comunismo. Verlo tan claramente en pantalla, y comprobar que el gran error cometido en la central nuclear tuviera tanto que ver con la incompetencia y el ejercicio autoritario del mando nos revela esas carencias trágicas de las que hablaba al principio.  Una vez que algo sale mal, todo tiende a empeorar, sin poder revertir el yerro inicial. Y, así, una supuesta demostración de la «normalidad» en el funcionamiento de la central se convierte en la peor catástrofe nuclear de todos los tiempos, con unos resultados que aún llegan a nuestros días, aunque se produjo en 1986, cuando todo daba a entender que era inminente el desmoronamiento de la URSS, presidida por Gorbachov, quien a duras penas aguanto el achacoso aparato represivo hasta 1991, momento en que se disolvió el comité central y Yeltsin, que había encabezado la resistencia a un golpe e estado involucionista, fue aupado al poder de la nueva Rusia excomunista.

          A los aficionados a as películas del este, las rusas incluidas, no nos llama la atención la austeridad, pobreza y decadencia de la vida en esos países en los que el progreso material estaba condicionado por las directrices del Partido, un aparato de poder mastodóntico y nulo de reflejos para satisfacer las necesidades de la población. Lo que uno ve en la serie, a través de la peripecia trágica de Valery Legasov, en el curso de su enfrentamiento con la cadena de fallos que propiciaron la explosión del reactor, y a través de una interpretación antológica de Jared Harris, es el poder omnímodo del Partido y cómo todo ha de subordinarse a las directrices políticas, so pena de ser inmediatamente fulminado de cualquier cargo de responsabilidad. Boris Shcherbina, en aquel entonces vicepresidente del Consejo de Ministros, fue el encargado de lidiar políticamente con aquella crisis para minimizar cuanto se pudiera el efecto de la tragedia en la «reputación» de la URSS. Aunque enfrentados desde el principio, Legásov y Shcherbina forman una pareja que nos permite entender el funcionamiento del sistema. El ingeniero opera desde la ciencia y sus razonamientos, incluso los humanitarios, como la petición de desalojar a más de cien mil personas de sus casas para evitar los daños ciertos de la contaminación; el político, desde el cálculo reputacional y el escepticismo del «no será para tanto» producto de la ignorancia. En primera línea de combate contra el maléfico genio de la lámpara nuclear, ambos contendientes, y luego aliados, saben que están expuestos a esa radiación y que ambos morirán a causa de ella.

          La historia se afronta desde varios puntos de vista, para darle un empaque dramático, como el de la mujer del bombero que ha de ir al sacrificio, una historia «humana» cuya principal protagonista, Jessie Bucley, es todo un descubrimiento, una capacidad de interpretación que luego corroboré en Beast, de Michael Pearce. Como si fuera propio de una serie de horror, y hay mucho de él en el desarrollo de la serie, resulta muy impactante la evolución médica de quienes han estado luchando en el interior de la Central para tratar de atajar los daños. Porque el abordaje para sepultar los restos del reactor son de muy diversa naturaleza, como es el caso del episodio de los mineros que trabajan desnudos para intentar una acción desde el subsuelo de la Central. Ellos formaban parte del equipo que se llamó los «liquidadores», unas seiscientas mil personas que trabajaron en las labores para devolver al núcleo del reactor el grafito tóxico reventado por la explosión y así evitar que siguieran contaminando. Se estima que unas cien mil personas de aquellos «liquidadores» murieron a causa de la radiación a la que se expusieron. En la serie se refleja, perfectamente, de un modo muy realista, cómo afecta la radiación al cuerpo humano y a qué atroces niveles de deformación puede llevar a cuantos a ella se expusieron.

          Como la he visto muy lejos de su fecha de realización, he tenido la oportunidad de hacer un visionado que me ha traído, casi sin quererlo, a la realidad de nuestro país, a este septenio ominoso de la versión edulcorada del comunismo que es el socialismo, cuando este se aparta de la vía socialdemócrata y se acerca a los extremos populistas de su ideología autoritaria. El culto al líder, la disciplina espartana para acatar las directrices del partido, la exculpación de cualquier responsabilidad del partido en todo cuanto pasa de malo, la ignorancia e incompetencia de los mandos, más pendientes de sus promociones individuales que de la administración del procomún, son aspectos que uno contempla en la película como si fuese algo privativo de aquella cárcel ideológica en que encerró a tantos millones de personas la revolución soviética, pero no tarda en darse cuenta de que ese autoritarismo chusco y soez lo vivimos muy cerquita.

          Hay un aspecto técnico de la serie, la fotografía, de Jakob Ihre, que consigue crear, por la iluminación y los colores mortecinos, una sensación de irrealidad y belleza propia de mundo onírico. Y es que a veces tenemos la sensación de estar en el interior de un sueño satánico, incluso con sus terribles calderas de Pero Botero liberando una contaminación que supuso, para Europa, un serio aviso del peligro de unas instalaciones no gobernadas con la prudencia que la energía nuclear exige.

          Aunque el mensaje ecologista de la serie está fuera de toda duda, enfrentados al peor de los males de esa energía, y debió de contribuir lo suyo en un momento dado al rechazo de la energía nuclear, no es menos cierto que esta está viviendo una nueva edad dorada frente al abandono de las energías fósiles, aunque no todos los gobiernos saben verlo de la misma manera.

          Insisto, las interpretaciones de los personajes centrales es determinante para empatizar inmediatamente con ellos y seguir, con su desesperanza y desasosiego, la evolución en tiempo real de la catástrofe anunciada, si al frente de esas instalaciones no están las personas adecuadas. Si El síndrome de China, de James Bridges, supuso un fuerte impacto en la audiencia en su momento, Chernóbil es un punto y aparte en el género de las catástrofes, porque es difícil conjuntar de un modo tan espectacular la radiografía de un régimen totalitario y todo lo relacionado con un accidente como nunca antes había sucedido, ¡ni esperamos que vuelva a suceder!

 

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