Título original: Nosferatu
Año: 2024
Duración: 132 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Robert Eggers
Guion: Robert Eggers. Libro: Bram Stoker
Reparto: Lily-Rose Depp; Bill Skarsgård; Nicholas Hoult; Aaron
Taylor-Johnson; Willem Dafoe; Emma Corrin; Simon McBurney; Ralph Ineson; Paul A
Maynard; Stacy Thunes; Adéla Hesová; Milena Konstantinova; Gregory Gudgeon;
Robert Russell; Curtis Matthew; Claudiu Trandafir; Georgina Bereghianu; Jordan
Haj; Katerina Bila; Maria Ion; Tereza Duskova; Liana Navrot; Mihai Verbintschi
Música: Robin Carolan
Fotografía: Jarin Blaschke
Título original:
Frankenstein
Año: 2025
Duración: 149 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Guillermo del
Toro
Guion: Guillermo del Toro.
Libro: Mary Shelley. Historia: Guillermo del Toro
Reparto: Oscar Isaac; Jacob Elordi; Mia Goth; Christoph Waltz; Felix
Kammerer; Lars Mikkelsen; Charles Dance; Christian Convery; David Bradley;
Sofia Galasso; Ralph Ineson; Burn Gorman; Joachim Fjelstrup; Nikolaj Lie Kaas;
Lauren Collins; Liubov Elkina; Stuart Hughes; Sharon Canovas; Peter Millard; Roberto
Campanella; Jason Alan Staines; Santiago Segura, etc.
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Dan Laustsen.
Dos
remakes con defectos de make-up, otras incongruencias… y algunos
aciertos.
No soy
aficionado a que de grandes obras se hagan versiones que, por lo general, es imposible
que puedan competir con la perfección de los originales, aunque, en algunas
ocasiones, puedan acercarse notablemente a las bondades de los mismos.
Pregunto: ¿a alguien en su sano juicio se le ocurriría hacer una nueva versión
de Con faldas y a lo loco, de Wilder; de Ordet, de Dreyer; de Alemania,
año cero, de Rossellini, o de El sur, de Erice? En otras ocasiones,
sin embargo, versiones sonoras de clásicos mudos lograron superar las bondades
el original, y pongo por caso Ben-Hur, de Wyler, que hizo palidecer la
versión de Fred Niblo, J.J. Cohn y Charles
Brabin, de 1925,
El género de
terror tiene mitos perfectamente establecidos y cintas singularísimas que han
sido infinitamente versionadas, porque siempre ha habido directores que han
pensado que su toque personal enaltecería la historia y ello les permitiría ganar
el favor del público. En un género fronterizo, que roza el terror, pero atiende
a otras temáticas, Guillermo el Toro ya intentó en El callejón de las almas
perdidas luchar en vano contra un original que le da mil vueltas, porque
los efectos especiales y los grandes dispendios en la puesta en escena no
garantizan en modo alguno que de ellos e derive la creación de algo tan difícil
de conseguir como la «atmósfera» de una historia, una suerte de aura que le da
sentido a las interpretaciones y a la historia en general, y pensemos ahora en
las películas de Jacques Tourneur para identificar esa atmósfera, como se «palpa»
en el paseo de noche de la antagonista en La mujer pantera, antes de que
pare junto a ella un autobús que la libra de la amenaza, por ejemplo.
No estaba, teniendo
en cuenta lo que acabo de escribir, muy interesado en ver ese temido Frankenstein
de Del Toro, pero sí sentía curiosidad por ver qué había hecho Eggers con Nosferatu,
dado lo mucho que me gustó El faro. He de reconocer que la película de
Del Toro ha tenido un efecto secundario muy beneficioso, porque me ha lanzado
instintivamente a leer el original en inglés de la novelita romántica de Mary
Shelley, que poco o nada se parece a
prácticamente ninguna de las versiones que se han hecho de ella. De hecho, he
llegado a la conclusión de que si alguna vez alguien quisiera llevar a la
pantalla literalmente la novela, sin añadidos espurios, el resultado final decepcionaría
a cuantos admiran creaciones como las de James Whale, El doctor Frankenstein
y La novia de Frankenstein, con una maléficamente divina Elsa
Lanchester, o, viniendo más cerca, Frankenstein de Mary Shelley, de
Kenneth Branagh, sin descartar la hilarante e inolvidable versión cómica que
dirigió Mel Brooks: El jovencito
Frankenstein.
Tanto en una
como en otra película hay un derroche tan apabullante de técnica, de medios y
de alardes de vestuario y puesta en escena que bien pudiera decirse que, con
ello, se ha cumplido el expediente para asombrar a los espectadores. De un
barroquismo preciosista en la película de Del Toro, excesivamente colorista, y
sombríamente riberista en la de Eggers. Ambas, sin embargo, coinciden en el
peor de los fallos que pueden achacarse a ambas películas: la creación de los
monstruos respectivos. Una especie de Gollum con mallas en el primer caso, y un
madelman culturista con los bigotes del Vlad originario en el segundo. La
creación de Del Toro se resiente mucho porque el monstruo sufre un inesperado cruce
con El buen salvaje, de Truffaut, lo que lo convierte en una suerte de
película antropológica que olvida el original para acabar inventando algunas
historias tan rebuscadas y mal ejecutadas como la del ataque de los lobos a la
cabaña donde el ciego había logrado establecer contacto humano con el monstruo.
Ni se ha de mencionar, por supuesto, que
esa suerte de supermán que nunca muere, totalmente ajeno a la novela, se
retrata solo en la última escena en la que desencalla el barco, pero entiendo
que las películas de superhéroes también deben de haber dejado cierto poso en
el director, porque si no no se explica. Algo relativamente parecido le ocurre
al temible y poderoso Nosferatu de Eggers, una fuerza desatada que bebe más del
gore que de la sutileza, aunque esté bien contenida esa manifestación que llega
a su apogeo, sin embargo, en el fracasado desenlace de la película, cuya descripción
no quiero escribir para no chafársela a aficionados que harán bien en hacer
caso omiso de mis reparos a dos obras que, sobre todo en el caso de Eggers, se
ve con cierta complacencia, porque estéticamente ha sabido estar a la altura del
mítico film de Murnau, aunque, insisto, le pierda esa explosión visceral que me
parece fuera de lugar. Mucho mejor es el comienzo, cuando la sombra del vampiro
se proyecta en el bationdeo de las cortinas frente al cuerpo entregado y
exaltado por su presencia de la mujer que lo invoca en sueños y a él se ofrece
como su señor. La protagonista, Lily-Rose Depp, aguanta con magnífico empaque
unos primeros planos en los que ha de expresar el transporte erótico que le
produce la presencia insinuada del vampiro, del mismo modo que lleva el peso
del trastorno que sufre hasta que su dueño consigue llegar desde la lejana
Transilvania a Inglaterra, aunque, y eso es un gran acierto,
la exaltación por la llegada del vampiro coincide con la de su marido, a quien
recibe de idéntica manera, aunque este forme parte ya de la corte de Nosferatu.
La historia de la película de Eggers se acerca más al original de Murnau, si
bien las escenas en el castillo de los Cárpatos pierden mucho, por la
escenografía, y por la presencia entrevista siempre a distancia de la poderosa
presencia física del nunca muerto. En el caso de Frankenstein, la
interpretación de Oscar Isaac está un poco pasada de vueltas, y la malevolencia
de Del Toro le arranca una pierna para conseguir un efectismo innecesario. La
de Elordi, por su parte, se ajusta a la visión del director, pero el maquillaje
y el disfraz resultan absolutamente erráticos, al margen de que bien podría ser
esta la primera versión en que se ha procurado que el monstruo sea bastante más
atractivo que su creador, lo cual contradice radicalmente el espíritu de una creación
hecha con desechos humanos. La inventada historia de la familia con el padre
tirano puede responder a otros intereses de Del Toro, pero, al margen de ser un
acicate para la superación del joven, no tiene mucho sentido, salvo abominar de
ciertos sistemas educativos.
En fin, no
esperaba gran cosa de ninguna de las dos, pero he sabido disfrutar de los
aciertos de la puesta en escena de ambas, porque las imágenes en el polo tienen
mucha fuerza, de igual manera que los paisajes siniestros que rodean el
castillo de Nosferatu o los interiores en Inglaterra, cuando aparece un médico
algo descolocado y anecdótico interpretado por un Dafoe que no sabe hacerse con
un personaje de falso relleno. ¡Qué difícil, insisto, es conseguir esa
atmosfera cuya plasmación no depende de los medios usados, sino de la «imaginación»
de los directores. Tengo la impresión de que en vez de tener una visión propia
de las historias, se han dejado llevar por los modelos y han innovado justo
donde no debían, pero…


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