martes, 18 de noviembre de 2025

«Nosferatu», de Robert Eggers y «Frankenstein», de Guillermo del Toro o los refritos.

 

Título original: Nosferatu

Año: 2024

Duración: 132 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Robert Eggers

Guion: Robert Eggers. Libro: Bram Stoker

Reparto: Lily-Rose Depp; Bill Skarsgård; Nicholas Hoult; Aaron Taylor-Johnson; Willem Dafoe; Emma Corrin; Simon McBurney; Ralph Ineson; Paul A Maynard; Stacy Thunes; Adéla Hesová; Milena Konstantinova; Gregory Gudgeon; Robert Russell; Curtis Matthew; Claudiu Trandafir; Georgina Bereghianu; Jordan Haj; Katerina Bila; Maria Ion; Tereza Duskova; Liana Navrot; Mihai Verbintschi

Música: Robin Carolan

Fotografía: Jarin Blaschke

 



Título original: Frankenstein

Año: 2025

Duración: 149 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Guillermo del Toro

Guion: Guillermo del Toro. Libro: Mary Shelley. Historia: Guillermo del Toro

Reparto: Oscar Isaac; Jacob Elordi; Mia Goth; Christoph Waltz; Felix Kammerer; Lars Mikkelsen; Charles Dance; Christian Convery; David Bradley; Sofia Galasso; Ralph Ineson; Burn Gorman; Joachim Fjelstrup; Nikolaj Lie Kaas; Lauren Collins; Liubov Elkina; Stuart Hughes; Sharon Canovas; Peter Millard; Roberto Campanella; Jason Alan Staines; Santiago Segura, etc.

Música: Alexandre Desplat

Fotografía: Dan Laustsen.

 

 

Dos remakes con defectos de make-up, otras incongruencias… y algunos aciertos.

         

          No soy aficionado a que de grandes obras se hagan versiones que, por lo general, es imposible que puedan competir con la perfección de los originales, aunque, en algunas ocasiones, puedan acercarse notablemente a las bondades de los mismos. Pregunto: ¿a alguien en su sano juicio se le ocurriría hacer una nueva versión de Con faldas y a lo loco, de Wilder; de Ordet, de Dreyer; de Alemania, año cero, de Rossellini, o de El sur, de Erice? En otras ocasiones, sin embargo, versiones sonoras de clásicos mudos lograron superar las bondades el original, y pongo por caso Ben-Hur, de Wyler, que hizo palidecer la versión de  Fred Niblo, J.J. Cohn y Charles Brabin, de 1925,

          El género de terror tiene mitos perfectamente establecidos y cintas singularísimas que han sido infinitamente versionadas, porque siempre ha habido directores que han pensado que su toque personal enaltecería la historia y ello les permitiría ganar el favor del público. En un género fronterizo, que roza el terror, pero atiende a otras temáticas, Guillermo el Toro ya intentó en El callejón de las almas perdidas luchar en vano contra un original que le da mil vueltas, porque los efectos especiales y los grandes dispendios en la puesta en escena no garantizan en modo alguno que de ellos e derive la creación de algo tan difícil de conseguir como la «atmósfera» de una historia, una suerte de aura que le da sentido a las interpretaciones y a la historia en general, y pensemos ahora en las películas de Jacques Tourneur para identificar esa atmósfera, como se «palpa» en el paseo de noche de la antagonista en La mujer pantera, antes de que pare junto a ella un autobús que la libra de la amenaza, por ejemplo.

          No estaba, teniendo en cuenta lo que acabo de escribir, muy interesado en ver ese temido Frankenstein de Del Toro, pero sí sentía curiosidad por ver qué había hecho Eggers con Nosferatu, dado lo mucho que me gustó El faro. He de reconocer que la película de Del Toro ha tenido un efecto secundario muy beneficioso, porque me ha lanzado instintivamente a leer el original en inglés de la novelita romántica de Mary Shelley, que  poco o nada se parece a prácticamente ninguna de las versiones que se han hecho de ella. De hecho, he llegado a la conclusión de que si alguna vez alguien quisiera llevar a la pantalla literalmente la novela, sin añadidos espurios, el resultado final decepcionaría a cuantos admiran creaciones como las de James Whale, El doctor Frankenstein y La novia de Frankenstein, con una maléficamente divina Elsa Lanchester, o, viniendo más cerca, Frankenstein de Mary Shelley, de Kenneth Branagh, sin descartar la hilarante e inolvidable versión cómica que dirigió Mel Brooks:  El jovencito Frankenstein.

          Tanto en una como en otra película hay un derroche tan apabullante de técnica, de medios y de alardes de vestuario y puesta en escena que bien pudiera decirse que, con ello, se ha cumplido el expediente para asombrar a los espectadores. De un barroquismo preciosista en la película de Del Toro, excesivamente colorista, y sombríamente riberista en la de Eggers. Ambas, sin embargo, coinciden en el peor de los fallos que pueden achacarse a ambas películas: la creación de los monstruos respectivos. Una especie de Gollum con mallas en el primer caso, y un madelman culturista con los bigotes del Vlad originario en el segundo. La creación de Del Toro se resiente mucho porque el monstruo sufre un inesperado cruce con El buen salvaje, de Truffaut, lo que lo convierte en una suerte de película antropológica que olvida el original para acabar inventando algunas historias tan rebuscadas y mal ejecutadas como la del ataque de los lobos a la cabaña donde el ciego había logrado establecer contacto humano con el monstruo.  Ni se ha de mencionar, por supuesto, que esa suerte de supermán que nunca muere, totalmente ajeno a la novela, se retrata solo en la última escena en la que desencalla el barco, pero entiendo que las películas de superhéroes también deben de haber dejado cierto poso en el director, porque si no no se explica. Algo relativamente parecido le ocurre al temible y poderoso Nosferatu de Eggers, una fuerza desatada que bebe más del gore que de la sutileza, aunque esté bien contenida esa manifestación que llega a su apogeo, sin embargo, en el fracasado desenlace de la película, cuya descripción no quiero escribir para no chafársela a aficionados que harán bien en hacer caso omiso de mis reparos a dos obras que, sobre todo en el caso de Eggers, se ve con cierta complacencia, porque estéticamente ha sabido estar a la altura del mítico film de Murnau, aunque, insisto, le pierda esa explosión visceral que me parece fuera de lugar. Mucho mejor es el comienzo, cuando la sombra del vampiro se proyecta en el bationdeo de las cortinas frente al cuerpo entregado y exaltado por su presencia de la mujer que lo invoca en sueños y a él se ofrece como su señor. La protagonista, Lily-Rose Depp, aguanta con magnífico empaque unos primeros planos en los que ha de expresar el transporte erótico que le produce la presencia insinuada del vampiro, del mismo modo que lleva el peso del trastorno que sufre hasta que su dueño consigue llegar desde la lejana

Transilvania a Inglaterra, aunque, y eso es un gran acierto, la exaltación por la llegada del vampiro coincide con la de su marido, a quien recibe de idéntica manera, aunque este forme parte ya de la corte de Nosferatu. La historia de la película de Eggers se acerca más al original de Murnau, si bien las escenas en el castillo de los Cárpatos pierden mucho, por la escenografía, y por la presencia entrevista siempre a distancia de la poderosa presencia física del nunca muerto. En el caso de Frankenstein, la interpretación de Oscar Isaac está un poco pasada de vueltas, y la malevolencia de Del Toro le arranca una pierna para conseguir un efectismo innecesario. La de Elordi, por su parte, se ajusta a la visión del director, pero el maquillaje y el disfraz resultan absolutamente erráticos, al margen de que bien podría ser esta la primera versión en que se ha procurado que el monstruo sea bastante más atractivo que su creador, lo cual contradice radicalmente el espíritu de una creación hecha con desechos humanos. La inventada historia de la familia con el padre tirano puede responder a otros intereses de Del Toro, pero, al margen de ser un acicate para la superación del joven, no tiene mucho sentido, salvo abominar de ciertos sistemas educativos.

          En fin, no esperaba gran cosa de ninguna de las dos, pero he sabido disfrutar de los aciertos de la puesta en escena de ambas, porque las imágenes en el polo tienen mucha fuerza, de igual manera que los paisajes siniestros que rodean el castillo de Nosferatu o los interiores en Inglaterra, cuando aparece un médico algo descolocado y anecdótico interpretado por un Dafoe que no sabe hacerse con un personaje de falso relleno. ¡Qué difícil, insisto, es conseguir esa atmosfera cuya plasmación no depende de los medios usados, sino de la «imaginación» de los directores. Tengo la impresión de que en vez de tener una visión propia de las historias, se han dejado llevar por los modelos y han innovado justo donde no debían, pero…

 

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