Los límites entre la confidencialidad y la transparencia democrática.
Título original: Reality
Año: 2023
Duración: 83 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Tina Satter
Guion: James Paul Dallas, Tina Satter
Reparto: Sydney Seweeney; Josh Hamilton; Marchant David; Benny Elledge;
John Way.
Música: Nathan Micay
Fotografía: Paul Yee.
La dramaturga
Tina Satter, que llevo a las tablas la historia de Reality Winner, un
caprichoso nombre impuesto por su extravagante padre, no ha tardado en
trasladar a la pantalla la historia de la informante que llevó a la prensa, a The
Intercept, concretamente, los planes estratégicos de los hackers rusos para
alterar las votaciones presidenciales. Se trataba de una información secreta
que la informante sacó clandestinamente de su oficina para enviarla al diario.
Antes incluso de que se publicara la información, dos agentes del FBI se
presentaron amistosamente en la casa de la exmilitar, ahora en labores de
rastreo de informaciones sensibles para la inteligencia usamericana, con la
finalidad de interrogarla acerca de unos documentos misteriosamente
desaparecidos de la oficina de la sospechosa, sobre los que ella alega no saber
absolutamente nada de nada.
Estamos en
presencia de una película política en la que se representa, ante nuestros
asombrados ojos, el caso real de Reality Winner, una mujer finalmente condenada
por revelación de secretos a 63 meses de cárcel. La película se basa en las
grabaciones efectuadas ese día, momentos que se intercalan en la acción, como
si se tratara de un documental, más que de una ficción que, obviamente, no es,
aunque adopte las maneras de esta para potenciar un caso que no tuvo el eco
mediático del de Edward Snowden, sin duda, pero cuyo interés se revela en cuanto
asistimos a los primeros compases de la película y vemos el modus operandi de
los dos agentes, a los que no tardan en unirse otros muchos que se encargan,
tras acordonar la zona, de registrar a mucha conciencia el domicilio de la
sospechosa.
Recordemos que
el caso Snowden, que fue tratado en un documental, Citizen Four, de
Laura Poltras, y en una película, Snowden, de Oliver Stone, el gran
debelador de las lacras del sistema democrático usamericano, y tuvo en su
origen los planes de la CIA y la NSA de establecer un sistema de espionaje mundial,
muy en la línea de la clarividente distopía 1984. Snowden, tras escapar de sus
excompañeros, acabó viviendo en Rusia, donde Putin le concedió la ciudadanía
rusa, aunque a cambio, en aquellos momentos, de «no trabajar contra el gobierno
amigo de los Estados Unidos de América», lo cual no deja de ser sorprendente,
visto todo desde nuestro presente. Reality Winner, como el propio Snowden,
jamás ha reconocido haber cometido ninguna traición, porque, tras pasar cierta
información de mucho relieve por sus manos, hubo de decidir si esa información había
de quedar clasificada como secreta en la NSA o debía ser conocida por sus
compatriotas, dada su trascendencia, porque las votaciones electorales
adulteradas significan la quiebra absoluta del sistema democrático. Forma
parte, pues, su historia, de una línea de periodismo informativo que aprovecha
las filtraciones, como el caso de WikiLeaks, que ha tenido a su promotor, Julian
Assange, huido de la Justicia durante muchos años, hasta que ha llegado a un
acuerdo para no ser perseguido por la Justicia usamericana si, a cambio, como
así lo hizo, se declaraba culpable de un delito de espionaje.
La película,
algo claustrofóbica de Satter, consiste, como decíamos, en el interrogatorio al
que dos agentes del FBI someten a una trabajadora de una empresa colaboradora
de la NSA que aparenta ignorar por qué y para qué la visitan. No podemos
hablar, ciertamente, del método socrático para caracterizar el a veces tenso y
a veces distendido interrogatorio a la joven, pero lo cierto es que mediante
una compleja red de abordamientos desde diferentes perspectivas los dos agentes
principales van sacando de la joven la información que ella conoce. En el
método socrático, el interlocutor no sabe que lo sabe, aquello que le revela
Sócrates, pero aquí se da la circunstancia de que sí. Con todo, la lucha
dialéctica entre los interrogadores y la sospechosa se mantiene durante mucho
tiempo, y eso forma parte del «contenido» último de la historia: un ejercicio
de «acoso y derribo» practicado con suma habilidad, con esa «mano izquierda»
que se le ha de suponer a quienes actúan desde una instancia de poder. Porque
eso es, básicamente, lo que nos muestra la película, cómo cae el poder con toda
su fuerza, presión y contundencia, sobre una ciudadana frágil que en ningún
caso puede ofrecer otra resistencia que la de negarlo todo, como en los sainetes
de adulterio, si bien ya anticipo que el humor que aparece de tanto en tanto en
la película no tiene la suficiente fuerza como para compensar el cerco tenaz y
eficaz a que someten los agentes a la joven, cada momento que pasa más
empequeñecida frente a la presencia intimidatoria de los agentes del FBI. Uno de
ellos, bien normal, Josh Hamilton, quien lleva el peso de la indagación, se
acerca a ella buscando cierta complicidad; el otro, que interviene menos, Marchant
David, es un auténtico armario de gimnasio que intimida a cualquier Sansón que
tenga la desgracia de cruzarse con él. La protagonista, Sydney Seweeney, se convierte, en ese coro de
feroces sabuesos, en una víctima de la que no tardamos en apiadarnos y con
quien empatizamos, haya hecho lo que haya hecho, en principio, y luego, sabiendo
de qué se trata, con conocimiento de causa. El modo como ella lo va negando
todo y, al tiempo, va cayendo lentamente en la red de los interrogadores, es un
prodigio de progresión dramática que nos permite seguir el caso con un interés
creciente, se conozca o no la historia. Pensemos que, a lo largo del
interrogatorio, emergerá, también, un retrato de la protagonista y una descripción
de su vida y de sus intereses prioritarios. Su amor por sus mascotas, su
responsabilidad como profesora de yoga, su conocimiento de lenguas de Medio
Oriente, que la convierten en una de las principales traductoras del parsi, por
ejemplo, lo que tanto impresiona a los investigadores, así como su pasado
militar. Se trata, por lo tanto, de la paciente elaboración de una tela de
araña en la que acabe cayendo la sospechosa por sus mentiras contadas. ¡Y a fe
que impresiona, desde la perspectiva de la mujer, verse rodeada por tantos
agentes sin que ni una mujer, salvo a ultimísima hora, aparezca en escena! No
se trata, en todo caso, de una vida estandarizada, sino de una solitaria muy
particular, muy concienciada respecto a su condición femenina y su limitado
repertorio de intereses vitales. Casi hubiera podido titularse Sola frente
al Estado o algo de ese jaez, porque sus representantes aparecen junto a su
vehículo como tememos que nos llegue a casa el sobre parcialmente ennegrecido de
una complementaria del Ministerio de Hacienda…