Entre los clásicos de la Ealing, el cine «étnico» scottish y los hermanos Coen…, una divertida comedia de humor negro…
Título original: The Legend of
Barney Thomson
Año: 2015
Duración: 90 min.
País: Reino Unido
Dirección: Robert Carlyle
Guion: Richard Cowan, Colin McLaren
Reparto: Robert Carlyle; Ray Winstone; Emma Thompson; James Cosmo; Ashley
Jensen; Samuel Robertson; Martin Compston; Tom Courtenay; Brian Pettifer; Kevin
Guthrie; Stephen McCole; Ruari Cannon.
Fotografía: Fabian Wagner.
El arranque de esta película,
con un personaje gris marengo… ininteligible, porque toda la película está
rodada en el «dialecto» escocés del inglés y, por lo tanto, inaccesible sin los
subtítulos que nos orienten, desconcierta al espectador, porque no sabe
exactamente, dado el «agonías» insufrible que nos toca como protagonista, si
vamos a tener que abandonarlo a su suerte o algo va a pasar para mantenernos en
la *espectaduría…, dado que el arranque nos remite enseguida, por la
situación, una barbería, a la película de los Coen El hombre que nunca
estuvo allí. No tardan en aparecer los restos de cadáveres que alguien de
forma anónima envía por correo a la policía: un asesino en serie que va a
convertirse no solo en un quebradero de cabeza para los dos agentes encargados de
investigar los crímenes, sino en una lucha de sexos dentro de la policía que va
a dar lugar a un enfrentamiento a cara de perro entre la sustituta y el veterano
inspector machista que se resiste a seguir las directrices de su nueva jefa y
pretende seguir sus propias intuiciones.
La complicada
situación del barbero al que rehúyen los clientes por su trato áspero y nada
comunicativo va a ser el motor paralelo de la doble historia que vamos a
seguir: una, evidente, la conocemos, la muerte accidental del dueño de la
barbería que, al resbalar y caer sobre el protagonista, muere a causa de que se
clava las tijeras que este tiene en las manos y que no puede evitar apartarlas
del cuerpo del jefe en su caída. La decisión en estos casos, porque si no, no
hay película, es sacar de noche el cadáver del infortunado y deshacerse de él,
aunque, y eso forma parte de este tipo de comedias negras, no es tan fácil como
parece desprenderse de un pesado cadáver, sobre todo cuando el tonto de la
localidad te ha ayudado a meterlo en e maletero y ha visto que no es un bulto
pesado, sino un cadáver, lo que te ha ayudado a guardar en el maletero del coche;
la otra, es la de los restos de los cadáveres que va coleccionando la policía,
sin tener la más mínima pista y de la que no sabemos absolutamente nada.
Ambas acaban
cruzándose cuando al jefe de la barbería sele suma un segundo cadáver de un
rival laboral de Barney, ante quien se desmorona y confiesa que el jefe ha
muerto accidentalmente, lo que provoca un alterado entre ellos y la preceptiva muerte
accidental del colega, que se suma al jefe en lo que paree superponerse con el
asesino en serie al que busca la policía, aunque no parece que ambas historias
estén relacionadas. La policía interroga a Barney y este añade a sus problemas
el de haberse convertido en sospechoso para los investigadores, aunque la jefa
de los agentes desdeña esa pista que pasa por Barney.
Y luego está
la madre del protagonista, una vieja adicta al juego, al alcohol, a las
carreras de galgos y a un grupo de amigas tan deterioradas como ella, una madre
que tiene dominado a su hijo, a quien considera absolutamente idiota, y a quien
siempre quiere sacarle dinero. La composición de la vieja seora adicta a todas
las degradaciones es un monumento a la interpretación ejecutado por una Emma
Thompson casi irreconocible y, por supuesto, más ininteligible que su propio
hijo, escocés de pura cepa, aunque ella es también, aun nacida en Londres, hija
de la actriz escocesa Phyllida Law. La relación de dependencia del uno respecto
de la otra es el fundamento de la naturaleza apocada del hombre, quien creció
bajo el autoritarismo y el desdén de la madre hasta convertirse en un ser
amargado, sin iniciativa y con mínimos recursos.
El
planteamiento de la película, sin embargo, va a progresar, gracias a un guion
muy sólido, hacia un cul-de-sac para el protagonista, acosado por sus
propias necesidades de deshacerse de los cadáveres y por el estrechamiento del
cerco policial en torno a él, ignorando las órdenes de la jefe policial que le
ha arrebatado el puesto al veterano inspector. Un descubrimiento inesperado, y
que no puedo revelar, complica la trama extraordinariamente y le otorga una
perspectiva negrísima, complicando aún más la situación del protagonista,
quien, además, siente la amenaza permanente del tonto que lo chantajea para que
le compre cosas y lo invite so pena de revelar lo que sabe.
Aunque haya
habido ciertos momentos en que la mortecina personalidad del barbero amenace
con contagiar de su marmoreidad a la trama, esta remonta y se dirige hacia un
final que sorprende por su imaginativo desenlace, pie del definitivo que devuelve
a la historia el tono de amable comedia que nos permite ver incluso la negritud
de lo narrado con una sonrisa en los labios.
Decía al
comienzo que hay algo de las comedias de la Ealing en esta película, una cierta
herencia del tono y el estilo de El quinteto de la muerte, de ese
excelente director que fue Alexander Mackendrick, a quien debemos un peliculón
como Chantaje en Broadway, con dos actores en estado de gracia: Burt
Lancaster y Tony Curtis; pero el enfoque moderno de las películas de crímenes,
con esa crudeza en los detalles, como los restos humanos que le llegan a la
policía, en la estela, aunque a mucha distancia, obviamente, de Seven,
de David Fincher, conceden a esta ópera prima de Carlyle suficiente crédito para
esperar su segunda incursión en la dirección.