Entre las
películas de espías y las de ciencia-ficción, La mujer en la luna es un
hontanar cinematográfico del que han bebido desde Bergman hasta Kubrick,
pasando, acaso, por Dreyer, Antonioni, Godard y Tarkovski… ¡Una joya
insospechada!
Título original: Frau im
Mond
Año: 1929
Duración: 165 min.
País: Alemania
Dirección: Fritz Lang
Guion: Thea von Harbou,
Fritz Lang
Música: (Película muda)
Fotografía: Curt Courant,
Oskar Fischinger, Otto Kanturek (B&W)
Reparto: Gerda Maurus, Willy
Fritsch, Fritz Rasp, Gustav von Wangenheim, Klaus Pohl, Gustl Gstettenbaur,
Tilla Durieux, Hermann Vallentin, Max Zilzer, Mahmud Terja Bey, Borwin Walth,
Karl Platen, Margarete Kupfer, Alexa von Porembsky.
He de reconocer
que me he dejado seducir por la subyugante puesta en escena de esta película de
Lang que reúne en una sola historia tópicos cinematográficos tan queridos como
el científico loco y proscrito por la comunidad científica, cuyo manuscrito es
buscado por una banda de malhechores, sabedores del potencial interés lucrativo
del mismo; un excepcional viaje a la luna con intención de ajustarse a los avances
científicos de su época, y un trío amoroso tan ambiguo como intenso. Todo ello
aderezada con una estética minimalista en la interpretación, una imaginación
desbordante para la parte técnica y escenas, como la persecución que emprenden
el niño lector de tebeos de aventuras espaciales y el chófer del ingeniero protagonista,
que recuerda en todo momento las últimas imágenes del Tintin de Spielberg, pero
en 1929. Es decir, que la suma de ingredientes es lo suficientemente atractiva
como para esperar lo que nos da: un peliculón. Eso sí, se han de tener ojos
cosmológicos muy intensos para poder disfrutar de la ingenuidad, hoy un auténtico
producto kitsch, de todo lo relacionado con la parte «técnica» de la
película, porque, a pesar del enorme esfuerzo de lograr lo más cercano a la
verosimilitud, la aventura espacial aún es más deudora de Meliès y de la serie
B de películas espaciales que vendrán en los 40 y 50, que propiamente de los avanzadísimos
efectos espaciales que nos sorprendieron tantísimo en 2001 Una odisea del
espacio, de Kubrick. Pongamos por ejemplo la vara de zahorí con que el científico
trastornado se lanza a buscar agua en la superficie lunar, una vez que
descubre, al encender una cerilla, que hay oxígeno en la luna y puede
desembarazarse de la escafandra de buzo con que había bajado a la superficie de
nuestro satélite. No obstante, la cuenta atrás para el despegue de la nave, un
espectáculo social radiado a todo el país, tuvo su origen en esta película de
Lang.
La historia es
sencilla, un científico, el profesor Manfeldt, defiende que en la luna no solo hay agua, sino
inmensas cantidades de oro, lo que incita a los financiadores de la aventura
espacial del protagonista a robar el manuscrito con las teorías del profesor y
a plantear una negociación con el protagonista para que un hombre de la
organización, Walter Turner, el villano por excelencia para Lang, el autor
Fritz Rasp, el que robo los planos del ingeniero, vaya también en la nave
espacial.
Los dos
compañeros del protagonista, que se acaben de prometer en matrimonio, son los
otros candidatos para ir en el viaje. El protagonista, que está secretamente
enamorado de la colega, una deslumbrante Gerda Maurus, actriz croata, en el
papel de Friede Velten, sufre en silencio ese compromiso que se va a celebrar
mientras se urden la trama del robo del manuscrito y de sus planos para hacer ese
viaje a la luna.
La película tiene
dos partes bien definidas: la trama policiaca sobre el manuscrito del profesor
y los planos del protagonista, el intermedio del despegue radiado y público de
la nave, con unas tomas de los fotógrafos y del locutor excelentes, y el viaje
a la luna propiamente dicho. Se acusaba a Lang de excesivamente premioso en la
primera parte, pero, a mi entender, es una obra de arte del cine urbano de
conjuras. La descripción de la miseria en la que vive el profesor proscrito
científicamente, con ratón de compañía incorporado es impagable. Y no hay más
que recordar la escena en la que le ofrece al protagonista, para cenar, su sillón
cojo, que ha de calzar con libros para que uno pueda sentarse. Así mismo, el
telescopio enfocado hacia el universo y la yacija donde duerme, amén de la
ausencia de mobiliario en la casa, completan el retrato de dicha pobreza.
El intermedio
tiene que ver con la ceremonia del lanzamiento del cohete, un ritual muy pero
que muy curioso, porque se les ocurrió nada más y nada menos que sumergir el
cohete en un tanque de agua desde el que iniciaría el despegue, como así
sucede. El interior de la nave casi solo es comparable a la versión rusa de Solyaris,
de Lidiya Ishimbayeva y Boris Nirenburg, muy distinta de la de Tarkovski, y casi
tan «ingenua», a todos los efectos,
técnicos y especiales, como esta de Lang. La retranmisión del
lanzamiento casi como si de un concierto de un artista famoso se tratara tiene,
sin embargo una poderosa actualidad, y las imágenes son muy potentes, como la
del locutor que retransmite el acontecimiento por la radio e inicia la cuenta
atrás para el despegue de la nave.
La nave en sí,
con las abrazaderas en el suelo y las agarraderas de autobús al alcance de la
mano para vencer la falta de gravedad son tan encantadoras como las hamacas
donde se van a atar las cintas de seguridad o los trajes de calle que llevan
todos, con unos jerséis, ellos, por cierto, de actualísimo diseño. Un
personaje, el villano, va caracterizado de tal manera que su flequillo recuerda
poderosamente el del agitador, en aquel año de 1929, Adolf Hitler. Más
adelante, cuando, en el transcurso del viaje, se descubre su doble
personalidad, él fue el perpetrador del robo del manuscrito del profesor y de
los planos del ingeniero, el actor realiza una remodelación de su apariencia y
se convierte, casi por arte de magia, en el personaje que se presentó en casa
del ingeniero como elemento de distracción y para guiar el robo de sus
compinches. La escena trae a la memoria la variada caracterización de Sellers
en la película de Kubrick: ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú. Una vez
que han ido dejando atrás los diferentes módulos, acaban descubriendo,
escondido en los trajes de buzo, al niño amante de los tebeos de aventuras
espaciales, un elemento muy propio de un cine aún por venir, y que Lang plasma
con un amor especial, porque él también era lector5 devoto de los tales. La
presencia del niño, que ayudó en su momento al protagonista, cuando el robo,
tendrá su importancia en el desenlace.
La estancia en
el arenal lunar, con unos planos extraordinarios de la soledad que rodea a los
personajes, y con el Kitsch añadido del profesor zahorí a la búsqueda, con su
varita detectora, de agua en la luna, no tiene precio. La sobriedad de los
planos estáticos en que los personajes viven los momentos anteriores al
despegue, tienen su reverso en la aventura lunar que se cobra la vida de… Ahí
me detengo, por supuesto. Vale concluir, sin embargo, con la convicción de que
a todos sorprenderá el desenlace y la seguridad de que se ha de tener poca
imaginación para no disfrutar de la mucha que ha volcado en esta película Fritz
Lang, en su despedida del cine mudo. Con lo aficionado que yo soy a las películas
de monstruos y terror de la serie B, con ese encanto particular de sus
deficientes pero ingeniosísimos efectos especiales, puedo garantizar que en la
realización de Fritz Lang hay algo, no sé, casi como de operístico, como si sus
imágenes hubieran sido creadas para que las acompañara la música de Strauss que
luego acompañó las de Kubrick. En fin, no quiero acabar sin remitirme a los
primeros planos de la imposible pareja protagonista, porque, alejados del
histrionismo propio del cine mudo, constituyen casi un recital prebergmaniano.
¡Hay tanta pasión contenida en ellos!
¡A disfrutarla!
P.S. A otro tipo de crítica, acaso a la crónica de la vida artística, quedaría reservado el relato del estreno por todo lo alto que diseñaron Fritz Lang y la productora para el día del estreno en el UFA Palast am Zoo, teniendo a Albert Einstein de invitado especial, quien, a buen seguro, debió de reírse lo suyo con la ingenuidad científica de la película.La obra se estrenó en Usamérica con una reducción de metraje más que considerable. Pero esta versión original tiene mayores atractivos.
P.S. A otro tipo de crítica, acaso a la crónica de la vida artística, quedaría reservado el relato del estreno por todo lo alto que diseñaron Fritz Lang y la productora para el día del estreno en el UFA Palast am Zoo, teniendo a Albert Einstein de invitado especial, quien, a buen seguro, debió de reírse lo suyo con la ingenuidad científica de la película.La obra se estrenó en Usamérica con una reducción de metraje más que considerable. Pero esta versión original tiene mayores atractivos.
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