Leviatán: Un duro drama íntimo y judicial al
borde del círculo polar ártico.
Título
original: Leviafan (Leviathan)
Año:
2014
Duración:
141 min.
País:
Rusia
Director:
Andrei Zvyagintsev
Guión: Oleg Negin, Andrey Zvyagintsev
Fotografía:
Mikhail Krichman
Reparto:
Vladimir Vdovichenkov, Elena Lyadova, Aleksey Serebryakov, Anna Ukolova, Roman
Madyanov, Lesya Kudryashova
El hecho de escoger una localización tan extrema como
la frontera con el círculo polar ártico, con unos paisajes que parecen más un
medio hostil y un adversario, que el marco idóneo para tirar adelante una vida
plena y armoniosa, marca de buen comienzo esta tragedia familiar que se
manifiesta en dos vertiente: los conflictos en una pareja, por la desavenencia
total entre el hijo y la madrastra, por un lado, a la cual se añade más
adelante el adulterio; y, por otro, la amenaza de desahucio que sufre un hombre
por el deseo arbitrario de un alcalde que quiere apropiarse de sus tierras para
explotarlas él. Hay algo de El proceso
kafkiano en los intentos del alcalde por arrebatarle al protagonista sus
propiedades, aunque en lugar de la ausencia de un poder definido, en la novela
de Kafka, en Leviatán es la
corrupción del poder político y su ejercicio arbitrario lo que actúa sobre la
vida del protagonista.
A pesar
de que el autor nos ofrece en clave de tragedia la pequeña anécdota de la lucha
de un hombre aislado contra la arbitrariedad del poder, hay algunos momentos
jocosos, por absurdos, que sirven de contrapunto al drama. Uno de ellos es, por
ejemplo, la selección de retratos de antiguos dirigente de la URSS para
practicar el tiro al blanco y el otro, sumamente hilarante, la lectura en sede
judicial de dos sentencias íntegras, con pelos y señales, a una velocidad que
les es imposible de seguir a los subtítulos, aunque ambas sean de gran
importancia para la trama, porque se explican las razones del pleito y conviene
estar muy atento. La escena, no obstante, tiene una comicidad que incluso
parece fuera de lugar en un drama tan contundente como el de la lucha de un ser
abocado al fracaso por defender su casa y sus tierras.
La
película, sin embargo, opta por in ritmo lento, casi el propio de la vida real,
a veces excesivamente lento, lo cual, añadido al predominio de planos generales,
americanos e incluso panorámicos, más la significativa escasez de primeros
planos, algo nos quiere decir. Y aquí es donde hemos de considerar la intención
de Zvyagintsev a la hora de ofrecernos una relación inequívoca ente el espacio
y los seres humanos que lo habitan. A pesar de que la proximidad del círculo
polar nos haría sospechar que los paisajes nevados, uniformes, serían
predominantes en la película, esto no es así. Hay una gama de colores fríos en
la película que tiran hacia el negro, como si el color de la principal
industria de la zona, la minería, se hubiera apropiado de la película. Todo
parece degradado y en proceso de destrucción, sin vida; un paisaje que tiene
mucho que ver con el de algunas películas de Tarkovski, sobre todo la
apocalíptica Stalker (1979) con un
fantástico paisaje postnuclear muy parecido al real de la zona del Mar de
Barents donde se ha rodado la película, un Tarkovski a quien el director
reconoce como maestro suyo. La omnipresencia del mar y de sus restos, que
llegan a alcanzar una significación simbólica, los viejos barcos de pesca
abandonados o el impactante esqueleto de una ballena varada, nos hablan de unas
vidas al borde de caer en el fracaso definitivo, porque, de hecho, ya viven una
existencia sin muchas perspectivas, y, como se ve más adelante, sujetas a la
arbitrariedad del poder que es encarnación del estado, el Leviatán del título.
Con todo,
y al margen del significado político de la anécdota argumental, hay una
interpretación mítica del título, como el de un dios dispuesto a tragarse las
víctimas de una tierra hostil donde no pueden sobrevivir, tal y como se aprecia
cuando la mujer protagonista, Lilya (casi la Lilith bíblica, la primera mujer,
pero sin su faceta rebelde)se auto inmola ante la imposibilidad de hallar una
salida a su drama individual, dibujado en tono menor, como apagado por la
imposición de un medio adverso que gobierna caprichosamente las vidas de los
personajes, adictos todos al vodka, como si no pudiesen vivir sin el calor
vital artificial que les proporciona. Casi podemos decir que no hay momento de
la película en el que el vodka no tenga un papel preponderante y, a modo de
anécdota, diré que el director ha revelado que en las escenas los actores lo
bebían de verdad, no un sucedáneo, lo cual les permitía alcanzar un nivel de
interpretación mucho más veraz. De hecho, las interpretaciones son todas
magníficas, dentro de esa gesticulación glacial rusa tan cercana al hieratismo,
y sobresale especialmente Elena Lyadova, llena de matices y capaz de comunicar
el desgarro de su drama con ciertas miradas y con una economía de gestos
admirable. El alma eslava de los personajes, aquella suerte de fatalidad y/o
resignación ante el infortunio que ha sido protagonista de tantas novelas del
realismo ruso tiene en Leviatán una
presencia generosa. El destino trágico de la existencia gobernada por las
fuerzas del poder que se impone arbitrariamente se resume admirablemente
cuando, en la secuencia final de la película, en plano fijo, emerge la cabeza
del leviatán moderno de la máquina de demolición que se mueve como una
serpiente maligna para acabar con la existencia de quien se había opuesto a su
poder sin restricciones, en una escena llena de belleza y de terror.
Por el camino de la defensa numantina de sus derechos, y
siguiendo el hilo de sus apelaciones judiciales, el personaje entra en
contacto, y choque, no solo con el poder judicial, sino con el ejecutivo y aun
el religioso, lo cual lleva implícita una denuncia del papel represivo que la
Iglesia Ortodoxa rusa ha asumido desde la caída del comunismo. No hay estamento
que se escape de la crítica, de igual manera que también para los protagonistas
su aventura heroica deviene un callejón sin salida contra el que acaban
estrellándose, dramáticamente.
La
película puede pecar por exceso, en todos los sentidos: duración, hermetismo,
frialdad objetiva, abundantes planos descriptivos, etc., pero la recompensa
visual que nos ofrece el director justifica el hecho de haberse ajustado al
ritmo vital de unos personajes que viven en un espacio tan adverso y al mismo
tiempo tan espectacular, desde el punto de vista paisajístico. Son frecuentes
los planos del mar y de las olas rompiendo contra las rocas o muriendo
rítmicamente en las playas, asociando la vida de los protagonistas a aquel
ritmo cansino y horro de esperanza, porque la desolación es el único corolario
de esta dura, pero necesaria, película que casi roza la condición de cine étnico,
como si en la Laponia donde se desarrolla la acción estuvieran las vidas
sujetas a otras condiciones muy distintas de las de los espectadores del resto
del mundo.
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