Maps to the stars o el oscuro rostro perturbado del Star
System.
Título original: Maps to the Stars
Año:
2014
Duración:
111 min.
País: Canadá
Director:
David Cronenberg
Guión: Bruce Wagner
Música: Howard Shore
Fotografía: Peter Suschitzky
Reparto: Julianne Moore, Mia
Wasikowska, Robert Pattinson, John Cusack, Olivia Williams, Carrie Fisher, Evan
Bird, Sarah Gadon, Emilia McCarthy, Jayne Heitmeyer, Justin Kelly, Amanda
Brugel, Ari Cohen, Clara Pasieka, Joe Pingue, Donald Burda
Decir, de una película de
David Cronenberg, que es absolutamente coherente con su trayectoria, quizás no
le diga nada a muchos, pero sí casi todo a quienes tienen presente una carrera digamos que autorreferencial. Con esto quiero
dar a entender que Cronenberg es el mejor referente de sí mismo, más allá de
las típicas comparaciones con otros autores y/o películas con una temática
cercana a la de esta Maps to the stars.
Supongo que si hay un toque Lubitsch o Hitchcock, también podríamos hablar de
un toque Cronenberg, y éste no sería otro que el de la perversión psicológica y
las tinieblas de la pasión a contracorriente, es decir, un toque oscuro y
perverso que nos describe cómo se destruyen las vidas de los que se sienten
guiados por fuerzas difícilmente controlables. Para explorar un mundo
muy visitado cinematográficamente, como el de la meca del cine, Hollywood,
Cronenberg ha tenido el buen ojo de escoger una historia del guionista Bruce
Wagner, que ya firmó el guión de aquella comedia negra titulada Escenas de la lucha de sexos en Beverly
Hills (1990), un disparate dirigido por Paul Bartel, y que pasó por las
pantallas sin pena ni gloria. Ahora, sin embargo, y con una cierta carga
autobiográfica, porque Wagner también fue conductor de limusina en Holywood y
aspirante a actor y a guionista, además de haberse criado y haber estudiado en
Beverly Hills, Cronenberg se ha encontrado con una historia que, sin forzar en
demasía los parecidos, le remitía a una de sus cintas más conseguidas: Dead Ringers (1988), aquí traducida como
Inseparables, porque nos movemos en
la órbita terrible de los dramas familiares relativos a transgresiones de
difícil encaje en la mentalidad común de la sociedad. Estamos, por lo tanto,
ante unos dramas familiares lo suficientemente poderosos no solo para marcar la
vida de los personajes, sino para escribir un destino que, como en las
verdaderas tragedias, han de cumplir ce por be, sin escatimar ni uno solo de
los horrores que desde el comienzo se pueden intuir, así que se nos van
presentando estos miembros del Star System, seres de excepción con una moral de
excepción y con unas vidas, sin embargo, tan ajustadas a las exigencias del
estrellato que bien podríamos decir que ni siquiera tienen vida propia, sino
que, fuera de la pantalla, continúan interpretando, como si estuviesen dentro.
De esta confusión entre los delirios y la realidad es de donde surge el drama
que nos ofrece Cronenberg.
Es
evidente que en tanto que personajes ajustados a los tópicos, la actriz que
teme no ser requerida para un papel nunca más y que ha vivido siempre a la
sombra de su madre, también actriz, y mejor que ella –un personaje a cuyo
patetismo Julianne Moore le ha sabido dar la dimensión precisa– o la estrella
juvenil llena de autoconsciencia de su poder generador de ingresos y que
desprecia a todo el mundo –un personaje interpretado por Evan Bird con una
propiedad absoluta y con una fuerza extraordinaria, tanto por lo que hace a su
talante despótico como a su capacidad de ternura, por lo que a la relación con
su hermana se refiere. No creo exagerar si digo que la presencia magnética de
Evan Bird, con un físico tan singular como alejado de los modelos triunfantes
entre los artistas jóvenes, es uno de los grandes alicientes de la película,
muy por encima, incluso, de la actuación de Juliane Moore, y de hecho, pude
comprobar que su singularidad física y su aptitud interpretativa eran
comentarios recurrentes entre los espectadores al salir de la sesión–. Es
evidente, para cualquier espectador, sin embargo, que, en el capítulo de las
interpretaciones no podemos olvidarnos de la soberbia de Mia Wasikowska en el
papel de la hermana esquizofrénica del joven ídolo de la pantalla. Su
versatilidad, después de haberla conocido en el papel de Ava en Solo los amantes sobreviven (2013) de
Jim Jarmusch, queda más que demostrada en esta actuación llena de matices, de
fragilidad, de malignidad y de férrea determinación.
La
historia comienza con un tono excesivamente plano y tiene unos compases
iniciales que desconciertan al espectador, porque nada de lo que vemos al
principio hace presagiar ni de lejos la progresión dramática que irá
desarrollándose ante sus ojos, como un especie de ajustadísimo e infernal
mecanismo de relojería. Le parecería, a quien conociera la obra del Cronenberg
de los inicios de su carrera, que hubiera vuelto a los orígenes de Vinieron de dentro de… (1975), por
ejemplo, por la naturalidad con la que
lo perturbador parece instalarse en la realidad y tomar posesión de ella. La
llegada a Hollywood de la hermana del actor juvenil, sobreprotegido por la
madre, después de que su hijo prendiera fuego a la casa e intentara matar a su
hermano pequeño, de quien estaba y sigue estando locamente enamorada, es el
inicio de esa progresión climática de la que hablábamos y que avanza a modo de
espiral hacia la culminación de los deseos más turbadores y transgresores
imaginables. Por suerte, el patetismo de los personajes es de tal naturaleza
que son frecuentes en la película los contrapuntos grotescos que atenúan la
acritud y la desolación de fondo con que han sido dibujados, y que le permiten
al espectador alguna sonrisa e incluso alguna carcajada, algo nerviosa, sin
embargo… Es imposible desvelar partes de la trama que permiten establecer la
cadena causal de los acontecimientos que se representan en la pantalla, porque
ese conocimiento forma parte de la sorpresa del progreso dramático de la
película y echaría a perder buena parte de la citada progresión. Lo que es
indudablemente cierto es que el espectador recibe más de un fuerte golpe
emocional, pero también que la estructura de la historia se cierra como un
círculo perfecto, dejando muy pocos cabos sueltos, y mantiene intacta, a lo
largo de la película, su capacidad para atrapar al espectador y hacerlo
partícipe de una historia redonda como un anillo… Dead ringers, se titulaba Inseparables
en la versión original, y no cuesta nada establecer un nexo entre aquellos
anillos idénticos y los anillos que cambian de mano en esta película, de padres
a hijos, unidos todos por el mismo secreto, por el mismo tormento, por la misma
tragedia…
La
película tiene una puesta en escena espectacular, sobre todo en la casa-museo
del psicoterapeuta de éxito, un personaje que sirve de nexo de unión entre la
historia de la actriz camino del fracaso y la de su propia familia. Hay un
acusado contraste entre la mediocridad de los espacios exteriores y la de los
interiores de ambas mansiones, la de la actriz y la del matrimonio destrozado
por la culpa y el miedo. En ambos espacios, sin embargo, la presencia de los
fantasmas del pasado dominando el presente de los personajes y condicionando
sus actos consigue que se cree una atmósfera onírica que en buena medida
recuerda mucho a la de algunas películas de otro de los grandes Davides de la
dirección, David Lynch, con cuya obra no deja de tener una cierta relación esta
película.
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