Título original: Les
Bas-fonds
Año: 1936
Duración: 92 min.
País: Francia
Dirección: Jean Renoir
Guion: Yevgueni Zamiatin,
Jacques Companeez, Jean Renoir. Obra: Maksim Gorki
Música: Jean Wiener
Fotografía: Fédote
Bourgasoff, Jean Bachelet (B&W)
Reparto: Jean Gabin; Junie Astor; Louis Jouvet; Suzy
Prim; Jany Holt; Alex Alin; Vladimir Sokoloff; Nathalie Alexeeff; Robert Le
Vigan; André Gabriello; Robert Ozanne; René Génin; Léon Larive; Maurice Baquet.
Año: 1957
Duración: 137 min.
País: Japón
Dirección: Akira Kurosawa
Guion: Akira Kurosawa. Obra:
Maksim Gorki
Música: Masaru Satô
Fotografía: Ichio Yamazaki
(B&W)
Reparto: Toshirô Mifune; Isuzu Yamada; Kyôko Kagawa; Ganjiro
Nakamura; Minoru Chiaki; Kamatari Fujiwara; Akemi Negishi; Nijiko Kiyokawa; Koji
Mitsui; Eijirô Tono; Haruo Tanaka; Eiko Miyoshi; Bokuzen Hidari; Atsushi
Watanabe; Kichijiro Ueda.
Dos visiones
muy distintas, occidental y oriental, del clásico de Gorki; dos miradas,
compasiva y quirúrgica, a la pobreza extrema.
No es sorprendente que dos autores
cuyo cine es un análisis constante de la condición humana coincidan en la elección
de un clásico universal de la literatura para adaptarlo al cine. Se trata, en
este caso, de la obra de teatro homónima de Máximo Gorki, Los bajos fondos.
El grado de realismo que quiso llevar Gorki al escenario, en cuyo montaje se
incluyeron fotos reales del ambiente descrito sobre las tablas, está presente en estas dos adaptaciones, pero
se trata de dos visiones muy distintas, más cerca de la visión trágica la de
Kurosawa, más cercana al humor mediterráneo la de Renoir. Cinematográficamente,
también son muy distintas, porque Renoir saca la cámara de la humillante «pensión»
donde viven los protagonistas, el último peldaño de la miseria antes de
convertirse en vagabundos sin techo, y se acerca a una construcción narrativa
de corte clásico; Kurosawa, sin embargo, escoge un lugar «maldito» que
identifica desde la primera escena con un vertedero de basuras, pues desde lo
alto dos personajes descargan sus carretillas de desechos en las inmediaciones
de la cabaña donde, en cubículos minúsculos, sin intimidad ninguna, se
arraciman los mismos personajes que en la de Renoir. Con todo, hay diferencias
muy notables en la composición de los personajes, porque el protagonista de la
de Renoir, un extraordinario Jean Gabin, lleno de recursos y encanto, seductor
y, con todo, portador de una dignidad
que servirá para que, al final, haya una suerte de canto a la esperanza que
está a años luz del pesimismo trágico que viven los mismos personajes en la película
de Kurosawa, como si el hado trágico se hubiera cebado en ellos y solo la
tragedia fuera capaz de guiar sus vidas, reducidas a la ebriedad, el juego y un
mínimo trabajo, o cambalache, que les sirve para pagar las cuatro perras que
les da derecho al catre.
En ambos casos, la relación adúltera
del protagonista con la «patrona» de la pensión va a desencadenar, por la irrupción
de la hermana de ella en el triángulo amoroso, un juego cruzado de venganzas,
el marido de su mujer, la mujer de su hermana y el protagonista de ambos
esposos, que nos llevará , finalmente a la muerte del «tirano», sobre el que se
descarga la ira de los oprimidos que viven en su mísera «pensión». El aliento
trágico de la claustrofóbica y angustiosa versión de Kurosawa que apenas deja
respirar al espectador angustiado, una versión dramática en la que el
protagonista, Toshirô Mifune, se mueve en escena con un desgarro y una
violencia airada que nada tiene que ver con la elegancia y donaire de Gabin. Lo
mismo sucede con la hermana de la patrona. Aunque ambas visiones de la hermana están
muy cerca, porque ese personaje representa la ingenuidad y la pureza, Jany Holt
no puede competir con la impresionante actuación de una de las mejores actrices
del mundo, Kyôko Kagawa, que borda el personaje de la hermana y añade, frente
al de Renoir, una desesperación que la aleja de su pretendiente, mientras que
en la versión de Renoir prima la tendencia al final feliz, ausente de la versión
de Kurosawa. En ambas, no obstante, la agresividad implacable del matrimonio se
ceba en ellas. La posibilidad de casar a la hermana con el intendente de policía,
a quien soborna el matrimonio para ahorrarse impuestos, forma parte de esa
violencia, pero en la versión de Renoir adquiere una dimensión magnífica de la
que carece la de Kurosawa. La cena con el pretendiente es un corto cómico magnífico
y funciona casi como un relato mínimo dentro de la historia general.
El humanismo con que se contempla la dignidad humana de
quienes ni siquiera estando en el penúltimo escalón social pierden el respeto
que se deben a sí mismos, y ahí está la historia cómica del arruinado barón en
cuya casa roba Gabin como muestra del humor de comedia de humor «blanco»,
domina la versión de Claire, dado que, detenido Pepel por haber robado en casa
del barón, este se presenta en comisaría para testificar que el caballo de bronce
ha sido un regalo, por lo que Pepel sale en libertad, aunque el barón no tarda
en recalar en la «pensión»; de igual manera, qué gran distancia hay entre el
músico compulsivo que toca el acordeón en la versión de Renoir y el músico loco
tamborilero que saca de quicio con el sonido agudo del parche tirante de su
pequeño tambor. Menos la hay en cuanto a los actores de teatro que en ambas
versiones son encarnadas por dos estantiguas destrozadas por el alcohol y con
un serio propósito de enmienda para volver a adueñarse de su arte pretérito.
Este personaje alcanza idénticos niveles de patetismo en ambas versiones, y
ambas interpretaciones rayan a idéntica altura, aunque el personaje de
Kurosawa, espoleado por las esperanzas de un viejo misterioso que parece
personificar la muerte, nos resulta acaso más desgarrador. ¿En qué podemos
basarnos para apreciar esas diferencias? En mi caso, en el abismo que hay entre
las lenguas respectivas de cada adaptación, el japonés y el francés. Los
personajes de Kurosawa parece que se escupan al hablar, y hay tal grado de
violencia en su manera de relacionarse que nos parece una condena sobreañadida
a su infortunio, pero es cierto que ese dramatismo verbal encarna a la perfección
la lucha por la supervivencia en un ambiente ultradegradado. El actor, corroído
por el alcohol, apenas alcanza a hablar de modo que para los demás sea inteligible
lo que dice, y eso añade un plus de degradación a su personaje. Con todos ellos
contrastan las dulces maneras del viejo que pasa unos días en la pensión antes
de seguir su camino, si bien deja tras de sí tres muertes de muy diferente
naturaleza. Ese peregrino que se aloja en la «pensión» solo unos días, tiene un
efecto de contraste con el embrutecimiento de los demás que no aparece en la
versión de Renoir. Acaso porque el barón tiene también menos peso en la de
kurosawa.
Lo que nos queda, al final, de ambas
versiones, es la sensación de cierto alivio en la casi comedia sentimental que
es la versión de Renoir y el peso descomunal de la tragedia que no nos abandona
ni un momento en la de Kurosawa. No se trata de la vieja polaridad entre
optimismo y pesimismo, porque suicidios los hay en ambas, violencia también y
mucha derrota, pero el modo de acercarse a la miseria es muy distinto en ambas
versiones, espesamente sombría en kurosawa y ligeramente entre luces en Renoir.
Ambas son no solo dignas de admirar, sino de ver una tras otra para entender las
diferencias culturales entre Occidente y Oriente, también por lo que respecta a
la miseria sin casi remedio en que pueden caer los seres humanos. En ese
escenario último también hay diferencias entre las personas, y el complejo
mundo de relaciones que se establece entre los patronos y los residentes y
entre estos últimos constituye un fresco de la mejor y lo peor de la humanidad.
Ni que decir hay que todas las interpretaciones en una y otra versión son
excepcionales, sobre todo en la de Kurosawa, acaso porque el espacio resulta
mucho más claustrofóbico y la cercanía entre los personajes aguza las reacciones
de estos hasta la exasperación. La evidente mirada compasiva de Renoir
contrasta, y mucho, con la que he calificado como «quirúrgica» de Kurosawa,
aunque la realización de este deja claro el infinito respeto que le merecen los
desheredados de la Fortuna.
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