lunes, 4 de septiembre de 2023

«Los bajos fondos», de Jean Renoir y «Los bajos fondos», de Akira Kurosawa.

 

Título original: Les Bas-fonds

Año: 1936

Duración: 92 min.

País: Francia

Dirección: Jean Renoir

Guion: Yevgueni Zamiatin, Jacques Companeez, Jean Renoir. Obra: Maksim Gorki

Música: Jean Wiener

Fotografía: Fédote Bourgasoff, Jean Bachelet (B&W)

Reparto:  Jean Gabin; Junie Astor; Louis Jouvet; Suzy Prim; Jany Holt; Alex Alin; Vladimir Sokoloff; Nathalie Alexeeff; Robert Le Vigan; André Gabriello; Robert Ozanne; René Génin; Léon Larive; Maurice Baquet.

 





Título original: Donzoko

Año: 1957

Duración: 137 min.

País: Japón

Dirección: Akira Kurosawa

Guion: Akira Kurosawa. Obra: Maksim Gorki

Música: Masaru Satô

Fotografía: Ichio Yamazaki (B&W)

Reparto:  Toshirô Mifune; Isuzu Yamada; Kyôko Kagawa; Ganjiro Nakamura; Minoru Chiaki; Kamatari Fujiwara; Akemi Negishi; Nijiko Kiyokawa; Koji Mitsui; Eijirô Tono; Haruo Tanaka; Eiko Miyoshi; Bokuzen Hidari; Atsushi Watanabe; Kichijiro Ueda.

 

Dos visiones muy distintas, occidental y oriental, del clásico de Gorki; dos miradas, compasiva y quirúrgica, a la pobreza extrema.

 

          No es sorprendente que dos autores cuyo cine es un análisis constante de la condición humana coincidan en la elección de un clásico universal de la literatura para adaptarlo al cine. Se trata, en este caso, de la obra de teatro homónima de Máximo Gorki, Los bajos fondos. El grado de realismo que quiso llevar Gorki al escenario, en cuyo montaje se incluyeron fotos reales del ambiente descrito sobre las tablas,  está presente en estas dos adaptaciones, pero se trata de dos visiones muy distintas, más cerca de la visión trágica la de Kurosawa, más cercana al humor mediterráneo la de Renoir. Cinematográficamente, también son muy distintas, porque Renoir saca la cámara de la humillante «pensión» donde viven los protagonistas, el último peldaño de la miseria antes de convertirse en vagabundos sin techo, y se acerca a una construcción narrativa de corte clásico; Kurosawa, sin embargo, escoge un lugar «maldito» que identifica desde la primera escena con un vertedero de basuras, pues desde lo alto dos personajes descargan sus carretillas de desechos en las inmediaciones de la cabaña donde, en cubículos minúsculos, sin intimidad ninguna, se arraciman los mismos personajes que en la de Renoir. Con todo, hay diferencias muy notables en la composición de los personajes, porque el protagonista de la de Renoir, un extraordinario Jean Gabin, lleno de recursos y encanto, seductor y, con todo,  portador de una dignidad que servirá para que, al final, haya una suerte de canto a la esperanza que está a años luz del pesimismo trágico que viven los mismos personajes en la película de Kurosawa, como si el hado trágico se hubiera cebado en ellos y solo la tragedia fuera capaz de guiar sus vidas, reducidas a la ebriedad, el juego y un mínimo trabajo, o cambalache, que les sirve para pagar las cuatro perras que les da derecho al catre.

          En ambos casos, la relación adúltera del protagonista con la «patrona» de la pensión va a desencadenar, por la irrupción de la hermana de ella en el triángulo amoroso, un juego cruzado de venganzas, el marido de su mujer, la mujer de su hermana y el protagonista de ambos esposos, que nos llevará , finalmente a la muerte del «tirano», sobre el que se descarga la ira de los oprimidos que viven en su mísera «pensión». El aliento trágico de la claustrofóbica y angustiosa versión de Kurosawa que apenas deja respirar al espectador angustiado, una versión dramática en la que el protagonista, Toshirô Mifune, se mueve en escena con un desgarro y una violencia airada que nada tiene que ver con la elegancia y donaire de Gabin. Lo mismo sucede con la hermana de la patrona. Aunque ambas visiones de la hermana están muy cerca, porque ese personaje representa la ingenuidad y la pureza, Jany Holt no puede competir con la impresionante actuación de una de las mejores actrices del mundo, Kyôko Kagawa, que borda el personaje de la hermana y añade, frente al de Renoir, una desesperación que la aleja de su pretendiente, mientras que en la versión de Renoir prima la tendencia al final feliz, ausente de la versión de Kurosawa. En ambas, no obstante, la agresividad implacable del matrimonio se ceba en ellas. La posibilidad de casar a la hermana con el intendente de policía, a quien soborna el matrimonio para ahorrarse impuestos, forma parte de esa violencia, pero en la versión de Renoir adquiere una dimensión magnífica de la que carece la de Kurosawa. La cena con el pretendiente es un corto cómico magnífico y funciona casi como un relato mínimo dentro de la historia general.

El humanismo con que se contempla la dignidad humana de quienes ni siquiera estando en el penúltimo escalón social pierden el respeto que se deben a sí mismos, y ahí está la historia cómica del arruinado barón en cuya casa roba Gabin como muestra del humor de comedia de humor «blanco», domina la versión de Claire, dado que, detenido Pepel por haber robado en casa del barón, este se presenta en comisaría para testificar que el caballo de bronce ha sido un regalo, por lo que Pepel sale en libertad, aunque el barón no tarda en recalar en la «pensión»; de igual manera, qué gran distancia hay entre el músico compulsivo que toca el acordeón en la versión de Renoir y el músico loco tamborilero que saca de quicio con el sonido agudo del parche tirante de su pequeño tambor. Menos la hay en cuanto a los actores de teatro que en ambas versiones son encarnadas por dos estantiguas destrozadas por el alcohol y con un serio propósito de enmienda para volver a adueñarse de su arte pretérito. Este personaje alcanza idénticos niveles de patetismo en ambas versiones, y ambas interpretaciones rayan a idéntica altura, aunque el personaje de Kurosawa, espoleado por las esperanzas de un viejo misterioso que parece personificar la muerte, nos resulta acaso más desgarrador. ¿En qué podemos basarnos para apreciar esas diferencias? En mi caso, en el abismo que hay entre las lenguas respectivas de cada adaptación, el japonés y el francés. Los personajes de Kurosawa parece que se escupan al hablar, y hay tal grado de violencia en su manera de relacionarse que nos parece una condena sobreañadida a su infortunio, pero es cierto que ese dramatismo verbal encarna a la perfección la lucha por la supervivencia en un ambiente ultradegradado. El actor, corroído por el alcohol, apenas alcanza a hablar de modo que para los demás sea inteligible lo que dice, y eso añade un plus de degradación a su personaje. Con todos ellos contrastan las dulces maneras del viejo que pasa unos días en la pensión antes de seguir su camino, si bien deja tras de sí tres muertes de muy diferente naturaleza. Ese peregrino que se aloja en la «pensión» solo unos días, tiene un efecto de contraste con el embrutecimiento de los demás que no aparece en la versión de Renoir. Acaso porque el barón tiene también menos peso en la de kurosawa. 

          Lo que nos queda, al final, de ambas versiones, es la sensación de cierto alivio en la casi comedia sentimental que es la versión de Renoir y el peso descomunal de la tragedia que no nos abandona ni un momento en la de Kurosawa. No se trata de la vieja polaridad entre optimismo y pesimismo, porque suicidios los hay en ambas, violencia también y mucha derrota, pero el modo de acercarse a la miseria es muy distinto en ambas versiones, espesamente sombría en kurosawa y ligeramente entre luces en Renoir. Ambas son no solo dignas de admirar, sino de ver una tras otra para entender las diferencias culturales entre Occidente y Oriente, también por lo que respecta a la miseria sin casi remedio en que pueden caer los seres humanos. En ese escenario último también hay diferencias entre las personas, y el complejo mundo de relaciones que se establece entre los patronos y los residentes y entre estos últimos constituye un fresco de la mejor y lo peor de la humanidad. Ni que decir hay que todas las interpretaciones en una y otra versión son excepcionales, sobre todo en la de Kurosawa, acaso porque el espacio resulta mucho más claustrofóbico y la cercanía entre los personajes aguza las reacciones de estos hasta la exasperación. La evidente mirada compasiva de Renoir contrasta, y mucho, con la que he calificado como «quirúrgica» de Kurosawa, aunque la realización de este deja claro el infinito respeto que le merecen los desheredados de la Fortuna.

         

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