domingo, 18 de octubre de 2015

“Esa pareja feliz”: una ópera prima que marca doble Bépoca: Bardem y Berlanga.




El inmenso Félix Fernández
Ver en 2015 Esa pareja feliz o el infraempleo, la picaresca y, sí, también el amor, en 1951.


Título original: Esa pareja feliz
Año: 1951
Duración: 90 min.
País: España
Director: Luis García Berlanga, Juan Antonio Bardem
Guión: Luis García Berlanga, Juan Antonio Bardem
Música: Jesús García Leoz
Fotografía: Guillermo Golberger (B&W)
Reparto: Fernando Fernán Gómez, Elvira Quintillá, José Luis Ozores, Félix Fernández, Matilde Muñoz Sampedro, Rafael Alonso, Fernando Aguirre, Manuel Arbó, Antonio García Quijada, Antonio Garisa, José Franco, Alady, Rafael Bardem, José Orjas, Francisco Bernal, Antonio Ozores, Manuel Aguilera, Pilar Sirvent, Carmen Sánchez, Lola Gaos, Antonio Estévez, Mapy Gómez


            Lo bueno de la cinefilia es que nunca la revisión de una película es en vano, aunque la primera vez que se vio se viera con los mil ojos espoleados de quienes no quieren perder detalle, pero ya se sabe lo frágil que es la memoria. La monumental historia del cine español a través de 600 películas, excelentemente programadas, da para descubrimientos, revisitaciones y algún que otro desdén, por supuesto. En el capítulo de óperas primas, hace unos días tuve la ocasión de volver a ver la de Bardem y Berlanga o viceversa, tanto monta, Esa pareja feliz, una comedia absolutamente italianizante que, sin embargo, respetaba escrupulosamente lo mejor de la comedia española, no solo por la sociedad que se retrata en ella, sino, sobre todo, por la enorme galería de personajes secundarios que la convierten en una auténtica joya de un tipo de cine coral que se convertiría, años después, en la “marca de fábrica” del cine de Luis Berlanga, por ejemplo. En aquel cine de los años 50 y 60 bien podría decirse que el más cómodo oficio de la industria cinematográfica era el de Director de casting, porque la versatilidad de los actores de aquella época permitía que hasta el más ínfimo papel en cualquier secuencia tuviera el actor o la actriz más apropiados. A título de ejemplo, baste recordar los mínimos papeles que con tanta profesionalidad realizan José Luis López Vázquez, Antonio Ozores, Rafael Alonso o Lola Gaos, entre otros.
         La película, que se centra en las dificultades para salir delante de un matrimonio joven que viven de realquiler en un reducido cuarto y tienen trabajos no cualificados, excepcionalmente interpretado por dos actores en estado de gracia, como Fernando Fernán Gomez y Elvira Quintillà, quien repetiría con Berlanga en esa maravilla del cine que es Plácido, está planteada con un desenfadado tono de comedia realista que pretende oponerse a la solemnidad prosopopeyesca del cine histórico que entonces se realizaba, como se advierte en una secuencia inicial graciosísima que remeda escenas similares del cine de Hollywood. Hay, por lo tanto, dado que el protagonista trabaja en unos estudios de cine, no solo un homenaje al cine, es innegable la influencia de las películas de Capra en esta ópera prima, sino a la industria del cine, pero también una crítica al mismo, es decir, a la concepción del cine como instrumento de disuasión para canalizar lo que deberían o podrían ser afanes reivindicativos para mejorar la situación social de los trabajadores, como se advierte en el rechazo de la coprotagonista cuando le afea a su marido que le “destroce” la ilusión de lo que ve en pantalla con la explicación de “cómo” se consigue este o aquel efecto.
         Se trata de una película coral, social, en la que se describe un Madrid de principios de los 50 dominado por intentos de “modernización” que se manifiestan en las técnicas de mercadotecnia a través de la generación de la ilusión mediante el azar:  “La pareja feliz” es un concurso que gana la protagonista, tras comprar en abundancia cierto jabón; concurso que convertirá a la pareja ganadora en algo así como lo que ofrecía, cuando llegó la televisión, su más famoso programa: “Reina por un día”, que diríase inspirado en la película de B&B: un día con todos los gastos pagados por empresas que aprovechaban, a su vez, la publicidad del concurso para aumentar sus ventas. Pero, al tiempo, se nos ofrece un Madrid popular “de barriada”, con gente que busca ganarse el jornal de cualquier manera, entre las que entra, por supuesto, la picaresca de la estafa.
Las graciosas situaciones a que da pie el periplo de tiendas que han de visitar, así como la comida en el restaurante de lujo o la visita broche final a Copacabana, con un excelente número musical de por medio, que acaba como el rosario de la aurora ante el juzgado de guardia, es un encadenamiento de situaciones que garantizan no solo la franca risa (y aun la carcajada) de la verdadera comedia, hija de la planificación y del crescendo, el famoso timing, sino, sobre todo, la contemplación de un proceso de alienación consumista que acaba haciendo recapacitar a los protagonistas para poder recuperar el amor compartido que sus respectivas ambiciones les están haciendo perder: él, convertirse en un especialista en electrónica (¡Al futuro por la electrónica!, es el lema de quien le cobra los recibos de la academia por correspondencia, una estafa de tomo y lomo que se alarga en el tiempo para saquearle sus escasos ahorros); ella, disfrutar de unas comodidades que le permitan llevar la vida desahogada que ve en la pantalla del cine. En ese proceso, y dada la difícil situación económica de la pareja protagonista, no falta la crisis de desamor que provoca la sempiterna ambición del ingenuo protagonista, quien se embarca en negocios inverosímiles que son auténticas estafas, como el que les propone una de las estrellas de la película, el inconmensurable actor Félix Fernández, extra de teatro que lía a Fernán Gómez y a José Luis Ozores en un negocio en que no solo perderán lo que invierten, sino que provoca que sea expulsado del trabajo en los estudios. El “¡Sentido comercial!” con que el estafador embauca a los dos pardillos, dicho con ese gracejo de Félix Fernández, excepcional en la escena en que recibe al indignado Fernán Gómez en lo que tiene toda la pinta de ser una casa “de mala nota”, que decían entonces, ha quedado como una de las señas de identidad de la película, un lema cuyos ecos pueden advertirse, por ejemplo en el “Todos para la Bruster y la Bruster para todos” de Los nuevos españoles, de Roberto Bodegas, por ejemplo, tan olvidada hoy.

Lo que está claro es que Esa pareja feliz en modo alguno parece una ópera prima, sino una sólida película de consagración de quienes podía intuirse que deberían de estar acostumbrados a lidiar, a través de la imaginación, con rodajes complicados, por más que el presupuesto fuera escaso. Todo en ella está estudiado hasta el más mínimo detalles, y nada queda al albur de la improvisación, pero el resultado final tiene una consistencia cinematográfica difícil de conseguir cuando se trata de una ópera prima, y tan compleja como la presente. Hay, si, concesiones como el final, auténticamente frankcapriano, pero el detalle de los zapatos de los que se deshace la mujer, después de haberlos sufrido como un martirio desde que los recibió como uno más de los regalos que le permitan experimentar en qué consiste llevar una vida de lujo, confirma la calidad de redonda ópera prima de quienes nos habrían de dar auténticas obras maestras de nuestro cine como Calle Mayor, Muerte de un ciclista, Plácido o Bienvenido Mr. Marshall.

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