Conflicto de clase, sexo y raza
con una estética minimalista: Lady
Macbeth, de Oldroyd, o la contención fílmica del desbordamiento emocional.
Título original: Lady Macbeth
Año: 2016
Duración: 89 min.
País: Reino Unido
Director: William Oldroyd
Guion: Alice Birch (Novela:
Nikolai Leskov)
Música: Dan Jones
Fotografía: Ari Wegner
Reparto: Florence Pugh, Christopher Fairbank, Cosmo Jarvis,
Naomi Ackie, Bill Fellows, Ian
Conningham, Paul Hilton, Joseph Teague, Golda Rosheuvel, Rebecca Manley.
El tráiler que había
visto hacía poco me dejó intrigado. No sabía si, de ir, vería una pase de
diapositivas de cuadros veermerianos, una aproximación exótica a la inversión
de Las criadas de Genet, El sirviente, de Losey o una atonal sinfonía
esteticista, próxima a la ópera de Shostakovich. Al final hay un poco de todo y
un mucho de nada. Es la ópera prima del director y, como pasa en algunos casos,
ha “echado el resto” para demostrar que hay madera, que sabe crear atmósfera,
que la puesta en escena minimalista la domina y que la fotografía puede ser
determinante para recibir el marchamo de calidad de la obra, expendido por los
críticos profesionales. Al salir, la única referencia que me venía a la memoria
visual reciente era La señorita Julia,
de Liv Ullmannm aunque sin las perturbaciones
psicológicas, fruto de las connotaciones feministas que hay en esta, y que están
ausentes de Lady Macbeth, en la que
la pasión sexual insatisfecha se erige como motor de la acción. La rebelión
contra la situación de mal casada de la protagonista, un tema típico en el Romancero español
popular, por ejemplo, va a desencadenar una serie de asesinatos que se producen
no por amor al mal, sino por apartar, con gélida determinación, los obstáculos
que se oponen al supremo bien de la sexualidad satisfecha. La protagonista, que
mezcla a partes iguales la frialdad y la pasión exacerbada, hallará en la
figura de uno de sus criados una excitación erótica que, tras las humillaciones
sufridas por parte de su marido, quien la tiene, tras la boda, absolutamente
abandonada, haciéndola objeto de un refinado escarnio erótico incomprensible,
excepto por lo que tiene de rebelión contra un padre, el suyo, que la “ha
comprado” para él junto con unas tierras de relativo valor, la llevará a
remover todos los impedimentos que se atraviesan entre ella y la consecución de
su deseo. Poco a poco, gracias a la ausencia del marido, que halla “consuelo” a
su malmaridamiento en otra mujer, cuyo fruto aparecerá al final de la película
en un sorprendente giro narrativo que acabará ennegreciéndolo definitivamente.
La historia que cuenta el director se basa en el relato de Nikoláis Leskov solo
hasta cierto punto, sobre todo por lo que hace al desenlace. Digamos que,
después de haber leído el relato, he de reconocer que había hecho una lectura
del embarazo de ella, que cierra la película, muy alejada del significado que
tiene en el desarrollo de la historia, donde la joven Katerina expresamente manifiesta
que un embarazo lograría distraerla del monótono aburrimiento en que vivía, a
ella que no le gustaba la lectura y que solo hallaba algún placer en los paseos
por la naturaleza que suegro y marido le tenían prohibidos. No voy a desvelar
lo esencial del desenlace, pero esa lectura es congruente con la historia tal y
como se desarrolla en la película, atendiendo a la raza del padre y a la
imposibilidad de que el marido desaparecido y dado por muerto pueda ser el
padre de la criatura. La película respeta escrupulosamente la atmósfera del caserón
en que vive la joven y el minimalismo de la puesta en escena que se insinúa en
el relato. Si a ello le añadimos el carácter hasta cierto punto taciturno de la
joven, todo se suma para entender la determinación con que hace frente a las
circunstancias sociales, a la familia, sobre todo, y su empecinamiento en
abrirse su propio camino en la realidad aunque haya de enfrentarse a todo y a
todos. Desde este punto de vista, la descripción de Katerina es la de la mujer
fuerte, e incluso excesivamente fuerte para un amante cuya pusilanimidad va revelándose
poco a poco, a medida que se van sucediendo las muertes que jalonan su historia
de amor. Mientras escribo esta crítica, me estoy acompañando con la música de la
ópera de Shostakovich que está en las antípodas de la película, y al
mezclárseme las imágenes de la película con los compases endiablados de la
ópera me digo que hay más verdad y pasión en ellos que en aquellas, por más
que, formalmente, merezcan todos los elogios. Es cierto: técnicamente, la
película es muy meritoria, y el director ha sabido recrear la desmedida pasión de la joven, de tan calculador pensamiento,
sin embargo; pero, como suele pasar en estos casos en los que alguien es
arrastrado hacia el mal, como en la famosa Perdición,
de Wilder, los espectadores no dejan de preguntarse cómo es posible que tarde
tanto en aparecer el freno moral que, si no remedia la situación, sí permite,
por lo menos, que emerja una instancia de justicia ante la que rendir cuentas,
y por ahí es por donde el desenlace de la película se gana a los espectadores,
a pesar de su crudeza. Sobre el significado real del plano que cierra la
película, culminación de un plano que ha constituido un auténtico leitmotiv a lo largo de la película,
dejo abierto el camino para que cada cual especule al respecto…
La semana pasada tuve un desafortunado encuentro con Laura Freixas en el ciclo de conferencias sobre la generación del 50. Le correspondía el tema de Ana María Matute y Carmen Martín Gaite, y en lugar de hablarnos de ellas -de las que no tenía ni idea- nos metió un alegado sobre la literatura patriarcal y los padres y las madres simbólicas, puro feminismo radical que convierte la ambigüedad de la literatura en una serie de fórmulas para juzgarla ideológicamente (y políticamente). Digo esto porque Lady Macbeth me dejó un poso de insatifacción tras ver la esteticista puesta en escena de William Oldroyd. La figura del amante 'de color' es incongruente en la Inglaterra victoriana, es la idea más absurda jamás concebida en el cine. No tiene ningún sentido. Ni tiene sentido el hijo del marido que también es de color. Quien conozca las reglas del siglo XIX en Inglaterra considerará que es la idea más cretina que pueda ocurrírsele a un guionista. Creo que han querido hacer una pelicula reivindicativa en el sentido racial y activamente feminista en la resolución de la película. He leído como tú la obra de Leskov, Lady Macbeth de Mtsenk y hallo en dicho relato verosimilitud y coherencia lo que no encuentro en la película. El final de la peli de Oldroyd desvirtúa totalmente el final de la obra de Leskov, es otra cosa, cambia totalmente el sentido del personaje, lo convierte en un ser vengativo, al estilo de la aristócrata de Senso de Luchino Visconti. Pero Lady Macbeth de Mtsensk no se venga de su amante sino que asume su castigo y van condenados a Siberia adonde le sigue amando hasta el final. Creo que en la película que nos ocupa la guionista Alice Birch ha querido hacer un panfleto feminista al estilo de los de madre simbólica de Laura Freixas, un personaje de una pieza que se alza en esa imagen final vencedor de este drama al haber enviado a su amante y a la criada negra al cadalso. Todo me huele a falso. No me creo nada. La veo falsa por los cuatro costados.
ResponderEliminarLa Freixas parece haberse colocado unos anteojos con cristales feministas y solo ve la realidad desde esa perspectiva, muy a menudo además, desde la meramente numérica, tantos hombres, ninguna mujer, etc. Ha escogido un discurso pobre y empobrecedor, que tiene, sin embargo, sus seguidoras, que la jalean y la animan con modos y maneras de secta con dogmas infalibles. Desde lejos, se la ve como la gran sacerdotisa del feminismo, pero muy a menudo sus análisis tienen más de homilía ajustada al credo que de investigación valiente y sin anteojeras de la realidad. Allá ella, claro. Estoy de acuerdo contigo en lo de la película. Y sí, esa "decisión" de saltar la barrera de la raza en aquella época es muy osada. En Usamérica sí que se transgredía la norma, y ahí está la evolución mulata de los negros que llega hasta Obama, por ejemplo, pero ignoro si en Inglaterra también pudieran darse casos aislados. DE todos modos, estaría dispuesto, por la vía de la represión tan férreamente marcada por el marido, a aceptarlo en términos de poética narrativa, pero el desarrollo de la historia, como si vivieran aislados del mundo y no existiera "sociedad" ante la que rendir cuentas directa o indirectamente, y que sí aparece como instancia judicial al final, es ya, como tú dices, pedir demasiado. Supongo que estamos ante esa tendencia muy moderna de tomar como pretexto las obras, a falta de inventiva propia, y desfigurarlas a conciencia para elaborar discursos que en modo alguno superan nunca el original. El director promete, pero hay tics esteticistas que no suplen ni una buena historia ni un guion con pies y cabeza.
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