El abismo de la locura visto desde las dos orillas y el
frágil puente que las une: Lilith o una de las mejores películas sobre
la locura femenina que hayan sido rodadas.
Título original: Lilith
Año: 1964
Duración: 114 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Robert Rossen
Guion :Robert Rossen
(Novela: J. R. Salamanca)
Música: Kenyon Hopkins
Fotografía: Eugen Schüfftan (B&W)
Reparto: Warren Beatty, Jean
Seberg, Peter Fonda, Kim Hunter, Anne Meacham, James Patterson, Robert Reilly,
Gene Hackman, Jessica Walter.
Lilith
fue la primera versión de Eva que, a fuer de independiente y en igualdad de
importancia con el varón, desechó el creador por excelencia para inventarse
otro modelo, sacado de la celebre costilla de Adán, de modo que se supiera, de
una vez por todas, el verdadero orden jerárquico del par de dos que abrió la
mitología y la historia de la humanidad sobre la Tierra. Sobre esa figura
mítica construyó Frank Wedekind el mito moderno de Lulú en dos obras, El espíritu
de la tierra y La caja de Pandora, mito que fuera llevado a la ópera
por Alban Berg y luego por muchos otros en muchas disciplinas, como, en la
narrativa, Las edades de Lulú, por ejemplo, de Almudena Grandes o La
caja de Pandora, de G.W. Pabst.
En su
última película, Robert Rossen, célebre desde que dirigiera El político
y más aun con su penúltima película El buscavidas, adapta al cine la segunda
novela de Jack Richard Salamanca, con idéntico título. Salamanca, autor de
quien fue llevada al cine su primera novela, protagonizada por Elvis Presley, El
indómito, de Philip Dunne es, sin embargo, autor de cuatro novelas más que
han quedado en el olvido.
Rossen,
que hubo de dejar Usamérica por la persecución del macartismo, rodó una película
en blanco y negro con un estética que en modo alguno nos hace pensar en que sea
una película de mediados de los 60, sino un clásico de principios de los 50. Me
ha recordado mucho a Ángeles sin paraíso, un tremendo y ultraemotivo drama
dirigido por John Casavettes, y a El milagro de Ana Sullivan, de Arthur Penn,
curiosamente rodadas en años sucesivos, la de Penn en el 62, la de Casavettes
en el 63 y la de Rossen en el 64. Es decir, que había “en el ambiente” una
preocupación por el cine de inspiración psiquiátrica, aunque, confirmando la
impresión estética de la que hablaba al principio, hemos de remontarnos a 1948
y a Nido de víboras, de Anatole Litvak para encontrar una película que entronca
directamente con esta de Rossen.
Un
joven licenciado del ejército, Vincent, vuelve a su localidad, en la que vive
con su abuela, su madre ha fallecido, y decide echar una solicitud de trabajo
en un sanatorio psiquiátrico para gente acomodada que hay en su localidad. El
joven, un Warren Beatty debutante con una fotogenia acreditada, pero aún sin
tablas suficientes para darle a su atormentado personaje, ligado demasiado íntimamente
a su madre desaparecida, la densidad específica que requería, y quien a duras penas le da la réplica a su coprotagonista,
una Jean Seberg con el pelo largo, con una imagen muy distinta de la de Al
final de la escapada, de Godard, que acabo de revisitar y en la que enamora
mucho más que aquí. Una pareja muy desigual, aunque, con todo, no desentona Beatty en absoluto, porque apenas tiene intervenciones
habladas y es el suyo un conflicto que apenas puede verbalizar, y cuya
desarrollo iremos viendo más en las acciones de quienes le rodean que en las
propias de él. Ella es una mujer con
incl9naciones artísticas, que pinta y teje, y que vive en su habitación como
una joven bohemia, aunque encerrada como el resto. En la pared de su habitación
hay una inscripción, presente a lo largo de la película, HIARA PIRLU RESH
KAVAWN, que en ningún momento se explica. El crítico Luis Guillermo Cardona
explica en FilmAffinity que el novelista, J.R.Salamanca, sí que la traduce: Si
tú puedes leer esto, entonces sabrás que te amo.
El
modo como está rodada la película, a través de imágenes turbadoras que metaforizan,
sobre todo en la naturaleza, la perturbación de la protagonista, es un auténtico
festival visual que va impactando al espectador con escenas que, una vez
vistas, se quedan grabadas en la memoria, como el beso de la protagonista a su
reflejo, metida en la orilla del río y reteniendo en alto el vestido para no
mojarlo…
El uso de perspectivas muy diversas que permiten contemplar el
comportamiento de los personajes desde ángulos inusuales, ajenos a las tomas
frontales, raras en la película, como si el abordaje indirecto de la realidad
fuera el único posible en personajes cuyo condición mental, sobre todo la de la
protagonista, es capaz incluso de trastornar a quien es sometido a la dura
prueba de vigilarla y, en ese proceso, acaba siendo seducido por las «artes
diabólicas» de una ninfómana con una extraña relación incestuosa con su
hermano, fallecido en circunstancias que no se acaban de aclarar en la
película, aunque todo da a entender que se trató de un suicidio en el que la
protagonista hubiera podido tener alguna responsabilidad, acaban de completar
una realización que supone una suerte de tour de force para decir lo
máximo con imágenes henchidas de significados: no hay plano en la película que
no esté diseñado al milímetro no solo para narrar la historia, sino para explicarla,
para revelar lo que ni siquiera se dice, pero sí se ve. No hay didactismo
alguno, ojo, sino una penetración psicológica increíble en unas mentes
torturadas y, en parte, ajenas a su terrible condición, razón por la cual han
de estar recluidas y con rejas en las ventanas. Todo discurre en un ambiente
que parece propiamente el de un hotel, casi de lujo, pero detrás de esa
aparente tranquilidad hay relaciones tortuosas y torturadoras, y la cámara de
Rossen las recoge del modo más imaginativo posible, elipsis incluidas.
Ya
desde los títulos de crédito, construidos sobre una mariposa ante la que van
emergiendo los hilos de una tela de araña, intuimos cuál ha de ser el proceso
que se va a seguir en la película. Así pues, y al margen de que el desenlace se
produce en el última plano, en nada se arruina al espectador la revelación de
que el protagonista masculino va a ser sujeto de un proceso de seducción, por
parte de un enferma que mezcla partes
iguales la astucia, la inteligencia y la necesidad de dominar eróticamente a
cuantos caen en el radio de su influencia directa, como ocurre con otros dos
pacientes, uno masculino y el otro femenino. El descubrimiento de esa voracidad
sexual en su lado lésbico será, curiosamente, lo que dispare algunas reacciones
del protagonista con fatales resultados. Recordemos que en una de las escenas “teóricas”,
algunas había de haber, está claro…, el psiquiatra jefe del sanatorio explica a
los enfermeros el proceso de construcción de la tela de araña cuando esta ha
sido alterada por que se le ha inoculado sangre de personas esquizofrénicas. ¡Y
qué terrible significado es el de la imagen casi de «ojo divino» del psiquiatra
enmarcado por el proyector!
De
forma paralela, y también desde el comienzo, el encuentro del protagonista con
quien fuera su novia y quien, por no recibir noticias por carta de él, acabó
casándose con otro pretendiente, permite una breve historia paralela a la de su
trabajo en el sanatorio que nos permite conocer un dato de importancia
trascendental para la película, que su madre estaba, al decir del marido de su
exnovia, trastornada, lo cual complica la situación notablemente, desde el
punto de vista psicológico, sobre todo teniendo en cuenta que el joven recién llegado,
tan hermoso como la reencarnación de Adonis, se convierte en objeto de deseo no
solo para la enferma a la que ha de
atender, y sobre la que parece tener una especial influencia, sino para la directora,
a pesar de la diferencia de edad, y, por supuesto, para su exnovia, quien, tras
ser dejados solos en casa de ella, porque el marido, un patán magníficamente interpretado
por otro casi debutante -era su segunda película- Gene Hackman tiene que irse a
una reunión vecinal, le dice, de forma muy directa: ¿Recuerdas que te dije
que no te permitiría hacerme el amor hasta que me casara?. Bien, ya estoy
casada. Él se va, por supuesto.
La
película funciona como una extraña historia de amor entre el enfermero y la
paciente, aunque pronto ese desarrollo se va ir cruzando, paso a paso, con las
reacciones propias de quienes tienen su propia vida en su propio mundo, no
siempre coincidente con el mundo «sano» de los cuidadores, lo cual abocará esa historia
a un conflicto que los espectadores han de ver por sí mismos cómo se resuelve.
Lo importante es que, en una película con escasísimo diálogo, son las imágenes,
como si se tratara de una película del cine mudo, las que nos van revelando, ¡en
cada plano!, el contenido de la historia. Algo parecido a lo que sucede en la
reciente El faro, de Robert Eggers, aunque con mayor claridad de planteamiento y
de realización. Los espectadores a quienes preocupe el misterio de las
perturbaciones mentales verán esta
película con especial arrobamiento, porque el naturalismo con que se plantea
permite que la historia se sacuda cualquier dramatismo efectista y se atenga a
una visión realista en la que no escasea ni siquiera la aparición de la tragedia,
por supuesto.
Supongo
que a muchos les pasará, al acabar de verla, como me ha pasado a mí, que de
aquí a quince días la volveré a ver, porque estoy seguro de que Lilith
es una película que requiere más de un visionado. ¿He dicho ya, a pesar de todo
lo dicho, la excelencia de la actuación de Jean Seberg, la elegantísima de Peter Fonda y, muy
discretamente, la de Kim Hunter, la inolvidable Stella Kowalski de El tranvía
llamado deseo, de Elia Kazan o la archisugerente de Anne Meacham, de
infumable carrera fílmica, a pesar de su inquietante presencia física, tan elaborada,
aunque como secundaria, en esta película? Todo ello forma parte del notable
atractivo de esta reinterpretación del mito de Lilith través de una esquizofrénica y ninfómana cuya
maléfica influencia es tan poderosa como su propia fragilidad. A ese respecto,
hay dos acercamientos de la protagonista a dos niños que funcionan como una
minipelícula de terror dentro de la totalidad de la historia. En fin, y aquí lo
dejo, porque es esta una película a la que habré de volver de nuevo, dado que
son muchas las secuencias que exigirían un comentario detallado por mi parte.
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