martes, 24 de junio de 2025

«Sirāt», de Oliver Laxe o los «graves» del fin de los tiempos.

 

Viaje muy accidentado a ninguna parte: una road movie apocalíptica.

 

Título original: Sirāt

Año: 2025

Duración: 114 min.

País:  España

Dirección: Oliver Laxe

Guion: Oliver Laxe, Santiago Fillol

Reparto: Sergi López; Bruno Núñez; Jade Oukid; Stefania Gadda; Richard Bellamyun; Tonin Javier; Joshua Liam Herderson; Kangding Ray.

Música: Kangding Ray

Fotografía: Mauro Herce.

 

 

«Cualquier experiencia es mejor que ninguna experiencia», nos dice la protagonista de Song to Song, de Terrence Malick al inicio de su aventura estéticoexistencial, una película que se abre con una danza salvaje en buena parte similar a la que abre la película de Laxe. En Malick estamos en el mundo de los conciertos «ordenados»; en Sirāt, en el de las rave, fiestas salvajes con música electrónica en las que se danza con afán orgiástico en busca del trance, al que se llega a través de la profunda vibración, básicamente, de los bajos cavernosos de la música, amplificada hasta el ensordecimiento por potentes columnas de sonido. Y en una de ellas, en Marruecos, aparece un padre con su hijo repartiendo fotografías de su hija, a la que busca desesperadamente, porque ha huido de casa y quiere reintegrarla a la vida familiar, y en un momento dado el hijo, de unos doce o trece años, insiste en que su hermana se alegrará de verlos, a él y a su padre. La situación exige un buen acopio de buena voluntad asentidora para permitir que la historia —y ese mínimo esqueleto es, en realidad, «toda» la historia— continúe hasta donde podamos entender qué se ventila en ella.

En cuanto el ejército detiene la rave en curso y exige que todos regresen a sus autos y los sigan en caravana, se entiende que hasta la ciudad o pueblo más próximo, dos camiones deciden, en un momento dado, perderse por un camino lateral que los separa del grueso de la caravana. El padre no sabe si seguir la caravana o seguirlos a ellos, quienes, en el breve intercambio de palabras que tuvieron en un receso de la rave, le dijeron que pudiera ser posible que su hija estuviera en otra rave que se iba a celebrar no lejos de en la que estaban. Guiado por esa promesa, decide seguirlos y desaparecer con ellos, se entiende que porque lo pueden llevar junto a su hija. Y aquí comienza, de hecho, la película.

Pasamos del inicio descriptivo de una realidad común, las raves y sus devotos asistentes —no es un fenómeno extraño a nuestra realidad nacional, porque son frecuentes en pueblos recónditos de nuestra geografía, donde, casi de la noche a la mañana, se organiza una a la que pueden llegar a asistir seis o siete mil personas, con los consecuentes problemas que generan en las localidades adyacentes, y el dispositivo policial que los acordona para impedir que vaya a más, impidiendo el acceso, pero sin entrar a disolver para evitar mayores problemas—; pasamos, digo,  a una película que podría clasificarse de road movie en un terreno tan bello como inhóspito —el desierto y lo que parecen ser las estribaciones primeras del Atlas (localizados en Marruecos, Teruel y Zaragoza)—y en el que habrá levísimos apuntes de película psicológica sin explicaciones que nadie pide y nadie da, porque ese grupo de vidas al margen de la sociedad, llevan una existencia alternativa que cifra sus momentos gloriosos en las raves, en la música, en la danza y en la conciencia alterada mediante el uso de alucinógenos.

El juego de contrastes es evidente: por un lado, una «tribu» con códigos transgresores entre quienes hay dos tullidos, un manco y un cojo, dos mujeres muy recias y esqueléticas y un par de colegas; por el otro, el padre y el hijo, absolutamente tradicionales. De hecho, Sergi López tiene tan poco papel, que pasea casi ofensivamente su look a lo Depardieu sin saber exactamente ni cuál es su lugar, ni su papel ni estar preparado, interpretativamente,  para el golpe traicionero al espectador que sobreviene cuando menos este se lo espera: la pérdida del hijo, en el curso de una travesía por caminos de tierra en una altísima sierra en la que los camiones tienen serios problemas, como si en El salario del miedo, de Clouzot, estuviéramos. El proceso de acercamiento entre ambos mundos  viene dictado por la necesidad, aunque el «egoísmo» del padre con sus víveres es más forzado  que la admiración que siente el hijo por esa forma de vida libre y «molona» de unos seres desafiadoramente marginales, y es de obligada reseña que uno de ellos, el manco, vista una camiseta con un fotograma de Freaks, de Tod Browning. El hijo  incluso se arregla  el pelo al estilo de sus anfitriones, mientras que el padre, al final de la película, se iniciará en los primeros pasos de la danza orgiástica.  Gracias a ellos, oímos en la radio que se ha declarado la Tercera Guerra Mundial, o que está a punto de declararse —¡menudo problemón el del sonido directo en las películas españolas, no hay quien entienda nada…!—, no me quedó claro.

Ello deja a nuestros protagonistas en terreno de nadie, yendo hacia ninguna parte y encontrándose las huellas del conflicto aquí y allá, escasos como van de provisión de gasolina. Perdidos en la inmensidad del desierto, parece algo retorcido que, sin comerlo ni beberlo, los protagonistas se vean en un terreno desértico lleno de minas —¡pero qué frente estratégico en tierra de nadie son toneladas de arena en medio de la nada…!—. Como si intuyeran un final apocalíptico o verse forzados a cumplir las simbologías que exige el guion, descargan los altavoces de uno de los camiones y de nuevo la música propia de las raves —he tenido que informarme para determinar que suele ser una mezcla de  acid house, new beat, breakbeat,  hardcore rápido y alguna forma de techno…—, tras haberse «colocado» con unas semillas, atruena en el desierto para que contemplemos la danza liberadora a la que se entregan los protagonistas. ¡Y comienza el baile de las explosiones! Hasta llegar al tren que cruza el desierto velozmente, y con los tres supervivientes occidentales, gracias a una elipsis de obligado cumplimiento, sentados junto a los nativos marroquíes, por unos raíles cuyo final parece perderse en las propias arenas del desierto…

Doy fe de que, animado por el absurdo existencial de esas vidas a la deriva, he querido empatizar con los protagonistas, y hacerme cargo del mensaje apocalíptico que nos transmitía la historia: somos un detritus de la Historia, estamos condenados y no hay futuro para la especie sobre el planeta, porque de eso se trataba, ¿no?; pero no lo he conseguido: ajenos me han resultado todos, con no poca impostación y un mucho de absurdo realismo, muy lejos de aquel potente absurdo de Ionesco, de Beckett, de Jarry que seguí complacido en mi juventud. No he sentido en ningún momento el conato de interés que suele atarte a las historias de la pantalla, y me era indiferente su destino, porque no hay historia a la que ceñirse ni destino que justifique la trama de la vida, más allá de la supervivencia en un aquí y ahora muy adverso, pero que ni siquiera invita a la «rebelión», ni a la interior ni a la exterior. El conformismo conservador de los personajes,  con la clamorosa ausencia de «destino» o ficción que se le parezca, hace muy difícil «sentir» y «consentir» con y a esas vidas tan lejanas de la realidad común, como próximas no tanto el desengaño como al engaño artificial de su propia liberación.

Acaso en la indeterminación genérica, a medio camino de varios géneros: el familiar perdido, las «tribus» sociológicas, las road movie, el género apocalíptico, las películas de aventuras, etc., radique el desapego que este crítico ha sentido frente a situaciones un poco traídas por los pelos, y en las que apenas se profundiza —¿huye la hija?, ¿y de quién?, por ejemplo…— y que, lógicamente, generan no poca insatisfacción. Sí, sí, por supuesto, «hay lo que hay» y «es lo que es», pero… salvo tomas panorámicas nocturnas del viaje de la comitiva, hay muy poca poesía que nos permita acogernos al aquí y ahora de lo que no acabamos de entender y ante lo que no nos queda otra que la indiferencia. Una lástima, porque con una historia algo más potente y unos personajes mejor perfilados, bien hubiéramos podido disfrutar de una excelente película. Faltaban los mimbres, cierto.

2 comentarios:

  1. Vaaaaya por DioossS! otra q se me va al traste jajaja Antes q nada hoy me he acercado sobre todo y más q nada, a felicitarte por tu santo así q.. !!Muchísimas felicidades JUAN!! no sé si a noche te acercaste a alguna hoguera o la noche mágica de San JUAN te pilló durmiendo plácidamente, sea como sea, q ayer y hoy disfrutes de tu Santo : )
    Y...entrando en materia como con la peli de Coppola, tenía interés en verla y a ser posible disfrutarla, pero por lo q comentas en tu siempre suculenta reseña va a ser q no. Este director al menos aquí en Galicia, tiene un aura de especial, personal, diferente y talentoso q no sé si se corresponde con el resultado cinematográfico q propone...por de pronto, ese culto a la nada apocalíptica en la q parece nos sumerge esta película no me resulta nada atractiva, como tampoco ese placer autodestructivo en el q se convierten estas raves o desmadres más o menos light q efectivamente resultan habituales en las noches de nuestras grandes ciudades .. Como si nuestros jóvenes y no tanto, necesitan autoinmolarse durante un fin de semana para resurgir a la normalidad el lunes ..eso sí no te quedas tocado de por vida, q a veces ha sucedido ..En fin, con la vida casi mística y monacal q tiene este director perdido en los montes gallegos, imaginaba muchas más poesía en su película , no tan grandiosa como la del árbol de la vida de Terrence Malick, por ejemplo ( esa q comentas no la he visto ) pero sí...de ese estilo de películas en el q las imagines te encandilan y sólo ellas te llevan en volandas sin necesidad. así de nada más ... pero va a ser q nos hemos caído en las áridas arenas del desierto con esos sonidos diabólicos q desde luego tampoco tengo ningún interés en escuchar...así q mil gracias como siempre y un beso grande con todo cariño deseando pases un día de San Juan estupendo, a juego contigo ; )

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    1. ¡Gracias, María! No solo es santo, sino que los austeros de mis padres me nacieron ese mismo día para ahorrarse un regalo -único caso entre cinco hermanos...-, a lo que se ve... En fin, tras haber superado ese "trauma", estoy ya preparado para afrontar cualquier cosa que me traiga la realidad...
      Pues entré en la película con la idea de que podía ver algo, si no grande, sí hermoso, porque soy un enamorado del desierto (aunque este sea de Teruel y Zaragoza..., en su mayor parte) y películas como La Atlántida, de Pabst, están entre mis favoritas. Vi "Lo que arde", y me gusto su minimalismo emocional y la comunión con la naturaleza, aunque no sé si daba para un largo. En esta todo suena descabellado desde que aparece el padre con el niño y las fotos, como el vecino que cuelga en las farolas del barrio las fotos del perro o el gato perdido..., e intuyes que una historia tan poco historia no va a tener mucho recorrido, salvo que el recorrido, como ocurre, se convierta en ella... En fin, otra piedra más del camino de as buenas intenciones que llevan al averno (y en esa palabra está la "rave"...).
      Un beso y feliz verano (siempre dentro de lo que cabe y de lo que la moderación exige...)

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