jueves, 3 de julio de 2025

«No esperes demasiado del fin del mundo», de Radu Jude o el exceso.

 

Alambicada critica de nuestro presente, con raros guiños al pasado o el cine feísta excesivo…

Título original:  Nu astepta prea mult de la sfârsitul lumiiaka

Año: 2023

Duración: 163 min.

País:  Rumanía

Dirección: Radu Jude

Guion: Radu Jude

Reparto: Ilinca Manolache; Ovidiu Pîrsan; Nina Hoss; Uwe Boll; Dorina Lazar; Katia Pascariu; Sofia Nicolaescu; László Miske.

Fotografía: Marius Panduru.

 

          Primera película que veo de Radu Jude, premiado en Berlín con su anterior película Un polvo desafortunado o porno loco. Este título es más elocuente del tipo de película que se alarga hasta e infinito con el título apocalíptico con que nos llega. No he visto la premiada, pero reconozco que me ha costado lo suyo acabar de ver la presente, a pesar, con todo, de los muy buenos mimbres con que ha sido concebida, de la espectacular actuación de Ilinca Manolache y de la alternancia entre dos películas que configura la trama: la actual en blanco y negro y la película de Lucian Bratu, Angela merge mai departe («Ángela se mueve», de acuerdo con el título en inglés), no parece que estrenada en España, una película en color sobre una taxista que espera tener una relación convencional, tradicional, en la época comunista, una relación «ordenada». La protagonista, de idéntico nombre, Angela, también es conductora, pero, en este caso, trabaja para una productora que está elaborando unos anuncios institucionales sobre la seguridad en el trabajo, y la labor de la conductora sobreexplotada es localizar a las víctimas de accidentes de trabajo y grabar su historia, porque esos testimonios serán la base que ayude a crear la campaña.

          Con esa poderosa trama argumental, podríamos esperarnos una película de denuncia social, y es lo que vemos, en efecto, porque a la productora le importa un comino la situación individual de cada afectado y menos aún las circunstancias en que se produjeron los accidentes laborales que no supusieron condena alguna para las empresas y un muy magro subsidio para los impedidos. La productora solo va detrás de que esas víctimas reciten el manual elaborado por el gobierno: que hay que protegerse con todos los adminículos que la ley exige para los trabajadores y que han de ser facilitados por los empresarios.

          El hiperprotagonismo de la Angela actual, constantemente al volante a todas horas y en todas direcciones, enfrentada, además, a una pluralidad de situaciones que le permiten al director construir esa suerte de visión apocalíptica de nuestros días, y en ese sentido la visita a un director de cine usamericano es un perfecto botón de muestra; ese exceso de protagonismo es una virtud, pero al mismo tiempo lastra también la película, y de ahí la creación de un alias de la trabajadora incansable, Bobita, que ella representa con una caracterización de supermacho rijoso y parafascista, que solo piensa en follar, en vejar a las mujeres y en admirar a Viktor Orban, un alter ego, por lo tanto, que le permite a la protagonista liberarse de la tensión que ha de soportar durante jornadas laborales que nunca se acaban. Cuando ella piensa que tiene la posibilidad de retirarse a descansar, recibe el encargo de ir a esperar a la directiva de la casa austriaca que produce el anuncio institucional. Se trata de la elegante y bellísima actriz Nina Hoss, a quien admiramos en Ave Fénix, de Christian Petzold y en Tár, de Todd Field, que en la  película aparece como chozna (hija del tataranieto) de Goethe, quien tiene un hermoso y acerado diálogo con Angela durante el recorrido del aeropuerto al hotel.

          La película tiene un dinamismo absoluto, no solo porque nos pasamos más de la mitad de ella dentro del coche de Angela, sino porque son tantas las experiencias que se viven a lo largo del periplo profesional de la protagonista, sexo rápido en el taxi incluido, ¡y no sin humor!, que no hay tiempo ni para reposar el contraste entre las dos películas que se alternan a lo largo del metraje.

          La visión de la sociedad rumana es hipercrítica, y nos muestra una suerte de ruina de los excesos del capitalismo y el chapucerismo económico de los partidos políticos, no sin momentos líricos como el recorrido de las cruces que jalonan una peligrosa carretera donde ha habido muertos casi a cada quilómetro: ¡qué excelente corto dentro de la película! Igualmente, las relaciones tensas de Angela con los conductores que tienden a meterse con ella por ser mujer, o las relaciones compasivas que le suscita la frecuentación de los inválidos laborales a los que quiere y no puede prometerles que serán elegidos y que tendrán una recompensa económica que los alivie en parte de sus difíciles situaciones. Estamos, como se lee, inmersos en una película de alto contenido social, pero hay, a mi parecer, un exceso de ambición narrativa que conduce al amontonamiento de asuntos, lo cual entorpece la percepción de la línea nítida que quiere hacernos llegar el director. No puede entenderse, del hecho de que la película antigua sea en color y la presente en blanco y negro muy agresivo, que hay una suerte de añoranza del viejo régimen dictatorial de los Ceaușescu, porque en la historia se valora la iniciativa individual y la terrible lucha por la vida, esto es, por unos ingresos mínimos, por parte de la protagonista.

          En una crítica de FilAffinity he leído que el desagradable personaje de «Bobita», con el que Angela redondea sus ingresos a través de los famosos likes,  es un personaje satírico, inspirado en Andrew Tate, un americano machista, homofóbico, misógino y antivacunas al que han expulsado de varias redes sociales, una «joya» en cuyo terrorífico perfil de Wikipedia figura lo siguiente: «En 2022 fue arrestado en Rumanía acusado de haber cometido tráfico sexual en una unidad de crimen organizado que, presuntamente, secuestró a dos menores, las violó y las usó en vídeos pornográficos». Es cierto que ese desdoblamiento de la protagonista pudiera tener un afán crítico, pero no queda muy clara la distancia entre ella y su sosias, sobre todo por las críticas sociales a la inmigración y la defensa de Orban y otros machirulos del Poder.

          En fin, no se trata de una película para todos los paladares, y yo ya he reconocido que me llevó unas tres sesiones el hecho de acabarla, porque tenía fuertes tentaciones de desertar de su visionado, pero también reconozco que tiene un «algo» que me atrapó hasta un final esperpéntico y triste que se alarga hasta el infinito, aunque me parece un final de esos que llaman apoteósico, dado todo lo anterior…

 

 

 

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