Cine político
necesario contra la teocracia iraní: forma despiadada de totalitarismo
político-religioso.
Título original: The Seed of the Sacred Fig
Año: 2024
Duración: 168 min.
País: Alemania
Dirección: Mohammad Rasoulof
Guion: Mohammad Rasoulof
Reparto: Soheila Golestani; Setareh
Maleki; Missagh Zareh; Mahsa Rostami; Niousha Akhshi; Reza Akhlaghirad; Shiva
Ordooie; Amineh Mazrouie Arani.
Música: Karzan Mahmood
Fotografía:Pouyan Aghababayi.
¡Qué
inteligente, la película de Rasoulof! Consigue, gracias a un guion espléndido,
que incluso llegues a sentir compasión por el funcionario del régimen que
transige con la represión del gobierno teocrático, de la que se derivan incluso
muertes debidas a la brutalidad de la intransigencia moral frente a la rebelión
de las mujeres contra la imposición de las diferentes formas de vestir
sancionadas por los ayatolás, y especialmente por el uso obligatorio del velo.
Sí, la película está inspirada en el trágico caso de la joven Mahsa Amini, de
veintidós años de edad, quien fue asesinada por las fuerzas represivas del
régimen, las patrullas de la moralidad, aunque quisieron disfrazarlo de fallo
cardiaco, independiente de la acción represiva de esas fuerzas siniestras que
imponen a sangre y fuego las supuestas leyes coránicas de una versión del islam
totalmente incompatible con la libertad individual y, por supuesto, con la democracia.
El
protagonista indirecto de la película es un juez del Régimen que está esperando
la promoción para que e concedan un piso con una habitación más para que cada
una de sus hijas tenga la suya propia. El núcleo familiar es el centro de la
experiencia indirecta de las jornadas de protesta estudiantiles, de la
represión mortal y de la rebelión de las dos hijas contra los valores de sus
padres, especialmente del padre, una figura casi sagrada en su hogar, y a quien
la mujer trata como si del profeta se tratase, o poco menos, dispensándole unos
cuidados que rozan la adoración. La mujer está entre dos fuegos, el amor y el
respeto a la figura del marido y la simpatía, como mujer, con sus dos hijas,
una nueva generación que ya no está dispuesta a humillarse ante el varón como
si ellas fueran seres de segunda frente a los hombres.
En la medida
en que hay cierta contestación social hacia los funcionarios del Régimen, al
protagonista se le entrega una pistola para garantizar su protección personal,
y se entiende que la de los suyos. El gran motivo dinámico de la película es la
desaparición de la pistola, lo que va a provocar unas reacciones que van a
hacer derivar la película hacia el terror psicológico, porque cuando el hombre
descubre que no la ha perdido, sino que se la han sustraído en su propia casa,
se trastornará e iniciará unos interrogatorios —extensión de su propio trabajo
habitual— de su mujer y de sus hijas en busca de la verdad y de la recuperación
de la pistola. Pensemos que se está jugando no solo el puesto laboral, sino
incluso unos años de cárcel, y que, tras haber sido publicado su nombre y su
dirección por los enemigos del Régimen, ha de dejar su piso en Teherán para
buscar refugio en la aldea de sus padres y evitar que puedan atentar contra él.
Esa huida, a
su manera, transforma la película en una suerte de road movie que deriva,
cuando se instalan en la casa familiar, con las celdas incluidas, en una
película de terror, porque el padre, que consiguió otra pistola antes de salir
huyendo, parece dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias, aunque ello
incluya culpar a su mujer o a su hija mayor, quienes se hacen responsables de
la pérdida de la pistola.
Antes de
llegar a las magníficas escenas de acción del desenlace, lo meritorio de la
película es la descripción realista del modo de vida y de pensamiento de una
familia-tipo en el Teherán de nuestros días. A ese retrato de la intransigencia
religiosa, «a quien le falta Dios está perdido», se suman fragmentos
documentales sobre las manifestaciones y protestas de aquellos días contra las
patrullas de la moralidad e incluso contra la propia policía, y ahí es donde se
encuentra la familia con la realidad, porque las dos hijas refugian en su casa
a una compañera de universidad que no tiene a dónde ir, porque incluso las
residencias de estudiantes han sido tomadas al asalto por las fuerzas
represivas. La incomodidad y el peligro que supone para la familia la presencia
de la joven, con la cara destrozada por la metralla, va a enconar las tensas
relaciones entre las hijas y la madre y la va a poner en el disparadero de
tener que exigir, por lo que pudiera afectar a su marido la presencia de una «subversiva»
en su casa, que la joven salga de ella, como así sucede, aunque, cuando llega a
los oídos de la hija amiga suya su desaparición, la madre intenté recabar
información sobre su paradero, porque la joven es de «provincias» y no tiene
familia directa en la capital.
Decía que la
inteligencia del director se manifestaba en el modo como, sibilinamente, parece
predisponer al espectador a favor del funcionario respetuoso y amante de su
familia, que se arriesga a pasar algunos en la cárcel por la desaparición de la
pistola, porque son muy dulces las maneras con que trata con sus hijas y con su
mujer, y, al margen de sus férreas convicciones religiosas y su defensa del
Estado teocrático, parece inclinado a «entender» las razones de ellas.
En cuanto el funcionario
queda al descubierto, porque es pública su identidad y sus datos, se inicia a
transformación, viaje a los orígenes incluido, y ahí es donde comienza a manifestarse
de un modo muy distinto. Pero esa metamorfosis terrible ha de verla por sí
mismo el espectador. En todo caso, conviene recordar que el director ha sufrido
la represión del Régimen, cárcel incluida, y sabe a la perfección de lo que
habla. Por eso la película es tan persuasiva y contundente, y tiene el enorme final
que tiene. No es una película con la que se disfrute, pero sí con la que se aprende.
A quienes dejó clavados en la butaca El círculo, de Panahi, como a mí me sucedió,
comprobarán que en veinticuatro años no ha cambiado, salvo a peor, la situación
de las mujeres en Irán. Eso sí, sorprende que una realidad tan asfixiante haya
sido capaz de engendrar tan buen cine como el que nos llega de los cineastas
iraníes.
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