martes, 6 de mayo de 2025

«La duda de Darwin», de Jon Amiel, más allá del «biopic».

 

 

Un científico en su contexto casi determinante…

 

Título original: Creation

Año: 2009

Duración: 105 min.

País: Reino Unido

Dirección: Jon Amiel

Guion: John Collee. Libro: Randal Keynes

Reparto: Paul Bettany; Jennifer Connelly; Toby Jones; Jeremy Northam; Benedict Cumberbatch; Jim Carter.

Música: Christopher Young

Fotografía: Jess Hall.

 

          Es curioso que la recepción crítica de la película haya sido negativa en muchos aficionados al cine por el hecho de no haber respondido la película a «sus» expectativas, fundamentalmente que la película dedicara poco menos que una atención dominante a la tarea científica del gran naturalista inglés, cuya obra cambió nuestra manera de entender la vida sobre el planeta. Ya imagino que asociar a Darwin a El origen de las especies es casi de obligado cumplimiento, pero hay en esa asociación un reduccionismo que no nos permite conocer a la persona en su totalidad, sino, exclusivamente, en el aspecto en que ha destacado social, artística o científicamente. Más allá del naturalista hay, pues, un hombre casado con una mujer y padre de diez hijos, ¡nada menos!, dos de los cuales murieron, y la película se centra en uno de ellos, su hija Anne, que murió a los diez años y dejó una huella de inmenso dolor en el corazón del padre solícito y cariñoso que, al parecer, fue el científico, según se nos muestra oportunamente en la película. Casado con una prima suya, Darwin siempre creyó que ese grado de consanguinidad era responsable de ciertas enfermedades, entre ellas la que acabó con su hija. Él mismo tenía una salud debilitada, con padecimientos de origen desconocido, que lo llevan a probar hidroterapias como la del agua a presión, en escenas de especial impacto estético. La propia vida del matrimonio en una casa cerca de la costa, en la que la vida cotidiana, con sus minucias domésticas, tiene un interés dominante, ocupa el grueso de la historia, sobre todo la evocación de la hija fallecida, en quien el padre parecía haber puesto grandes esperanzas, a juzgar por su capacidad crítica y su complicidad intelectual. Las apariciones constantes de la niña, en diálogo activo con el padre, algo que acaba desesperando a la madre, son uno de los grandes ejes de la película, porque, en un momento dado, el padre, sin esperar a la madre, que duda entre acompañarlo a quedarse a cuidar del resto de los hijos, , se lleva a la hija a un sanatorio donde le aplican ciertas curas de hidroterapia que no logran atajar el mal que la va consumiendo hasta la muerte. Lo esencial de todo esto es la absoluta «naturalidad» de las apariciones de su hija en el desarrollo de la vida familiar y la facilidad con que aceptamos esos diálogos de ultratumba entre padre e hija.

          Darwin estaba casado con una mujer muy religiosa, y el título de la película alude a la resistencia que hubo de vencer el científico para dar el gran paso que lo convertiría en el escándalo de su generación y de las muchas por venir, porque «destronar» a Dios y la versión bíblica de la creación del mundo no era una empresa sin terribles consecuencias.  Desde este punto de vista, está claro que la película adquiere, más allá de que se centre o no en los estudios biológicos del autor, un interés enorme, capaz de permitirnos vivir lo que debió ser, en su momento, ese «asalto a los cielos» del creacionismo, y que, un siglo después de haber sido publicada, aún da pie a debates entre el evolucionismo y el creacionismo como el que se recoge en la famosa película La herencia del viento, de Stanley Kramer.

          No obstante, no son pocos los momentos en que el trabajo científico de Darwin ocupa el metraje, y nos trae a la memoria esos gabinetes naturalistas en que se almacenan muestras biológicas y minerales de todo tipo que son estudiadas con paciencia para dotarlas de un contexto que explique su lugar entre las especies. Dentro de la exaltación de la vida que supone la película, por más que la hija muerta, revivida en su cariño, sea parte primordial de la historia —no en vano la película está inspirada en la novela biográfica de Randal Keynes, descendiente de Darwin: La caja de Annie. Darwin y familia—, llama poderosamente la atención la agonía de la chimpancé Jenny, en brazos de su cuidador, porque en esa escena de poderosa intimidad y respeto se establece un nexo entre especies que nos habla de algo más que de cercanía evolutiva, desde luego. Los diversos flashbacks de la película, además, añaden contextos imprescindibles de su viaje a Sudamérica, y alguna breve digresión, como la de los dos niños indígenas extraídos de su comunidad para ser educados según los usos «civilizados» y a  quienes no les cuesta nada reintegrarse al supuesto edenismo de la tribu de la que fueron sacados sin su consentimiento, dan a entender ciertos mensajes de fondo que captamos fácilmente.

          Lo sustancial, con todo, ya lo hemos dicho, es la lucha entre la ciencia y la fe, encarnada por dos personas que comparten la vida y ocho hijos. La tensión entre ambos parece dar a entender la incompatibilidad radical entre un agnóstico y una creyente, para formar una vida en común, pero hemos de tener en cuenta que estamos a mitad del siglo XIX y que, por lo tanto, el grado de intolerancia religiosa era, por decirlo así, la «norma» social.

          Por otro lado, el de los aspectos técnicos de la película, y casi como cualquier producción de tipo histórico del cine británico, la ambientación está cuidadísima, el vestuario, la puesta en escena y ello redunda en la convicción de estar asistiendo casi como si de un documental se tratara al desarrollo de la vida familiar de Darwin y de sus seguidores, otros científicos que lo animan para publicar su trabajo, por polémico que sea. La película sostiene la tesis de que la mujer de Darwin fue decisiva en la publicación de la obra, a pesar de los pesares, pero ese desenlace es mejor que le vean los espectadores sin que le sea recontado. Las interpretaciones son ajustadísimas, y la intolerancia de la mujer, excelentísima Jennifer Connolly, da perfecta réplica a ese sabio hogareño descuidado y amante de su familia que compone su marido en la vida real, Paul Bettany, quien exhibe un increíble parecido con el científico. Insisto, más allá de frustradas expectativas, la película ha de verse como lo que es, el momento complicado de la redacción de su obra cumbre y de su intento de publicación, ¡que no es poco! Hablamos, pues, del duro contexto de la vida del científico, que comenzaba en su propio dormitorio…

         

 

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