jueves, 7 de enero de 2016

El don forjado, con perseverancia, de la palabra: “El milagro de Ann Sullivan”.


                               

El milagro de la tenacidad y la disciplina: El caso de Ann Sullivan y Hellen Keller.


Título original: The Miracle Worker
Año: 1962
Duración: 107 min.
País: Estados Unidos
Director: Arthur Penn
Guión: William Gibson (Teatro: William Gibson)
Música: Laurence Rosenthal
Fotografía: Ernesto Caparros (B&W)
Reparto: Anne Bancroft, Patty Duke, Andrew Prine, Inga Swenson, Victor Jory, Jack Hollander

            A pesar de la profunda emoción que me deparó al verla por vez primera, hará más de treinta años, tenía muy olvidada esta película que ahora, con motivo de verla con mi hija, que estudia para profesora de primeras letras, la más hermosa de las profesiones imaginables, me ha sorprendido de forma tan impactante que no me he resistido a hacer la crítica que en aquel entonces seguramente ni siquiera estaría capacitado para hacer. No recordaba la estremecedora historia familiar de la profesora-coraje, Anne Sullivan, una historia que incluye la muerte de su hermano pequeño y que la atormenta de forma recurrente, al tiempo que la impele a no cejar en su empeño de ayudar a los demás a conseguir acceder al tremendo misterio de la palabra y la comunicación. El caso de Hellen Keller es, por derecho propio, uno de los más célebres ejemplos de “despertar”, mediante la adquisición del lenguaje, a la luz de la razón, gracias a la tenacidad de una profesora cuyos métodos es muy probable que los pedagogos políticamente correctos de nuestros días los comparasen poco menos que con los del famoso Dómine Cabra quevedesco o los de un correccional decimonónico. Al verla es difícil que no acudan a la memoria imágenes de otras dos películas “redentoristas” como El enigma de Kaspar Hauser, de Werner Herzog o El buen Salvaje, de Truffaut. En las tres se ofrece la descripción del proceso de aprendizaje desde un desconocimiento absoluto del lenguaje. La diferencia con el caso de Hellen Keller estriba en la condición de ciega y sordomuda de ésta, si bien, gracias a un método inventado por Graham Bell, logró recuperar el habla y, cuando se convirtió en una celebridad, llegó incluso a dar conferencias, aunque nunca llegó a poseer una voz clara y por entero inteligible. La película se centra en los esfuerzos de su joven profesora, recién salida de una célebre escuela para ciegos en Usamérica, el Instituto Perkins, quien ha de vencer la resistencia de los padres de Hellen para poder aplicar sus métodos pedagógicos, puesto que la impotencia de ambos para lograr entenderse con su hija los lleva a consentirle todo, como si de una mal criada mascota se tratase. La famosa escena del comedor, en la que Sullivan se empeña en “domar” a la fierecilla, pues tiene un fuerte regusto shakespeariano la escena, sí que la recordaba, de igual manera que es imborrable la escena de la fuente en la que se le “revela” a Keller esa mágica correspondencia entre el significante y el significado con una palabra que, antes de quedar ciega y sordomuda por una enfermedad, había llegado a articular con apenas seis meses: “agua”. Ese momento  kleenéxico de incontenible emoción pueden entenderlo a la perfección todos aquellos que dedicados al estudio de disciplinas abstrusas han podido captar en un momento dado el significado de proposiciones o axiomas que, hasta ese momento, se le revelaban completamente absurdas o carentes de sentido. En abril del año pasado tuve la ocasión de ver una película, La historia de Marie Heurtin, de Jean-Pierre Améris, a cuya crítica remito, Marie Heurtin o el proceso de humanización, porque cuanto en ella dije es de aplicación para el presente caso, por lo que hace al fondo del asunto, aunque hay serias diferencias en lo que toca a la realización, el blanco y negro en la de Penn, el color y sobre todo la selección de la naturaleza en la de Améris; el proceso distorsionador en forma de pesadillas del pasado de la profesora Sullivan y la abundancia de interiores casi claustrofóbicos para lograr la doma de la rebelde que no entiende que haya de obedecer a nadie que no sea su tolerante madre, y menos aún que haya de ajustarse a ciertas normas de comportamiento y realizar acciones incomprensibles para ella como el uso de los cubiertos o doblar una servilleta, y menciono esto último porque es el primer “logro” que deja estupefactos a los padres y les revela que su “mascota” es capaz de aprender; así mismo, el tono tenebroso de la película de Penn está en relación con las sempiternas gafas oscuras que la educadora, que se ha salvado de la ceguera pero es hiperfotosensible, ha de usar casi durante todo el metraje, lo que unido a su severidad insobornable, nos adentra hasta cierto punto en el terreno de lo gótico…, y su aprendizaje en una historia de terror, como se advierte en el cartel que anunciaba la película, por cierto. 
 Tanto Anne Bancroft como Patty Duke, quienes representaron la obra de teatro que precedió a la adaptación cinematográfica, fueron galardonadas con los Oscar a la mejor interpretación femenina y a la mejor actriz Secundaria, partícipes de un duelo interpretativo en el que, en el teatro, salió victoriosa Duke y en el cine Bancroft. Aunque la relación con la madre parece tener un fuerte protagonismo en la película, lo cierto es que en la historia real Anne Sullivan se convirtió en la madre “de hecho” de Helen Keller, con quien convivió hasta su muerte. La heroína no agota su historia en la recuperación del “habla”, sino que su larga historia incluye la titulación universitaria, la inscripción en el Partido Socialista, la defensa de los derechos de las mujeres y la defensa de los ciegos y de su reeducación y liberación, en su caso, de la explotación a que algunos eran sometidos. Ningún complemento mejor, pues,  para esta película, que su autobiografía, en efecto.

            La visión de la película, permítaseme el recuerdo autobiográfico, me ha traído a la memoria las reuniones que la asociación de sordos hacía al final del Paseo de San Juan junto a la estatua de Ponce de León, inventor del primer lenguaje de signos para sordos, a quien Anne Sullivan menciona como “un fraile español” en la película. La primera vez que tuve conocimiento de aquellos actos anuales me llegó a través del sonido de los aplausos, el silencio, de nuevo los aplausos, el silencio…, hasta que me acerqué y contemplé a los “oradores” de signos en la tribuna, un silencio total y, de vez en cuando, salvas de aplausos que interrumpían a los oradores… Al día siguiente me acerqué a leer la leyenda inscrita en la placa de la estatua de Ponce de León y acabé de comprenderlo todo. Curiosamente, un poco más abajo está la imponente estatua del republicano federal Josep Anselm Clavé, creador benemérito de los Coros de Clavé, decisivos para apartar al proletariado de la alcoholizada vida de taberna, pero eso es ya otra historia…
            Los profesores de hoy, podríamos decir a modo de corolario, han de vérselas con discentes tan rebeldes como Hellen Keller pero sin ninguna de sus discapacidades.Las "luminosas" autoridades educativas, sin embargo, no solo piensan que es posible corregirlos aumentándoles la ración de esclavitud académica hasta los 16, sino que ya andan pensando en elevar la edad a los 18, lo que, al modesto entender de un profesional de la enseñanza durante 35 años, acabará de hundir definitivamente el sistema publico de enseñanza.

2 comentarios:

  1. He tenido la fortuna de ver esta película en varias ocasiones durante los tres últimos cursos pues llevaba un crédito de Cine y valores humanos para alumnos de tercero de ESO. Comenzaba con una trilogía en blanco y negro: Capitanes intrépidos, El milagro de Ana Sullivan y El pequeño salvaje. Era la trilogía sobre la educación. El cine en blanco y negro no les gusta en principio pero estas películas lograban atraparlos completamente. Coincido plenamente en la admiración hacia esta cinta de Arthur Penn que revela un proceso pedagógico emocionante hasta ese momento de la fuente y el agua que tú bien has caracterizado como clímax de la película. Mis alumnos compartían plenamente el sistema de enseñanza de Hellen Keller pues saben (aunque no les guste) que la disciplina es esencial para la conquista de uno mismo. Y ciertamente una película que deberían ver todos los maestros aunque un aula no es precisamente el escenario en que sucede la acción. Tendríamos que ir a Rebelíón en las aulas para ver algo equivalente dentro del mundo educativo e nlas clases. Ambas son de un tiempo próximo.

    Otro momento extraordinario es cuando la niña le llama maestra a su señorita. Y esa palabra se carga de sentido profundo, el que debería tener esa profesión tan hermosa como difícil.

    ¡Qué hermoso que todavía puedas dar pistas a tu hija con el cine! Hubo un tiempo en que Lucía y yo veíamos buen cine juntos. Nos encantaba. Sin embargo, ahora solo ve series y se entusiasma con Palmeras en la nieve. ¿Le habrá servido para algo el haber visto buen cine cuando tenía de diez a trece años? En fin...

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    1. Con mi hija he seguido el camino inverso, me rechazaba los clásicos, porque prefería cosas "más de su edad", y ahora se deja sugerir esos clásicos en los que descubre el verdadero poder del arte.
      Más que en "maestra" Sullivan se convirtió en su "verdadera madre", puesto que vivió con ella hasta que la profesora murió, formaron un equipo la mar de compenetrado.
      No sé si he destacado suficientemente en la crítica que la película merece mucho la pena por la realización de Arthur Penn, que en todo momento sabe plasmar, a través del uso del blanco y negro esa suerte de terror de la incomunicación y la ausencia de sentido y significado.

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