lunes, 30 de abril de 2018

“Un ladrón en la alcoba”, de Ernst Lubitsch o la quintaesencia de su “toque”.



La amoralidad del latrocinio de guante blanco en la alta sociedad corrupta o la tentación del melodrama: Un ladrón en la alcoba o la excelencia del ingenio visual.

Título original: Trouble in Paradise
Año: 1932
Duración: 83 min.
País: Unidos Estados Unidos
Dirección: Ernst Lubitsch
Guion: Samson Raphaelson, Grover Jones
Música: W. Franke Harling
Fotografía: Victor Milner (B&W)
Reparto: Herbert Marshall,  Miriam Hopkins,  Kay Francis,  Edward Everett Horton, Charles Ruggles,  C. Aubrey Smith,  Robert Greig.

A la espera de poder ver a solas Pickpocket, de Bresson, esas cosas que uno, a su pesar, ha de hacer solo en esta vida, tropecé en el capítulo de Filmin dedicado a las películas de ladrones de guante blanco, con esta joya de Lubitsch que no había visto y que, por su particular historia de distribución, no muchos habrán tenido el placer de ver. Lo digo todo si anticipo que no tardaré en volver a verla, porque merece, como poco, un segundo visionado al poco del primero, ¡tal es el número de detalles ingeniosos y magníficos del famoso “toque” del rey de la comedia en esta película que imagino debió de hacer las delicias de Hitchcock, aunque ni sé si la vio! Su historia se resume en que, tras ser una de las películas más vistas desde su estreno hasta 1935, en este año fue prohibida por atentar contra las normas del código Hays y solo volvió a exhibirse en televisión en 1958, y al DVD no llegó hasta 2003. O sea, que casi podríamos hablar de una película que, salvo su pase por Televisión en 1970, nunca ha llegado a las pantallas de los cines españoles, como sí lo haría, ¡y con tanto éxito! ese mismo año To be or not to be, acaso su película más conocida y mejor valorada, aunque Lubitsch le tenía más cariño a la presente, acaso por el derroche de ingenio visual que hay en toda la película y por ajustarse con mayor precisión a lo que él entendía que era su toque personal, tan relacionado con el montaje y con las soluciones visuales para los estupendos gags que salpican la película constantemente. La trama es de lo más insustancial que pudiéramos imaginar: un barón espera reunirse con una marfquesa para tener una cena íntima en la que, sin embargo, ambos se descubren, el uno a la otra y viceversa, como auténticos virtuosos del carterismo, a raíz de lo cual no solo acaban enamorándose, sino huyendo de Venecia, donde la policía los persigue por el robo de 20.000 francos a un noble británico,  para trasladarse a París, que se convertirá en nuevo teatro de sus hazañas. El tono de comedia distinguida, con rápidas sucesiones de réplicas y contrarréplicas ingeniosas, amén de los jugosísimos planos del director, que se inician con los títulos de crédito, en los que aparecen primero las palabras Trouble in y acto seguido Paradise, teniendo como fondo una cama con dosel, lo cual da a entender ya que la sexualidad va a jugar un papel importante en la trama, como así sucede, porque, como le confiesa Gaston (Herbert Marshall)  a Mariette (Kay Francis): Yo vine aquí a robarte y por desgracia me enamoré de ti, lo cual envenena de celos a la compinche y amante de Gaston, Lily (Miriam Hopkins) construyéndose un triángulo de malentendidos, engaños, falsedades y rencores más propios de un buen melodrama que de la magnífica comedia que la película es. Una vez que Gaston roba un bolso carísimo en la ópera a la rica propietaria de una fábrica de perfumes y se entera del dinero que dan como recompensa, decide devolverlo, puesto que le dan más de lo que hubiera ganado vendiéndolo a un perista. Las impecables artes de don Juan, galán de mundo, consiguen cautivar a la propietaria, quien decide emplear al galán como consejero financiero. Teniendo en cuenta que tras ella van dos galanes como el alcalde de la ciudad y el noble británico a quien robó Gaston en Venecia, este último interpretado por uno de los secundarios indispensables en estas comedias de High Society, Edward Everett Horton, un cómico capaz de asegurar la risa por si mismo en cualquier escena en la que aparezca, la trama se irá complicando, con la evolución ya mencionada hacia esa faceta melodramática que no llega a cuajar porque se impone el buen sentido cómico de Lubitsch, quien sabe rescatar la película para la comedia justo cuando la situación con robos, falsas imputaciones y gestos de hombría, amén de los terribles celos que devoran a Lily, parece apartarla del tono ligero con que había transcurrido hasta ese momento. Hay, sin embargo, en todo ello una necesidad que impone el hecho de la denuncia por malversación al director de la empresa de la protagonista, con quien el estafador Gaston llega a un “pacto de caballeros” para no denunciarse mutuamente, una crítica corrosiva del funcionamiento de las grandes empresas cuyos Consejeros abren la película pidiéndole a la propietaria que recorte los salarios para mejorar los beneficios, a lo que esta se niega.. Las películas de Lubitsch, que incorporan tantos elementos visuales del vodevil, y no falta tampoco en esta un encantador juego de puertas para desesperación del mayordomo, no son fáciles de explicar, so pena de quitarles toda la gracia que tiene su magia visual, como el encuentro cumbre de la empresaria de perfumes y el impostor La Valle que es como se hace llamar Gaston Manescu, el ladrón que, como se dice a través de la radio, robó en la Conferencia de Paz en Ginebra y se lo llevó todo menos la paz…; ese encuentro íntimo relatado con el plano fijo de dos relojes mientras el sonido fuera de campo, apenas unas risas complacidas y una intimidad recién descubierta; o como los tres planos consecutivos del primer beso de los nuevos amantes reflejados en dos espejos para pasar a la unión de las sombras de ellos sobre el lecho de la habitación, una autentico malabarismo de planos que suceden a un juego de seducción espectacular que me niego a devaluar con palabras… Cualquier aficionado a las películas de Lubitsch va a llevarse un sorpresón mayúsculo con esta comedia que bien puede considerarse la madre de todas las comedias de guante blanco que se han rodado después, incluidas las que tienen Venecia como escenario o la Costa Azul de Atrapa a un ladrón, de Hitchcock. Cine en estado puro de ingenio visual.





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