A la altura de
El triunfo de la voluntad, de Leni Riefensthal, una exaltación propagandística
de la Revolución Cubana, la que devoró a sus propios hijos e instauró una
dictadura sanguinaria que aún perdura.
Título original: Soy Cuba
(Ya Kuba)
Año: 1964
Duración: 141 min.
País: Unión Soviética (URSS)
Dirección: Mikhail Kalatozov
Guion: Enrique Pineda Barnet,
Yevgeny Yevtushenko
Reparto: Luz María Collazo; Raúl
García; Jean Bouise; María de las Mercedes Díez; José Gallardo; Roberto García
York; Bárbara Domínguez; Raquel Revuelta; Alberto Morgan; Celia Rodríguez; Sergio
Corrieri; Salvador Wood; Fausto Mirabal; Luisa María Jiménez; Mario González
Broche.
Música: Carlos Fariñas
Fotografía: Sergei Urusevsky (B&W).
De
Mikhail Kalatozov tengo criticadas dos películas muy interesantes: Cuando
pasan las cigüeñas y La carta que nunca fue enviada, de muy
diferente temática y factura, pero rodadas ambas con una técnica exquisita que
consigue efectos tan sorprendentes como los que el director exhibe en este falso documental o ficción
documental sobre la Revolución Cubana. En el guion participó el poeta oficial
del aperturismo soviético en aquella época, Yevgeny Yevtushenko que visitó,
como embajador cultural, no pocos países europeos. Estamos hablando del deshielo
aperturista de Nikita Jruschov, bajo cuyo mandato se filmó esta película, muy
poco antes de ser defenestrado y sustituido por Leonid Brézhnev. La película no
es cubana, sino soviética, y ello implica que la Unión Soviética veía en la
propaganda de la Revolución Cubana una excelente vía de difusión de los valores
y la realidad comunistas. La participación del cineasta Enrique Pineda Barnet añadió,
sin duda, un espesor de autenticidad a la película que nos permite reconocer,
al margen de la distorsión propagandística de la obra, una realidad, la Cuba de
Batista contra la que cualquiera se hubiera levantado en armas. El retrato de
una realidad degradada económica y moralmente va a ser hecho con unos recursos
técnicos que convierten Soy Cuba en una obra de arte del cine de
propaganda, a la altura, como digo en el título, de las mejores obras de
Riefensthal.
La
película se abre con un trávelin larguísimo que entra desde el mar en la isla y
la recorre, siguiendo, después a un piragüero, mientras una voz en off, la de
la propia isla, cuenta su historia, su triste historia, su noble historia,
desde el abuso y la explotación hasta la lucha final contra el dictador. La película
se estructura por tramos en los que se nos cuentan historias individuales que
reflejan la situación social de la isla, el dominio usamericano, la vida muelle
de los adinerados o la implacable policía represiva del dictador. Es cierto que,
a través de esas relativamente breves narraciones, porque la película dura dos
horas y veintiún minutos, los guionistas tienen sumo interés en reflejar un
modo de ser, el cubano, que pretende sobreponerse con el ritmo, la nobleza, el
trabajo y la esperanza a todas las adversidades, y de ahí la presencia notable
de canciones en a cinta.
La
descripción de la vida lujosa de los hoteles, con un movimiento de cámara que
parece un milagro del desplazamiento invisible, pero efectivo, se fija en la
terraza con piscina de un hotel, en cuya piscina penetrará la cámara para
asistir a una suerte de ballet improvisado de nadadores en ella, algo
ciertamente meritorio y hermoso: un plano secuencia que deja chico el inaugural
de Sed de Mal de Orson Welles, pero bien poca cosa si lo comparamos con
el del entierro de un líder estudiantil que ha sucumbido en la lucha contra la
policía del dictador, un movimiento de cámara para un plano secuencia que da todita
la impresión de haberse inventado ya el dron, a juzgar por el recorrido y el
vuelo de la cámara por las estrechas calles por donde pasa el cortejo y aun por
una fábrica donde trabajan los torcedores de tabaco que colgarán una bandera de
Cuba en el balcón, como indicándole a la cámara la dirección que he de seguir
para retomar la cabecera del cortejo. Algo inolvidable, la primera vez que se
ve la cinta, algo que yo creo haber hecho en el programa de Garci, ¡Qué grande
es el cine! Pero poco después vamos a conocer el mundo de la noche en el
que las jóvenes cubanas que viven en chabolas en el extrarradio de La Habana se
prostituyen por un puñado de dólares. La secuencia en que el dúo Los diablos
mecánicos canta Loco amor, una versión de Crazy Love de Paul
Anka, porque, al cabo, son usamericanos los clientes de esa sala de fiestas
donde las jóvenes se prostituyen, con un uso el plano holandés que yo diría que
es el más usado en toda la película, resulta un viaje hasta las entrañas de la
degradación que culminará en el viaje hasta las barracas donde vive la joven
que baila como solo los cubanos saben hacerlo. ¡Cuánto hay en esas imágenes de
la vida loca de las élites del Régimen franquista! Imagino que el director se
ha inspirado en La dolce vita, de Fellini, para, a continuación,
acordarse del neorrealismo y mostrar el mundo de miseria al que se retiran las «reinas
de la noche» con las que la revolución había de acabar, aunque en nuestros días
subsisten como las «jineteras» que huyen de la misma miseria que conocieron sus
padres y abuelos con Batista.
Otro
de los tramos impactantes es el del cultivo de la caña de azúcar al que se dedica
una familia que, en plena zafra, recibe la visita del dueño para comunicarles
que acaba de vender las tierras a la United Fruit Company y que la choza donde vive tampoco
es suya, de acuerdo con un papel firmado con su huella digital. La estrecha relación del campesinado con la
tierra y sus frutos se ve alterada por la invasión compradora de las grandes
compañías usamericanas que imponen condiciones de trabajo esclavista a sus
empleados. La desesperación del misérrimo agricultor es una muestra más del
tejido de agravios que va creando el desarrollo de la película para explicar la
insurrección de la ciudadanía contra el dictador.
El
episodio de La Habana, relativo a los jóvenes que se organizan para luchar
contra la dictadura, nos muestra la divergencia entre quienes estratégicamente
quieren llegar mediante la publicidad revolucionaria a las conciencias de las
gentes y quienes buscan la lucha armada o la acción de fuerza contra las fuerzas
represivas. Dentro de la exaltación de la nobleza del revolucionario ha de
contarse la negativa de Enrique, uno de los jóvenes rebeldes, a disparar con
fusil al jefe de policía mientras este desayuna con sus hijos. Reunidos en las
escalinatas de la universidad, los jóvenes van a enfrentarse a cuerpo gentil
contra la policía, y bajan las escaleras, todos juntos, cantando la Bayamesa,
el himno nacional (Al combate corred, bayameses, / que la patria os
contempla orgullosa. / No temáis una muerte gloriosa, / que morir por la patria
es vivir.) y teniendo el director como referente la secuencia de las
escaleras de El acorazado Potemkin, de Eisenstein. Aquí, con todo, la
lucha posterior será la de los estudiantes con los cañones de agua y,
posteriormente, como si ocurriera entre las nubes del sueño, el enfrentamiento
de Enrique con el jefe de policía, quien lo mata a sangre fría de un disparo. Se
ha de recordar que la aparición del personaje, Enrique, está ligado a la
defensa de una mujer que corre perseguida por una manada de marines que quiere
acosarla. Él la defiende en el espacio de un escaparate y, acabado el
incidente, es curioso el plano de la joven, a la que ha impactado la valentía
del joven, además de su apostura, contemplada desde el punto de vista de
Enrique y en el que se la ve a ella, a la izquierda de plano y a la derecha, en
el interior del escaparate, un vestido de boda.
Es
sorprendente la inmensa calidad de todas y cada una de las secuencias de este
homenaje a una revolución que no hace, sin embargo, excesivo hincapié en el
culto al líder, por más que haya las referencias enaltecedoras de rigor. Hay
mucho más de intento de comprensión del alzamiento popular que de exaltación
del líder máximo y de su función de guía de las masas hacia el objetivo final:
derrocar a Batista y expulsarlo del país, como en efecto sucedió. Recordemos el
último episodio en el que, quien no puede contribuir al bienestar de su
familia, porque incluso son atacados
militarmente, decide unirse a los combatientes de Sierra Maestra y se gana en
la batalla el fusil con que combatir por la libertad, momentos épicos de camaradería
y fervor revolucionario que se conjugan con
el canto de la Bayamesa.
Comprendo
los resquemores de quienes, desengañados de la terrible dictadura comunista de
Fidel Castro y la implacable tiranía que ejerció hasta su muerte, puedan pensar
que Soy Cuba no debe verse, pero ya les digo que lo lamentaran mucho porque,
desde el punto de vista cinematográfico, esta película es una auténtica obra
maestra y la isla y el pueblo quedan objetivamente reflejados en las terribles
historias que, sin duda, justifican aquella revolución, del mismo modo que la
situación de los venezolanos justificaría, de ser posible, una Revolución
Venezolana que acabara con el dictador Maduro. Puede y debe considerar, sin lugar
a dudas, una obra de propaganda política, pero hecha con tal amor y belleza a
la isla y a sus habitantes que ningún amante del cine dejará de apreciar el
virtuosismo técnico deslumbrante que nos deja en permanente estado de suspensión
estética e incluso moral, porque en aquellos momentos aurorales de la
insurrección, ¿quién podía imaginar que a un dictador de derechas le sucedería
un dictador de izquierdas?
La herencia del mejor cine soviético se advierte en el uso de los primeros planos, en la iluminación y en la capacidad de patetismos que se deriva de esos cuerpos y caras castigados por la explotación y la pobreza.
En
cualquier caso, y quienes hayan visto Cuando pasan las cigüeñas pueden dar fe
de ello, solo hay que recordar el movimiento de la cámara subiendo por una
escalera de caracol y la secuencia paralela de la muerte del protagonista para
apreciar los espectaculares movimientos de cámara ideados para esta película
coral empeñada en reflejar, de la forma más prístina posible, la confianza en
la esperanza para cambiar la esclavitud por la libertad.

No hay comentarios:
Publicar un comentario