martes, 9 de diciembre de 2025

«Un toque de violencia» y «La ceniza es el blanco más puro», de Jia Zhangke, o el eco oriental de «Un día de furia», de Joel Schumacher, y una historia de amor en las entrañas de la mafia china.

 

Título original: Tian zhu ding (A Touch of Sin) / Ciqing shidai

Año: 2013

Duración: 130 min.

País: China China

Dirección: Jia Zhangke

Guion: Jia Zhangke. Novela: Su Tong

Reparto: Jian Wu; Vivien Li; Lanshan Luo; Wang Baoquiang; Zhao Tao; Zhang Jiayi.

Música: Lim Giong

Fotografía: Nelson Yu Lik-wai.

 








Título original: Jiang hu er nü

Año: 2018

Duración:135 min.

País: China

Dirección: Jia Zhangke

Guion: Jia Zhangke

Reparto: Zhao Tao; Liao Fan; Xu Zheng; Casper Liang; Feng Xiaogang; Dia Yinan

Música: Lim Giong

Fotografía: Eric Gautier.

 

       Propiamente, un toque «pecaminoso» y un elogio del amor a pesar de todo, pero, en el fondo, dos radiografías de un sistema social en descomposición, el de la primera economía del mundo.


              Acaso hubiera debido seguir un orden inverso: ver primero las viejas películas de Jia Zhangke y, después, sumergirme en A la deriva, porque en esa hay una recopilación de metraje descartado de las anteriores para escribir una historia que, en todo caso, es una reedición, mutatis mutandis, de La ceniza es el blanco más perfecto, de ahí que las imágenes de Las tres gargantas tengan ese vigor identificador. Pero sigamos un orden temporal.

          Un toque de violencia está construida de forma episódica, cuatro historias en las que la violencia tiene un papel primordial, porque es, simplemente, la respuesta a los «males», a los pecados, de los personajes. El título es un homenaje a Orson Welles, cuya Sed de mal tenía por título original Touch of Evil. El título actual deriva el interés hacia lo que, en la película, es simple epifenómeno, por llamativa que sea la realización del mismo y la crudeza representada. Estamos hablando de seres que llevan el conflicto tan dentro de sí que confunden su vida con una violación de ignoran qué códigos, pero, en todo caso, lo consideran un «pecado» para el que no hallan más redención que la explosiva salida violenta que acaba con su inseguridad existencial y con la insufrible presión social que los ha conducido a su estado. A partir del primer episodio, un hombre empeñado en denunciar la corrupción política de su lugar de origen, un hombre al que llaman despectivamente «bola de golf», quien va añadiendo humillaciones y desesperaciones de tal magnitud que, al final, entiende que los demás no entenderán otro lenguaje que el de la corrupción máxima de nuestra humanidad: la violencia. Envuelve una escopeta con una alfombra en la que se representa un tigre, una señal del autor para indicarnos la estrecha relación natural entre la depredación de los animales y la del ser humano, y sale a «cazar» a quienes, de una manera político-mafiosa, cazan la riqueza, expoliando a los demás. La situación, como digo en el título de las críticas, es calcada de la película de Schumacher, Un día de furia, y es una situación explotada en muchas películas, aunque recuerdo ahora Relatos salvajes, de Damián Szifron, con una portentosa actuación de Ricardo Darín. Aquí, el protagonista, que ha renunciado al trabajo en pos de su cruzada ética de denuncia del abuso de las autoridades, advierte como poco a poco sus propios conciudadanos le van dando la espalda y, con el mote, rebajándolo a la categoría de parásito bienintencionado, pero risible, al cabo. El hombre, es cierto, no es nada atractivo físicamente, y ello es una baza que juega en su contra, porque tras su interés ético cualquiera adivina un evidente resentimiento, por no haber logrado alcanzar el estatus de quienes alardean ante los demás de sus riquezas. La destrucción del coche o el asesinato del conductor de carros que apalea al mulo, incapaz de arrastrar la carga, son muestras de ese cruce de intenciones nobles y soluciones delictivas que atraviesa todo el relato. El relato de una mujer que trabaja como recepcionista en una sauna burdel, que ha visto cómo su vida se tambalea, porque el hombre casado con quien mantiene una relación no va a dejar a su mujer, un argumento hipertradiconal de la industria cinematográfica, y que sufre el acoso de dos ejecutivos de medio pelo que la confunden con una prostituta es, acaso, la más violenta de las cuatro, porque la mujer se defiende del acoso de esos chulos prepotentes, y, ante el azote con billetes que recibe de uno de ellos, se acaba desatando una vena agresiva y feroz que se resuelve como en una película de la yakuza japonesa, o poco menos. La historia de un motorista que se reúne con la familia por el entierro de la madre y que tiene abandonados a la mujer y al hijo, que prácticamente no lo conoce, porque trabaja fuera de la localidad para poder ganar el dinero que les envía muestra el abismo que hay entre la comunidad rural y la amenaza de exterminio de un modo de vida milenario, para ser sustituido por ciudades colmena donde las autoridades van alojando a esos últimos resistentes de una sociedad agraria que tiene los días contados. Dejo en el aire el desenlace, porque tal vez sea lo más chocante de la historia y conviene no dar siquiera pistas. La última historia es la de un joven que se accidenta con una máquina en el taller en el que trabaja y decide cambiar de empleo. De modo casual, acaba recibiendo la invitación a formar parte del personal de un hotel y burdel de lujo, en el que se escenifican ciertas escenas coreografiadas para satisfacer a los clientes, quienes escogen, por número, a las jóvenes con quienes ir a los reservados o a sus propias habitaciones. La estructura del hotel, sus fines, la explotación sexual, ¡todo!, parece lo propio de un avispado negociante occidental que quiere rentabilizar el más antiguo de los negocios, y en ningún caso nos hacemos a la idea de que estamos en la China comunista. Sobre todo porque, en uno de esos desfiles, las jóvenes lo hacen disfrazadas con el uniforme de Ejército rojo, algo que me hizo pensar si la película fue distribuida y vista en su propio país. El joven, que se enamora de una de las prostitutas, vive bajo la férula de una madre exigente y las escasas ofertas laborales a las que se puede acoger, caso de que decidiera abandonar el hotel. Como en la anterior, nada puedo añadir, por el riesgo obvio de chafar el desenlace. Zhangke filma con un estilo que combina los planos panorámicos de indudable belleza natural con puestas en escena en interiores muy escogidos, pero que reflejan una cierta deshumanización a través de la neutralidad estética muy inspirada en el cine Occidental. Lo que no olvida es trazar el retrato psicológico de cada uno de los personajes protagonistas de los cuatro cortos, y ahí sí que los silencios han de valorarse como un recurso descriptivo de primera magnitud.  No se trata solo de la inseguridad de cada uno de los protagonistas, sino de la convicción de que nada de lo por decir puede influir decisivamente en su destino, hacia el que dirigen sus pasos como si los arrastrara no el pecado del título, sino el pecado original de la especie condenada por Dios. No es anecdótico el hecho de que las cuatro historias estén inspiradas en hechos reales, lo que contribuye a acentuar la vertiente crítica de la sociedad que se advierte en todos y cada uno de los episodios.

          La ceniza es el blanco más puro nos narra una historia de amor, teniendo a Zhao Tao como estrella absoluta, no en calidad de la esposa del director, sino de su inmensa valía como actriz, capaz de registros muy dispares en los que imprime el sello de su intensidad dramática como en esta película en la que es la única mujer en un mundo exclusivo de hombres, una fraternidad delictiva en la que forma tándem con el hermano mayor de la cofradía, quien reparte privilegios y castigos por un igual. La lucha entre las diferentes hermandades provoca un violentísimo ataque a Bin, el protagonista, de que le defiende su pareja, Qiao, con una pistola que acabará llevándola a la cárcel por posesión ilegal de armas. Bin, también va a la cárcel, pero sale cuatro años antes que ella. A ninguno de los dos les espera nadie a la salida, lo cual va a cambiar ambas vidas. Qiao busca a Bin a toda costa, porque aún cree que es su novia, con quien acabará formando una familia ―el concepto de familia en china va más allá de nuestro propio concepto occidental de la misma institución―, pero la película nos va a mostrar un escepticismo radical por parte del protagonista, al que no tardará, no sin extraordinario pesar, su antigua novia y mujer fuerte de la organización, en la que creía a pies juntillas, No son Bonnie y Clyde, por supuesto, sino dos almas golpeadas por la violencia que forma parte de su vida, y en ello estas dos películas son muy semejantes, El modo como Qiao ha de ingeniárselas para salir a flote mediante recursos propios de la picaresca y del hampa nos ofrecen un relato de la mujer que choca con la vena samaritana posterior, cuando vuelve a encontrarse, pasado el tiempo, con quien nunca dejó de ser su más intenso y único amor. Hay un momento de la entrevista de ambos en una habitación de hotel, una escena con la desolación de los hoteles de Hooper, por cierto, en que ella se vuelve de espaldas y llora amargamente el fatal desengaño que le está transformando la vida. Y me pregunté si ese llanto no podía considerarse como una manifestación fuera de campo. La película nos muestra ambientes muy variados y escenas, como la de la estancia en Las tres gargantas que recoge el director en A la deriva, componiendo los más hermosos momentos de su película diacrónica. Se anuncia para febrero en Filmin su última película. La espero.

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