viernes, 29 de enero de 2016

La sombra de Delibes es alargada: “Función de noche” de Josefina Molina.

                                 


Función de noche: Vidas dramáticas de cómicos: Lola Herrera o una muchachita de Valladolid…se desnuda en el camerino.

Título original: Función de noche
Año: 1981
Duración: 90 min.
País: España
Directora: Josefina Molina
Guión: Josefina Molina, José Sámano (Novela: Miguel Delibes)
Música: Alejandro Massó
Fotografía: Teodoro Escamilla
Reparto: Lola Herrera, Daniel Dicenta, Natalia Dicenta, Daniel Dicenta Herrera, Luis Rodríguez Olivares, Margarita Forrest, Jacinto Bravo, Francisco Teres, Santiago de las Heras, Antonio Cava, Demetrio Sánchez, Juana Ginzo


            Quizá haga más de quince años que vi Función de noche, sin haber visto la representación teatral sobre Cinco horas con Mario, una excelente novela de Delibes, y seguí sin querer ver la representación, tras haber visto la película, porque la película-documento, más que propiamente “documental”, de Josefina Molina me pareció magistral. Ayer volví a verla en esa joya de programa que es la Historia del cine español que nos ofrece La 2 en dosis diaria. ¿Por qué me vendrían a la memoria Nueve cartas a Berta, de Patino o La tía Tula, de Picazo? Sin duda porque Lola Herrera, en su desnudo integral de jovencita de provincias que se casa con un hombre pedestalizado, sin reunir especiales méritos para ello, desde la casi absoluta ignorancia de qué sean el matrimonio y la vida sexual, ofrece un testimonio vital que va más allá de la sociología e incluso de la psicología. Es una mujer que tiene necesidad de hablar, de decir, y de ser escuchada. Y bien puede decirse que de lo que más se asusta es de lo que llega a verbalizar, la confesión de sus limitaciones y de sus fiascos, con el acerbo y punzante dolor que ello implica. No hace mucho que hemos visto Birdman, de Iñárritu, y hace mucho que vimos Opening night, de Casavetes, historias de vidas truncadas en el escenario y el espacio del teatro. En Función de noche, nos reducimos aún más: al camerino. En él, en el ínterin de aquel suplicio que para los actores fueron las dos sesiones diarias, la actriz Lola Herrera se reúne con quien fue su marido durante seis años y padre de sus dos hijos, Daniel Dicenta, y juntos analizan su fracaso matrimonial. La situación, resuelta técnicamente con la realización a través de los falsos espejos, tiene un desasosegante aire de experimento de laboratorio, algo que se acentúa cuando Daniel Dicenta comienza a utilizar la toalla para restañar el sudor que el ambiente provoca, al margen, claro está, de la posible incomodidad que le supongan, aun habiendo pasado tanto tiempo desde su separación, las revelaciones de su ex. Ambos, a medida que se va acumulando la tensión emocional se sienten atrapados en ese espacio, lo que consigue desasosegar por contagio al espectador. La confesión, porque ese sería el género literario al que pertenecería si fuera una obra escrita, tiene tal poder de verdad que ni la afectación que siempre he oído en la voz de Lola Herrera ni algunos gestos acaso excesivamente teatrales que se permite en la representación logran restarle credibilidad y emoción. Es una mujer que ha sufrido y que le revela a su marido la verdad de su sufrimiento y la causa de su desgraciada vida, que tiene su origen en la falta de una educación desde la que comprender y aceptar realidades de tanta enjundia como la sexualidad, el amor, el matrimonio y la maternidad. Hacia la mitad del camino de la vida, Lola Herrera tiene 46 años cuando ruedan Función de noche, es estremecedor oír la confesión de una persona que ha vivido su vida como un fracaso constante, aun siendo una actriz de éxito. Pero su vida personal constituye un ejemplo de insatisfacción total: se ha entregado tanto a los demás y ha vivido tan poco para ella misma que, alcanzada esa edad fronteriza, recapacita y se percata del vacío desolador en que se halla y desde el que se ve sin fuerzas para iniciar una nueva vida. A lo largo del diálogo, en el que el exmarido adopta una actitud demasiado distanciada, como si ya hubiera superado, aunque no sea así, aquella experiencia, se levanta ante los espectadores una vida en común que dejó de tener lo de “común” casi desde la misma noche de bodas, una gran catástrofe. Poco a poco irán surgiendo los desencuentros, las incomprensiones, los silencios insalvables, las resignaciones, las humillaciones, los secretos, los malentendidos…, un desfile de los fantasmas habituales en las relaciones de pareja que acaban mal porque, acaso, no se tuvo en su momento el valor de hablar sin tapujos para verle a la verdad su cara de hereje y obrar en consecuencia. El origen de la película es la representación que durante una década hizo Lola Herrera por toda España de la función teatral en la que se adaptó la novela de Miguel Delibes Cinco horas con Mario, una radiografía de la vida de pareja de la España de la posguerra con la que la actriz se fue identificando hasta, como le dice a su exmarido, ponerle a Mario su rostro y verlo a él en el ataúd, en vez de al personaje de Delibes. La aparición de un personaje como el de Juana Ginzo, locutora emblemática de la SER y voz histórica de la Ama Rosa de Sautier Casaseca, amiga íntima de Herrera que representa justo lo contrario de lo que es la actriz, una mujer liberada que ha decidido aceptarse y no vivir pendiente de la “reputación”, de la opinión ajena, le permite al espectador salir por breves momentos de ese laberinto emocional del camerino, donde parece que se esté celebrando una ceremonia ritual cuyo final nos asusta, porque intuimos lo peor. La película alterna la escena del camerino con fragmentos de la representación, pero ahí no hay descanso alguno para el espectador, sino un incremento de la angustia, porque se suman la persona y el personaje con idéntico drama de la insatisfacción y la culpa. Las breves filmaciones con los hijos de la pareja permiten, también, introducir una distancia que nos permita retomar fuerzas para continuar con atención el duelo de sentimientos en el que no se ahorran, los pacíficos contendientes las puyas más envenenadas, como la frase feliz que podría ser el reclamo para el público amante de las emociones fuertes: “Yo nunca he tenido un orgasmo en mi vida”, ni con su marido ni con nadie. Lo que provoca una reacción defensiva/herida por parte de su marido, quien ha sido engañado por la representación que la actriz ha hecho de los mismos durante su vida conyugal. Por lo escrito, se advierte enseguida la indudable influencia que en Josefina Molina tuvo una película como Secretos de un matrimonio, de Bergman, una de sus grandes obras, cuyo título original aún se acerca más a la obra de Molina: Escenas de la vida conyugal, pues Herrera y Dicenta van repasando su vida matrimonial a partir de ciertas escenas que, según ellos, fueron determinantes para el rumbo de su unión. Independientemente de dicha influencia, la película-documento de Josefina Molina me parece una contribución importantísima para algo que tanto haría para evitar la violencia machista contra la mujer en el seno de las relaciones familiares o de pareja: la educación afectiva. Función de noche es una película que deberían ver inexcusablemente todas las parejas, de cualquier edad, de cualquier lugar.

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