sábado, 21 de diciembre de 2024

«Tatami», de Zar Amir-Ebrahimi y Guy Nattiv.

 

La denuncia del régimen teocrático iraní a través del deporte.

 

Título original: Tatami

Año: 2023

Duración: 105 min.

País: Georgia

Dirección: Zar Amir-Ebrahimi, Guy Nattiv

Guion: Elham Erfani, Guy Nattiv

Reparto: Arienne Mandi; Zar Amir-Ebrahimi; Jaime Ray Newman; Nadine Marshall; Lir Katz; Ash Goldeh; Valeriu Andriutã; Mehdi Bajestani; Elham Erfani; Sina Parvaneh.: Música: Dascha Dauenhauer

Fotografía: Todd Martin.

 

          De cuanto se lee sobre las películas que vienen y van a una velocidad de vértigo, al cabo de cierto tiempo, quedan algunos mensajes que nos despiertan la curiosidad, como es el caso de esta película georgiana, Tatami, pero hija de dos directores que forman una pareja de muy distinto origen: ella, iraní; Él, israelí. Una realidad tan excepcional, a fuer de rara rara, nos indica que bajo la estructura totalitaria o autoritaria de los poderes nacionales siempre late, muy oculta, la posibilidad de que la realidad pueda ser, algún día, muy diferente de como hoy es. Con esta introducción quiero dar a entender que Tatami, so capa de ser una película que abunda en un tema deportivo, como aquella que tanto éxito tuvo de la remera desquiciada, La aspirante, de  Lauren Hadaway, es, en el fondo, una película política de denuncia del sistema político represivo teocrático que ahoga la libertad en Irán, sin visos de que ese poder omnímodo de los clérigos pueda acabar en un plazo relativamente breve de tiempo; pero conviene recordar, para quienes hacen de la esperanza un principio de vida, que el régimen totalitario sirio ha caído en 13 días de combates de los insurgentes, a pesar de estar apoyado por Rusia y por Irán.

          La película, en un blanco y negro muy contrastado y agresivo, en el que destacan, sobre todo, muchos y muy hermosos primeros planos que no solo atienden a la belleza, sino, básicamente, a la expresión de otras emociones básicas como el temor, el miedo, la rabia, la frustración, la indignación, el desconcierto, etc., se articula en torno al equipo de judo iraní que ha de participar en un campeonato mundial en el que una de las componentes del equipo tiene serias posibilidades de llegar a la final y ganar el oro para Irán. La mujer, madre de familia, a quien su esposo y otros amigos ven competir por televisión, tiene la mala suerte de que se puede cruzar en su camino una competidora israelí, adversaria contra la que el gobierno iraní no está dispuesto ni siquiera a que se enfrenten en el tatami, por lo que transmiten a la entrenadora la orden de que se retire de la competición pretextando una lesión. En vista de que la luchadora está inclinada a continuar, porque sabe que es su gran oportunidad de conseguir el oro, las órdenes se convierten en amenazas, y ahí se inicia la trama paralela que intentará «convencer» a la judoca: la detención de los padres y el intento de detención del marido, quien, avisado por la su esposa, coge al niño y huye para pasar a pie la frontera con  Pakistán, desde donde intentaré reunirse con su mujer. El enfrentamiento entre la judoca y la entrenadora es muy tenso y amargo, porque esta sabe que si no consigue disuadir a su pupila de continuar, será ella la represaliada. Más tarde sabremos que la entrenadora está reviviendo su propio caso personal, pues ella también hubo de fingir una lesión para renunciar a competir.

          A medida que la luchadora iraní va superando combates y adversarias, la presión política va en aumento, y las organizadoras del campeonato se ofrecen como garantes de la libre decisión de la judoca, a quien la desgarradora situación sigue afectando, de tal modo que combates que hubiera podido pasar con  cierta comodidad se le vuelven un tormento que la mina, dado que su cabeza está más en el temor a lo que les puedan hacer a los suyos que en sus rivales. Toda esa tensión puede vivirse en los tensos entreactos que siguen a los combates antes del siguiente, pues no deja de ser muy reducido el espacio donde se amontonan, en el calentamiento y en la relajación, las atletas.  

          La película tiene un componente sociológico sobre la vida clandestina y familiar en Irán, pues la rígida moral represiva que preside la vida pública choca con la libertad de costumbres y de atuendos en la vida privada, así como en ciertos ambientes clandestinos donde ellas «se sueltan el pelo» y actúan como si estuvieran en Occidente. La película usa también los flashbacks para mostrarnos esa realidad de una liberación de costumbres de la que, de seguir en Irán, jamás disfrutarán.

          La actriz protagonista tiene una potencia interpretativa que parece una diosa mesopotámica capaz de cualquier proeza, y las escenas de los combates, acaso inspirados, como algún crítico ha señalado, en los de Raging Bull, de Scorsese están planificados al detalle para darnos la apremiante sensación de estar nosotros, físicamente, en el tatami. A esa filmación tan dinámica se debe el descubrir lo emocionantes que pueden llegar a ser esos combates, aunque yo lo descubrí, de niño, cuando un gigantón holandés, Anton Geesink, fue el primer no japonés en ganar una medalla de oro en judo en una olimpiada, hasta ese momento terreno privativo de los judocas orientales. Esa pasión deportiva competitiva, que es como un veneno en la sangre, es lo que, poco a poco, irá convenciendo a la entrenadora de que ha de «pasarse», al lado de la pupila, venciendo miedos ancestrales al poder masculino y desquitándose de su pasado humillante. Todo ello acentúa aún más la perspectiva política de la película, pues las autoridades deportivas y políticas de Irán no tardan en pasar a las prácticas mafiosas propias de las dictaduras, exhibiendo la más tétrica de sus caras tenebrosas.

          Ya me imagino que esta película valiente y estéticamente tan contundente y eléctrica como, pongamos por caso, El delator, de Ford, no les habrá gustado a Pablo Iglesias e Irene Montero, pero es muy conveniente que ambos la viesen, para que se dejen de tontear, económicamente, con un Régimen con  prácticas dictatoriales que, a quienes tenemos auténtica memoria histórica no sectaria, tanto nos recuerda los casos de las deserciones de deportistas cubanos que salen de la bella isla para nunca más regresar.

         

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