martes, 29 de mayo de 2018

“Bright Star”, de Jane Campion: Las postrimerías del poeta John Keats.



Los vaivenes del amor arrebatado: Bright Star o el epítome del Romanticismo en una trágica historia de amor.



Título original: Bright Star
Año: 2009
Duración: 119 min.
País: Reino Unido
Dirección: Jane Campion
Guion: Jane Campion
Música: Marc Bradshaw
Fotografía: Greig Fraser
Reparto: Abbie Cornish,  Ben Whishaw,  Paul Schneider,  Thomas Sangster,  Kerry Fox, Edie Martin,  Claudie Blakley,  Gerard Monaco,  Antonia Campbell-Hughes, Samuel Roukin.

Jane Campion es una directora que no se ha prodigado cuanto debiera, quizás por la exigencia con que plantea sus películas, que, como en este caso, roza la perfección, del mismo modo que lo hizo antes en las maravillosas El piano y Un ángel en mi mesa. Se trata de una película biográfica sobre John Keats, concretamente sobre los tres últimos años de su vida, cuando se enamora de Fanny Brawne, una mujer elegante, enamorada de la belleza, contumaz lectora, inteligente y de decidida personalidad, con quien mantiene el poeta una relación que progresará de la  displicencia con que ella considera la obra del poeta hasta un compromiso de amor total y arrebatado que, a lo largo de los tres últimos años de su vida, sufrirá diversos altibajos que les harán experimentar más los rigores del mismo que sus delicias, aunque, a espaldas de la pacata sociedad de la época y de la familia de ella, se comprometerán en casi imposible matrimonio, porque Keats era insolvente y no tenía medios propios para mantener “apropiadamente”, valga la redundancia, a su joven esposa. Aunque Keats se licenció en Farmacia, no llegó a ejercer y se dedicó íntegramente a su poesía, que no fue muy bien recibida por la crítica. Suerte tuvo de que Charles Brown se convirtiera en algo así como su mecenas y lo acogiera en su casa, compartiéndolo todo con él. En justa reciprocidad, Keats colaboraba con él en la redacción de Oto el Grande, una obra de teatro que no se estrenó hasta 1950, ciento treinta años después de la muerte del poeta. La película dramatiza las dificultades que tuvo la relación entre los amantes y cómo el mismísimo Brown quiso interponerse entre ambos para que Keats no descuidara sus propios escritos y, más adelante, ella no supusiera una carga para el poeta en su dura enfermedad, tuberculosis, de la que ya habían muerto su madre y su querido hermano pequeño, de cuya pérdida, al parecer, solo la compañía animada, cariñosa e inteligente de Fanny pudo resarcirlo. En la medida en que la película acota mucho los hechos, se puede apreciar el crescendo de la acción desde el día en que se conocen, casi ceremoniosamente, hasta el apogeo apasionado de su amor. Ahí la sensibilidad de la autora, una prodigiosa controladora de los tiempos lentos, de la morosidad cargada de sensaciones, de la tensión volcánica bajo las formas contenidas, se despliega de un modo absoluto y atrapa a los espectadores en ese coloquio de amor salpicado de tan terribles hechos y desesperanzas, porque eso sí, desde el primer momento Keats le revela que él no tiene ni donde caerse muerto, que vive “de prestado” y que difícilmente puede convertirse en “un buen partido” para ella, razón por la que la anima a que ella asista a los bailes donde conocer a alguien que pueda aspirar, con todos los derechos, a desposarla. Cuando su amigo y mecenas Charles Brown ha de ausentarse por un tiempo, Keats ha de instalarse en una habitación de un barrio miserable al que Fanny lo acompaña para ayudarlo a instalare en él, aunque se le cae el alma a los pies ante el hecho de tener que abandonarlo en esa pocilga que es lo único que se puede permitir el poeta, ya algo enfermo. La huida de aquella habitación para volver a la casa donde había estado viviendo junto a Fanny, en  Hampstead, se resuelve cinematográficamente de una manera tan hermosa como terrible, al ser encontrado el poeta entre los rosales del jardín, tendido en tierra y enfermo. El amor de Fanny, muy discutido entre los críticos, es, para Jane Campion, una muestra perfecta del amor romántico que va más allá de las adversas circunstancias y se impone contra todas las realidades que lo impiden, aunque, eso sí, sin transgredir jamás los límites que la estricta moral de la época imponían. Si a eso añadimos la pronta caída en la enfermedad del poeta, tendremos como resultado algo así como un amor imposible en el que, sin embargo, se empecina la joven con una determinación absoluta, total. Y ahí es donde la película asciende a una suerte de empíreo poético que refuerzan las estrofas del autor, cuyos poemas son recitados a lo largo de la película con una naturalidad que nos permite calibrar el impulso originario que supuso, para algunos de ellos, su relación con Fanny Brawne. De hecho, y dado que el joven Keats muere con 26 años, la entrada de la Wikipedia dedicada a la joven es considerablemente más extensa que la del propio poeta, aunque en ello tiene mucho que ver la polémica de la publicación de las cartas que cruzaron ambos enamorados y las que Fanny le escribió a la otra Fanny, la hermana de Keats, que ni siquiera aparece en  la película. Los dos actores, a quienes no había visto antes, si no recuerdo mal, Abbie Cornish y Ben Whishaw, logran muy convincentemente meternos en ese mundo romántico de principios del XIX, dominada por una etiqueta moral asfixiante, y consiguen interpretaciones ajustadísimas a la dimensión de su historia de amor casi clandestina. Si hay una escena que “atrapa” al espectador y logra llevarlo al máximo dolor es la de la comunicación, por parte del mecenas de Keats, Charles Brown, de la muerte del poeta en Italia, adonde había ido para intentar reponerse en un clima propicio, invitado por los Shelley. La crisis de ansiedad que sufre su enamorada es absolutamente emocionante, y resulta muy difícil de no dejarse contagiar por un dolor tan profundo, animal, desesperado, lancinante, terrible… Nueve años duró el luto riguroso que Fanny Brown llevó por el poeta, cuyos versos acabaron entrando, como es público y notorio, en la historia de los poetas ingleses ilustres.  La película es un prodigio de ambientación y localización, porque se aprecia en ella inmediatamente, no tanto la propia naturaleza, cuanto la vivencia de ella que tienen los personajes. El vestuario, la fotografía y la música se suman a ese tempo lento e íntimo que impone Campion a toda la película y la convierte en una pequeña joya, en una miniatura artística incomparable, llena de detalles reveladores y planos en sí mismos tan poéticos como los propios versos de Keats. Estamos ante esas películas que no se ven, sino que se paladean.

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