Magnífico programa doble de adaptaciones literarias de
suma calidad: Lejos de ella o una sensible
y excelente ópera prima de Sarah Polley, discípula de Isabel Coixet, y ¿Qué hacemos con Maisie? o una
adaptación exacta y visualmente estimulante de un clásico como Henry James.
Título original: Away From Her
Año: 2006
Duración: 110 min.
País: Canadá
Dirección: Sarah Polley
Guion: Sarah Polley (Historia: Alice Munro)
Música: Jonathan Goldsmith
Fotografía: Luc Montpellier
Reparto: Julie Christie, Gordon
Pinsent, Olympia Dukakis, Wendy Crewson, Kristen Thomson, Michael Murphy
Título original: What Maisie
Knew
Año: 2012
Duración: 99 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Scott McGehee, David
Siegel
Guion: Carroll Cartwright
(Novela: Henry James)
Música: Nick Urata
Fotografía: Giles Nuttgens
Reparto: Julianne Moore, Steve Coogan,
Onata Aprile, Alexander
Skarsgård, Diana García, Samantha
Buck, Joanna Vanderham, Stephen Mailer, Joel Garland,
James Colby, Trevor Long, Robert
C. Kirk, Zachary Unger.
Por esas casualidades que tanto rigen mis pasos
cinéfilos, he encadenado la visión de dos películas con un referente literario
de primer nivel: Henry James y Alice Munro. Ambas películas me pasaron
literalmente desapercibidas en el momento de su estreno, pero la televisión me
permite recuperarlas sin que sea demasiado tarde para disfrutar de ellas y que
otros tantos que lean este Ojo y
confíen en mi gusto hagan lo mismo. La historia de Alice Munro, con la que Sarah
Polley, la actriz-fetiche de Coixet, se estrenó en la dirección nos narra la
historia de un matrimonio en el que la mujer aquejada de Alzheimer es,
finalmente, llevada a una residencia donde la atienden las 24 horas del día y
en la que vive con habitación propia donde recibe la visita de su marido. Con
una sensibilidad exquisita para ofrecernos los casi imperceptibles cambios del
inicio de la enfermedad en la paciente, una Julie Christie tan poderosa actriz
y tan bella como lo ha sido siempre, Polley va levantando acta de todos esos
descuidos minúsculos que, por acumulación, acabarán haciendo imposible la vida
en la propia casa sin someterse a un riesgo que pueda poner en peligro su vida,
como ocurre con la desaparición de ella y la búsqueda angustiosa del marido,
hasta que la descubre en un puente, ignorando quién es y qué hace allí. La vida
en el internado se va a caracterizar por la aparición de un rival, mermado de
condiciones físicas, al que la enferme acabará tomando un cariño que, para el
marido, roza los peligrosos terrenos del amor, sobre todo porque ella ignora
quién sea el y se vuelca en su único presente conocido: su compañero de
residencia. Atacado por los celos, acaba entrando en relación con la mujer del “rival”,
excepcional Olympia Dukakis, también, una persona escéptica a la que le supone
un enorme desgaste personal entrar en relación con los otros y, sobre todo, con
un marido celoso incapaz de entender que él no signifique nada, ya, en la vida
de su esposa, con quien ha compartido 40 años de vida. Es una película construida
sobre los detalles, las huellas de los esquíes sobre la nieve…, la lectura de
algunos libros, las veladas en casa, los paseos, el rechazo a la vida social…y,
sobre todo, los silencios cómplices. Las visitas del marido al internado , en el
que aparece sentado en una silla desde
la que observa las evoluciones de su mujer, solícita con su actual compañero, y
presta a acusarle, al marido, de ser muy persistente, esto es, de atosigarla,
de no dejarla vivir en paz, tiene una línea progresiva doble: el deterioro de
ella y el acercamiento hasta el contacto íntimo con la mujer del rival. Desde
esa doble realidad se construye una nueva realidad, una suerte de salvación en
la desgracia, que acaba girándose insospechadamente en un final sorprendente,
dentro de lo que cabe, por supuesto, porque la historia queda abierta y es cada
cual quien tiene que aportar su granito
de arena narrativo al desenlace.
Por su parte, ¿Qué
hacemos con Maisie? es una historia de Henry James muy avanzada a su época,
porque en los tiempos de James no se daba una situación de igualdad social
entre el hombre y la mujer que hiciera aparecer como totalmente verosímil la situación
de la que parte la historia. Trasladada del XIX al XXI, está claro que la vida
de una cantante rockera -un papel extraño para Julianne Moore, del que sale
airosa como solo ella podría haberlo hecho-, y un padre editor y divorciado de
ella -un Steve Coogan muy en su propio papel de actor con encanto- , da de sí
para que los cuidados de una niña de 6 o 7 años se les vuelvan un problema casi
irresoluble, sobre todo por sus constantes viajes y, en el caso de la madre, por un tipo de vida ajena por completo a las necesidades en términos de horarios y disciplina de una criatura tan pequeña. Metidos en el pleito del
divorcio, la madre se casa con un camarero conocido suyo para aparentar una
estabilidad emocional que le permita retener la custodia e la hija, pero el juez decreta la custodia compartida y, a partir de aquí, comenzará toda una odisea
de incumplimientos, retrasos, descuidos y abandonos que, en parte, el padre
remedia casándose con quien era la cuidadora de la niña. Hasta aquí parece una
historia típica de los “ordinary people”, al estilo del cine realista usamericano
de toda la vida, pero hay un elemento que destruye el sentido ordinario de esta
narración: que todo está contemplado desde los ojos de la protagonista, Summer,
encarnada por Onata Aprile, una niña de actuación prodigiosa, dueña de una
mirada y unos silencios que valen su peso en oro cinematográfico. Es frecuente
que la cámara, además, a lo largo de la película, se sitúe a la altura de la
mirada de la niña y, muy a menudo, se pasee, descriptivamente, pero con una descripción
de tipo psicológico, en el mundo que rodea a la niña, sobre todo los juguetes
y, entre estos, las familias de animales de goma, que son su pasión. El director pone el acento, sobre todo, en los silencios persistentes de la niña, un mutismo lleno de elocuencia, porque a través de ese mutismo, que responde con escasos monosílabos a las exigencias, sobre todo la materna, de una manifestación de afecto exagerada que ella no puede dar, vamos descubriendo la verdadera visión de la situación que ella ha de padecer sin acabar de entender, porque le es imposible, las extrañísimas razones de sus progenitores, a los que aba viendo como auténticos extraños cuya conducta le resulta indescifrable. La mirada de la niña es uno de los grandes aciertos de la película, porque supone la única guía creíble a la que pueden acogerse unos espectadores que solo pueden empatizar con ella y, más adelante, con los padres sucedáneos con los que tiene la suerte y el privilegio de encontrarse. Ninguno de los dos, ni la cantante ni el editor permiten en ningún momento que los espectadores decidan en su querella de divorcio con un mínimo de conocimiento. La situación de quiebra matrimonial se la encuentra dada y sin antecedentes que le permitan un juicio sereno. Son los tópicos efectos de esa quiebra familiar lo que se sucede en la pantalla, dramáticos, sin duda, por más que el director haya optado por el lirismo que se fija en ese mundo de la infancia en el que las criaturas se mueven como si el espacio educativo fuera su única y mejor realidad. Cuando los
nuevos cónyuges de la pareja divorciada entran en relación y han de buscar su
socorro mutuo para poder seguir con su vida sin descuidar la atención a una niña
que les roba el corazón a ambos, la película comienza a dar un giro muy
atractivo, porque el desinterés cruel de los padres para con su hija resulta
insoportable. No sigo con la narración de lo que ocurre aunque no es difícil
imaginarlo, pero las “maldades” de los divorciados para con su hija ocupan un
lugar importante en ese desenlace, de ahí que cuando a la niña se la pone en el
conflicto de tener que escoger, sepa escoger lo mejor para ella, lo que
reconforta al espectador, que ha sufrido lo suyo con el planteamiento y el
desarrollo de la acción.
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