Un estudio minucioso del arte soberbio y del amor y la
crueldad en los márgenes: El mundo irreverente de un sadomasoquista
atormentado: El amor es el demonio o
el artista solo está casado con su arte.
Título original: Love is the
Devil. Study for a Portrait of Francis Bacon
Año: 1998
Duración: 91 min.
País: Reino Unido
Dirección: John Maybury
Guion: John Maybury
Música: Ryuichi Sakamoto
Fotografía: John Mathieson
Reparto: Derek Jacobi, Daniel Craig,
Anne Lambton, Karl Johnson, Annabel Brooks, Adrian Scarborough, Tilda Swinton.
Si antes Tallers 79 era mi querido antro de
descubrimientos; durante unos meses hago lo mismo en Filmin, aunque de tanto en
tanto vuelvo a mi primitiva querencia…. Una sección de biografías de artistas
nos permite descubrir a mi Conjunta y a mi películas de cuya existencia ni sospechábamos.
En este caso, traigo a mi Ojo una insólita película sobre el pintor Francis
Bacon, tan arriesgada como interesante y my digna de ver, si alguien está
interesado, por un lado, en el arte, pero, por el otro, en las complejas
relaciones humanas que estableció Bacon a lo largo de su vida con sus
congéneres. La homosexualidad y un leve travestismo son el arranque del estudio
sobre el pintor. De hecho, la película comienza con la “caída” metafórica de un
ladrón en su estudio, una escena totalmente naturalista, porque tiene quien la
ve la sensación de que el anárquico estudio del pintor es una tela de araña en
la que ha caído accidentalmente un ladrón que, ignorando la naturaleza exacta
del extraño lugar en que aterriza, acabará devorado por la enorme araña
depredadora que se pasea por sus dominios siempre a la espera de cazar algún incauto
que pueda satisfacer su violenta sexualidad de tendencia sadomasoquista. Quien
conozca la obra del pintor, una suerte de desgarro existencial que tiene en la
expresión del dolor y de la violencia una suerte de leit motiv constante, recordemos
que una de sus aspiraciones confesas fue la de conseguir la mejor representación
gráfica del grito -y de ahí su afición al cine mudo, tan dado a la sobreactuación
de los emociones por parte e los actores, como se advierte en la película, en
la que el pintor disfruta con el horror de una de las mejores secuencias de la
Historia del cine, la del cochecito que rueda escaleras abajo en El acorazado
Potemkin, de Eisenstein. El arte de Bacon emerge impoluto de su propia vida y de
su singular “maniera” pictórica en la que se combinan diversas fuentes que
abarrotan el estudio del pintor, fuentes que constituirán el punto de partida
de sus lienzos, como si “brotaran” mágicamente de ese estudio que puede ser
considerado en sí mismo como una obra de arte. La biografía de Bacon nos dice
que, debido a su temprana homosexualidad, su padre lo puso de patitas en la
calle y lo alejó de la familia, llevándolo a Berlin.¡Buena la hizo! ¡Con 17
años en el Berlín de los 20 y 30! Refirmado en ella, su vida amorosa es una sucesión
de uniones que suelen durar varios años, del mismo modo que, a pesar de su extraño
dandismo de barrio lumpen, el artista fue capaz de llevar una vida recoleta y
nada dada a la presencia pública. Su radio de acción no iba más allá de un pub
cercano donde se reunía con amistades de ningún relumbrón. Él mismo, hombre de nula
formación académica, supo, a través de la pintura, acceder a una autoformación humanística
que le cubrió con una pátina de cultura que, sin pecar del delirio de la
excelencia, sí lo protegía y le permitía sobrevivir al ambiente en que se
movía. La película tiene muchos valores cinematográficos, porque, más allá de
las obras del autor, que no aparecen en la película porque el director quiso
centrarse en la génesis de su arte y en mostrar cómo emergía de su propia
circunstancia biográfica, de un día a día en el que, a veces, sucedían
encuentros accidentales como el aterrizaje de George Dyer en su estudio.
El
pintor le dijo que podría llevarse lo que quisiera si antes se acostaba con él
esa noche. Ese fue el inicio de una relación amorosa que duró ocho años de
desigual unión, porque Dyer era un ladrón “cachas” pero con poca o ninguna
materia gris utilizable, razón por la que Bacon fue aburriéndose y cansándose
de él con el paso del tiempo, aunque lo usó como modelo de no pocos cuadros que
contribuyeron a cimentar su fama, como
el Retrato de George Dyer en un espejo…
La inmersión que realiza Maybury en la vida del artista le lleva a intentar plasmar
cinematográficamente el arte del pintor a través de planos desenfocados a
través de vasos, copas, espejos o cualesquiera otros obstáculos que le permiten
captar ese movimiento de ruptura y desencajamiento que hay en los óleos del
artista. Seguramente los ojeadores de este Ojo han echado de menos que no diga
nada acerca de los actores que encarnan a dos personajes tan disímiles como
próximos y cuya unión constituyo un desafío por parte de Bacon a sus
habituales, con quienes se le muestra en la película con una intimidad
desvergonzada y lenguaraz que nos presentan al pintor como una moderada “loca”
llena de vitriolo presto a ser descargado contra cualquiera, con un punto de
exhibicionismo histérico que recuerda, en parte, a Truman Capote y, dada su
rudeza, a veces a Turner, el único artista británico con quien compartió el
honor de haber expuesto en el Grand Palais de París.
Pues bien, la noticia
extraordinaria es que ambas interpretaciones, la del increíble Derek Jacobi, el
inolvidable Claudio de la extraordinaria serie basada en la obra de Robert Graves,
como Bacon, y la de Daniel Craig, en sus comienzos, como Dyer constituyen un
prodigio de verosimilitud, verdad y convicción. En el caso de Jacobi, coincide
un notable parecido con el propio Bacon; y en el de Craig, el parecido se
restringe al físico, ya que no al rostro. El trabajo de ambos, con algunas
imágenes impactantes, juntos y por separado, en el estudio del pintor, o de
Craig en un picado que lo muestra con un desnudo integral en la bañera, en la
operación cosmética de Bacon antes de salir a socializar en el pub, en la que
llega a usar crema de zapatos como colorante para el pelo, por ejemplo, o Vim para
lavarse los dientes…, constituyen un indudable atractivo de una cinta
eminentemente plástica, antes que narrativa, porque las escenas de la vida del
autor no consiguen crear una tensión narrativa, sino un conjunto de cuadros
descriptivos de lo que era su vida corriente y de cómo le llega al autor su
pensamiento más íntimo a través de una voz en off del artista que nos pone al
corriente de su particular concepción vital, tan
egocéntrica y tan despiadada con los demás cuando llega el momento del
aburrimiento, del hastío, cuando hasta incluso el atractivo del sexo violento y
duro ha de buscarlo en parejas accidentales que le restituyan la sensación de
sentirse vivo a través del dolor. Está claro que el ladronzuelo lumpen que cae en
su estudio como si cayera en uno de sus cuadros, todos ellos incomprensibles
para él acaba enamorándose del atrabiliario pintor, de ahí que no acabe de
encajar la frialdad y distancia de este y decida poner fin a su vida, si bien
en la película no se explica que Dyer ya había acometido dos tentativas de
suicidio previas a su amistad y amancebamiento con Bacon. Hay algo
claustrofóbico, además de desasosegante, en la película. Y ese algo es un
alguien, el propio pintor, los límites de cuya existencia se revelan muy
reducidos, como si viviera encapsulado en una rutina de la que no se aparta
nunca, fiel a unos amigos irrelevantes que en modo alguno se corresponden con
la categoría de su obra pictórica, pero a los que él mantiene una fidelidad
insobornable. No hace mucho que vimos, mi Conjunta y yo, la terrible y al
tiempo lírica biografía de Turner, de Mike Leigh, que nos sorprendió
por la crudeza del personaje y por su particular salvajismo o asilvestramiento.
No tiene nada que ver con la de Bacon, pero hay algo en ambos pintores, un
cierto primitivismo emocional que acaba filtrándose en sus cuadros. Se trata de
dos pintores muy sensuales que, sin huir del figurativismo, van bastante más
allá de sus irreprochables límites objetivos para crear unas atmósferas y unos
retratos diríase que más nacidos de la fiebre de la razón que del naturalismo
de la visión. La película es imposible que defraude a quien sepa poco a nada
sobre la biografía del pintor antes de verla, pero me temo que a quien lo
conozca a fondo aún le gustará más.
George Dyer |
Dyer y Bacon |
No hay comentarios:
Publicar un comentario