jueves, 24 de mayo de 2018

“El amor es el demonio. Estudio para un retrato de Francis Bacon”, de John Maybury



Un estudio minucioso del arte soberbio y del amor y la crueldad en los márgenes: El mundo irreverente de un sadomasoquista atormentado: El amor es el demonio o el artista solo está casado con su arte.

Título original: Love is the Devil. Study for a Portrait of Francis Bacon
Año: 1998
Duración: 91 min.
País: Reino Unido
Dirección: John Maybury
Guion: John Maybury
Música: Ryuichi Sakamoto
Fotografía: John Mathieson
Reparto: Derek Jacobi,  Daniel Craig,  Anne Lambton,  Karl Johnson,  Annabel Brooks, Adrian Scarborough,  Tilda Swinton.

Si antes Tallers 79 era mi querido antro de descubrimientos; durante unos meses hago lo mismo en Filmin, aunque de tanto en tanto vuelvo a mi primitiva querencia…. Una sección de biografías de artistas nos permite descubrir a mi Conjunta y a mi películas de cuya existencia ni sospechábamos. En este caso, traigo a mi Ojo una  insólita película sobre el pintor Francis Bacon, tan arriesgada como interesante y my digna de ver, si alguien está interesado, por un lado, en el arte, pero, por el otro, en las complejas relaciones humanas que estableció Bacon a lo largo de su vida con sus congéneres. La homosexualidad y un leve travestismo son el arranque del estudio sobre el pintor. De hecho, la película comienza con la “caída” metafórica de un ladrón en su estudio, una escena totalmente naturalista, porque tiene quien la ve la sensación de que el anárquico estudio del pintor es una tela de araña en la que ha caído accidentalmente un ladrón que, ignorando la naturaleza exacta del extraño lugar en que aterriza, acabará devorado por la enorme araña depredadora que se pasea por sus dominios siempre a la espera de cazar algún incauto que pueda satisfacer su violenta sexualidad de tendencia sadomasoquista. Quien conozca la obra del pintor, una suerte de desgarro existencial que tiene en la expresión del dolor y de la violencia una suerte de leit motiv constante, recordemos que una de sus aspiraciones confesas fue la de conseguir la mejor representación gráfica del grito -y de ahí su afición al cine mudo, tan dado a la sobreactuación de los emociones por parte e los actores, como se advierte en la película, en la que el pintor disfruta con el horror de una de las mejores secuencias de la Historia del cine, la del cochecito que rueda escaleras abajo en El acorazado Potemkin, de Eisenstein. El arte de Bacon emerge impoluto de su propia vida y de su singular “maniera” pictórica en la que se combinan diversas fuentes que abarrotan el estudio del pintor, fuentes que constituirán el punto de partida de sus lienzos, como si “brotaran” mágicamente de ese estudio que puede ser considerado en sí mismo como una obra de arte. La biografía de Bacon nos dice que, debido a su temprana homosexualidad, su padre lo puso de patitas en la calle y lo alejó de la familia, llevándolo a Berlin.¡Buena la hizo! ¡Con 17 años en el Berlín de los 20 y 30! Refirmado en ella, su vida amorosa es una sucesión de uniones que suelen durar varios años, del mismo modo que, a pesar de su extraño dandismo de barrio lumpen, el artista fue capaz de llevar una vida recoleta y nada dada a la presencia pública. Su radio de acción no iba más allá de un pub cercano donde se reunía con amistades de ningún relumbrón. Él mismo, hombre de nula formación académica, supo, a través de la pintura, acceder a una autoformación humanística que le cubrió con una pátina de cultura que, sin pecar del delirio de la excelencia, sí lo protegía y le permitía sobrevivir al ambiente en que se movía. La película tiene muchos valores cinematográficos, porque, más allá de las obras del autor, que no aparecen en la película porque el director quiso centrarse en la génesis de su arte y en mostrar cómo emergía de su propia circunstancia biográfica, de un día a día en el que, a veces, sucedían encuentros accidentales como el aterrizaje de George Dyer en su estudio.
George Dyer
El pintor le dijo que podría llevarse lo que quisiera si antes se acostaba con él esa noche. Ese fue el inicio de una relación amorosa que duró ocho años de desigual unión, porque Dyer era un ladrón “cachas” pero con poca o ninguna materia gris utilizable, razón por la que Bacon fue aburriéndose y cansándose de él con el paso del tiempo, aunque lo usó como modelo de no pocos cuadros que contribuyeron a cimentar su fama,  como el Retrato de George Dyer en un espejo… La inmersión que realiza Maybury en la vida del artista le lleva a intentar plasmar cinematográficamente el arte del pintor a través de planos desenfocados a través de vasos, copas, espejos o cualesquiera otros obstáculos que le permiten captar ese movimiento de ruptura y desencajamiento que hay en los óleos del artista. Seguramente los ojeadores de este Ojo han echado de menos que no diga nada acerca de los actores que encarnan a dos personajes tan disímiles como próximos y cuya unión constituyo un desafío por parte de Bacon a sus habituales, con quienes se le muestra en la película con una intimidad desvergonzada y lenguaraz que nos presentan al pintor como una moderada “loca” llena de vitriolo presto a ser descargado contra cualquiera, con un punto de exhibicionismo histérico que recuerda, en parte, a Truman Capote y, dada su rudeza, a veces a Turner, el único artista británico con quien compartió el honor de haber expuesto en el Grand Palais de París.
Dyer y Bacon
Pues bien, la noticia extraordinaria es que ambas interpretaciones, la del increíble Derek Jacobi, el inolvidable Claudio de la extraordinaria serie basada en la obra de Robert Graves, como Bacon, y la de Daniel Craig, en sus comienzos, como Dyer constituyen un prodigio de verosimilitud, verdad y convicción. En el caso de Jacobi, coincide un notable parecido con el propio Bacon; y en el de Craig, el parecido se restringe al físico, ya que no al rostro. El trabajo de ambos, con algunas imágenes impactantes, juntos y por separado, en el estudio del pintor, o de Craig en un picado que lo muestra con un desnudo integral en la bañera, en la operación cosmética de Bacon antes de salir a socializar en el pub, en la que llega a usar crema de zapatos como colorante para el pelo, por ejemplo, o Vim para lavarse los dientes…, constituyen un indudable atractivo de una cinta eminentemente plástica, antes que narrativa, porque las escenas de la vida del autor no consiguen crear una tensión narrativa, sino un conjunto de cuadros descriptivos de lo que era su vida corriente y de cómo le llega al autor su pensamiento más íntimo a través de una voz en off del artista que nos pone al corriente de su particular concepción vital,   tan egocéntrica y tan despiadada con los demás cuando llega el momento del aburrimiento, del hastío, cuando hasta incluso el atractivo del sexo violento y duro ha de buscarlo en parejas accidentales que le restituyan la sensación de sentirse vivo a través del dolor. Está claro que el ladronzuelo lumpen que cae en su estudio como si cayera en uno de sus cuadros, todos ellos incomprensibles para él acaba enamorándose del atrabiliario pintor, de ahí que no acabe de encajar la frialdad y distancia de este y decida poner fin a su vida, si bien en la película no se explica que Dyer ya había acometido dos tentativas de suicidio previas a su amistad y amancebamiento con Bacon. Hay algo claustrofóbico, además de desasosegante, en la película. Y ese algo es un alguien, el propio pintor, los límites de cuya existencia se revelan muy reducidos, como si viviera encapsulado en una rutina de la que no se aparta nunca, fiel a unos amigos irrelevantes que en modo alguno se corresponden con la categoría de su obra pictórica, pero a los que él mantiene una fidelidad insobornable. No hace mucho que vimos, mi Conjunta y yo, la terrible y al tiempo lírica  biografía de Turner, de Mike Leigh, que nos sorprendió por la crudeza del personaje y por su particular salvajismo o asilvestramiento. No tiene nada que ver con la de Bacon, pero hay algo en ambos pintores, un cierto primitivismo emocional que acaba filtrándose en sus cuadros. Se trata de dos pintores muy sensuales que, sin huir del figurativismo, van bastante más allá de sus irreprochables límites objetivos para crear unas atmósferas y unos retratos diríase que más nacidos de la fiebre de la razón que del naturalismo de la visión. La película es imposible que defraude a quien sepa poco a nada sobre la biografía del pintor antes de verla, pero me temo que a quien lo conozca a fondo aún le gustará más.



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