Las imágenes de
la pérdida o el retoque de lo real con lo
real, que decía monsieur Robert. Sueño
y silencio o la insoportable gravitación de la ausencia.
Título original: Sueño y silencio
Año: 2012
Duración: 120 min.
País: España
Dirección: Jaime Rosales
Guion: Jaime Rosales, Enric Rufas
Fotografía: Óscar Durán
Reparto: Yolanda Galocha, Oriol
Roselló, Jaume Terradas, Laura Latorre, Alba Ros Montet, Celia Correas.
¡Lo que son las cosas del azar! Me decido, por fin, a
ver Pickpocket, de Bresson y no se me
ocurre otra cosa que aprovechar para leer sus Aforismos sobre el cinematógrafo y, nada más haber acabado de hacer
ambas cosas, me encuentro con Sueño y
silencio, de Jaime Rosales, un aventajado
discípulo español del maestro francés. Tan es así, esta relación académica
entre ambos, que he optado por
seleccionar algunos aforismos que Rosales sigue al pie de la letra para construir
alrededor de ellos la crítica a la película. El hecho de que entre los
productores esté la productora Les Productions Balthazar refuerza este vínculo
artístico que señalo. Lo importante, para el espectador, es que Rosales
construye con voz propia y nítida una película personalísima que en ningún caso
es imitación ni siquiera del propio Bresson, sino una aplicación singular de
sus preceptos artísticos, como lo fue, en su día, Invasión, de Hugo Santiago, un director argentino que fue ayudante
de dirección de Bresson y con quien
ignoro si Rosales se habrá relacionado. En Sueño
y silencio, como veremos, rastreamos algunos de los presupuestos
fundamentales del cinematógrafo, que no del cine, según la terminología de
Bresson, y acaso por eso los detractores de la película, que haylos -y Boyero quizás
sea el más destacado-, se confunden de arte y no acaban de captar, más allá de
los gustos personales, el sentido último de la película de Rosales. ¿Significa
esto que ciertas películas hay que verlas después de haber leído los criterios
estéticos conforme a los que se ha rodado? En absoluto, porque la película de
Rosales, independientemente de que conozca uno la teoría que la justifica
estéticamente, tiene un valor cinematográfico de primerísimo orden. Comencemos.
Nada de
actores (Nada de dirección de actores) Nada de papeles (Nada de estudio de
papeles) Nada de puesta en escena. Sino el empleo de modelos, tomados de la
vida. SER (modelos) en lugar de PARECER (actores).
Actores y actrices de la película son actores
ocasionales, no profesionales, lo que le permite al director sacar de ellos
momentos de verdad que les salen de dentro, no de la técnica interpretativa,
sino de la espontaneidad, fruto de una actuación en la que domina bastante la
improvisación. Todos ellos actúan con su nombre propio, para subrayar lo que su
participación tiene de suceso personal, es decir, de experimento y de
“encuentro”, que es concepto muy del gusto de Bresson. El argumento es
transparente, aunque sean profusas las elipsis mediante las que se nos
escamotean ciertos momentos decisivos de la trama: una familia que vive en
París se va de vacaciones al Delta del Ebro, donde los padres del protagonista
tienen una casa. Mediante una elipsis abrupta, entre las muchas que jalonan la
película, nos enteramos de que la desgracia mortal se ha abatido sobre la
familia: un accidente de coche en el que se salva el padre, pero no la hija que
lo acompañaba. Nada ocurre delante de nosotros. Siguiendo el manual de Bresson,
primero se nos muestra el efecto: la desolación familiar y después la causa. Huimos
del efectismo sentimental, pero la emoción, intensísima, está presente en esas
tomas fijas de los objetos o de las personas que acentúan bien la ausencia,
bien el dolor de forma indirecta. Los rostros lo expresan todo. No hay drama
exterior. Todo es interior.
Asegúrate de
haber agotado todo lo que se comunica por medio de la inmovilidad y el silencio.
Quienes hayan visto alguna película de Rosales saben
que esto es el abecé de su cine. Desde el inicio de la historia, todo se va a
ir contando como si nada pasara, como si la cámara se hubiera colado sin
permiso en la vida de los protagonistas y les fuera robando momentos de sus
vidas, anodinos y sobresalientes, ambos filmados con idéntica sobriedad. La
textura del film, el blanco y negro granuloso y, sobre todo, los encuadres en
plano general en el que no es extraño que algunos personajes caigan fuera de
campo y quienes hablan con ellos estén casi a punto de desaparecer del mismo,
comunican esa sensación de la vida viviéndose al margen del arte que quiere
atraparla, lo que se aprecia singularmente cuando la cámara sigue en un travelín
al protagonista y este se gira hacia ella mirándola de frente durante un
instante, desafiante, como si se quejara de que lo siguiera, de que invadiera
su intimidad, confundiendo, así, las fronteras entre la ficción y el
documental, que es otro de los rasgos notables de la película. Hemos de
considerar, además, que gran parte del drama reside en el contrate de actitudes
entre los padres de la hija fallecida: la madre se ve incapaz de lidiar con un
dolor tan penetrante y devastador, mientras que el padre trata de “pasar página”
cuanto antes del luctuoso suceso para no dejar que la ausencia devore la
presencia del existir.
Un actor está
en el cinematógrafo como en un país extranjero No habla la lengua.
De hecho, así es. Y aquí se hace evidente al
espectador en la naturalidad -algo
forzada en algunos casos- de diálogos cotidianos de los personajes, como uno
estupendo entre los padres de él, cuando la abuela le reprocha al abuelo que
solo piense en él y en lo suyo. Las imágenes de las escaleras de acceso a la
casa, con un trozo de pared literalmente descolgado de ella por el salitre del
delta, son extraordinarias. A esa naturalidad de los personajes, que parecen
ajenos a los que el director quiere conseguir con su actuación, es a lo que se
refiere Bresson con “no habla la lengua” -¡si no lo he entendido mal!- porque,
más allá de ser instrumento del autor, es la mirada de este, la selección de
encuadres y los objetos y ruidos que privilegia frente a otros los que acaban
organizando esa película en la que el espectador ha de sentirse atraído, como
si tirasen de él para instalarlo en una
realidad que se conforma según el mandamiento del maestro:
No embellezcas
ni afees. No desnaturalices.
Aunque al respecto habría mucho que discutir, porque
aunque es cierto que no hay un trabajo específico de “puesta en escena” no es
menos cierto que la selección de los paisajes -enormemente sugestivos los del
delta-, y algunos interiores fronterizos con la naturaleza, como el del
tanatorio generan imágenes que muestran una belleza ciertamente impactante.
Poca tomas hay, si exceptuamos, por ejemplo la de los grandes almacenes, la
sala de espera del hospital o la de las clases de castellano que ella da en
Francia, que no supongan una manera hasta cierto punto original de revelar la
belleza que nos suele pasar desapercibida. En otras ocasiones, el precepto de
no “desnaturalizar” nos lleva a esa toma general del entierro, con un plano
fijo en el que los enterradores realizan su trabajo mecánico e impersonal ante
los componentes de la comitiva fúnebre, como si se tratara de un documental
sobre el Día de Difuntos.
Con los seres
y las cosas de la naturaleza, limpiados de todo arte y en particular del arte
dramático, harás un arte.
Es lo que ocurre a lo largo de toda la película, en la
que la sucesión de imágenes más que “contarnos” algo, nos instalan en la
realidad que nos ofrece Rosales como una emanación de la vida que se presenta
sin mediación alguna del director ante nosotros, a pesar de que el montaje de
la película la prive de esa fluidez vital que el cinematógrafo tiene prohibido
representar, en la medida en que, como tal representación, dejaría de ser la
vida misma. Si bien la historia gira en torno a un drama terrible, como es la
pérdida de una hija, hay una total ausencia de dramatismo convencional. Desde
esa perspectiva, se entiende el interés del director por “sacar” a los
personajes tal y como las personas que los encarnan son. Y hemos de decir que,
en esas singulares circunstancias, Yolanda Galocha hace un papel con todos los méritos de la
mejor de las actrices convencionales que pudiera haberlo hecho. De ella ha
sabido arrancar Rosales una vivencia del duelo metida hacia las honduras del
alma que conmueve por la ausencia de afectación y la verdad de su hondura
dramática.
TRADUCIR el
viento invisible mediante el agua que esculpe a su paso.
He escogido esta sugerencia concreta de realización
porque hay en la película un plano del agua del delta en que se cumple a la
perfección la sugerencia del maestro. Se trata de un plano bellísimo en que el
tono galena del blanco y negro comunica al agua cierta condición mineral que nos
vuelven extraños los rizos de la superficie, como si se hubieran cargado de una
naturaleza ajena y desde esas dos condiciones, la sólida y la liquida, se ahondara
en la contemplación de ese viento que los acaricia y que, ¡además!, nos
desgarra.
Hay un plano secuencia final con un travelín
larguísimo a través de un parque lleno de gente que desembocará en la
contemplación de la madre que contempla a su vez a sus dos hijas, que juegan
como si tal cosa, ajenas, desde el pasado, al triste futuro con el que se
tendrán que enfrentar. Hay algo en toda la secuencia de dulce resignación, de
delicada aceptación del recuerdo como consuelo y de culto a la memoria que
impide la desaparición de los momentos felices, y que incluso, hasta en su nimiedad,
los reescribe como epifanías de la felicidad. La película, sin embargo, se
cierra como se abrió, con Miquel Barceló ejecutando, desde un plano cenital,
dos acuarelas de muy diferente naturaleza: una, propia de un rito favorecedor
de la caza; la última, un calvario con sus tres cruces de rigor: en el centro
la majestad del perdón; a su izquierda la maldad de Gestas y a su derecha la
bondad de Dimas. Sí, la espectacular acuarela de Barceló, quien saca de la nada
los volúmenes precisos de sus figuras, con unos gestos propios de mago, de chamán, permite leer en clave religiosa lo que
acabamos de ver, algo que, recordando el severo jansenismo de Bresson, tampoco
cae lejos de la vida y obra del maestro. Se trata, en definitiva, de una
película sorprendente en el panorama patrio, una película arriesgada y heredera
del mejor Erice, el de El Sur y,
especialmente, el de El sol del membrillo.
El porvenir
del cinematógrafo reside en una nueva raza de jóvenes solitarios que filmaría
invirtiendo hasta su último centavo sin dejarse atrapar por las rutinas
materiales del oficio.
El riesgo del que hablo no es otro que el que previó
Bresson: la dificultad del cinematógrafo para encontrar financiación dentro de
una industria en la que es imposible trabajar a fondo perdido, lo que no la
distingue de cualesquiera otras industrias. Que esta película de Rosales sea
una película “de minorías” es, sin duda, la “anormalidad” cultural, y en ello
se reflejan unas carencias educativas de primer orden. Siempre han existido las
vanguardias y el adocenamiento, pero en el cine, terreno siempre de experimentación
constante -recuérdese, por ejemplo, el fenómeno que supuso, en términos de
producción y realización, El proyecto de
la bruja de Blair, de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez- ha de caber también
el cinematógrafo. Que así sea.
P.S. Recién concluyo la crítica y, buscando la imagen del cartel de la película en Google, me aparece la referencia del coloquio que se celebró sobre la misma en Versión Española, en La 2, porque, al parecer, la emitieron el pasado me de abril, algo que me pasó totalmente desapercibido. Consigno el vínculo mediante el cual pueden, tanto el cinéfilo empedernido como el buen aficionado, disfrutar de un coloquio muy interesante en el que, por cierto, en ningún momento se menciona a Bresson. Eso sí, el libro del catedrático Luis Alonso, que leyó Rosales y que le llevó a relacionarse con el y establecer, desde entonces, una sólida amistad, se titula: Lenguaje del cine. Praxis del filme. Una introducción al cinematógrafo... (La cursiva es mía, obviamente...)
http://www.rtve.es/alacarta/videos/version-espanola/version-espanola-sueno-silencio-coloquio/4567338/http://www.rtve.es/alacarta/videos/version-espanola/version-espanola-sueno-silencio-coloquio/4567338/
P.S. Recién concluyo la crítica y, buscando la imagen del cartel de la película en Google, me aparece la referencia del coloquio que se celebró sobre la misma en Versión Española, en La 2, porque, al parecer, la emitieron el pasado me de abril, algo que me pasó totalmente desapercibido. Consigno el vínculo mediante el cual pueden, tanto el cinéfilo empedernido como el buen aficionado, disfrutar de un coloquio muy interesante en el que, por cierto, en ningún momento se menciona a Bresson. Eso sí, el libro del catedrático Luis Alonso, que leyó Rosales y que le llevó a relacionarse con el y establecer, desde entonces, una sólida amistad, se titula: Lenguaje del cine. Praxis del filme. Una introducción al cinematógrafo... (La cursiva es mía, obviamente...)
http://www.rtve.es/alacarta/videos/version-espanola/version-espanola-sueno-silencio-coloquio/4567338/http://www.rtve.es/alacarta/videos/version-espanola/version-espanola-sueno-silencio-coloquio/4567338/
No hay comentarios:
Publicar un comentario