viernes, 4 de mayo de 2018

“Sueño y silencio”, de Jaime Rosales, discípulo aventajado de Bresson.



Las imágenes de la pérdida o el retoque de lo real con lo real, que decía monsieur Robert. Sueño y silencio o la insoportable gravitación de la ausencia. 

Título original: Sueño y silencio
Año: 2012
Duración: 120 min.
País: España
Dirección: Jaime Rosales
Guion: Jaime Rosales, Enric Rufas
Fotografía: Óscar Durán
Reparto: Yolanda Galocha,  Oriol Roselló,  Jaume Terradas,  Laura Latorre,  Alba Ros Montet, Celia Correas.

¡Lo que son las cosas del azar! Me decido, por fin, a ver Pickpocket, de Bresson y no se me ocurre otra cosa que aprovechar para leer sus Aforismos sobre el cinematógrafo y, nada más haber acabado de hacer ambas cosas, me encuentro con Sueño y silencio, de Jaime Rosales,  un aventajado discípulo español del maestro francés. Tan es así, esta relación académica entre ambos, que  he optado por seleccionar algunos aforismos que Rosales sigue al pie de la letra para construir alrededor de ellos la crítica a la película. El hecho de que entre los productores esté la productora Les Productions Balthazar refuerza este vínculo artístico que señalo. Lo importante, para el espectador, es que Rosales construye con voz propia y nítida una película personalísima que en ningún caso es imitación ni siquiera del propio Bresson, sino una aplicación singular de sus preceptos artísticos, como lo fue, en su día, Invasión, de Hugo Santiago, un director argentino que fue ayudante de dirección de  Bresson y con quien ignoro si Rosales se habrá relacionado. En Sueño y silencio, como veremos, rastreamos algunos de los presupuestos fundamentales del cinematógrafo,  que no del cine, según la terminología de Bresson, y acaso por eso los detractores de la película, que haylos -y Boyero quizás sea el más destacado-, se confunden de arte y no acaban de captar, más allá de los gustos personales, el sentido último de la película de Rosales. ¿Significa esto que ciertas películas hay que verlas después de haber leído los criterios estéticos conforme a los que se ha rodado? En absoluto, porque la película de Rosales, independientemente de que conozca uno la teoría que la justifica estéticamente, tiene un valor cinematográfico de primerísimo orden. Comencemos.
Nada de actores (Nada de dirección de actores) Nada de papeles (Nada de estudio de papeles) Nada de puesta en escena. Sino el empleo de modelos, tomados de la vida. SER (modelos) en lugar de PARECER (actores).
Actores y actrices de la película son actores ocasionales, no profesionales, lo que le permite al director sacar de ellos momentos de verdad que les salen de dentro, no de la técnica interpretativa, sino de la espontaneidad, fruto de una actuación en la que domina bastante la improvisación. Todos ellos actúan con su nombre propio, para subrayar lo que su participación tiene de suceso personal, es decir, de experimento y de “encuentro”, que es concepto muy del gusto de Bresson. El argumento es transparente, aunque sean profusas las elipsis mediante las que se nos escamotean ciertos momentos decisivos de la trama: una familia que vive en París se va de vacaciones al Delta del Ebro, donde los padres del protagonista tienen una casa. Mediante una elipsis abrupta, entre las muchas que jalonan la película, nos enteramos de que la desgracia mortal se ha abatido sobre la familia: un accidente de coche en el que se salva el padre, pero no la hija que lo acompañaba. Nada ocurre delante de nosotros. Siguiendo el manual de Bresson, primero se nos muestra el efecto: la desolación familiar y después la causa. Huimos del efectismo sentimental, pero la emoción, intensísima, está presente en esas tomas fijas de los objetos o de las personas que acentúan bien la ausencia, bien el dolor de forma indirecta. Los rostros lo expresan todo. No hay drama exterior. Todo es interior.
Asegúrate de haber agotado todo lo que se comunica por medio de la inmovilidad y el silencio.
Quienes hayan visto alguna película de Rosales saben que esto es el abecé de su cine. Desde el inicio de la historia, todo se va a ir contando como si nada pasara, como si la cámara se hubiera colado sin permiso en la vida de los protagonistas y les fuera robando momentos de sus vidas, anodinos y sobresalientes, ambos filmados con idéntica sobriedad. La textura del film, el blanco y negro granuloso y, sobre todo, los encuadres en plano general en el que no es extraño que algunos personajes caigan fuera de campo y quienes hablan con ellos estén casi a punto de desaparecer del mismo, comunican esa sensación de la vida viviéndose al margen del arte que quiere atraparla, lo que se aprecia singularmente cuando la cámara sigue en un travelín al protagonista y este se gira hacia ella mirándola de frente durante un instante, desafiante, como si se quejara de que lo siguiera, de que invadiera su intimidad, confundiendo, así, las fronteras entre la ficción y el documental, que es otro de los rasgos notables de la película. Hemos de considerar, además, que gran parte del drama reside en el contrate de actitudes entre los padres de la hija fallecida: la madre se ve incapaz de lidiar con un dolor tan penetrante y devastador, mientras que el padre trata de “pasar página” cuanto antes del luctuoso suceso para no dejar que la ausencia devore la presencia del existir.
Un actor está en el cinematógrafo como en un país extranjero No habla la lengua.
De hecho, así es. Y aquí se hace evidente al espectador en  la naturalidad -algo forzada en algunos casos- de diálogos cotidianos de los personajes, como uno estupendo entre los padres de él, cuando la abuela le reprocha al abuelo que solo piense en él y en lo suyo. Las imágenes de las escaleras de acceso a la casa, con un trozo de pared literalmente descolgado de ella por el salitre del delta, son extraordinarias. A esa naturalidad de los personajes, que parecen ajenos a los que el director quiere conseguir con su actuación, es a lo que se refiere Bresson con “no habla la lengua” -¡si no lo he entendido mal!- porque, más allá de ser instrumento del autor, es la mirada de este, la selección de encuadres y los objetos y ruidos que privilegia frente a otros los que acaban organizando esa película en la que el espectador ha de sentirse atraído, como si tirasen de él para instalarlo en  una realidad que se conforma según el mandamiento del maestro:
No embellezcas ni afees. No desnaturalices.
Aunque al respecto habría mucho que discutir, porque aunque es cierto que no hay un trabajo específico de “puesta en escena” no es menos cierto que la selección de los paisajes -enormemente sugestivos los del delta-, y algunos interiores fronterizos con la naturaleza, como el del tanatorio generan imágenes que muestran una belleza ciertamente impactante. Poca tomas hay, si exceptuamos, por ejemplo la de los grandes almacenes, la sala de espera del hospital o la de las clases de castellano que ella da en Francia, que no supongan una manera hasta cierto punto original de revelar la belleza que nos suele pasar desapercibida. En otras ocasiones, el precepto de no “desnaturalizar” nos lleva a esa toma general del entierro, con un plano fijo en el que los enterradores realizan su trabajo mecánico e impersonal ante los componentes de la comitiva fúnebre, como si se tratara de un documental sobre el Día de Difuntos.
Con los seres y las cosas de la naturaleza, limpiados de todo arte y en particular del arte dramático, harás un arte.
Es lo que ocurre a lo largo de toda la película, en la que la sucesión de imágenes más que “contarnos” algo, nos instalan en la realidad que nos ofrece Rosales como una emanación de la vida que se presenta sin mediación alguna del director ante nosotros, a pesar de que el montaje de la película la prive de esa fluidez vital que el cinematógrafo tiene prohibido representar, en la medida en que, como tal representación, dejaría de ser la vida misma. Si bien la historia gira en torno a un drama terrible, como es la pérdida de una hija, hay una total ausencia de dramatismo convencional. Desde esa perspectiva, se entiende el interés del director por “sacar” a los personajes tal y como las personas que los encarnan son. Y hemos de decir que, en esas singulares circunstancias, Yolanda Galocha  hace un papel con todos los méritos de la mejor de las actrices convencionales que pudiera haberlo hecho. De ella ha sabido arrancar Rosales una vivencia del duelo metida hacia las honduras del alma que conmueve por la ausencia de afectación y la verdad de su hondura dramática.
TRADUCIR el viento invisible mediante el agua que esculpe a su paso.
He escogido esta sugerencia concreta de realización porque hay en la película un plano del agua del delta en que se cumple a la perfección la sugerencia del maestro. Se trata de un plano bellísimo en que el tono galena del blanco y negro comunica al agua cierta condición mineral que nos vuelven extraños los rizos de la superficie, como si se hubieran cargado de una naturaleza ajena y desde esas dos condiciones, la sólida y la liquida, se ahondara en la contemplación de ese viento que los acaricia y que, ¡además!, nos desgarra.
Hay un plano secuencia final con un travelín larguísimo a través de un parque lleno de gente que desembocará en la contemplación de la madre que contempla a su vez a sus dos hijas, que juegan como si tal cosa, ajenas, desde el pasado, al triste futuro con el que se tendrán que enfrentar. Hay algo en toda la secuencia de dulce resignación, de delicada aceptación del recuerdo como consuelo y de culto a la memoria que impide la desaparición de los momentos felices, y que incluso, hasta en su nimiedad, los reescribe como epifanías de la felicidad. La película, sin embargo, se cierra como se abrió, con Miquel Barceló ejecutando, desde un plano cenital, dos acuarelas de muy diferente naturaleza: una, propia de un rito favorecedor de la caza; la última, un calvario con sus tres cruces de rigor: en el centro la majestad del perdón; a su izquierda la maldad de Gestas y a su derecha la bondad de Dimas. Sí, la espectacular acuarela de Barceló, quien saca de la nada los volúmenes precisos de sus figuras, con unos gestos propios de mago, de chamán,  permite leer en clave religiosa lo que acabamos de ver, algo que, recordando el severo jansenismo de Bresson, tampoco cae lejos de la vida y obra del maestro. Se trata, en definitiva, de una película sorprendente en el panorama patrio, una película arriesgada y heredera del mejor Erice, el de El Sur y, especialmente, el de El sol del membrillo.
El porvenir del cinematógrafo reside en una nueva raza de jóvenes solitarios que filmaría invirtiendo hasta su último centavo sin dejarse atrapar por las rutinas materiales del oficio.
El riesgo del que hablo no es otro que el que previó Bresson: la dificultad del cinematógrafo para encontrar financiación dentro de una industria en la que es imposible trabajar a fondo perdido, lo que no la distingue de cualesquiera otras industrias. Que esta película de Rosales sea una película “de minorías” es, sin duda, la “anormalidad” cultural, y en ello se reflejan unas carencias educativas de primer orden. Siempre han existido las vanguardias y el adocenamiento, pero en el cine, terreno siempre de experimentación constante -recuérdese, por ejemplo, el fenómeno que supuso, en términos de producción y realización, El proyecto de la bruja de Blair, de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez- ha de caber también el cinematógrafo. Que así sea.
P.S. Recién concluyo la crítica y, buscando la imagen del cartel de  la película en Google, me aparece la referencia del coloquio que se celebró sobre la misma en Versión Española, en La 2, porque, al parecer, la emitieron el pasado me de abril, algo que me pasó totalmente desapercibido. Consigno el vínculo mediante el cual pueden, tanto el cinéfilo empedernido como el buen aficionado, disfrutar de un coloquio muy interesante en el que, por cierto, en ningún momento se menciona a Bresson. Eso sí, el libro del catedrático Luis Alonso, que leyó Rosales y que le llevó a relacionarse con el y establecer, desde entonces, una sólida amistad, se titula: Lenguaje del cine. Praxis del filme. Una introducción al cinematógrafo... (La cursiva es mía, obviamente...)
http://www.rtve.es/alacarta/videos/version-espanola/version-espanola-sueno-silencio-coloquio/4567338/http://www.rtve.es/alacarta/videos/version-espanola/version-espanola-sueno-silencio-coloquio/4567338/

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