viernes, 11 de mayo de 2018

“Al morir la noche”, de Cavalcanti, Crichton, Dearden y Hamer o el bucle onírico del terror psicológico.



Si una noche de invierno un viajero… o una reunión de almas en pena condenadas al día de la marmota… Al morir la noche o las tenebrosas fronteras del twilight.

Título original: Dead of Night
Año: 1945
Duración: 103 min.
País: Unido
Dirección: Alberto Cavalcanti,  Charles Crichton,  Basil Dearden,  Robert Hamer
Guion: John V. Baines, Angus McPhail (Historias: E. F. Benson, H. G. Wells, Angus MacPhail, John Baines)
Música: Georges Auric
Fotografía: Jack Parker, Stanley Pavey, Douglas Slocombe (B&W)
Reparto: Michael Redgrave,  Googie Withers,  Mervyn Johns,  Roland Culver,  Mary Merrall, Anthony Baird,  Sally Ann Howes,  Robert Wyndham,  Judy Kelly,  Miles Malleson, Ralph Michael,  Basil Radford,  Naunton Wayne,  Peggy Bryan,  Allan Jeayes, Elisabeth Welch.

Esta película a cuatro manos de directores tan distintos como Cavalcanti, documentalista de pro, Crichton, autor de una extensa obra de la que destacaría , en relación con esta, la tensa y prodigiosa El tercer secreto, Basil Dearden, con una obra social muy marcada o Robert Hamer, invitado por Cavalcanti a participar en la película y de quien menos noticias tengo, aunque las que he logrado reunir me invitan a entrar en un cine que, el instinto me lo dice, debe de haber algo más que buen cine, es un intento inaugural del cine de terror por epsodios que tanto predicamento ha tenido en dicho género y del que ya nos hicimos eco en este Ojo al criticar la magnífica película Doctor Terror, de Freddie Francis. En esta ocasión,  la historia que da pie a los distintos episodios constituye en sí misma otra historia en la que se subsumen los episodios, confiriéndole una unidad dramática muy conseguida, porque es la que da sentido al conjunto de los episodios. Un arquitecto de renombre es invitado a pasar un fin de semana en el campo para encargarse de las posibles reformas de un casa de campo. Llega a ella, es invitado a pasar y, de repente, se percata de que el espacio y las personas que están en él le son todas ellas familiares, e incluso de que es capaz de saber con antelación qué va a ocurrir, como le pasaba al personaje de El día de la marmota, de Harold Ramis, cuando repite, hasta la saciedad para él, el mismo día una y otra vez. En este caso se trata de un sueño, así se lo explica a un psiquiatra a quien reconoce exclusivamente por haberlo visto en el sueño, como a los otros personajes, que, sin embargo se afana en apartar del protagonista la idea de que en efecto haya sido gracias a un sueño el que conozca a todos los presentes y el espacio en el que se halla. En una ronda de misterios que aspiran a convencer al arquitecto de que no solo existen, los tales, sino de que su propio sueño cae dentro de esa categoría, los personajes comienzan a relatar historias fantásticas que se representan para el espectador como pequeños cortos con unidad dramática que incluye las tres unidades básicas de la narración: planteamiento, nudo y desenlace. El hecho de que todo arranque de un sueño, llamó la atención de Luis Buñuel, quien alabó la película. Y no me extraña que lo hiciera, porque, salvo el episodio de los dos golfistas, dirigido por Crichton, en tono de comedia, frente al tono trágico del resto, todas las historias tienen una fuerza extraordinaria y unas interpretaciones ad hoc. La historia de Crichton toma como unidad básica la utilización de dos personajes de la película de Hitchcock, Alarma en el expreso, de 1938, en la que aparece una extraordinaria pareja de personajes, Parratt and Potter, interpretadas por la pareja Radford y Wayne, que, tras la película de sir Alfred, aparecieron en no pocos proyectos con la personalidad que la película de Hitchcock creó para ellos. De todas las historias, quisiera destacar dos: La del ventrílocuo, protagonizada por Michael Redgrave y la de la fiesta infantil de disfraces que recrea un crimen real ocurrido en 1860 y que dio pie al nacimiento de las novelas de detectives. El primer episodio, el del ventrílocuo que nos presenta un conflicto de desdoblamiento de personalidad entre el autor y la marioneta -muchísimos años después dará una secuela vulgar, aunque efectiva desde el punto de vista del terror, como Muñeco diabólico (que dio pie, a su vez, a una serie de películas con  Chuky como protagonista), de Tom Holland-, es una maravilla. El hecho de que entre en juego un tercer personaje que, a su vez, es también ventrílocuo, complica la trama y nos sumerge en una pesadilla en la que se consiguen clímax casi perfectos, aunque la interpretación de Redgrave, lo mismo que Hartley Power, como su rival imaginario. El episodio del baile infantil de disfraces, en el que los niños son capitaneados por un Peter Pan talludito que busca robarle el primer beso a una joven que también está en la casa adonde llega el arquitecto genera una atmósfera onírica prodigiosa. La irrupción en ese ambiente festivo de lo maravilloso se presenta con una naturalidad perfectamente conseguida, porque la joven protagonista accede a esa dimensión sin apenas percatarse de que ha entrado en ella, y de que se halla en la continuidad natural de la fiesta de disfraces. Aunque parezca que los episodios no van a tener otra función que la de su propia narración en el marco del sueño del arquitecto, cuando llega el momento de la resolución, advertimos cómo se hibridan maro y contenidos para crear un desenlace srprendente y muy efectivo. Sería imperdonable no hacer mención del episodio del espejo encantado, el dirigido por Robert Hamer, interpretado por Ralph Michael y Googie Withers. La mujer, como regalo de prometido, en vez de regalarle un portarretratos con una foto de ella, le regala un espejo de anticuario, “para que te veas a ti mismo”, que resulta tener una trágica historia detrás, así como el poder de meter dentro de la habitación donde está la habitación donde ocurrieron los trágicos sucesos: el degüello de una mujer a cargo de su marido. Poco a poco, el protagonista advierte que en el espejo no se refleja su habitación, sino otra muy distinta y muy antigua. Poco a poco, pues, se va dejando influenciar por aquella vieja historia hasta que, en un momento de total enajenación, acusa a su mujer de serle infiel y…, y ahí lo dejo. La película, que también la recomienda Scorsese entre las 75 de su colección particular de obras maestras, será una sorpresa para cuantos, como yo, descubran ahora este clásico singular, porque los estudios Ealing solo produjeron esta película de terror, decantándose hacia la comedia. Eso sí, ¡menuda una! ¡Que la padezcan a gusto!



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