La ópera prima de Mario Camus: Los farsantes, la excepcional hermana
mayor de Viaje a ninguna parte de
Fernando Fernán Gómez.
Título
original: Los farsantes
Año:
1963
Duración:
82 min.
País:
España
Director:
Mario Camus
Guión:
Mario Camus, Daniel Sueiro
Música:
Enrique Escobar
Fotografía:
Salvador Torres Garriga (B&W)
Reparto:
Margarita Lozano, Víctor Valverde, José María Oviés, José Montez, Ángel
Lombarte, Fernando León, Lluís Torner, Luis Ciges
En cuanto vi anunciada la
película y me acerqué a comprobar la ficha técnica di por sentado, de forma
intuitiva, que iba a ver una obra de mucho mérito. Y así ha sido. Con una
estética a medio camino entre Antonioni y Passolini, con un blanco y negro
desprovisto de contrastes, resuelto en un gris luminoso que envuelve, con la
sequedad del paisaje castellano de finales de invierno, la vida y escasas obras
de un grupo de cómicos de la compañía de Don Pancho, un excelentísimamente
metido en su papel de director de la compañía José María Oviés, Mario Camus ha construido un drama humano
poderoso y una visión de la sociedad de su tiempo que reúne, por un lado, la
maldita condición del artista y, por otro, la pobreza real de la España del
incipiente desarrollo y la miseria moral de la clase pudiente. La yerma
geografía por la que discurren los cómicos, y los pueblos minúsculos y cerriles
por donde se ven forzados a actuar para poder malvivir nos permiten ver un
estadio del desarrollo del país que a quienes éramos niños en aquella época nos
traen no pocos recuerdos, y no todos agradables. A medio camino entre la
picaresca y la heroicidad, porque, cuando llega la Semana Santa la compañía se
ve imposibilitada de trabajar, y a ese respecto, los días de hambre en una
pensión donde los “recogen” tienen toda la fuerza del mejor neorrealismo
italiano, la trama de la obra se centra
en las relaciones dentro del grupo, con rivalidades sexuales, con una pareja
homosexual simplemente insinuada, dada la censura férrea que hubo de sufrir la
película en su momento, con la descripción de los tormentos a que conduce la
represión sexual y con la tentación de incurrir en las mayores vilezas por
parte de personajes que a duras penas sobreviven a su miseria, teniendo que
dormir en las cunetas y pasando un hambre que hace enfermar a más de uno.
Sorprende, con todo, que la censura no se percatara de la visión subversiva de
la realidad española que se ofrecía en la película, porque el retrato social es
de una dureza extrema. Las imágenes de los cómicos con sus pertenencias a
cuestas siendo expulsados de la pensión donde no pagan o de otra donde se
instalan para comer y no se les fía, y de la que, después de tomada la sopa, se
les echa sin más contemplaciones, permiten entender ciertas reacciones humanas
que lindan con la desesperación. Camus tuvo la suerte de reunir un reparto
extraordinario para su primera aventura fílmica, comenzando por Margarita
Lozano, que llena la pantalla e imanta la atención de los espectadores con su
rotunda presencia de animal cinematográfico, pero la secundan a la perfección
actores como Luis Ciges, que venía de hacer el Placido de Berlanga, Víctor Valverde, perfecto en su papel de
personaje villano y felón o Ángel Lombarte en el de rival de Valverde por los favores de Margarita Lozano. Hay una escena cumbre en la obra, cuando la compañía
es contratada por unos ricachones que quieren disfrutar de su humillación y, a
cambio de unos dineros que después acabará robando uno de los actores, exigir
un stript tease por parte de la más
carnal de sus actrices, Lozano, quien no solo nunca lo ha hecho, sino que,
contra el compás de una pieza de jazz ad hoc, realiza una interpretación
extraordinaria de lo que podría considerarse como el anti strip tease por excelencia. La película está llena, curiosamente,
de momentos muertos, y hay que decir que en los vivos, los escasos fragmentos
de las representaciones que dan, de teatro clásico todas ellas, los actores
demuestran una capacidad más que notable para decir el verso. Son, como ya
digo, los momentos de inactividad profesional los que llenan la película,
aquellos en los que se revelan las diferentes psicologías de los miembros de la
compañía, casi siempre en situaciones límites: frío, hambre, soledad,
enfermedad e incluso la muerte. Después de pasar por varios pueblos inhóspitos,
aunque bellísimos, la compañía recala en una Valladolid en Semana Santa, cuyas
procesiones contemplan los cómicos desde el balcón de la pensión donde llevan
varios días sin comer, encerrados y casi inmóviles para ahorrar gastos de
energía innecesarios, de ahí el magnífica paralelismo entre la imagen del
Cristo yacente visto desde el balcón y el plano cenital de la habitación con
todos los miembros de la compañía ocupando las camas y el sillón donde aguardan
noticias del empresario. Quiero destacar, por su excepcional valor estético, el
número de baile de uno de los actores, José Montez, un zapateado flamenco de un
vigor y dramaticidad extraordinarios, ejecutado en pleno delirio ocasionado por
la enfermedad y por el hambre. Difícil recordar, en nuestro cine, una danza de
ese calibre artístico si no es la de la farruca de Antonio Gades por las calles
de Barcelona en Los Tarantos.
La relación entre Los
farsantes y El viaje a ninguna parte
es algo más que una evidencia en la temática y en la dureza del planteamiento
vital de los cómicos de la legua. Sin embargo, la de Fernán Gómez presenta una
elaboración y un sentido del humor que le dan una dimensión muy diferente de la
austeridad y dramatismo angustioso que preside la de Camus, con muchas menos
concesiones al espectador, ante quien levanta una auténtica tragedia que, lejos
de complacerlo, lo acongoja, porque hace suya las enormes limitaciones de esos
seres sometidos a un contrato que, con todo, es incapaz de siquiera
garantizarles la comida o el alojamiento.
Me ha
parecido una obra de visionado impresindible no solo para entender qué cine tan
interesante se ha hecho durante la larga noche del franquismo, sino, también,
para tener una visión cabal de la obra del propio Camus, cuya cumbre, Los Santos inocentes, puede prefigurarse
ya en el tratamiento del espacio y en la facilidad para adentrarse en la psicología
de los personajes con recursos tan sencillos como el encuadre y el primer plano
reveladores.
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