viernes, 15 de agosto de 2025

«Sorda», de Eva Libertad, o una ópera prima reivindicativa.

Una intensa aproximación hiperrealista a la sordera, no exenta de voluntad combativa.

Título original: Sorda

Año: 2025

Duración: 99 min.

País: España

Dirección: Eva Libertad

Guion: Eva Libertad

Reparto: Miríam Garlo; Álvaro Cervantes; Elena Irureta;  Joaquín Notario.

Música: Aránzazu Calleja

Fotografía: Gina Ferrer.

 

          El corto que anunciaba en cierta manera esta película ya era, de por sí, lo suficientemente impactante, para darnos cuenta de la trascendencia de lo que es la vida corriente para una persona sorda en un mundo de hablantes, y el grado de aislamiento en que se puede llegar a vivir, amén de las dificultades de orden práctico que ello supone para la vida cotidiana.

          Sin relación temática con el corto, Sorda nos cuenta la historia de una pareja mixta, hablante y sorda, que viven felices su unión amorosa hasta que deciden dar el paso que la mayoría de las parejas estables dan: tener descendencia. A partir de ese momento, y muy gradualmente, va a ir desarrollándose una historia en la que aparecen elementos comunes a las vidas de todos: una relación difícil con los padres, y muy difícil entre madre e hija, aunque solo hacia el último tercio de la película sabremos que era por la imposibilidad de la madre de aceptar la sordera de su hija y que no pudiera entenderla ni supiera qué decirle, quedándose bloqueada e incapacitada de expresar el amor que toda madre, en principio, siente por la criatura a la que ha traído al mundo.

          Todo, ya digo, parece transcurrir con absoluta normalidad, cada uno de ellos atiende a su trabajo, ella en una fábrica de cerámica de uso doméstico, y en un escenario casi de ensueño, en una casa de planta baja en un pueblo de Murcia, acaso en la propia Molina de Segura, localidad natal de ambas artistas, la protagonista y la directora, su hermana.

          El color inicial de las primeras secuencias, algo chillón, para mi gusto, muy brillante, me dio mala espina, y creí que iba a ver otra película como la anodina Los destellos, pero enseguida las interpretaciones de Cervantes y Garlo se adueñan con absoluta naturalidad de la escena y, tamizada la luz en los abundantes interiores, todo comienza a discurrir por la buena senda del realismo perfectamente plasmado. Que la mujer, aunque sorda, sea capaz de pronunciar palabras aisladas y frases mínimas, alivia no poco la tensión de lo que, en un principio, creí que iba a ser la opción de la película: plasmar el silencio de la sordera desde la que se ve el resto del mundo de los hablantes. Eso sucede en el último tercio de la película, y se agradece, porque hubiera sido excesivamente dura la experiencia total desde el inicio de la historia.

          Es un notable acierto de la película que la pareja comparta dos núcleos de amistades: las que son hablantes y las que son sordas, aunque en estas últimas suele haber sordos y hablantes, porque una misma madre tiene dos hijos, una niña sorda y un hijo hablante, y enseguida deviene la gran escisión en dos mundos que tienden a separarse: sordos con sordos, hablantes con hablantes, como si obrara la selección natural de las especies o algo por el estilo. Lo que la película deja claro es que los dos lenguajes son compatibles: el de los signos y el oral, y que, en el fondo, a lo que los sordos deben aspirar es, en el caso de tener hijos hablantes, a tener hijos bilingües. De hecho, el marido de la protagonista es el mejor ejemplo de ese bilingüismo, que practica constantemente, aunque la mujer le reproche que no «signa» todo lo que debiera, lo que va en detrimento de ella, en primer lugar, y de la comunicación fluida de ella con su hija, después.

          La película tiene una decidida voluntad combativa en defensa de una minoría, de un «colectivo», y ahí es donde, a mi parecer, algunos extremos del guion fuerzan demasiado la naturalidad de las cosas como para no apearse del lado combativo, desdeñando soluciones perfectamente normales que sí se usan en otras circunstancias. Por ejemplo, que las otras madres de la guardería ignoren la condición de sorda de la protagonista, con la «violencia» psicológica que ello implica al anular una comunicación que perfectamente puede darse por escrito, como es un chat de padres.

          Esa tendencia, en parte, al refugio entre «los propios, los cercanos, los miembros del colectivo», una dinámica tradicional del espíritu de grupo o de clan, va a provocar, una vez han tenido la criatura, un deterioro en la vida de los esposos, porque, y eso es un logro tremendo de la película, ninguno de los dos tiene una plantilla de cómo han de tratar, desde la sordera, la relación con una hija hablante, y resultan algo patéticos, la verdad, los intentos de la madre de «ensordecer» con cascos a su hija para que esta siga la comunicación con la madre a partir del lenguaje de signos. Hará más de treinta años que leí en el País una entrevista con dos madres que querían tener un hijo, pero querían asegurarse, genéticamente, si ello era posible, de que naciese sordo, porque no entendían que pudiera ser parte de su familia si no lo era. Para ellas, sordas, ser sordo era una bendición, y por nada del mundo querían que su hijo no fuera como ellas. Esta película me lo ha recordado.

          De las tiernas escenas íntimas, muy notables todas ellas, y de una asombrosa naturalidad por parte de ambos protagonistas, relativas a la búsqueda del nombre de la futura criatura, la película avanza hacia el embarazo y, en dos patadas, nos plantamos en el parto. La protagonista, por miedo, quiere tenerlo en casa; él, por la inercia social, ni se lo plantea. En el hospital todo va bien, mientras él puede traducir las órdenes del personal médico, pero cuando el parto se complica levemente, lo primero que hacen es sacar al hombre del primer plano desde el que traduce de forma automática lo que se espera de la paciente que haga. Alejado de ella, hay un momento en que la protagonista se ve sola, aislada y como si lo que ocurriera no formara parte de su realidad, aunque acabe todo felizmente. Se ha extendido, últimamente, lo que ciertas corrientes feministas llaman la «violencia obstétrica», y de ahí el resurgimiento de la tendencia a tener a los hijos en un espacio propicio para la madre. La otra cara la representa la película Fragmentos de una mujer, de  Kornél Mundruczó, tan espeluznante que me dejó sin fuerzas para hacer la crítica. En fin, cada cual que siga lo que le dicte el instinto. En todo caso, la película deja bien clara la agresión que sufre la protagonista y lo que le cuesta recuperarse de ella, así como de la pronta ausencia de leche en el pecho para alimentar a la criatura.

          Cuando todo se va complicando, por la incomunicación y la incomprensión, algo forzado todo, también hay que decirlo, estalla la convivencia en una pelea violentísima en que ambos cónyuges se lo dicen todo sin tapujos y sin censura ni correcciones políticas que hayan de ser respetadas, en un momento de esos de «a calzón quitao», cuando, probablemente, no habla por nosotros la razón, sino el resentimiento y las múltiples heridas que, supurantes o cicatrizadas, siempre «están ahí», en el arsenal de agravios, dispuestas como se apilan las bombas para cargar en los aviones o en los cañones. Una de las mejores escenas del cine español de muchos años acá: su intensidad, su verdad y la magnífica interpretación hiperrealista de los intérpretes, deja en juego de niños la tan ensalzada de Driver y Scarlett Johansson en Historia de un matrimonio, de Noah Baumbach.

          No quiero que se me olvide reseñar que todas las escenas de grupo, sean la de los amigos sordos, sean las del colegio o las de los amigos hablantes están rodadas con una naturalidad envidiable, exactamente igual que las hospitalarias, y no tengo la información, pero estoy por decir que estamos hablando de actores no profesionales, al estilo de Bresson, y se nota: no hay ni pizca de afectación, lo cual se ha de agradecer muchísimo, porque esas escenas grupales tienden a la sobreactuación, como en los anuncios publicitarios, y se acaban volviendo un demérito de la película. No en esta, por supuesto. A quienes somos murcianicos de corazón y adopción por haber vivido allí y tener tantas amistades profundas, ¡cómo dejar de agradecer que ese deje tan entrañable del castellano aparezca con tanto protagonismo! Muy ato deja el listón de la exigencia esta ópera prima para la siguiente película. Seguiremos atentos a la pantalla…

           

 

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