domingo, 27 de diciembre de 2020

«El delator», de John Ford o sobran las palabras.

 

Cada traidor es “un” traidor; pero cuando “el” traidor es un “idiota” el drama humano está servido… 

Título original: The Informer

Año: 1935

Duración: 91 min.

País: Estados Unidos

Dirección: John Ford

Guion: Dudley Nichols (Novela: Liam O'Flaherty)

Música: Max Steiner

Fotografía: Joseph H. August (B&W)

Reparto: Victor McLaglen, Heather Angel, Preston Foster, Margot Grahame, Wallace Ford, Una O'Connor, Donald Meek, J.M. Kerrigan.

 

         ¡Menudas sorpresas me depara siempre aventurarme en una película de Ford, siguiendo mi programa totalitario sobre su cine! ¡Que joya me he reservado para lo que ya intuyo como el último tramo, cuando no sé de qué recursos habré de tirar para conseguir algunas películas que se me antojan como tesoros sepultados bajo toneladas de tierra! De momento me conformo con esta joya del claroscuro expresionista que se mezcla con un planteamiento de novela de Dostoievski, porque el retrato del delator corto de luces, instinto de supervivencia, ceguera social y generosidad instintiva es un portento de película. Algunos críticos le afean la imaginería religiosa que a mí, sin embargo a fuer de agnóstico, pero educado desde niño en la irracionalidad del alienador sentimiento religioso, me ha emocionado profundamente, porque la realización de Ford consigue escenas que lo entroncan directamente con el mejor cine de inspiración religiosa de Dreyer.

         En un Dublín reconstruido en estudio, de ahí las sombras y la niebla que disimulan los perfiles exactos del paisaje urbano de la ciudad, transcurre la aventura de un pobre hombre grande y fuerte como un Sansón bíblico, sumido en la marginación y la pobreza, a quien se le mezclan dos imágenes con una fuerza tan poderosa que es capaz de arrastrarlo a la perdición de Judas, la cita bíblica del cual, cuyas monedas arrojó al templo por desesperación, encabeza la película: de una parte, el cartel de busca y captura de un rebelde irlandés por quien se pagan 20 libras; de otro, el del cartel de un transatlántico a Usamérica cuyo pasaje cuesta 10 libras. Por el medio, el encuentro con una prostituta en la miseria que anhela hacer ese viaje. Ya los primeros compases de la película, cuando el cartel del viejo compañero de lucha lo arranca el viento de la pared y rueda por la acera hasta pegarse a la pierna del protagonista como si fuera una señal del azar o de los dioses de la maldad, nos indican la joya cinematográfica que vamos a ver. A lo largo de una noche densa, fría, oscura, verdadera materialización del infierno helado reservado para los delatores, se levanta el compasivo retrato de la perdición de un hombre perdido en la niebla de su debilidad mental, cuyos pasos vamos siguiendo con el encogimiento de corazón que nos provoca la condena inapelable de un «inocente» cuya desesperación, a pesar de la traición, nos conmueve. No es de extrañar, viendo el caso, que en los sistemas judiciales la enajenación mental sea una eximente.

         Ford traza dos líneas narrativas que habrán de confluir, al final, en el juicio clandestino de los combatientes contra el delator: por una parte, la larga noche hacia la perdición de un hombre manejado a su antojo por el primer vivales que descubre que posee ese «tesoro» de 40 libras y está dispuesto a esquilmárselo en invitaciones y francachelas, burdel de lujo incluido; y, por otra, las indagaciones clandestinas del Ejército de Liberación para dar con el culpable de la delación, en el bien entendido de que tal acto es el mas infamante de los actos posibles, y más, en una situación de lucha contra el invasor, algo que este también comparte, lo que se manifiesta cinematográficamente de un modo excepcional en el modo como el «traidor» es pagado, acercándole con un bastón el dinero sobre la mesa, para ni siquiera tocar lo que consideran algo «sucio». Toda la película está llena de detalles de ese profundo simbolismo y de una espectacular imaginería; y parte de esa realización lo forma la aparición en las húmedas paredes del cartel del prófugo como una dentellada en la conciencia del traidor. Todo, al protagonista, se le vuelve inhóspito, y a pesar de que su generosidad lo entroniza como el campeón de los hambrientos y remediador de doncellas, por lo que sucede en el burdel, pero que no revelo, él sigue sin querer ser consciente de que lo que hizo no se debiera a la causa mayor de facilitar a su enamorada un pasaje para Usamérica y sacarla, así, dela pobreza y la humillación del ejercicio de la prostitución.

         No quiero revelar muchos detalles de la película, porque quienes no la hayan visto se van a llevar un sorpresón. Está claro, por lo que he dicho, que se trata de una película en la que el protagonista ha de realizar un prodigio de interpretación para empatizar con él y seguir con el alma en vilo su viaje al fondo de la noche. Y así sucede, Victor McLaglen hizo el papel de su vida y ganó en 1935 el Oscar al mejor actor, lo que le reconocía como uno de los grandes. No fue el único papel importante en su carrera, pero sí aquel en el que el protagonismo suyo acapara casi toda la película, ¡y no defraudó! Solo quiero mencionar que, a mi modesto entender crítico, Ford subrayó, muy tímidamente, un cierto paralelismo entre Frankestein y este Gyipo descomunal cuya fortaleza física es tan potente como  enorme su debilidad mental. Hay una escena en casa de la enamorada, donde se ha refugiado tras escapar de sus captores y del primer intento de «ejecución», junto a la chimenea encendida, con ella acunándolo en su regazo que parece propiamente la escena del monstruo con la niña junto a las aguas en el clásico de James Whale: El monstruo y la pureza de corazón. Antes, hemos de recordarlo, cuando él le da a ella las libras para que se saque el pasaje, cuando ella se entera del origen de los dineros, estos se le caen de las manos…

         Ford tiene cuatro Oscar al mejor director y, francamente, pocos me parecen, dada la envergadura de buena parte de su producción. El delator le hizo conseguir el primero, pero, para entonces, Ford era ya una leyenda dentro del cine…

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