viernes, 6 de mayo de 2022

«La asesina», de Hou Hsiao-Hsien: la excelsitud.

Una deslumbrante visión estética del feudalismo chino, una película discípula del  Kurosawa de Ran o Kagemusha. 

Título original: Nie yin niang (The Assassin)

Año: 2015

Duración: 105 min.

País: Taiwán

Dirección: Hou Hsiao-Hsien

Guion: Hou Hsiao-Hsien, Chu Tien-Wen, A. Cheng

Música: Lim Giong

Fotografía: Mark Lee

Reparto: Shu Qi, Chang Chen, Satoshi Tsumabuki, Ethan Juan, Nikki Hsieh, Ni Dahong, Michael Chang, Jiang Wen, Zhou Yun, Mei Yong, Zhen Yu Lei, Fang-yi Sheu, Jacques Picoux.

 

         No acabo de entender la acusación de formalismo esteticista a ciertas películas como esta maravilla de Hou Hsiao-Hsien, que derrocha belleza por todos y cada uno de sus fotogramas y deslumbra a quienes buscan en las imágenes encadenadas una narrativa que va más allá de los valores de la mera acción o de la sucesión de acontecimientos, relevantes o no. Estamos tan mal acostumbrados a los ritmos vertiginosos de la acción externa, que cualquier otro tipo de acción nos desorienta y nos desconcierta. Podríamos alegar las diferentes concepciones del tiempo en Oriente y Occidente y la radical disparidad de criterios a la hora de evaluar cuanto sucede. La asesina se mueve en el contexto de las guerras entre señores feudales cuyas alianzas o desencuentros son observadas por la Corte con las necesarias precauciones. Se le ha reprochado a esta película que en esa historia de enfrentamientos nunca quede claro quién se opone a quién, de modo que dicha confusión altera la clara percepción de lo que esta sucediendo, por más que ello sea de muy menor importancia para el desarrollo de la historia.

         Desde el brillante prólogo de la película en blanco y negro sabemos que lo importante nos va a llegar a través de las espectaculares imágenes que ya sea en interiores ya sea en exteriores van a acompasarse con el ritmo lentísimo del serenísimo modo de vida de los protagonistas. Un prólogo, en el que la asesina cumple su cometido con una precisión matemática, que se cierra con lo que puede entenderse como una declaración de intenciones: la cámara fija en unos árboles agitados violentamente por el viento va desenfocándose hasta enfocar un árbol que permanece absolutamente quieto frente a la agitación del segundo plano. Estamos en presencia de una metáfora del autocontrol de la asesina, quien cumple su cometido ajena a la «agitación» política en la que sus actos tienen sentido. El control de los sentimientos, que no siempre le será dado ejercer, condiciona el desarrollo de los acontecimientos, contra la voluntad de la monja guerrera que la ha educado en su oficio, sobre todo cuando ha de volver a la corte de donde fue enviada a formarse y a la que ahora vuelve convertida en una asesina justiciera. La recepción de la hija en un ambiente de extraordinario lujo en el que la joven, no acostumbrada a esas experiencias sensuales, se sumerge forma parte de la descripción de unos modos de vida tradicionales que contrastarán severamente con otros de raíz popular.

         Si a alguien le gustan los elegantes movimientos de cámara descriptivos de Max Ophüls y la exquisitez cromática de los planos de Visconti, o bien guarda en su memoria el refinamiento de las películas históricas de Kurosawa o la impresionante Los sueños, de él mismo, se moverá por La asesina como por su propia casa, porque Hou Hsiao-Hsien es heredero de todas esas formas elegantes de plantarse ante la realidad. Los cuadros pictóricos que elabora el director taiwanés constituyen auténticas obras de arte que dejan al espectador suspendido ante tanta belleza, tanto ante la natural de los paisajes, indescriptiblemente bellos, como ante la recreación de las formas de vida palaciegas con planos estáticos, sí, pero cuidados hasta el más mínimo detalle.

         Vale decir que la película recrea un género narrativo tradicional, el wuxia, al que pertenece la índole de la protagonista, y del que formarían parte combates que desafían la gravedad como en La casa de las dagas voladoras, de Zhang Yimou, por ejemplo, si bien la película de Hou Hsiao-Hsien desdeña claramente la acción exterior —son mínimas las apariciones violentas de la asesina— en favor de una tensión psicológica que se asocia con esos espacios interiores y exteriores que a mí particularmente me han recordado, por su minuciosa y detallista composición,  el Satyricon de Fellini, una de las cumbres del esteticismo cinematográfico que hace de la belleza un argumento narrativo de primer orden.

         Será tópico aludir al «alma oriental» a la hora de entender la índole  ritual de sus actos, desde el aseo personal hasta la comida, pasando por la música o las distracciones más elementales, pero hemos de aceptar que el ritmo de vida oriental no está aquejado por el cáncer de la prisa occidental, y, desde esta perspectiva, hemos de realizar un esfuerzo para integrarnos en un fluido temporal que nada tiene que ver con nuestros hábitos enloquecidos. Los exteriores sobre los que se construye la película son de una belleza propiamente ataráxica, porque nadie que los atraviese puede evitar ser herido por esa magnificencia estética que se nos mete muy adentro y nos aquieta y alivia: la contemplación de esos espacios constituye una auténtica terapia, como siempre sucede con el arte cuando este es capaz de expresar inquietudes profundas del ser humano.

         Aún me hago cruces de la escena sublime en la que la esposa del gobernador, protegida por la asesina, descubre que está embarazada junto a una columna, mientras los genios del mal pretenden arrebatarla en una danza de sombras retorcidas que impresionan al más ducho y experimentado de los espectadores. ¡Cuánta belleza insólita en una sola secuencia inmortal!

         Ya he escrito algunos párrafos, pero todos me parecen ociosos e insignificantes ante un solo plano, cualquiera, de esta película que invita al silencio, al recogimiento y casi casi al éxtasis. Olvídense, sus futuros espectadores, de tramas, personajes y motivos rastreros: elévense al cielo de la belleza, habiten en él y desciendan, cuando se acabe la película, purificados, a sus quehaceres de cada día. Seguro que se sienten mejores y más felices. Sí, lo extraordinario, el arte más depurado, nos hace la vida más feliz, y a nosotros mejores. Así como lo leen.

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