sábado, 26 de octubre de 2019

«The Party», de Sally Potter o la incorrección política «at its best».



Sally Potter se ríe, con extrema inteligencia, de una sociedad enferma de corrección política: The Party o una sátira como hacía tiempo que no veíamos en pantalla. La radiografía de la hipocresía con el mejor blanco y negro imaginado.


Título original: The Party
Año: 2017
Duración: 71 min.
País:  Reino Unido
Dirección: Sally Potter
Guion: Sally Potter
Fotografía: Aleksei Rodionov (B&W)
Reparto: Patricia Clarkson, Bruno Ganz, Cherry Jones, Emily Mortimer, Cillian Murphy, Kristin Scott Thomas, Timothy Spall.

De verdad, no acabo de entender que las mejores películas que aparecen en las pantallas comerciales de los cines desaparezcan del alcance de los espectadores en menos de una semana. Porque Filmin y otras plataformas se encargan de impedirlo, con precios con los que no se puede competir, pero lo suyo sería que volvieran aquellos cines de doble sesión en los que se forjó mi amor al cine, en los que vi más bodrios que obras maestras, pero de todo se aprende y, como se dice de los libros, no hay ninguno del que no haya algo bueno que se pueda rescatar. Me ha pasado en los últimos tiempos con muchas películas como para que no alcance el nivel de síntoma y exija una sesuda interpretación. ¡Suerte de las salas Meliès, sin embargo!
         Pero vayamos a lo concreto,  esta obra magnifica de Sally Potter,  cineasta que va consolidando un puesto de privilegio en el olimpo de los realizadores, una sátira irreverente de la leftist upper class londinense y sus miserias, filmada en un blanco y negro verdaderamente llamativo por el cinematografista Aleksei Rodionov que ya trabajó con la directora en Orlando y en Yes. Digamos que la elección del blanco y negro, con unos tonos casi expresionistas en los planos de un Timothy Spall  irreconocibe con casi 30 kilos menos, es una de las mejores bazas de la película, porque consigue que a la sátira se le sume un dramatismo de opereta que, sin embargo, afecta íntimamente a los personajes, una colección de insatisfechos banales y frívolos que responden a estereotipos perfectamente identificables en nuestro entorno. Se trata de un guion muy teatral en torno a la fiesta de celebración del nombramiento como ministra de sanidad de una política, Kristin Scott Thomas, en una actuación modélica, cuyo marido revela, en esa fiesta, que está desahuciado. La película se abre con la futura ministra encañonando, tras abrir a la puerta, a una persona que no se ve y a la que se espera a lo largo de esos preliminares del party en los que se va a desarrollar la acción. Como en las obras teatrales que incluyen un sorpresa final que lo explica todo, bien poco puedo decir yo del desarrollo de la misma sin chafársela a los futuros espectadores de esta película que les hará pasar un rato estupendo, porque la tradición británica de la ironía afilada y las réplicas muy pero que muy cortantes tienen en esta película su justificación esplendorosa. La selección de los personajes nos da ya una idea del tipo de crítica que podemos esperar: una madura profesora de universidad y su joven pareja, Emily Mortimer, ¡vestida con peto!, que espera ¡trillizos!, tras someterse a un proceso de fertilización in vitro; un profesor que renuncio a una cátedra en Yale por apoyar la carrera política de su esposa, Spall, de aspecto cadavérico, que comunica su condición de futuro desaparecido del mundo de los vivos; la mejor amiga de la protagonista, Patricia Clarkson, con su marido, un naturópata de quien va a divorciarse al día siguiente del party, un Bruno Ganz divertidísimo en su papel de gurú detractor del materialismo occidental; el marido de una amiga de la familia, Marianne, que llegará más tarde, según él, un Cillian Murphy que se ha presentado en la fiesta con un pistolón bajo el brazo, una actuación  casi insólita,  en un papel de vodevil, de marido engañado ¡por el agonizante!, quien, demás, en uno de los momentos desternillantes de la película, confiesa a su mujer, en el día de su consagración política, que quiere vivir los pocos días que le queden de vida con otra mujer, con Marianne…, la esposa de Cillian Murphy. El bofetón que la futura ministra le arrea al marido agonizante, cuando se entera de la «traición» del mismo,  restalla como debieron de hacerlo los latigazos con que el Cristo arrojo a los mercaderes del Templo…, sobre todo si tenemos en cuenta que, mientras la futura ministra prepara la cena en la cocina, no deja de atender las llamadas de su amante, que le desea lo mejor…  
         A pesar de la densidad argumental que pudiera deducirse de la presentación que acabo de hacer, la película tiene una agilidad envidiable, dado que se respetan las tres unidades, de lugar de tiempo y de acción, escrupulosamente, y solo a través de las confidencias que van surgiendo al hilo de la situación retomamos los antecedentes de los personajes y cómo han llegado al presente en que se hallan, todos ellos en auténtica «crisis» que la fiesta contribuirá  a poner de manifiesto. Los «apartes» de casi todos ellos constituyen, pues, diminutos capítulos en los que la directora se centra en el descarnado retrato individual o de pareja para desnudarlos ante los espectadores e ir creando un retrato coral que no acaba, como con ocasión de películas grupales parecidas, en una final feliz que encubre las miserias expuestas, esa suerte de ¡pelillos a la mar! con que los burgueses anteponen la comodidad de la situación establecida a la verdad de la situación insostenible. Aquí, sin caer en el melodrama o la tragedia -a ese respecto es verdaderamente jocosa la muerte de Spall y los intentos de poner la música adecuada a la situación por parte de Cillian Murhy,  a requerimiento del gurú Ganz-, la obra discurre ir los terrenos de la comedia de humor negro, con unas gotas ácidas que la vuelven totalmente incorrecta políticamente, quod erat demonsttandum
         Estamos ante una película, pues,  en la que la genialidad del plantel de actores es determinante, junto con la elección del espléndido y nunca suficientemente alabado blanco y negro, que consigue transmitirnos, con sus profundos claroscuros, el vitriolo con que la obra ha sido escrita y filmada. Hay verdaderos planos clásicos del mejor cine antiguo en blanco y negro, en la tradición soviética del cinematografista, quien, por cierto, fotografió la película  Eisenstein,  de Renny Bartlett, y los planos en picado desde el marido enfermo hasta la mujer postrada a sus pies en devota situación compasiva son tan espléndidos como los primeros planos de Raspall, en cuyo rostro, bastante más allá de todo que preocupada por lo cercano, hay un prodigio de cinematografía.
         Insisto, se trata de una comedia negra excelente, con una mala baba que remite enseguida al mejor  Billy Wilder, entre otros, y que añade la excepcional tradición de intérpretes maravillosos forjados en una de las mejores escuelas del mundo, la británica, universalmente reconocida. ¡Un placer exquisito para paladares educados!

2 comentarios:

  1. Vi esta película hace dos años cuando la estrenaron. Cuando he visto tu publicación, me he dicho "esta la he visto yo", y me puesto a recordar, pero no tengo mucho en mi mente. La recuerdo, eso sí, ágil, inteligente, aguda, pero no ha dejado ningún poso en mí. Hay películas que recuerdo de un modo increíble y hay películas que olvido como si no las hubiera visto. Esta es una de ellas.

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    1. Es una película generacional, pero con un sentido crítico muy agudo. A mí lo que más se me han quedado son las interpretaciones "escuela inglesa y el uso del blanco y negro, que consigue planos memorables, como muchos primeros del protagonista. La habilidad para "exprimir" narrativamente un espacio cerrado, aunque salgan al jardìn, es también muy notable, por lo que toca a la realizadora.

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