martes, 26 de abril de 2022

«Crescendo», de Dror Zahavi o meterse en el avispero…

Si ni la música «media» entre palestinos e israelíes, ¿qué apaciguará su odio secular?

Título original: Crescendo

Año: 2019

Duración: 102 min.

País: Alemania

Dirección: Dror Zahavi

Guion: Dror Zahavi, Johannes Rotter, Stephen Glantz, Markus Rosenmüller

Música: Martin Stock

Fotografía: Gero Steffen

Reparto: Peter Simonischek, Daniel Donskoy, Sabrina Amali, Mehdi Meskar, Bibiana Beglau, Götz Otto.

 

         De buenas intenciones está empedrado el infierno, aseguró Samuel Johnson, insigne lexicógrafo y ensayista inglés, pero, a veces, un cine cargado de buenas intenciones significa un tímido paso hacia un nuevo enfoque de las relaciones entre palestinos e israelíes que acabe con el fanatismo y el odio secular en nombre del que tantos hablan, más que en el suyo propio, porque sus vidas, en un momento dado, pueden encontrarse y ser vividas desde bases diferentes de las tradicionales del odio a muerte, el terrorismo y la agresión indiscriminada bajo el paraguas de la defensa propia. Cuando todos tienen tantas razones y memorias históricas, uno tiende a pensar que la verdaderamente ausente en el conflicto es la razón ilustrada, universal e indiscutible, si es que alguna vez ha existido más allá de los libros y el pensamiento individual.

         Que una película no rehúya el enfrentamiento entre ambas comunidades y, al tiempo, explore los caminos individuales que se les abren a los miembros de ambos pueblos tiene, per se, un mérito indiscutible. Y eso ha de reconocérsele a Dror Zahavi, autor, al parecer, de otra película con cierta fama, y premiada, que no he podido ver: For my Father, que abunda en el enfrentamiento alrededor del cual se articula Crescendo.

         Una internacional de la ayuda humanitaria se embarca en el proyecto de crear una joven orquesta formada por árabes e israelíes. Para ese fin, la encargada de gestionarlo se dirige a un reconocido director de orquesta cuyos antecedentes no cree él que sean los más adecuados para hacerse cargo del mismo. Se revelan más adelante, cuando, avanzada la trama, llega el momento de las confidencias y desde qué situación emocional se ha embarcado cada cual en ese proyecto.

         La película preserva un fondo objetivo que nos muestra ambos lados con absoluta propiedad, lo cual se agradece, porque no se trata de un cine propagandístico, sino de ensayar una tercera vía que permita superar el eterno conflicto, si es que hay alguna solución que complazca a ambas partes. El anuncio de que en Tel-Aviv se celebrará una audición para seleccionar a los aspirantes a formar parte del proyecto desata la legítima ambición de los intérpretes de música clásica que ven en el proyecto una manera de realizarse musicalmente, y quién sabe si también profesionalmente. Desde el mismo momento de la realización de esas audiciones se produce el primer choque: el director hace las pruebas a ciegas, escuchando únicamente la habilidad de los intérpretes, no su origen. La fundación, sin embargo, poco menos que «exige» la paridad. Seleccionar la calidad es irrenunciable para el director, porque de lo que se trata es de que la orquesta suene lo mejor posible. Esa apuesta debe de chocar lo suyo a los pedagogos de la socialización que obvian el conocimiento y la excelencia, pero, como en la prueba del algodón, «el oído no engaña».

         Finalmente, sin embargo, aunque en distinta proporción, se hace la selección y los jóvenes viajan a Austria, a una mansión junto a los Alpes que suponen el mejor aislamiento del «mundanal ruido» para no solo acoplar una improvisada orquesta, sino, sobre todo, para «ensayar» un nuevo modo de relacionarse árabes e israelíes. Aunque la música está presente en toda la película, esta se convierte, en tan privilegiado lugar geográfico, poco menos que en una larga sesión de terapia colectiva en la que el director trata de romper la barrera que separa a ambos grupos de jóvenes. Solo una pareja mixta, llamémosla así, logra romper la barrera, ante la incomprensión de sus compañeros, y, en el caso del joven clarinetista, se da un caso de acoso por parte de la violinista que lleva la voz cantante del enfrentamiento, reproduciendo el modelo materno del que, en Palestina, abominaba, porque no podía soportar su fanatismo. Las terapias ensayan distintas formas de vaciamiento de los sentimientos y las emociones, y la descarga de la agresividad sin llegar a la violencia física es una terrible muestra de las terribles y profundísimas raíces implantadas meticulosamente en cada uno de los jóvenes que repiten agravios seculares como si de ningún modo estuviéramos en el siglo XXI.

         La película discurre, sutilmente, por los caminos de los ensayos y de la imposible convivencia, haciendo leves progresos en el mejor sentido de la convivencia, el respeto e incluso ciertas tentativas de amistad, salvo el caso de la pareja de enamorados cuyo flechazo se remonta al mismo momento en que se conocieron en la audición, uno clarinetista, la otra intérprete de tuba. El espacio de reclusión confiere a la historia una dimensión de «experimento» que el guion sabe explotar muy adecuadamente. En ese contexto es en el que la historia personal del director tiene sentido y contribuye a relativizar el enfrentamiento agresivo de los jóvenes, porque el director es hijo de nazis que participaran en los campos de concentración y que huyeron hacia Argentina, aunque fueron descubiertos y fusilados, pero él quedó al cuidado de una mujer muy cerca de donde están ensayando. De algún modo, la historia viene a decirnos que todos tenemos heridas, agravios, quejas, traumas, y que reforzarlos con la radicalidad no nos lleva sino a continuar sufriéndolos amargamente, tanto a nivel individual como colectivo.

         Hay algunos sucesos de la trama que no puedo desvelar, para no chafar el desenlace, un tercio de película lleno de momentos muy intensos, y es justo que los espectadores que deseo tenga esta película los descubran por sí mismos. Sí, es una película de contrastes, y el director no rehúye situaciones incómodas, difíciles, y que se apartan de la complacencia con el sectarismo, por eso merece la pena verla, porque nos ayuda a entender mejor una situación histórica y política más allá de las consignas y los mantras.

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