viernes, 6 de mayo de 2022

«The Paper (Detrás de la noticia)», de Ron Howard o el viejo periodismo.

 

El ácido retrato de un periodismo desaparecido o fue hermoso hasta que se acabó. 

Título original: The Paper

Año: 1994

Duración: 110 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Ron Howard

Guion: David Koepp, Stephen Koepp

Música: Randy Newman

Fotografía: John Seale

Reparto: Michael Keaton, Marisa Tomei, Glenn Close, Robert Duvall, Jason Robards, Roma Maffia, Clint Howard, Randy Quaid, Spalding Gray, Bruce Altman.

 

         Ron Howard cae dentro de ese elenco de directores a los que se suele clasificar como «todoterreno», dada la versatilidad desde la que dirigen proyectos muy disímiles, pero con no poco éxito de taquilla, como sucedió con la más premiada, Una mente maravillosa, que le valió un Oscar a la mejor dirección, entre otros; y antes con Cocoon e incluso con Willow, que también tuvieron excelentes acogidas por parte del público.

         Posterior a las dos últimas, The Paper es una película que acaso pasara algo desapercibida, a pesar del excelente reparto, tanto entre los jóvenes, Keaton y Tomei, como entre los veteranos, Duvall y Close. El mundo del periodismo es casi un género propio en el cine usamericano, porque el cuarto poder ha alcanzado en ese país una categoría de institución democrático determinante que no tiene en otros países. La famosa «prensa libre» como contrapoder de la política tiene en Usamérica un predicamento que ya quisiéramos en otros países, como el nuestro, en el que la bandería, el sectarismo y la obediencia al poder político de turno lo convierten en una caricatura de lo que realmente ha de entenderse por ese concepto.

         Howard se acerca al mundo del periodismo modesto, a un periódico que sin ser específicamente sensacionalista, lucha, como todos, por conseguir exclusivas, primicias y, sobre todo, historias que tengan un  impacto entre el público. La redacción de The Paper, un auténtico organismo vivo, cuya febril actividad acerca, en parte, la película a las comedias alocadas, aunque no llega a dejarse ir por esa senda, algo que tampoco hubiera estado mal, la verdad. Con todo, la comprimida acción, algo así como «un día en la vida de un periódico cualquiera», presenta una excelente variedad de tramas que acabarán confluyendo en un final perfectamente resuelto, algo que otorga un valor especial al retrato de ese periodismo de combate e investigación en el que, aunque desde aquí, desde España, nos parezca mentira, la verdad y la fidelidad a los hechos ocupan un lugar central.

         Michael Keaton, acaso buscando papeles alejados del que le hizo famoso: Batman, de Tim Burton, se mete en la piel del editor (en nuestro periodismo «director») de un diario modesto del que aspira a salir porque él y su mujer están esperando una criatura — ella, periodista como él, acabará teniendo un papel muy especial en la película— y necesitan un cierto desahogo económico del que ahora no gozan. Las exigencias de la profesión, totalmente incompatible con la vida familiar, como se suele ver en la mayoría de las películas que tratan este tema, se va imponiendo a lo largo del día porque, tras haber «robado», en su entrevista con el editor del diario rival, una línea de investigación periodística, se apodera del editor y de la redacción un frenesí que acabará llevándolo a un acerbo enfrentamiento con la directora comercial del diario, con una secuencia final en la rotativa que vale su peso en oro.

 Hasta ese momento, sin embargo, la película acentúa el carácter coral de la misma, porque, como organismo vivo que es, ni siquiera el desempeño de los papeles principales se bastan para asegurarse de que esa ágil maquinaria al servicio de la realidad logre sus objetivos: todos son imprescindibles. La buena mano de Howard se advierte en el desarrollo de las historias paralelas del propietario, de la directora comercial y del editor y su mujer, de modo que todas acaben viéndose ligadas en un final de infarto, perfectamente llevado por el director.

No estamos ante ninguna película «definitiva» sobre el mundo del periodismo, y en este Ojo hemos criticado algunas de ellas que, como El cuarto poder, de Richard Brooks,  tienen, por así decirlo, más valor específico; pero esta película de Howard tiene un don: aunar a la perfección la visión romántica de una profesión llena de luces y de sombras con una comedia ácida sobre los entresijos de las noticias, la política y la deuda de honor que los periodistas tienen siempre con la verdad, caiga quien caiga. Como dice una línea del diálogo, «en este periódico puede que hayamos exagerado o levemente distorsionado la realidad, pero jamás hemos publicado una mentira», y eso es lo que desata el conflicto final: tener que optar entre una primera plana que no responde a la verdad o deshacer lo hecho y rendirle tributo.

La película, por lo dicho, se deja ver con absoluta complacencia y los espectadores entregados a ese retrato del verdadero periodismo de ayer, de hoy y no sé ya, la verdad, si de siempre…, no repararan en pequeños defectos propios de una película que abarca mucho y no decepciona, y cuyo final le reconcilia a uno con el espíritu de las buenas comedias, ese género que atraviesa esta película de principio a fin con excelente resultado. ¡Que la disfruten!

        

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