Habitación o de cómo la
ficción y el amor hacen habitable incluso el infierno.
Título original: Room
Año: 2015
Duración: 118 min.
País: Irlanda
Director: Lenny Abrahamson
Guión: Emma Donoghue (Novela: Emma Donoghue)
Música: Stephen Rennicks
Fotografía: Danny Cohen
Reparto: Brie Larson, Jacob
Tremblay, Joan Allen, William H. Macy, Megan Park, Amanda Brugel, Sean
Bridgers, Joe Pingue, Chantelle Chung, Randal Edwards, Jack Fulton, Kate
Drummond
Habitación debería haberse llamado la
película, sin determinante alguno que la seleccione entre un conjunto de ellas
que sencillamente no existen en la única realidad que conoce el protagonista de
esta película a quien el lenguaje cinematográfico, por su propia naturaleza, le
roba el protagonismo que en la novela es absoluto al llevar él la “voz cantante”,
esto es, ser el punto de vista privilegiado a través del cual le llega la
historia al lector. Habitación, pues,
como quien dice Solaris, Laputa o Wonderland... Hasta el rincón más miserable es mundo si en él habita el ser humano, y habitar como lo hacen la
mujer y su hijo en esa prisión intolerable, y del modo como lo hacen, con una
naturalidad sobrecogedora, le pone al espectador, tanto al avisado como al
ignorante de lo que va a ver, un nudo en la garganta que, permítanme que les
arruine el final, no van a conseguir deshacer. De hecho, a más de un día de la
visión de la película aún sigo con él en la garganta e impelido a no abandonar la
fortísima emoción que me ha deparado la película, bastante más allá de los “gustos”,
las “técnicas” o el combate entre lo real y la ficción. Supongo que irá diluyéndose
a medida que pasen los días, pero, de momento, aquí estoy, conteniendo, a duras
penas, su desbordamiento. La película tiene dos partes muy marcadas: el
cautiverio y la liberación. Y a fe que ya es terrible que la película nos lleve
a la dolorosísima conclusión de que la segunda es muchísimo más dolorosa que el
primero. En la primera parte, casi una hora en el reducidísimo habitáculo del
secuestro, el director ha conseguido, mediante un repertorio de planos que agota
las posibilidades existentes y se convierte en algo así como una lección
magistral sobre dónde y cómo colocar una cámara, la proeza de darle una asombrosa naturalidad
narrativa a la vida de una mujer y su hijo, como si, aceptado el mundo pequeño,
fuera absurdo siquiera plantearse el doloroso ejercicio de enfrentarse con una
realidad exterior casi inconcebible para Jack, el hijo nacido en cautiverio. La
película es tan emotiva que cuesta lo suyo poner la distancia necesaria incluso
para hacer la crítica, pero es obligación de este crítico señalar el maravilloso
artefacto imaginativo que ha posibilitado la cinta. Dos son las referencias
internas en el mundo Habitación que
se nos ofrecen como referentes literarios: El
conde de Montecristo y Alicia en el país
de las maravillas. El espectador de la cinta añade que la película Habitación sería algo así como una
variante muy compleja de El enigma de Gaspar
Hauser , de Herzog y El niño salvaje
de Truffaut, en la medida en que su ignorancia del mundo real gobernado por
leyes ignoradas hasta ese momento, por más que su madre le haya construido uno
a su medida, es casi idéntica. La película arranca con la celebración del
quinto cumpleaños del hijo nacido durante el secuestro de una joven
norteamericana de clase media, un caso que recuerda tanto el de la joven
austríaca Natascha Kampusch, con quien la protagonista de Habitación tiene un vago parecido, o con el del secuestro múltiple
de las jóvenes Amanda Berry, Gina DeJesus y Michelle Knight, la primera de las
cuales tuvo un hijo durante su cautiverio. El hecho de disponer de televisión y
de una claraboya mediante la que seguir al menos el ritmo circadiano, le
permite a la madre dividir ambos mundos, el real de Habitación del imaginario de la televisión, un mundo que, a partir
de ese quinto aniversario, ha de ir demoliendo poco a poco para poder hacer
cómplice al crío de su intento de fuga, lo que consigue llevar a cabo, con
inmensa dificultad, en unas secuencias de poderoso thriller, porque, llegado el
momento de esa tentativa, pasan por delante del espectador todas las películas
sobre evasiones carcelarias habidas y por haber, con la diferencia sustancial
de que en esta el protagonista no es un curtido presidiario, sino un niño de
cinco años que jamás, repito, jamás, ha tenido ningún contacto con el mundo en
el que todos habitamos. Una vez que se es consciente de lo que tal cosa supone,
la angustia se apodera del espectador hasta que, casi milagrosamente, hijo y
madre consiguen su objetivo. Y sorprende el poco énfasis retórico que le
concede el director a la liberación y al emotivo reencuentro de los
secuestrados en el coche de policía. Enseguida se comprende el porqué: la
segunda parte de la película es donde se condensa la fuerte carga emotiva de la
historia y donde el sufrimiento por el adverso destino de los personajes sobrecoge
a los espectadores. Salen de un asfixiante espacio cerrado para meterse en
otro, el de la casa de la abuela y su nueva pareja, después de saber que los
padres se divorciaron durante su secuestro, rodeados por la amenaza de los
medios de comunicación, los curiosos, y sometidos al peligro de la exposición a
las agresiones biológicas que pueda sufrir un sistema inmunológico inmaduro,
cual es el del hijo. Que el niño eche de menos la vida en Habitación, en el mundo donde todo lo tenía, principalmente el amor
y el cuidado incondicionales de su madre, quien, sufre una crisis psicológica,
al salir, que casi acaba con ella, es la gran paradoja de la película y el
poderoso mensaje que la historia nos transmite: el poder del amor y la
imaginación se sobreponen a las circunstancias más adversas que imaginarse
puedan. ¿Cómo se obra el milagro de que una película tan dura e inmisericorde
para con el espectador sea capaz de mantenerlo imantado a la pantalla? El
secreto está en la actuación inconmensurable de sus dos protagonistas: la
actriz Brie Larson, quien ya dio todo un recital interpretativo en un película
casi tan dura como la que nos ocupa, Las
vidas de Grace, tampoco apta para según qué sensibilidades, y la sorpresa
increíble de un niño actor tan extraordinario como Jacob Tremblay, sobre el que
descansa buena parte del peso de la película, quien supera con creces las
expectativas que el director hubiera puesto en su capacidad para sacar adelante
un papel tan complejo y del que tanto dependía la película en su conjunto. Muchas
veces las actuaciones infantiles dejan a los espectadores con la boca abierta,
¿quién no se quedó así con la actuación de Nerea Camacho en Camino, de Javier Fesser o con la de Haley
Joel Osment en Inteligencia artificial,
de Spielberg?, pero el caso de Jacob Tremblay va más allá de todos los elogios
que cualquier crítico pueda hacer de su interpretación. Digamos que Brie Larson
se ha visto obligada a mucho para darle la réplica. Son muchas las emociones
que se manifiestan a través de la entrañada relación entre madre e hijo,
durante y después del cautiverio como para aislar algún detalle o algún pasaje
de ella que pueda tener un carácter apodíctico. No, Habitación es uno de esos raros prodigios cinematográficos en que
se produce la auténtica magia del cine: derrotar a la vida real con la
reproducción artificial de la misma. Con todo, y dada la facilidad con que
puede desbordarse la emotividad, la narración es de una sobriedad casi
espartana: ningún subrayado acentúa nada; todo fluye con la estricta lógica de
lo real, sin concesiones al sentimentalismo lacrimógeno. La reacción del
abuelo, por ejemplo, negándose a aceptar como nieto al hijo del secuestrador, o
la naturalidad excepcional con que la nueva pareja de la abuela consigue entrar
en comunicación con un ser, Jack, casi imposibilitado para la comunicación más
allá de la privilegiada que tiene con su madre, son leves detalles que nos
revelan claramente la dimensión intensamente humana del conflicto. En fin, Habitación es una película que no puede
dejar de verse, aunque verla duela, y duela mucho. La realidad es bastante más
compleja de lo que solemos imaginar; pero la imaginación es, a su vez, capaz de
disolver esa complejidad a través del amor. Finalmente, no quiero dejar de
apuntar que me ha traído a la memoria el viejo clásico de Edwin Abbott Abbott, Planilandia, en el que a los personajes,
figuras geométricas de dos dimensiones, les resulta inconcebible que haya fuera
de su mundo, “al otro lado de la puerta”, un mundo en tres dimensiones. Ese es
el mundo que conocerá Jack y en el que a su madre casi le cuesta la vida volver
a entrar.
De todas las películas oscarizadas o propuestas, esta es la que más me ha fascinado. Otra, sin duda, es El renacido, y son en muchos sentidos opuestas. Una se desarrolla en un paisaje claustrofóbico y cerrado que es para Jack todo su mundo, y la otra, la de Iñárritu, el paisaje es inmenso y abierto pero en ambos dicho paisaje es un infierno. Ciertamente, Habitación es una cinta prodigiosa, la has analizado muy bien y creo que aciertas en todo. Lo que más significativo me pareció es la nostalgia del niño de "habitación", del mundo en que había tenido lugar su primera infancia. Los primeros seis años de vida de un ser humano son de una intensidad sobrecogedora. En esto hemos discrepado muchas veces tú y yo. Pero yo recuerdo el espacio de tiempo hasta mi primera comunión con seis años, casi siete, como el más profundo y denso de mi existencia. Es el único al que soy capaz de volver con una intensidad que me perturba. Puedo describir las calles de mi barrio con una precisión total. Podría volver a aquel mundo fácilmente. Era como Jack, con mi microcosmos hacia el que siento una atracción magnética. Tú has dicho muchas veces que solo ansiabas crecer y dejar la niñez atrás, como si no hubieras sentido la hondura mística y totalizadora de esos años de descubrimiento absoluto. Para mí es el tiempo en que uno ya es. Y la vida se encarga de desarrollar aquello que se fue. Otros dicen que el niño es el único ser que tiene el alma completa.
ResponderEliminarPues Jack vivió los años más profundos de su vida en "habitación", como si hubiera sido Narnia, y ese era su universo, su sistema de coordenadas. Y tal vez fue feliz con su madre exclusivamente para él. Aunque había nacido de una violación, su madre lo deseó y lo quiso sin reparo alguno. Ella dice que el violador no era su padre porque para ser padre hace falta el amor. No sé si lo recuerdo bien. Jack era feliz y estaba completo en ese universo mágico que era "habitación" y siempre tendrá esa nostalgia abrasadora hacia ese espacio que el convertirá en mágico. Cuando vuelve allí y descubre lo pequeña que era habitación y lo destruida que está, se lleva una gran decepción. Necesitará abandonarla para crecer pero siempre seguirá imantado a la idea de esa habitación, a ese universo inmenso que era porque en él descubrió el mundo y su percepción de la realidad. Luego, si no recuerdo mal, porque no la tengo tan reciente, sentirá rechazo hacia el mundo externo, en la familia de su abuela y sentirá el rechazo de su abuelo. Vivía en una burbuja y ha tenido que salir de allí. Es como nacer de un claustro materno y salir a otro claustro que te acoge durante cinco años. Es como un nacimiento en diferido. Cuando Jack escapa, es su segundo nacimiento, su definitiva salida hacia el universo exterior, lleno de angustia y complejidad.
Joselu, que quisiera hacerme mayor cuanto antes -algo bien comprensible con un padre maltratador...- no significa que no estuviera con los ojos bien abiertos a lo que me rodeaba. MI madre aún hoy se admira de que no me pasara por alto que un tío nuestro se suicidó tirándose por el balcón de nuestra casa cuando vivía en Madrid y yo tenía no más de 5 o 6 años. Para Jack la añoranza de su mundo es lo más lógico, porque no ha conocido otro y el de la "liberación" acaba convirtiéndose en un mundo más agresivo que el del enclaustramiento forzoso. No lo he puesto en la crítica, pero Habitación me ha traído a la memoria la vida cenobítica extrema de ascetas como San Jerónimo y otros, en cuevas del desierto, o en celdas de monasterios en los que se sepultan en vida. Hay algo "placentario", y para ellos placentero" en esa vuelta a la semilla. Me alegro de que te haya gustado la crítica. NO me fue fácil escribirla, ciertamente. La conmoción me ha durado varios días.
EliminarTenía yo menos de tres años cuando empezó nuestra guerra civil y mi mente tiene clarísimo los bombardeos cerca de casa, oir el ruido de las bombas al caer y sobre todo mis recuerdos se centran en ver caer la cal de las paredes por el estruendo tan grande.
ResponderEliminarSí, en la infancia los acontecimientos importantes te marcan.
Es por eso que iré a ver la película de la que tan bien hablais que yo la había dejado de lado pues ya no quiero sufrir en esta vida ni siquiera viendo una película. Gracias a los dos.
A pesar de la congoja que nos atenaza mientras vemos la película, Lola, hay, en la primera parte, una poesía tan viva e intensa que ni siquiera la segunda parte, el encuentro de esa poesía con la cruda realidad de la "libertad", basta para hacérnosla olvidar. No te arrepentirás, aunque a lo peor echas pestes de nosotros... Gracias por la visita.
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