martes, 6 de mayo de 2025

«La bella Maggie», de Alexander Mackendrick, o la vieja lucha entre la tradición y la modernidad.

Una comedia agridulce de la Ealing, a cargo de un excepcional director, digno de mayor reconocimiento: Alexander Mackendrick

 

Título original: The Maggie

Año: 1954

Duración: 92 min.

País: Reino Unido

Dirección: Alexander Mackendrick

Guion: William Rose. Historia: Alexander Mackendrick

Reparto: Paul Douglas; Alex Mackenzie; James Copeland; Abe Barker; Tommy Kearins; Hubert Gregg; Geoffrey Keen.

Música: John Addison

Fotografía: Gordon Dines (B&W).

 

          Apenas diez películas bastaron para que un director perfeccionista se hartara de las exigencias de la industria a la hora de llevar sus historias desde la imaginación a la realidad. No siempre fue así, y en las dos etapas de Mckendrick, una inglesa y la otra usamericana, supo lidiar con todas esas dificultades y conseguir obras de una categoría indiscutible, como Chantaje en Broadway, con, acaso, las mejores interpretaciones de que fueron capaces Burt Lancaster y Tony Curtis, y El hombre del traje blanco y El quinteto de la muerte como excelsa representación de lo que se ha dado en llamar la comedia Ealing, por los estudios que las produjeron, y en las que destacó otro peso pesado del cine británico: Charles Crichton, autor de obras geniales como Hue and Cry  («Clamor de indignación»)y La isla soñada, aunque fue con Un pez llamado Wanda, con la que le llegó el reconocimiento popular, a punto de convertirse en octogenario.

          La bella Maggie es una historia ambientada en Escocia, lugar originario de la familia de Mackendrick, quien, sin embargo, hijo de emigrantes, nació en Usamérica. Huérfano a los dos años, la madre lo envió con sus abuelos a Escocia y ya no volvió a verla nunca más. El título no hace alusión a ninguna mujer, sino a una barcaza de transporte, típica de los innumerables puertos escoceses, propiedad de dos hermanos, uno de los cuales es el capitán que, desautorizado para trabajar si no hace los arreglos correspondientes, se hace con un cargamento, por una serie de malentendidos, que ha de entregar en destino al día siguiente, para un transportista usamericano que representa la modernización de los negocios en un mundo aún anclado en el pasado de unas relaciones humanas y profesionales que lo posponen todo a una comprensión cordial de la vida que pasa por encima incluso de los compromisos firmados. Siempre con tiempo para parar en cualquier puerto de las docenas de ellos que hay en las Hébridas escocesas, el nerviosismo creciente del cliente usamericano, que quiere tener a tiempo el cargamento de sanitarios para la casa que tienen en una de las islas, va a chocar permanentemente con las dilaciones de una tripulación que parece sacada de un tebeo y que incluso puede distraerse cazando faisanes mientras atraviesan un canal. El consignatario que, por el malentendido, fio el flete a la bella Maggie, es otro de esos papeles que cumplen una función cómica magnífica en esta película tan bienhumorada, como espejo de un modo de entender la vida que los nuevos tiempos han acabado arrumbando. Por el camino, no obstante, digamos que hay un proceso como el del Quijote y Sancho, cuyos papeles se intercambian a lo largo de su aventura. El empresario irá poco a poco calando el espíritu tradicional de esos marineros escoceses impermeables a los avances de la modernidad y con un sentido del tiempo y de las relaciones sociales que chocan frontalmente con los valores modernos del empresario expeditivo y todopoderoso, quien alquila un helicóptero para perseguir al barco y quien contrata un nuevo buque para trasladar la carga y abandonar a su suerte a la barcaza. Las relaciones personales que se establecen entre el cliente usamericano y la tripulación no deja bien a ninguno, desde luego, y refleja las flaquezas, humanas, demasiado humanas, de todos ellos, el grumete incluido, un cerril ejemplo de devoción a un capitán sin luces y sin escrúpulos, a juzgar por cómo ha pasado por alto invertir en los arreglos que la barcaza ha ido necesitando por el desgaste propio de los años.

          En una de las muchas paradas que desesperan al empresario, un magnífico Paul Douglas, tan secundario en tantas películas y aquí con un protagonismo que me recuerda al de Broderick Crawford en la estremecedora película de Fellini, Almas sin conciencia, aunque aquí Douglas representa a un dinámico empresario y Crawford a un estafador de poca monta en horas extremadamente bajas. Pero sus intervenciones son, ambas, de extraordinaria calidad. En una de las secuencias clave de la película, ¡no se diga que en todo el divertimento no hay una moraleja de altura…!, el señor Calvin Marshall, y supongo que ni el apellido ni el nombre son casuales, en la Europa de 1954, es invitado a la celebración del centenario de uno de los marineros de esos puertos en los que recala la bella Maggie, y en el transcurso de ese momento auténticamente «mágico» y antropológico, el protagonista tiene una entrevista con una joven que le dice que ha de escoger enamorado para casarse entre dos jóvenes, uno emprendedor y próspero, capaz de darle todos los caprichos y lujos, y el otro, un marinero que nunca dejará de serlo, por falta de ambición. Ante la sorpresa de su interlocutor, la joven confiesa que escogerá al segundo, al marinero, porque piensa, y con razón, que el primero estará más pendiente de su ambición que de ella, pero que el segundo siempre estará a su lado… Tengamos presente que, en ciertas conversaciones telefónicas, fundamentales en el devenir de la trama, se intuye un desencuentro matrimonial entre Marshall y su mujer que tiene mucho que ver con la duda que le plantea la joven a la hora de escoger pareja. 

          Acabo de ver, para «ambientarme», la primera película de Mackendrick, Whisky Galore!, en la que se narra la «sequía» de güisqui de una localidad en las remotas islas escocesas y la «tristeza» sombría que se apodera de los lugareños. En cuanto un buque que llevaba a Jamaica veinticinco mil botellas del preciado licor naufraga frente a las costas del pueblo, los habitantes se organizan para saquearlo y recobrar ese estado iluminado de beatitud gozosa que proporciona el «agua de vida», que es lo que, al parecer, significa Whisky. La lucha entre el comisionado del ejército para defenderse frente a una posible invasión alemana y los vecinos del apartado lugar está llena de una visión crítica de los «estirados» ingleses cuyo retrato crítico frente a los escoceses tanto juego ha dado siempre en la comedia británica, ya desde los tiempos de Johnson y su biógrafo escocés, por cierto.

          En todo caso, ambas películas merecen ser vistas en un amenísimo programa doble que nos acercaría a la obra de un autor desconocido para muchos.

3 comentarios:

  1. Me quedo con los títulos, y me queda la duda de dónde las has visto recientemente

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  2. Hola, Joaquín. Ambas pueden verse en Filmin, que es una plataforma que privilegia el cine europeo.

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