lunes, 29 de diciembre de 2025

«Una batalla tras otra», de Paul Thomas Anderson sobre «Vineland», de Thomas Pynchon.


 

La versión esperpéntica del amor a la violencia de la levantisca off off izquierda usamericana.

 

Título original: One Battle After Another

Año: 2025

Duración: 161 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Paul Thomas Anderson

Guion: Paul Thomas Anderson. Novela: Thomas Pynchon

Reparto: Leonardo DiCaprio; Sean Penn; Chase Infiniti; Benicio del Toro; Teyana Taylor; Regina Hall;

Tony Goldwyn; John Hoogenakker; Alana Haim; Wood Harris; Shayna McHayle; D.W. Moffett; Jim Anderson; Jack Trout; April Grace; Anthony Snow; Starletta DuPois; Brenda Lorena Garcia; Mark Meloro Jr.; Tracy Todd; James Raterman; Justin S. McDavitt; Bogdan Szumilas; Enrique Covarrubias; Jeremy Ekalo; John Demakas; Genevieve Denny; Raven Clausen; Pam Moralde, etc.

Música: Jonny Greenwood

Fotografía: Michael Bauman.

 

          No he leído nada de Pynchon, y no estoy muy seguro de querer hacerlo en el futuro, porque tras el desmadre argumental de Inherent Vice, que Anderson convirtió en una divertida película, con un Joaquin Phoenix magnífico,  Una batalla detrás de otra confirma el acercamiento del novelista al sueño roto de los activistas políticos de izquierda que vieron en la violencia una manera de poner en aprietos al sólido establishment usamericano. Carlos Losilla sostenía que no podía entenderse esta película sin sus ancestros fílmicos y, entre ellos, muy especialmente, Centauros del desierto, de Ford, porque el tema de la hija raptada a la que hay que liberar es cierto que atraviesa esta película, si bien con la particularidad de la doble paternidad mantenida en suspenso hasta casi el desenlace, y no creo revelar nada que estorbe el visionado, porque la polarización nefasta/excelente que ha logrado establecer esta película no hay quien la mueva. Yo me muevo en la banda aparte de la excelencia, y no desprecio en modo alguno a los del otro lado de la barra, pero quisiera explicar algunas razones por las que, aun sorprendiendo la actualización de la trama, propia de los años 70 en la novela y ambientada en nuestros días en la película, la obra de Anderson recoge, por lo que he leído a los críticos e la novela de Pynchon, el profundo espíritu satírico de la novela, algo que ya ocurría en Inherent Vice, por supuesto. Y si en la crítica que hice de esta en mi Ojo, establecí una cierta semejanza entre el personaje de Phoneix y el de El Nota, de El gran Lebowski, de los hermanos Coen, aquí bien podría volver a repetirse, sobre todo por esa bata infame con que el protagonista, Bob, se pasea por las escenas tras la ocupación policial de la ciudad-refugio de los inmigrantes, una pantalla del jefe de la represión de inmigración, el coronel Lockjaw, con quien la guerrillera Perfidia tiene un hijo, en una suerte de juego perverso entre dominadores natos. La cuestión racial, que le costará la vida al coronel, sí que forma parte de esa herencia que Losilla cifraba en Centauros del desierto. Y si a Perfidia la hechiza el tamaño descomunal de la pija del coronel, a este le vuelven loco las mujeres negras. La cuestión de la paternidad, así pues, es capital en el desarrollo de la acción, que transcurre muchos años después de que los protagonistas hayan seguido caminos distintos: Perfidia se desentiende de su hija y la deja al cuidado de Bob y, posteriormente, cuando es detenida, se convierte en denunciante de sus antiguos compañeros a cambio de pasar al sistema de testigos protegidos, exactamente como en Uno de los nuestros, de Scorsese.

          Aún no hemos entrado propiamente por la puerta que nos permite conocer a los protagonistas y su aventura política y terrorista, pero me arriesgo a ponerme pesado para ofrecer ciertas referencias de esa ascendencia cinematográfica que permiten comprender mejor el contexto de esta película, tan aparentemente disparatada, pero tan perfectamente encuadrada en su árbol genealógico. La actividad violenta de los grupos izquierdistas de los años 60 y 70 se refleja en dos películas de Sidney Lumet, Daniel, una revisión del caso de los Rosenberg, visto a través del compromiso político de la hermana y de la distancia crítica del protagonista Daniel, y muy especialmente Un lugar en ninguna parte, más ceñida al asunto de esta película de Anderson, porque una pareja de exterroristas son perseguidos por el FBI y han de cambiar continuamente de lugar, sin poder arraigar nunca en ninguno, y manteniendo extremos sistemas de alerta que han inculcado en su hijo mayor. Más recientemente, «Detroit», de Kathryn Bigelow, centrada en la lucha racial, nos traslada un ejemplo del cóctel explosivo que supone la represión racial y la vieja política anticomunista. Recordemos que grupos como The Weatherman, los Pantera Negra, el SLA (Ejército de Liberación Simbionés), en el que actúo la primeramente secuestrada Patty Hearst y posteriormente miembro activo del SLA constituyen una tradición, pues, de grupos y personalidades que optaron por la violencia frente al sistema y son una parte importante de la Historia usamericana reciente: Recordemos a Malcolm X, a Angela Davis y, más recientemente, al profesor universitario que se convirtió en Unabomber, Theodore John Kaczynski. Todo ese mundo político extremista al que Lumet se acerca desde el realismo clásico, Pynchon lo hace desde la sátira, a la que Anderson es absolutamente fiel, y por eso Perfidia se mueve más, en pantalla, como Catwoman que como una terrorista al uso, algo que no ocurre con quien luego se convierte en su pareja, Bob, sin que, a pesar de la sintonía entre ambos, y porque ella ha nacido para la acción directa, consiga retenerla para criar a la supuesta hija de ambos.

          En el primer asalto al puesto de policía de fronteras ya entra en acción el tercero en discordia, el coronel Lockjaw, quien se nos presenta tan ridículo como su antagonista, Perfidia, y acaso ello motive, ¡vía Pynchon!, el acercamiento entre ambos: el respeto al adversario y al tiempo la atracción erótica. Sea como fuere, más diabólicamente se nos presenta en la famosa película de Kubrick al Dr, Strangelove, y nadie ha movido ni una línea crítica para renegar de esa sátira. Se trata, por consiguiente, de aceptar un lenguaje cinematográfico que juega no tanto con el disparate, porque la línea de acción de la película no se acerca a él en ningún momento, cuanto con la sátira hiperbólica que permite un ritmo trepidante, con escenas de acción muy bien resueltas y con un desenlace on the road que, en algunos momentos recuerda la célebre ópera prima de Spielberg, El diablo sobre ruedas. No voy a negar que hay un cierto retorcimiento argumental que, a mi juicio, no perjudica, sino que favorece a la película. Toda la parte del pueblo en la que interviene Benicio del Toro, en un papel no usual en sus actuaciones, no solo es un prodigio de secuencias narrativas aceleradas hasta el delirio, sino que contienen algunas dosis de humor francamente desternillante, como los intentos frustrados del protagonista para contactar con la organización terrorista a fin de que le indiquen dónde puede encontrar a su hija, un humor tan de Wilder que sorprende encontrárselo en una película como esta, parafraseando el título de Almodóvar.

          Que la hija, que marca a su padre desde la racionalidad más exigente, porque sabe que este navega en un mar mezclado de drogas y alcohol, salga a la madre es una vuelta de tuerca que no necesita mayores explicaciones, porque, además, en su recién descubierta pasión por las armas va a permitir un desenlace que a mí me parece muy apropiado, muy congruente con todo lo expuesto en la narración.

          Bien, yo entré en la película con un gran prejuicio: el disfavor no solo del público medio, sino también de amigos con criterio muy formado, y he de reconocer que tanto mi Conjunta como yo hemos pasado un rato la mar de divertido y en modo alguno nos ha extrañado, dados los antecedentes fílmicos que he señalado, esa insania política violenta que no conduce a nada ni lleva a parte alguna. La tensión sobre la madre ausente se resuelve en cuanto la hija, felizmente interpretada por Chase Infiniti, descubre que fue una traidora a la organización, una chivata. Lo único que le quedaba por descubrir, además, era que es hija del coronel que ha perseguido a la organización hasta más allá de lo razonable. El padre quiere deshacerse de ella, porque quiere entrar en una organización secreta racista que prohíbe la relación sexual con otras razas que no sea la blanca.  Otro tipo de sociedades secretas cuyo origen ha de fijarse en el ku klux klan y que ha sido motivo de no pocas películas, como la clásica de Costa-Gavras El sendero de la traición.

          Está claro que respecto de Puro vicio, esta obra está mucho más trabada y hay, a favor del espectador, una línea cronológica narrativa que permite seguirla sin perderse en ningún momento. Y aunque pueda haber algún desliz de guion, como la aparición deus ex machina del miembro de la sociedad secreta que, tras haber despachado, cree él, al coronel, se dedica a perseguir a su hija, bien puede decirse que no hay hiato alguno en la película y sí una gama de planos que, como en el caso de la persecución a través del desierto, por una carretera llena de cambios de rasante, enamoran a cualquier aficionado a la majestuosidad del paisaje.

          Otro elemento que juega a favor de la película es la interpretación, por más que el coronel interpretado por Sean Penn esté caricaturizado hasta el delirio, pero nunca tanto como para no aceptar la verosimilitud de su desempeño. Lo mismo puede decirse de Perfidia, de Bob y del Sensei Sergio de Benicio del Toro. Se ha criticado mucho a DiCaprio, pero a mí me ha parecido que está a la altura de sus muy acreditadas interpretaciones, y es un elemento de comicidad permanente que alegra el desarrollo de la acción, porque incluso los momentos dramáticos se ven de forma diferente con él de por medio.

          Lo dicho, una película muy digna de ser vista.

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