La versión esperpéntica del amor a la violencia de la levantisca off off izquierda usamericana.
Título original: One Battle After Another
Año: 2025
Duración: 161 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Paul Thomas
Anderson
Guion: Paul Thomas Anderson.
Novela: Thomas Pynchon
Reparto: Leonardo DiCaprio; Sean
Penn; Chase Infiniti; Benicio del Toro; Teyana Taylor; Regina Hall;
Tony Goldwyn; John
Hoogenakker; Alana Haim; Wood Harris; Shayna McHayle; D.W. Moffett; Jim
Anderson; Jack Trout; April Grace; Anthony Snow; Starletta DuPois; Brenda
Lorena Garcia; Mark Meloro Jr.; Tracy Todd; James Raterman; Justin S. McDavitt;
Bogdan Szumilas; Enrique Covarrubias; Jeremy Ekalo; John Demakas; Genevieve
Denny; Raven Clausen; Pam Moralde, etc.
Música: Jonny Greenwood
Fotografía: Michael Bauman.
No he leído nada de Pynchon, y no
estoy muy seguro de querer hacerlo en el futuro, porque tras el desmadre
argumental de Inherent Vice, que Anderson convirtió en una divertida
película, con un Joaquin Phoenix magnífico, Una batalla detrás de otra confirma el
acercamiento del novelista al sueño roto de los activistas políticos de
izquierda que vieron en la violencia una manera de poner en aprietos al sólido establishment
usamericano. Carlos Losilla sostenía que no podía entenderse esta película sin
sus ancestros fílmicos y, entre ellos, muy especialmente, Centauros del
desierto, de Ford, porque el tema de la hija raptada a la que hay que
liberar es cierto que atraviesa esta película, si bien con la particularidad de
la doble paternidad mantenida en suspenso hasta casi el desenlace, y no creo
revelar nada que estorbe el visionado, porque la polarización nefasta/excelente
que ha logrado establecer esta película no hay quien la mueva. Yo me muevo en
la banda aparte de la excelencia, y no desprecio en modo alguno a los del otro
lado de la barra, pero quisiera explicar algunas razones por las que, aun
sorprendiendo la actualización de la trama, propia de los años 70 en la novela
y ambientada en nuestros días en la película, la obra de Anderson recoge, por
lo que he leído a los críticos e la novela de Pynchon, el profundo espíritu satírico
de la novela, algo que ya ocurría en Inherent Vice, por supuesto. Y si
en la crítica que hice de esta en mi Ojo, establecí una cierta semejanza
entre el personaje de Phoneix y el de El Nota, de El gran Lebowski, de
los hermanos Coen, aquí bien podría volver a repetirse, sobre todo por esa bata
infame con que el protagonista, Bob, se pasea por las escenas tras la ocupación
policial de la ciudad-refugio de los inmigrantes, una pantalla del jefe de la
represión de inmigración, el coronel Lockjaw, con quien la guerrillera Perfidia
tiene un hijo, en una suerte de juego perverso entre dominadores natos. La
cuestión racial, que le costará la vida al coronel, sí que forma parte de esa
herencia que Losilla cifraba en Centauros del desierto. Y si a Perfidia
la hechiza el tamaño descomunal de la pija del coronel, a este le vuelven loco
las mujeres negras. La cuestión de la paternidad, así pues, es capital en el
desarrollo de la acción, que transcurre muchos años después de que los
protagonistas hayan seguido caminos distintos: Perfidia se desentiende de su
hija y la deja al cuidado de Bob y, posteriormente, cuando es detenida, se
convierte en denunciante de sus antiguos compañeros a cambio de pasar al
sistema de testigos protegidos, exactamente como en Uno de los nuestros,
de Scorsese.
Aún no hemos entrado propiamente por
la puerta que nos permite conocer a los protagonistas y su aventura política y
terrorista, pero me arriesgo a ponerme pesado para ofrecer ciertas referencias
de esa ascendencia cinematográfica que permiten comprender mejor el contexto de
esta película, tan aparentemente disparatada, pero tan perfectamente encuadrada
en su árbol genealógico. La actividad violenta de los grupos izquierdistas de
los años 60 y 70 se refleja en dos películas de Sidney Lumet, Daniel,
una revisión del caso de los Rosenberg, visto a través del compromiso político
de la hermana y de la distancia crítica del protagonista Daniel, y muy
especialmente Un lugar en ninguna parte, más ceñida al asunto de esta
película de Anderson, porque una pareja de exterroristas son perseguidos por el
FBI y han de cambiar continuamente de lugar, sin poder arraigar nunca en
ninguno, y manteniendo extremos sistemas de alerta que han inculcado en su hijo
mayor. Más recientemente, «Detroit», de Kathryn Bigelow, centrada en la lucha
racial, nos traslada un ejemplo del cóctel explosivo que supone la represión
racial y la vieja política anticomunista. Recordemos que grupos como The
Weatherman, los Pantera Negra, el SLA (Ejército de Liberación Simbionés), en el
que actúo la primeramente secuestrada Patty Hearst y posteriormente miembro
activo del SLA constituyen una tradición, pues, de grupos y personalidades que
optaron por la violencia frente al sistema y son una parte importante de
la Historia usamericana reciente: Recordemos a Malcolm X, a Angela Davis y, más
recientemente, al profesor universitario que se convirtió en Unabomber, Theodore
John Kaczynski. Todo ese mundo político extremista al que Lumet se acerca desde
el realismo clásico, Pynchon lo hace desde la sátira, a la que Anderson es
absolutamente fiel, y por eso Perfidia se mueve más, en pantalla, como Catwoman
que como una terrorista al uso, algo que no ocurre con quien luego se convierte
en su pareja, Bob, sin que, a pesar de la sintonía entre ambos, y porque ella
ha nacido para la acción directa, consiga retenerla para criar a la supuesta
hija de ambos.
En el primer asalto al puesto de
policía de fronteras ya entra en acción el tercero en discordia, el coronel
Lockjaw, quien se nos presenta tan ridículo como su antagonista, Perfidia, y
acaso ello motive, ¡vía Pynchon!, el acercamiento entre ambos: el respeto al
adversario y al tiempo la atracción erótica. Sea como fuere, más diabólicamente
se nos presenta en la famosa película de Kubrick al Dr, Strangelove, y nadie ha
movido ni una línea crítica para renegar de esa sátira. Se trata, por
consiguiente, de aceptar un lenguaje cinematográfico que juega no tanto con el
disparate, porque la línea de acción de la película no se acerca a él en ningún
momento, cuanto con la sátira hiperbólica que permite un ritmo trepidante, con
escenas de acción muy bien resueltas y con un desenlace on the road que,
en algunos momentos recuerda la célebre ópera prima de Spielberg, El diablo
sobre ruedas. No voy a negar que hay un cierto retorcimiento argumental que,
a mi juicio, no perjudica, sino que favorece a la película. Toda la parte del
pueblo en la que interviene Benicio del Toro, en un papel no usual en sus actuaciones,
no solo es un prodigio de secuencias narrativas aceleradas hasta el delirio,
sino que contienen algunas dosis de humor francamente desternillante, como los
intentos frustrados del protagonista para contactar con la organización
terrorista a fin de que le indiquen dónde puede encontrar a su hija, un humor
tan de Wilder que sorprende encontrárselo en una película como esta,
parafraseando el título de Almodóvar.
Que la hija, que marca a su padre
desde la racionalidad más exigente, porque sabe que este navega en un mar mezclado
de drogas y alcohol, salga a la madre es una vuelta de tuerca que no necesita
mayores explicaciones, porque, además, en su recién descubierta pasión por las armas va a permitir un desenlace que a mí me parece muy apropiado, muy congruente
con todo lo expuesto en la narración.
Bien, yo entré en la película con un
gran prejuicio: el disfavor no solo del público medio, sino también de amigos con
criterio muy formado, y he de reconocer que tanto mi Conjunta como yo hemos
pasado un rato la mar de divertido y en modo alguno nos ha extrañado, dados los
antecedentes fílmicos que he señalado, esa insania política violenta que no
conduce a nada ni lleva a parte alguna. La tensión sobre la madre ausente se
resuelve en cuanto la hija, felizmente interpretada por Chase Infiniti,
descubre que fue una traidora a la organización, una chivata. Lo único que le
quedaba por descubrir, además, era que es hija del coronel que ha perseguido a
la organización hasta más allá de lo razonable. El padre quiere deshacerse de
ella, porque quiere entrar en una organización secreta racista que prohíbe la
relación sexual con otras razas que no sea la blanca. Otro tipo de sociedades secretas cuyo origen
ha de fijarse en el ku klux klan y que ha sido motivo de no pocas películas,
como la clásica de Costa-Gavras El sendero de la traición.
Está claro que respecto de Puro
vicio, esta obra está mucho más trabada y hay, a favor del espectador, una
línea cronológica narrativa que permite seguirla sin perderse en ningún momento.
Y aunque pueda haber algún desliz de guion, como la aparición deus ex
machina del miembro de la sociedad secreta que, tras haber despachado, cree
él, al coronel, se dedica a perseguir a su hija, bien puede decirse que no hay
hiato alguno en la película y sí una gama de planos que, como en el caso de la
persecución a través del desierto, por una carretera llena de cambios de rasante,
enamoran a cualquier aficionado a la majestuosidad del paisaje.
Otro elemento que juega a favor de la película
es la interpretación, por más que el coronel interpretado por Sean Penn esté
caricaturizado hasta el delirio, pero nunca tanto como para no aceptar la
verosimilitud de su desempeño. Lo mismo puede decirse de Perfidia, de Bob y del
Sensei Sergio de Benicio del Toro. Se ha criticado mucho a DiCaprio, pero a mí
me ha parecido que está a la altura de sus muy acreditadas interpretaciones, y
es un elemento de comicidad permanente que alegra el desarrollo de la acción,
porque incluso los momentos dramáticos se ven de forma diferente con él de por
medio.
Lo dicho, una película muy digna de
ser vista.

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