martes, 10 de diciembre de 2019

«El beso del asesino», de Stanley Kubrick o la fulguración de los inicios.



El beso del asesino o la construcción de un estilo como camino a la perfección…

Título original: Killer's Kiss
Año: 1955
Duración: 67 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Stanley Kubrick
Guion: Stanley Kubrick
Música: Gerald Fried
Fotografía: Stanley Kubrick (B&W)
Reparto: Frank Silvera, Irene Kane, Jamie Smith, Ruth Sobotka, Jerry Jarret, Mike Dana, Felice Orlandi, Ralph Roberts, Phil Stevenson, Shaun O'Brien, Barbara Brand, David Vaughan, Alec Rubin.

He tenido que entrar en el archivo del Ojo para cerciorarme de si había escrito o no la alborozada critica sobre el segundo largometraje de Kubrick, una obra que aún no había visto y que nos había dejado maravillados a mí y a mi Conjunta, porque hemos seguido, con mucha atención, el proceso de gestación de un estilo cinematográfico que iba a llevar a su director, años después, a ocupar uno de los lugares de privilegio en la nutrida historia de genios del séptimo arte. No se trata de un caso deslumbrante, como el del joven superdotado Orson Welles, cuya csi prematura genialidad maravilló a todo el mundo, sino del empecinamiento en la forja de una manera de hacer que ha rozado, desde esta mismísima película, el ideal de la perfección. Ya critiqué aquí su primer intento, con fondos familiares; del mismo modo que este segundo lo fue con el de familiares y amigos: 13.000 $ costó Miedo y deseo y 40.000 El beso del asesino. La película llamó la atención de un productor de la NBC quien, aliado con Kubrick, produjeron Atraco perfecto con un presupuesto de 320.000$, que llamó la atención de Kirk Douglas, con quien se aliaría para dirigir Senderos de gloria, ¡nada menos!, que subió casi hasta el millón de dólares…
Pues bien, esa «escalada» hacia la gloria tiene en El beso del asesino una película que en modo alguno desmerece de las dos que le siguieron inmediatamente, pero tampoco de las que iría haciendo después en una de las carreras cinematográficas más interesantes e innovadoras de la Historia del Cine. Se trata de una historia sencilla, contada con un flash back que acaba enlazando con el presente para cerrar la historia en el andén de una estación, una historia narrada por el protagonista, un desconocido Jamie Smith, que luego formaría parte de la compañía de Orson Welles, por cierto, y que nos cuenta cómo entró en contacto con la vecina del edificio de enfrente de su patio de vecinos, a quien «observa» desde la oscuridad de su modesta habitación y con quien entra definitivamente en contacto cuando un conocido de ella la golpea y él decide intervenir para salvar a la chica. Estamos hablando de una actriz, Irene Kane, de tan brevísima carrera cinematográfica como imponente es su belleza e intensa su mirada, en conjunto una actriz propia del cine de Bergman. Gloria Price es el nombre del personaje, y parece enterrar una suerte de anagrama que define la narración: «Ella es el precio de la única gloria» para un boxeador fuera de forma que es severamente castigado en un combate que supondrá su retirada de los cuadriláteros. Ella, por su parte, trabaja como taxi-dancer en un club de sórdido ambiente cuyo dueño la ha escogido como «su» chica, a pesar de que ella no está dispuesta a seguir ejerciendo como tal, lo cual es la razón de la agresión que sufre y de la que su vecino la intenta librar.
El modo como empieza la película es definitorio de los terrenos estilísticos por los que va a transitar Kubrick para una historia en la que buena parte de sus virtudes radica en la puesta en escena milimétrica y en la selección de los espacios. Los dos vecinos bajan cada uno por su escalera y se encuentran al comienzo del breve tramo que los lleva hasta la acera, donde un cochazo descapotable espera, ¿a quién de los dos?, da a entender el plano cenital que los coge a ellos de espalda mientras llegan hasta el coche, pero ya sabemos que es a ella, porque el apoderado del boxeador le ha dicho que tiene su coche roto y que no lo puede pasar a recoger. Ella entra en el coche y él se pierde, no sin volverse a mirar con quién se va la vecina, escaleras abajo por la estación de metro del barrio donde vive, Queens.
El montaje paralelo nos ofrecerá la «actividad» de cada cual, ella, entreteniendo bailarines bajo la atenta mirada de los matones el local que impiden cualquier intento de abusar de la intimidad de las taxi-dancers, y él enfrentándose en combate a un rival que acabará noqueándolo. Hablamos, pues, de dos perdedores natos en una gran ciudad inmisericorde si no se tienen recursos. En el momento de las confidencias entre derrotados, cuando empieza a nacer una inclinación mutua entre ellos, ella le cuenta la dramática historia de su hermana Iris -atentos al simbolismo de los nombres…-, que renunció  su carrera como gran bailarina para casarse a gusto de sus padres aunque en el contrato matrimonial se estipulaba que ella dejaría su carrera profesional para ser «exclusivamente» la esposa de su marido. La historia se cuenta sobre las sobrias y bellas imágenes de un solo de ballet interpretado por quien en esos momentos era la segunda esposa de Kubrick: Ruth Sobotka.
El proceso de aproximación de los dos vecinos no tarda en fraguar como relación que los unirá para aceptar la invitación de unos tíos del boxeador para que se instale, con ellos, en el rancho que tienen, una manera bien directa -porque habla con el sobrino justo después de haberlo visto perder en la televisión- de proponerle una nueva vida.
Hay que reconocerle a Kubrick que había aprendido a la perfección la lección magistral de tantos clásicos del cine negro, algo que volvería él a demostrar con su siguiente y exitosa película: Atraco perfecto. La que ahora comento pasó sin pena ni gloria por la taquilla y ganó justo lo suficiente para devolver los préstamos generosos que habían ayudado a financiarla. Parte de esos códigos es el uso de la luz y el blanco y negro tan contrastado, obviamente, pero propiedad de Kubrick son los planos y la selección de escenarios que, como ocurre en el desenlace, cuando se mueven por una zona de fábricas desierta, consigue momentos de cine verdaderamente espectaculares, csi orwellianos. Tengamos presente que la «novia» es secuestrada por los matones del jefe del club justo cuando los protagonistas habían decidido «emprender juntos una nueva vida». Él arriesgará su vida por salvarla, por más que, cuando el boxeador es sorprendido por los matones y golpeado hasta dejarlo a las puertas de la muerte, observa, al volver en sí, cómo la mujer se «rinde» a su jefe y lo besa apasionadamente para congraciarse de nuevo con él. Un doloroso momento que los planos en contrapicado acentúan aún más.
La historia se complica cuando queda con su apoderado en la puerta del club donde trabaja ella para darle al boxeador la parte de la bolsa que le correspondía por el combate. Es confundido con él por los matones. quienes matan al apoderado en un callejón en el que las sombras de los personajes se agigantan sobre las paredes en puro alarde de virtuosismo expresionista; del mismo modo que la escena que aparta al protagonista de esa puerta donde espera que baje su novia, la de un par de bromistas urbanos que le roban la bufanda y escapan a la carrera parece preludiar el primer largometraje del mejor  Cassavetes, Shadows.
Antes del desenlace, a título de anécdota, tiene lugar una persecución por esas fábricas en parte abandonadas, en parte ocupadas, que acaba dando con los protagonistas del enfrentamiento, el dueño del club y el boxeador, en una sala donde se almacenan maniquíes y donde tendrá lugar la lucha que desenlaza esa parte de la historia. ¡Magnificas secuencias! Pues bien, en nuestro cine patrio, José María Forqué incluye en su película Usted puede ser un asesino, solo 5 años después de esta maravilla de Kubrick, una secuencia con el mismo escenario de maniquíes y también con un asesino armado: ¿coincidencia? ¿homenaje? Ahí queda reseñada esa curiosa circunstancia. La película de Forqué, divertidísima, por supuesto. La de Kubrick, como todo lo suyo, la quintaesencia del perfeccionismo. Aunque también podríamos hablar de cómo parece haber influido en su planificación del contacto visual entre los vecinos el reciente estreno, un año antes, de La ventana indiscreta, de don Alfredo...


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