Una visión mordaz de los paraísos fiscales o la película
que Pedro Almodóvar no hubiera hecho nunca…
Título original: The Laundromat
Año: 2019
Duración: 95 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Steven Soderbergh
Guion: Scott Z. Burns (Libro:
Jake Bernstein)
Fotografía: Steven Soderbergh
Reparto: Meryl Streep, Gary
Oldman, Antonio Banderas, David Schwimmer, Alex Pettyfer, Will Forte, James
Cromwell, Matthias Schoenaerts, Nonso Anozie, Melissa Rauch, Robert Patrick,
Jeffrey Wright, Amy Pemberton, Chris Parnell.
Basándose
en los muy famosos «papeles de Panamá», Soderbergh ha dirigido una fábula
brechtiana sobre el modus operandi de algunos capitalistas para sustraerse a la obligación
de pagar impuestos y para blanquear dinero sucio, así como para estafar a
través de sociedades interpuestas que se ceden bienes que, en ese largo proceso
de apropiación y reapropiación, acaba desapareciendo en transacciones de casi imposible rastreo
judicial. Estamos, pues, ante un laberinto legal que necesita de sociedades
administradoras que suministran testaferros para hacer irreconocible el origen
de los dineros que se meten en las empresas pantalla en las que se lavan, ¡y
aun centrifugan!, los dineros que se quieren evadir del fisco de cada país de
origen donde han sido «ganados» o «robados» dichos dineros.
Soderbergh
ha escogido como voces narradoras de cuanto ocurre a dos financieros que
pasaron por prisión a cuenta de estas administraciones demasiado interesadas
del dinero ajeno: Mossack y Fonseca, un alemán y un panameño con altísima
preparación universitaria y una enorme facilidad para ponerse al servicio de
los más oscuros intereses financieros. Gary Oldman y Antonio Banderas son los
encargados de ejercer en la película como anfitriones burlones que, desde la
indiferencia máxima hacia los pobres mortales, de los que se han aprovechado
inmisericordemente, nos van relatando en clave irónica y mordaz cómo funciona
ese oscuro y enmarañado mundo de intereses que buscan la total evasión de
impuestos y el máximo rendimiento del capital «disfrazado» en esas compañías offshore,
caiga quien caiga por el camino, porque, de forma paralela, la película toma como vehículo narrativo un caso individual, el de la protagonista, Meryl
Streep, que pierde a su marido en el hundimiento de un bote de recreo y se
encuentra con que la compañía de seguros que tenía que hacer frente a las
reclamaciones de los damnificados ha sido absorbida, reabsorbida y vuelta a
reabsorber en una cadena de ventas de sociedades y vaciamiento patrimonial que
deja a la desconsolada viuda, algo más allá de la indignación. La situación de
los pequeños empresarios del bote y de un restaurante, que habían «escogido» ahorrar algo en ese seguro,
se presenta de una manera descarnada y desoladora en conversaciones tremendas
que desnudan el mundo real de los fraudes que, como pasó aquí en España con las
famosas preferentes, revisten toda la apariencia de legalidad y normalidad.
A
partir de la indignación cívica de la protagonista, esta inicia un largo camino
de pesquisas para tratar de dar con el presidente de la aseguradora que se
quedó con la aseguradora cuyo último recibo, justo antes del accidente, había
caducado, y que resulta ser un testaferro que mantiene una doble vida, con dos
familias, y que acaba siendo detenido, frente a ella, la protagonista, en el
aeropuerto, después de haberle dado esquinazo tras descubrir el domicilio que
aparecía como domicilio fiscal, la casa del testaferro.
Complementan
la historia un par de narraciones
paralelas que «desnudan», desde la óptica de los negocios sucios, el método de
blanqueo de dinero y diversas estafas que se alimentó desde el bufete Mossack y
Fonseca, quienes en modo alguno asumieron más responsabilidad que la de servir
de intermediaros a sus clientes. La película se centra en ellos y en sus
aventuras personales, narradas con esa perspectiva brechtiana que rompe «la
cuarta pared» del imaginario teatro donde tiene lugar la representación, llena,
por cierto, de hallazgos visuales que
culminarán en un desenlace archicrítico que me guardo muy mucho de
arruinarle a los futuros espectadores y que es una de las mejores secuencias rodadas
por Meryl Streep, quien ya tiene un nutrido número de ellas en su haber.
La
introducción didáctica de la película con dos encantadores truhanes, Gary
Oldman, Mossack, y Antonio Banderas, Fonseca, explicándoles a los
teleespectadores los intríngulis del funcionamiento del sistema capitalista es
un inicio brillantísimo y con dos actores en estado de gracia. ¡Con lo poco que
me ha gustado siempre a mí Banderas -cuya cima del ridículo quizás sea aquella infame
película de Fernando Trueba, Two much- y lo bien que está el condenado
en esta, porque está claro que la proximidad de Oldman ha estimulado que aflore
lo mejor de él! Los dos sirven de guía de la historia, comentando con una
ironía demoledora las «facilidades» que les ha dado el sistema para poder
construir sobre la base de los «mansos», esos a los que les fue prometido que verán
a dios, un imperio de corrupción con pingües beneficios.
La
película es divertidísima, aun a pesar de los dramas que lleva incorporada, porque
está claro que la felicidad de unos dependen en buena manera de las desgracias
de otros, por lo que atañe al mundo de la economía especulativa, por supuesto.
Y esa es, conviene recordarlo, la será crítica de la película, la distancia sideral
que hay entre la economía productiva y la especulativa, aunque no entra en
otros pormenores que en los de la construcción de un imperio de evasores
fiscales y de estafadores. No es una película tan realista como El capital,
de Costa-Gavras, también una película que merece ser vista, porque, con la
misma técnica de distanciamiento que vemos en esta, con esos simpáticos
truhanes haciéndonos de cicerones del imperio especulativo que «gobierna el
mundo», el protagonista nos ofrece una visión
del «mundo por de dentro» del capitalismo y su impiedad fundamental -a pesar de
su origen calvinista- que merece ser vista.
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