Gran desfile de tópicos y otras especies de la
insignificancia: Historia de un matrimonio o la endeblez de la superficialidad del narcisismo contemporáneo…
¡y eterno!
Título original: Marriage
Story
Año: 2019
Duración: 136 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Noah Baumbach
Guion: Noah Baumbach
Música: Randy Newman
Fotografía: Robbie Ryan
Reparto: Scarlett Johansson, Adam Driver, Laura Dern, Azhy Robertson,
Alan Alda, Julie Hagerty, Merritt Wever, Mary Hollis Inboden, Amir Talai, Ray
Liotta, Wallace Shawn, Emily Cass McDonnell, Matthew Maher, Ayden Mayeri, Kyle
Bornheimer, Mark O'Brien, Gideon Glick, Brooke Bloom, Matthew Shear, George
Todd McLachlan, Annie Hamilton, Juan Alfonso, Justin Claiborne, Mickey Sumner.
Salí
tan decepcionado del cine, me pareció tan «poca cosa» lo que acababa de ver,
que ni siquiera tenía previsto hacer la crítica. La hago porque me ha alarmado
que corra la especiota de que se trata de una buena película, de uno de esos «finos»
análisis de la relación matrimonial, de una obra que «disecciona» la vida en
pareja y nos depara algo así como un brillante retrato de lo que da de sí una
relación matrimonial en nuestros días llenos de competitividad, de egos
hipernarcisos y de ambiciones desmedidas por llegar a la fama y al
reconocimiento ajeno, como condición sine qua non para considerarse un
triunfador, no el apestado loser del que huyen todos en Usamérica y que ha
generado esa «L» que se hace con el
pulgar y el índice en medio de la frente para insultar al prójimo.
La
película comienza como si fuéramos a ver otra más de Woody Allen, pero dirigida
por alguien distinto y desconocido: dos urbanitas neoyorquinos dedicados a las
artes escénicas, que están casados, tienen un hijo y pretenden «realizarse» el
uno como director de teatro y la otra como actriz. La presentación de cada uno
de ellos por el otro, destacando las virtudes y los defectos ya nos introduce
en un mundo contemplado con la benevolencia de la superficialidad, donde los
verdaderos conflictos no existen y donde las virtudes hacen la vida más fácil ,
hasta que cualquiera de las dos partes contratantes decide que su carrera
profesional pasa por delante de su vida en pareja. Es decir, no tardamos en
entrar en conflicto y en que la sólida unión de ambas personas estalle en mil
pedazos y, cuando ella decide irse con su madre a Los Ángeles, llevándose al
niño con ella, generar un conflicto del que no van a salir sino enfrentándose
en un juicio y haciendo añicos la relación que habían , mal que bien, defendido hasta ese momento.
No me
cuento entre los seducidos espectadores por Scarlett Johansson, ¡y menos aún
entre el reducido grupo de directores a los que, por lo que he leído, le
encanta el extraño acento sincrético de Adam Driver, de quien padecí en su
momento, una película bienintencionada de Jim Jarmusch, Paterson, pero a la que
el protagonista, Driver, le mermaba cualquier posible interés. Menos mal que
Jarmusch construyó un poema de la ciudad, aunque fuera a través de dos seres
tan anodinos como los que nos propone Baumbach en eta película en la que brilla
con total rotundidad la poderosa Laura Dern, que, junto a otro profesional de
talla, como Ray Liotta, nos rescatan del sopor de una trama-cliché insufrible y
llevada con una total falta de verosimilitud, porque que ese padre haga lo que
he para continuar cerca de un niño insufrible, se mire como se mire, por muy
hijo suyo que sea, cuesta entenderlo, la verdad.
La
escasa entidad dramática de ambos personajes, cuyo conflicto gira en torno a
las ambiciones personales de cada cual, no a un hipotético «proyecto en común»
que no aparece en escena en ningún momento, así como tampoco ninguna señal de
verdadero amor apasionado que pueda, como en el dictum clásico, «vencerlo
todo», transforma la película en una suerte de Kramer contra Kramer,
de Robert Benton, pero con menos entidad, y con actores de mucha menor
enjundia, por supuesto. No ignoro que el director a escogido deliberadamente un
look feísta de Johansson, alejada de su dimensión de sexy symbol, y que,
prácticamente queda como una feúcha al lado de la vampiresa de la abogacía que
interpreta Laura Dern, de modo que quede bien marcada la dimensión de ordinary
life de los protagonistas, para acentuar, precisamente, la identificación
del común e los mortales con la pareja y su proceso de divorcio.
Como
ilustración de la voracidad de los abogados usamericanos, la película sí que no
tiene desperdicio, y en todo lo que es el proceso judicial ha de reconocerse
que interesa y mucho a cualquier espectador no necesariamente lego en la
materia, pero las habilidades profesionales en ese sector siempre son capaces
de seducir a los espectadores que amamos, por lo general, las películas «de
juicios». Fuera de ese ámbito, la relación entre los protagonistas discurre con
una atonía aburridísima de la que solo se sale una vez, porque todo tiene una
excepción: la potente discusión entre ambos en el apartamento que él ha
alquilado para seguir el proceso y estar cerca del hijo. Ahí sí que ambos
consiguen exprimirse para sacar unas gotas de veracidad que cualquier
espectador se ha de ver obligado a reconocer como el momento más brillante de
la película. Pero poco más, la verdad.
Si
uno evoca la impresión indeleble que le causó en su día la contemplación de Secretos
de un matrimonio, de Ingmar Bergman, no le puede extrañar a ningún lector
de estas líneas que acabe, su autor, concluyendo con el célebre ¡lo que va de
ayer a hoy! No critico la honestidad de la propuesta de Baumbach, ni tampoco el
esfuerzo de realización que, sobre todo en las escenas teatrales se esmera
hasta conseguir excelentes planos, sino el plúmbeo resultado final, al que no
es ajeno, por ejemplo, la propia familia de ella, con una madre y una hermana
que encajan, sin duda, en el ámbito de lo friqui, más que en el de la vida
ordinaria de la que quiere hacer a sus protagonistas representantes fieles.
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