lunes, 23 de diciembre de 2019

«Historia de un matrimonio», de Noah Baumbach o el antibergman.



Gran desfile de tópicos y otras especies de la insignificancia: Historia de un matrimonio o la endeblez de  la superficialidad del narcisismo contemporáneo… ¡y eterno!

Título original: Marriage Story
Año: 2019
Duración: 136 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Noah Baumbach
Guion: Noah Baumbach
Música: Randy Newman
Fotografía: Robbie Ryan
Reparto: Scarlett Johansson, Adam Driver, Laura Dern, Azhy Robertson, Alan Alda, Julie Hagerty, Merritt Wever, Mary Hollis Inboden, Amir Talai, Ray Liotta, Wallace Shawn, Emily Cass McDonnell, Matthew Maher, Ayden Mayeri, Kyle Bornheimer, Mark O'Brien, Gideon Glick, Brooke Bloom, Matthew Shear, George Todd McLachlan, Annie Hamilton, Juan Alfonso, Justin Claiborne, Mickey Sumner.

Salí tan decepcionado del cine, me pareció tan «poca cosa» lo que acababa de ver, que ni siquiera tenía previsto hacer la crítica. La hago porque me ha alarmado que corra la especiota de que se trata de una buena película, de uno de esos «finos» análisis de la relación matrimonial, de una obra que «disecciona» la vida en pareja y nos depara algo así como un brillante retrato de lo que da de sí una relación matrimonial en nuestros días llenos de competitividad, de egos hipernarcisos y de ambiciones desmedidas por llegar a la fama y al reconocimiento ajeno, como condición sine qua non para considerarse un triunfador, no el apestado loser del que huyen todos en Usamérica y que ha generado esa «L» que se hace con  el pulgar y el índice en medio de la frente para insultar al prójimo.
La película comienza como si fuéramos a ver otra más de Woody Allen, pero dirigida por alguien distinto y desconocido: dos urbanitas neoyorquinos dedicados a las artes escénicas, que están casados, tienen un hijo y pretenden «realizarse» el uno como director de teatro y la otra como actriz. La presentación de cada uno de ellos por el otro, destacando las virtudes y los defectos ya nos introduce en un mundo contemplado con la benevolencia de la superficialidad, donde los verdaderos conflictos no existen y donde las virtudes hacen la vida más fácil , hasta que cualquiera de las dos partes contratantes decide que su carrera profesional pasa por delante de su vida en pareja. Es decir, no tardamos en entrar en conflicto y en que la sólida unión de ambas personas estalle en mil pedazos y, cuando ella decide irse con su madre a Los Ángeles, llevándose al niño con ella, generar un conflicto del que no van a salir sino enfrentándose en un juicio y haciendo añicos la relación que habían , mal que bien, defendido hasta ese momento.
No me cuento entre los seducidos espectadores por Scarlett Johansson, ¡y menos aún entre el reducido grupo de directores a los que, por lo que he leído, le encanta el extraño acento sincrético de Adam Driver, de quien padecí en su momento, una película bienintencionada de Jim Jarmusch, Paterson, pero a la que el protagonista, Driver, le mermaba cualquier posible interés. Menos mal que Jarmusch construyó un poema de la ciudad, aunque fuera a través de dos seres tan anodinos como los que nos propone Baumbach en eta película en la que brilla con total rotundidad la poderosa Laura Dern, que, junto a otro profesional de talla, como Ray Liotta, nos rescatan del sopor de una trama-cliché insufrible y llevada con una total falta de verosimilitud, porque que ese padre haga lo que he para continuar cerca de un niño insufrible, se mire como se mire, por muy hijo suyo que sea, cuesta entenderlo, la verdad.
La escasa entidad dramática de ambos personajes, cuyo conflicto gira en torno a las ambiciones personales de cada cual, no a un hipotético «proyecto en común» que no aparece en escena en ningún momento, así como tampoco ninguna señal de verdadero amor apasionado que pueda, como en el dictum clásico, «vencerlo todo», transforma la película en una suerte de Kramer contra Kramer, de Robert Benton, pero con menos entidad, y con actores de mucha menor enjundia, por supuesto. No ignoro que el director a escogido deliberadamente un look feísta de Johansson, alejada de su dimensión de sexy symbol, y que, prácticamente queda como una feúcha al lado de la vampiresa de la abogacía que interpreta Laura Dern, de modo que quede bien marcada la dimensión de ordinary life de los protagonistas, para acentuar, precisamente, la identificación del común e los mortales con la pareja y su proceso de divorcio.
Como ilustración de la voracidad de los abogados usamericanos, la película sí que no tiene desperdicio, y en todo lo que es el proceso judicial ha de reconocerse que interesa y mucho a cualquier espectador no necesariamente lego en la materia, pero las habilidades profesionales en ese sector siempre son capaces de seducir a los espectadores que amamos, por lo general, las películas «de juicios». Fuera de ese ámbito, la relación entre los protagonistas discurre con una atonía aburridísima de la que solo se sale una vez, porque todo tiene una excepción: la potente discusión entre ambos en el apartamento que él ha alquilado para seguir el proceso y estar cerca del hijo. Ahí sí que ambos consiguen exprimirse para sacar unas gotas de veracidad que cualquier espectador se ha de ver obligado a reconocer como el momento más brillante de la película. Pero poco más, la verdad.
Si uno evoca la impresión indeleble que le causó en su día la contemplación de Secretos de un matrimonio, de Ingmar Bergman, no le puede extrañar a ningún lector de estas líneas que acabe, su autor, concluyendo con el célebre ¡lo que va de ayer a hoy! No critico la honestidad de la propuesta de Baumbach, ni tampoco el esfuerzo de realización que, sobre todo en las escenas teatrales se esmera hasta conseguir excelentes planos, sino el plúmbeo resultado final, al que no es ajeno, por ejemplo, la propia familia de ella, con una madre y una hermana que encajan, sin duda, en el ámbito de lo friqui, más que en el de la vida ordinaria de la que quiere hacer a sus protagonistas representantes fieles.

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