Un retrato fragmentario que abraza la totalidad del ritmo
vital de una vida y una ciudad. Más una canción emocionante de Michel Legrand: Sans
toi.
Título original: Cléo de 5 à 7
Año: 1962
Duración: 90 min.
País: Francia
Dirección: Agnès Varda
Guion: Agnès Varda
Música: Michel Legrand
Fotografía: Jean Rabier
Reparto : Corinne Marchand, Antoine Bourseiller, Dorothée Blanck,
Michel Legrand, Dominique Davray, José Luis de Vilallonga, Loye Payen, Jean-Luc
Godard, Anna Karina, Eddie Constantine, Jean-Claude Brialy, Sami Frey.
Ser
cinéfilo diletante te reserva emociones inesperadas, como el «descubrimiento»,
a casi 60 años vista, de una película seminal, porque, al menos por lo que a
mis gustos se refiere, en su visionado he descubierto que la joya del cine
musical que tantísimo me impactó hace muy pocos años, Los paraguas de
Cherburgo, de Jacques Demy, sale directa e íntegramente de la escena
central de la película de quien justo ese año se convirtió en su marido: en
ella, una cantante a quien su compositor le ofrece temas nuevos, le presenta la
canción «que va a revolucionar el mercado discográfico», le dice el letrista: Sans
toi, con música de Michele Legrand quien, para premio de servidor,
interpreta deliciosamente su papel de compositor al servicio de la diva que es
vehículo de sus magníficas composiciones. ¡Hay que ver qué grandes dotes histriónicas
las de ese joven Legrand que llevaba todo un universo musical en su piano! Oír Sans
toi y ver a Corinne Marchand interpretarla es algo así como empezar a ver
la película de Demy, y ya me gustaría saber, ya, si fue en ese rodaje y al oír esa
canción que se le ocurrió su historia… De todos modos, Corinne Marchand ya
había intervenido en Lola , la ópera prima de Jacques Demy, y Michele
Legrand había escrito su banda sonora.
Cléo
de 5 a 7 pasa por ser una película emblemática de la nouvelle vague y la
verdad es que en un movimiento que ha dado tantas obras de mérito al séptimo
arte sería harto difícil decantarse por alguna frente a las demás; pero l
película de Agnès Varda parece estar tocada por un don de la composición, del
ritmonarrativo, de la puesta en escena y de la coherencia que hacen de ella,
acaso, un auténtico clásico, revisable en cualquier momento. Yo la he visto dos
veces seguidas, y aún me quedan ganas de volverla a ver… ¡Hay tanta magia
fílmica en cada secuencia que ni diez visionados seguidos la agotan!
Una exitosa
cantante entrada en la treintena visita
a una echadora de cartas para adivinar su futuro, dados los dolores que sufre,
acosada por su impaciencia para esperar el resultado de los análisis médicos
que le han de confirmar si tiene o no un cáncer. El cambio del color de las
cartas esparcidas sobre la mesa de la adivina y el blanco y negro del resto de
las tomas de la misma escena inicia un repertorio exquisito de sorpresas
visuales que se van a ir sucediendo a lo largo del metraje con unas soluciones
que dejan boquiabierto al espectador. Rodada buena parte de ella en las calles
de París, sin concurso de extras, y cediendo el protagonismo a los transeúntes
que se giran, sorprendidos, al paso de
los protagonistas y del equipo de filmación, de modo absolutamente espontáneo,
la protagonista, que se va de la consulta de la adivina con la seguridad de que
está condenada a muerte, como le dice la echadora a su marido, apenas la
clienta sale, y a quien le pide circunspección para no «asustar» a sus clientes…,
recorre las calles y entra en un café y en una sombrerería, acompañada de su
asistenta personal. Los juegos con las imágenes reflejadas en los espejos que
multiplican las perspectivas y la profundidad de campo de los planos, y que crean
una suerte de espacio continuo entre la calle y el interior de ambos espacios
es un prodigio de realización que apenas son el inicio de una imaginación
desaforada y medida, porque la narración de esas «dos horas en la vida de una
mujer vulnerable» constituyen una narración en la que nada parece haberse
dejado al azar, o, por decirlo paradójicamente, todo parece que haya sido
ordenado por el azar, como querían los surrealistas, para darnos una historia
realista en la que todo encaja como en un mecanismo perfecto.
Desde
la taxista que la directora escoge con profundo convicción feminista de que no
hay empleos «reservados para hombres», y que lleva a la cantante y a su asistenta
en un Tiburón Citröen negro
cinematográficamente espectacular -viaje en el que la directora aprovecha para
a través del noticiario radiado ofrecernos el contexto histórico de ese delicado
momento en la vida de la protagonista-, hasta el actor callejero que sorprende
a los viandantes tragándose ranas que luego acaba sacándose desde el estómago
con un golpe de agua inducido y que tiene
que ver, al final de la película con el anillo que lleva la protagonista -una
perla con una rana-, y por el que se interesa el soldado al que conoce en un
parque y con quien, ¡por fin!, consigue aplacar el miedo que la tenía
desasosegada y casi deprimida.
Justo
en la mitad de la película tiene lugar el ensayo de los nuevos temas que su
compositor le presenta, incluida una canción: Sans toi -música de
Legrand y letra de la propia directora-, con unos tintes de tristeza que la
desconciertan ( Yo soy como una casa vacía (…) como una isla desierta
cubierta por el mar…) y que provocan un momento mágico que marca un antes y
un después en la narración: la cantante, desconcertada por ese giro que se le
quiere dar a su repertorio, lleno de canciones más alegres, vitales, da por
cancelado el ensayo, que había protagonizado vestida totalmente de blanco, y se
coloca detrás de una cortina negra como en un fundido en negro que se
convierte, con un gesto rápido de la mano, en un desfundido tras el que
ella aparece totalmente vestida de negro, adaptada, pues, al momento de angustia
vital que está viviendo. Es un instante mágico en la película, ciertamente,
pero no el único, ¡por suerte para nosotros!, espectadores privilegiados que
vamos siguiendo los pasos de la enferma a través de sus amistades y de la
ciudad como si de una larga despedida de la vida se tratase… Todo ello por no
mencionar la puesta en escena del loft donde vive, un espacio abierto a
la luz por el que la cámara se mueve con una selección de encuadres que lo convierten
poco menos que un personaje más de la película, al modo de los cafés y de las
calles y plazas por las que atraviesa en esas dos horas.
Su
relación con una amiga que trabaja como modelo para una academia de escultores,
la lleva a la sala de proyección de un cine donde trabaja el amante de la
modela. Ambas contemplan un corto cómico mudo interpretado por Jean-Luc Godard
y Anna Karina, que acaba teniendo una moraleja aplicable a la película y que
parece una broma autorreferencial del propio Godard: Mis gafas negras me
habían hecho ver la realidad como una tragedia, viene a decir el protagonista
del corto. Se las quita y vuelve a recuperar en vida a su amante de la que se
está despidiendo a la orilla del Sena… Divertidísimo, al tiempo que una muestra
de colaboración generacional muy notable.
La
parte final de la película, con el encuentro de la protagonista, en un parque
muy romántico, con un soldado que tomará el tren esa noche y un barco al día
siguiente que lo llevará a la guerra contra los insurgentes argelinos, con el
temor inequívoco que tiene de acabar muriendo en una guerra que le parece
absurda, sobre injusta, cuando lo que a él le gustaría sería «morir de amor»,
por ejemplo, deriva enseguida hacia una suerte de encuentro predestinado que
unirá a dos corazones solitarios y necesitados de esperanza. Lo sorprendente de
este desenlace de la película es la sensibilidad de la directora para darle la
vuelta a la más tópica de las situaciones imaginables, y lo consigue con un
diálogo y una aventura urbana que ya quisieran conseguir tantísimos directores
aficionados que caen en la red viscosa del tópico donde chapotean hasta
hundirse ridículamente -Almodóvar entre ellos, por cierto- de la que Varda sale
tan airosa, pongamos por caso, como el
mejor Ophüls…
Insisto,
hacía tiempo que no veía una película con tanta imaginación visual y un código
narrativo tan férreo. No sé por qué, pero, salvando infinitas distancias, me ha
traído a la memoria El amigo americano, de Wenders. Supongo que será ese
trabajo exhaustivo sobre el plano y el movimiento de cámara, amén de por la
calculadísima puesta en escena. En cualquier caso, lo que sí es cierto es que
pocas películas recientes he visto que sean tan innovadoras y «modernas», en el
sentido de conectar con los espectadores de su tiempo, como esta maravilla de
Cléo de 5 a 7. Confieso que, al principio, la interpretación de la bellísima
Corinne Marchand me desconcertó, cuando
se encuentra con su asistenta en el bar y se comporta como lo que su ayudante
dice que es: una niña pequeña que dramatiza y necesita muchos mimos; dura muy
poco ese desconcierto, porque enseguida consigue que entremos en el conflicto
dramático de una personalidad superficial a la que su ingenuo divismo presta
maravillosa encarnadura. Tengamos en cuenta que no hay plano en la película en
la que ella no aparezca, y saber llevar ese protagonismo con semejante entereza
interpretativa es un desafío del que no todas podrían salir tan airosas como
ella sale, y especialmente ello se cumple, o se magnifica, en el hermoso
desenlace de la película. ¿Verdad que no hace falta decir que todos aquellos que
tengan la suerte que yo tenia hasta hace tres días de no haberla visto, les
urge correr la misma suerte que yo: perder esa virginidad y sentarse cuanto
antes a disfrutar de una película tan innovadora como exquisita, bella y
emocionante, ¡y con una cancón, Sans toi, que llega directamente al
fondo insobornable de la emoción más profunda!
No hay comentarios:
Publicar un comentario