martes, 7 de abril de 2015

Marie Heurtin o el proceso de humanización.



                                                         

La historia de Marie Heurtin o el siempre emotivo milagro del descubrimiento del lenguaje.

Título original: Marie Heurtin
Año: 2014
Duración: 95 min.
País:  Francia
Director: Jean-Pierre Améris
Guión: Jean-Pierre Améris, Philippe Blasband
Música: Sonia Wieder-Atherton
Fotografía: Virginie Saint-Martin
Reparto: Isabelle Carré, Ariana Rivoire, Brigitte Catillon, Gilles Treton, Laure Duthilleul, Sonia Laroze, Noémie Churlet, Martine Gautier, Patricia Legrand, Stéphane Margot



            El hecho de estar ante una película basada en hechos reales –esta sí, no como muchas de las norteamericanas que lo ponen en los títulos de crédito aunque sea una falsedad, como en la célebre Fargo (1996) de los hermanos Coen, por ejemplo, y tantas otras–  y sobre la cual todo el mundo lo conoce todo antes de entrar en la sala, probablemente sea, antes que un estorbo, un auténtico aliciente, porque incluso conociendo la historia de arriba abajo, el director Jean-Pierre Améris ha conseguido hacer una película con unos niveles de emotividad altísimos, lo cual no solo nos habla de una habilidad técnica y de una capacidad creativa muy especiales, sino, sobre todo, de un hito muy difícil de alcanzar, teniendo, como tiene, precedentes tan ilustres como El milagro de Anna Sullivan (1962) de Arthur Penn, El pequeño salvaje (1970), de Trufaut o El enigma de Gaspar Hauser (1974) de Werner Herzog, porque las tres abordan el mismo tema con circunstancias levemente diferentes. En cualquier caso, el eje fundamental de todas ellas es el descubrimiento del lenguaje y de la posibilidad de comunicarse con los otros. En todos los casos, además, hay un alma compasiva que se esfuerza por abrir la puerta que lleve la luz de la inteligencia y de la palabra, sea oral o de signos, a quienes, hasta aquel bendito momento, vivían en las tinieblas de la incomunicación incluso con ellos mismos. Así pues, el descubrimiento de la lengua nos permite acceder a conocimiento propia, al de los demás y al de las ideas. El procedimiento tiene un esquema fijado desde antaño, y con esta palabra quiero dignifica que nos hemos de remontar hasta el siglo XVI, cuando Vicente de Santo Domingo y Pedro Ponce de León –del cual hay una estatua en la parte alta de Passeig de Sant Joan, donde supongo que aún deben de reunirse las asociaciones de sordos y sordomudos, como vi que lo hacían durante muchos años cuando vivía en la próxima Plaça de Joanich– inventaron métodos de enseñanza adecuados para darles voz a los sordos y sordomudos, esto es, que siempre se necesita el concurso de un maestro o maestra dispuestos a dejarse literalmente la piel por tal de atraer a los y las pequeñas salvajes en que se acababan convirtiendo los adolescentes dejados de la mano de la educación per diferentes motivos. Los casos de Gaspar Hauser, que acabó suicidándose, y el de Helen Keller, que triunfó como luchadora social y acabó convertida en ejemplo de superación personal en Norteamérica, son los más conocidos. Ahora hemos de añadirles el de esta chica, Marie Heurtin, a quien el esfuerzo pedagógico admirable de la hermana Marguerite, en una interpretación verdaderamente magistral de Isabelle Carré, con un poder de transmisión de los sentimientos poderosísimo, conseguirá rescatar de las tinieblas de la incomunicación para abrirle las puertas a un mundo enigmático al cual solo accedía, hasta aquel momento, mediante los sentidos del olfato, el tacto y el gusto. Antes del “descubrimiento”, del “milagro” producido por la tenacidad de su pedagoga intuitiva –y la última maravillosa que nos ha deparado el cine ha sido la de quien en La escafandra y la mariposa (2007), de Julian Schnabel, consigue “devolverle” a un paciente el poder de la comunicación y la expresión–, es interesante destacar la vivencia del mundo exterior, en sus manifestaciones primordiales: el sol, el agua, el viento, la tierra, los árboles, las piedras, etc., que nos dejan imágenes llenas de lirismo y emoción auténtica. En este sentido del limitado contacto de la protagonista con la realidad, me ha venido, mientras contemplaba la película, el recuerdo de una película en la que este contacto asume la condición de categoría, más allá de la anécdota. Me refiero a El nuevo mundo (2005) de Terrence Malick, un prodigio cinematográfico que ya anunciaba obras posteriores como la impactante y maravillosa El árbol de la vida (2011). El papel protagonista del descubrimiento de una nueva naturaleza por parte de los europeos y del impacto que provocó en ellos ese conocimiento nunca lo he encontrado mejor filmado que en El nuevo mundo de Malick. En la historia de Marie Heurtin hay un deliberado intento de transmitir a los espectadores todo este mundo de sensaciones que la protagonista, y me parece que el director se ha salido con la suya, porque la película transmite una belleza no decorativa, sino sustancial, física, podríamos decir, que nos hace mirar de otra manera incluso nuestro entorno. Contribuye a ellos, sin duda, la magnífica interpretación de Ariana Rivoire, que consigue, en un monólogo final, con un espectacular trávelin ascendente de la cámara, transmitir una profunda emoción con la especie de plegaria laica que cierra la película en agradecimiento a su verdadera madre, porque si algo queda claro después de ver esta obra es que la chica no es hija de quien la parió, sino de quien le dio las luces imprescindibles para poder conocerse a ella misma y relacionarse con el mundo que la rodeaba. Estoy convencido de que la película no defraudará a nadie, porque la sencillez con la que se nos hace llegar la historia verídica de Marie está potenciada con unas imágenes poderosas y vitales. Es evidente que los espectadores que pertenezcan al sector educativo gozarán quizás un poco más que aquellos que nunca han tenido ante ellos un chico o una chica a los que literalmente se les ha de abrir, acaso por primera vez, el acceso al conocimiento y en algunos casos incluso a las propias palabras; pero todos, en definitiva, habrán tenido no pocos momentos de ternura tan intensos como los que nos muestra, sin sentimentalismos baratos y azucarados, esta pequeña joya cinematográfica.

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