El retrato de la Midday
cowgirl antes del de Midnight cowboy:
Darling o el drama de la
insatisfacción y la inanidad: o el portento interpretativo de Julie Christie.
Título original: Darling
Año: 1965
Duración: 122 min.
País: Reino Unido
Dirección: John Schlesinger
Guion: Frederic Raphael (Idea:
Frederic Raphael, John Schlesinger, Joseph Janni)
Música: John Dankworth
Fotografía: Kenneth Higgins
(B&W)
Reparto : Julie
Christie, Dirk Bogarde, Laurence Harvey, Roland Curram, Alex Scott, José Luis de Vilallonga.
Érase una vez una chica bellísima
cuyo rostro juvenil entendieron los publicistas que podía representar a la
“nueva” mujer inglesa a la que venderle casi cualquier producto. Ella vive una
vida aburrida con un marido sin atractivo ninguno, de tal manera que
cuando entra en contacto con un
periodista cultural, el atractivo Dirk Bogarde, no duda en tener una relación
adúltera que comparte con el propio Bogarde, quien está, a su vez, casado y es
padre de dos hijos. Los títulos de crédito de la película constituyen toda una
declaración de intenciones del autor, porque consisten en la sustitución de una
valla publicitaria en la que el rostro inmenso de la protagonista va sustituyendo
poco a poco el anterior cartel, que anunciaba una campaña solidaria contra el
hambre y la marginación: los rasgos de la joven blanquísima, rubia y sonriente
van ocultando, tira a tira pegada por los operarios, los rostros sufrientes de
los negros africanos que quedan sepultados por la brillante estrella en cierne.
En cuanto la relación con el periodista cultural se estrecha y ambos deciden
separarse de sus respectivas parejas y formar otra nueva, la vida parece
volvérsele muy aburrida a una mujer ambiciosa por llegar al estrellato, pero
sin ningún interés vital definido e invadida por la insatisfacción de no tener,
como su compañero, una dedicación absorbente. En una fiesta conoce a un
ejecutivo del mundo de la publicidad, un seductor nato, un maravilloso
Laurence Harvey en un papel que, a su manera modesta, anticipa el protagonista
masculino de 50 sombras de Grey, si bien aquí, el ejecutivo se convierte en
algo así como el Virgilio que va a llevar a la ingenua joven que se ha
enamorado de él a unas experiencias sexuales “prohibidas” y desinhibidas en
grupo, una suerte de orgías, tanto en una casa de citas como en el propio
apartamento del ejecutivo en el que incluso he visto, en una de las secuencias
en la que él se acerca bailando discretamente hacia la protagonista, un
precedente de esos travelines fantásticos de las orgías de La gran belleza, de Paolo Sorrentino. La película, tomando como
pretexto la carrera publicitaria e incluso cinematográfica de la joven, nos
ofrece una visión no solo de la vacuidad de la protagonista, un ser ingenuo
necesitado de vivir la experiencia de un gran amor, por más que, vivido este,
se abra ante sus pies el abismo del aburrimiento y de la insatisfacción; sino
también de una sociedad que se va abriendo al consumo masivo y a ciertas
prácticas hedonistas y transgresoras propias de las clases dominantes. El
enfoque psicológico no nos priva, ya digo, de esa atmósfera social en la que
aspectos como la sexualidad libre, fuera del matrimonio o de las relaciones de
pareja, así como la bisexualidad y la homosexualidad, aparecen con una
naturalidad que en aquellos años 60 se adelantaba lo suyo a la voladura del
mundo burgués que supuso la revolución del 68, de la que los movimientos
liberadores de mediados de los 60 en Londres fueron una avanzadilla. La
aventura italiana, porque hay un cosmopolitismo propio de los ambientes que se
describen en la película, con un etiquetado latin
lover aristocrático José Luis de
Vilallonga al frente, permite darle a la película una dimensión melodramática que se resuelve no obstante en
las mismas constantes que marcan la vida de la protagonista, capaz, después de
tantas vueltas biográficas, de pretender volver con un Dirk Bogarde que, por su
parte, ha logrado desembarazarse de un lastre como ella ha acabado suponiendo
en su vida. Tras casarse con el aristócrata italiano, en un remedo, a escala
ínfima, de lo que fue la boda de Grace Kelly con Rainiero de Mónaco, y tras
constatar la dimensión estrictamente “decorativa” de lo que habrá de ser su
vida, la modelo de fama universal y mediocre actriz intenta retomar su pasado
allá donde sus decisiones acabaron con él como alternativa de futuro. El
desquite del periodista cultural es cruel, sin duda, pero ser una “cabecita
loca” no implica que no se tomen decisiones tan crueles o más como la modesta
venganza por despecho de quien construyó con ella, durante poco tiempo, lo más
parecido al amor y a la complicidad. Si he relacionado Midnight cowboy con esta Darling
es porque hay un fondo de sueño roto en ambos personajes, el de Julie Christie
y el de John Voight, y la misma ingenuidad propia de la ignorancia. Ambas
películas son duras, como corresponde a la figura de juguete del destino que se
encarna en ambos. Darling nos ofrece una visión social bastante más crítica, y
los movimientos de cámara del director, sobre todo en las muchas escenas llenas
de gente que tiene la película nos permiten captar esos tics machistas o clasistas
que formaban parte de la corrección política de entonces, por más que abonara
la famosa doble moral y una de ellas constituyera una transgresión desafiante
de la otra, porque, al fin y al cabo, todo quedaba “en familia”. Siempre son
los poderosos los que se buscan lugares de excepción donde huir a las
represoras prescripciones sociales que defienden públicamente. Las muchas
escenas de calle, de tren, de tiendas, etc., eco de la nouvelle vague, pero
propia de los fundamentos del free cinema, nos permiten captar también el espíritu
de una sociedad como la londinense que comenzaba a sacudirse las rigideces
conservadoras clásicas. Darling fue un auténtico éxito de taquilla, y no era
para menos. El Oscar de Christie, merecidísimo, la confirmaría como una
estrella mundial, a lo que contribuiría, aún más, su siguiente película, Doctor Zhivago, de David Lean, otro
grandísimo de la dirección.
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